No hay nada más rico que los choris de la cancha: Lucho Peña los hace en la visera
Por Victoria Rodríguez Rey para Brote Fanzine
El juego de la pelota tiene uno de sus antecedentes en los pueblos precolombinos de Mesoamérica. Cuando la pelota era de caucho, simbolizaba el dios sol y cuando el líder del equipo perdedor era sacrificado a los dioses. Vaya ritual, origen de la pasión.
El fútbol despierta un amor pasional en la mayoría de los casos. Para quien juega por jugar, para quien vive de la actividad, para quien sigue y acompaña en las buenas y en las malas al equipo. El Club Cipolletti se formó hace 92 años, en octubre de 1926. Si bien promociona la práctica de varios deportes, el fútbol fue el deporte que lo reconoció como el “Capataz de la Patagonia”.
Jugar a la pelota tiene sus ritos: las banderas, las hinchadas, los cantos, los petardos y bengalas, los insultos al árbitro y el chori de cancha.
Antes de los cacharros, mucho antes de las baterías de cocina que hoy se utilizan, los pueblos nómades, cazadores especializados, se las ingeniaban para alimentarse y subsistir haciendo un uso intensivo del animal. Era apenas un poco más liviano el traslado de utensilios y más finitas las técnicas de elaboración. Sin embargo, y a pesar de los avances tecnológicos, se siguen compartiendo las primitivas formas de cocción y elaboración que hace unos 10 mil años atrás.
El chorizo es un embutido de variedad de carnes que haya al alcance más grasa. Un caldo a base de ajo, vino blanco, pimienta, sal y pimentón es la combinación exquisita para comenzar a amasar antes de envasar, colgar, cuidar, curar y asar. La tripa en la que se embute hoy se comercializa y se consigue con facilidad, no obstante, en la prehistoria, esa tripa era natural (el intestino del animal) y sirvió como recipiente para conservar, cocinar y transportar gracias a su impermeabilidad y elasticidad. Haggis, butifarra, andoullies, sobrasada, morcilla blanca, morcilla negra, son ejemplos de comidas antañas elaboradas en tripas de animal.
El chori de cada día
Desde hace 20 años, Lucho Peña, nacido y criado en la ciudad de Cipolletti (provincia de Río Negro), elabora choripanes en la cancha del club. No solo es un ferviente fanático que sigue por todo el país al más grande de la Patagonia, sino que le da de comer a toda la hinchada. Si hay alguien que sabe de comer en la calle es Lucho. Con su familia, además, lleva adelante dos carros de comida que se encuentran en pleno centro de la ciudad. Muchas veces, cuando el equipo viaja a jugar, lo contratan para que arme el fuego y dé de comer a los cientos de hinchas. Llegó a cocinar 1.200 chorizos de una sola vez.
La jornada de trabajo comienza el día anterior cuando llega a la cantina a enchufar las heladeras y limpiar el lugar. El día del evento, calienta las parrillas y chulengos dos horas antes del partido. “Si a Cipolletti le va bien, se vende todo. No hay tiempo para el chimi, en quince minutos llegamos a despachar alrededor de 700 choris”, asegura orgulloso. La cancha, el equipo y los choris son los ingredientes fundamentales que le despiertan pasión. Hay que escucharlo y observarlo para entender lo que siente Lucho por el albinegro. Cipolletti le alimenta el corazón y la barriga. Trabaja todo el clan familiar, tanto en los carros como en la cancha. El menú completo de comer al paso incluye, además, papas fritas y panchos. Sabe que la calidad del chorizo que ofrece es insuperable. Desde hace veinte años, trabaja con el mismo proveedor. El chori de cancha no tiene horario, tiene el sabor de la victoria cuando se gana y de la amargura también.
Lucho tiene una radio cerca del fuego para escuchar el partido. Si bien se encuentra a diez metros de la cancha de juego, no puede ver a su equipo. Trabaja con el ritmo del canto constante de la hinchada más bombos y silbidos. “La gente muchas veces me grita desde las gradas por el humo que sube a una parte de la tribuna, igual después todos bajan a comer”, afirma. Cuenta con cinco personas que andan por la hinchada vendiendo para que los fanáticos no pierdan su lugar.
Es conocida la histórica rivalidad que existe entre Cipolletti y Roca. Lucho lo vivió en carne propia. “Hace diez años, en la fiesta de la manzana, me tuve que ir, no pude trabajar, me sacaron. Me escoltó la policía hasta la rotonda porque los fanáticos de Roca me reconocieron, saben que soy hincha de Cipolletti. No fui nunca más a vender”, recuerda.
Si bien este último tiempo bajó el consumo, producto de la crisis, Lucho sabe que seguirá garantizando la comida típica de la jornada futbolera de la región.
*Por Victoria Rodríguez Rey para Brote Fanzine / Imagen de portada: Mariela Bontempi.