El fuego de la memoria

El fuego de la memoria
9 marzo, 2022 por Redacción La tinta

A un año de los incendios que arrasaron con miles de hectáreas de bosque nativo y cientos de casas, un retrato de fotógrafa a fotógrafo que toca la memoria de este marzo que no olvida lo que el fuego se llevó. 

Por Danila Pagano Bianchini para La tinta

Siempre tuve una fascinación con los objetos. La fragilidad que presentan algunos, la majestuosidad de otros, los usos y desusos. Quizás por eso cuando llegué a Las Golondrinas, Chubut, la tierra de Mariano Arcioni, uno de los peores gobernadores del país, un año después de los incendios que dejaron, según datos oficiales, más de 17 mil hectáreas quemadas, lo primero que me maravilló fue ver qué pedacito de historia quedaba en cada casa destruida por el fuego.

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(Imagen: Danila Pagano Bianchini)

Viajé desde Córdoba a grabar el documental “Abrazando la Patagonia”, que dirige mi prima, Mei Villagra, habiendo ganado una beca del Fondo Nacional de las Artes (FNA) para contar la historia de su mamá: el fuego arrasó hasta con la receta de la torta de manzana de puño y letra de su abuela. Pero esa historia no la voy a contar acá, lxs invito a ver el docu.

La Patagonia me dio la bienvenida brutalmente: los incendios en el Lago Steffen hacían del paisaje de Bariloche a El Bolsón una imagen muy triste. Llegué la tarde del 21 de enero, recorrimos el barrio y nos abrazamos con mis primas durante mucho tiempo, entre los troncos quemados que ni por un segundo dejan de tocarte el hombro para recordarte el horror. Casas completamente deshechas, bosques completamente quemados.

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(Imagen: Danila Pagano Bianchini)

La voz de Paz apareció de sorpresa (qué paradoja, ¿cierto?). Me aventuré a explicarle que no soy una maleducada, que soy una bien aprendida de mis compañerxs periodistas y que ya había pedido permiso a su sobrino para hacer algunas fotos: me habían llamado la atención los objetos que había.

No le molestó. Las palabras se le amontonaban en los labios y salían por su boca sin pedirle permiso. “Hace cincuenta años que estaba mi viejo acá, dándolo todo. Era una vida muy tranquila, una cosa totalmente distinta a lo que estamos viendo ahora. Perdimos muchísimo… Antes acá no se veían los tres picos, era todo bosque nativo, perdimos vida, agua”. 


No es difícil imaginar todo el pueblo, cada copa de árbol, cada tronco sosteniéndose con firmeza al piso, vestidos de rojo. Hoy sus atuendos son negros, con tintes grises o naranjas. Lo que pasó hace un año late ahí, en cada casa y en cada huequito de bosque vivo que quedó. “Pensé que esa noche no quedaba nada”, nos cuenta Paz, y continúa, ya con los ojos goteando: “Son 8 casas de mi familia, es demasiada la pérdida. No se puede ni tasar lo que perdimos”.


Las calles son de tierra, con zig zags en subida y bajada, ves lo que queda de una casa por acá, lo que queda de otra casa por allá, el intento de una construcción por otro costado. Todo musicalizado por motosierras en funcionamiento y algunos pajaritos buscando a dónde ir.

Paz nos contó que sus viejxs fueron a Las Golondrinas en el 73 y que su papá “no quería dejar la chacra, lo tuvimos que sacar a la fuerza y subirlo al auto. ‘¿Para qué me voy a ir?’. Para salvar la vida, papá, es lo único que vale, le dije”. Con la lengua anudada, no pregunté nada más por unos minutos.

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(Imagen: archivo familiar de Tato Álvarez)

Al famoso Tato Álvarez no lo pude conocer, teníamos poco tiempo y nunca tuve la certeza de encontrar a la persona que me describía Paz; de alguna manera, siento que una parte de él se fue con el incendio. Pero sí lo sentí siempre cerca, seguramente por una cuestión sustancial en todo este relato: él es fotógrafo. Y yo también. Me enteré cuando Paz nos contó cómo salieron del barrio: “Ya con fuego alrededor de todo el camino hacia El Hoyo, me dijo: ‘¿Agarraste la cámara?’ Y yo no la había agarrado”. La sensación de perder la tapita del lente ya me parece algo bastante estresante, imagínense saber que dejaste tu cámara de toda la vida en tu casa de toda la vida con tus fotos de toda la vida con tus recuerdos de toda la vida en un lugar donde probablemente ya no vuelvas a ver en la vida.

Sospechaba cómo era esa casa, lxs fotógrafxs solemos tener muchas cositas dando vueltas, además de fotos, debe ser por esa obsesión con la imagen en sí misma y Tato no era la excepción. »La casa de papá era toda de madera, con esculturas, palos torcidos, con cosas que él encontraba, era como de un duende. Reconocimos las cajas y cajas de fotos, de siempre. Eran pilas de cuadraditos, que cuando las tocaba se deshacían, se hacían polvo. Eso quedó del registro fotográfico de papá”. Wow.

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(Imagen: Danila Pagano Bianchini)

Cuando vivía en Buenos Aires, me manejé en bici durante mucho tiempo, hasta que me compré la moto después de que me echaran de un trabajo. Y adivinen qué era lo que le gustaba hacer a Tato aún a sus 82 años: “Papá es ciclista de toda la vida, salía por el barrio a andar antes del incendio. Además armaba bicicletas con partes viejas y las regalaba, por eso hay muchas partes quemadas, porque era lo que le gustaba a él, ahora ya no lo hace”. También tenía una moto, que se quemó.

Reconstruirse después de algo así, juntar las partes, volver a armar(se), imagino que debe ser una de las cosas más difíciles de hacer. »No queríamos que él venga después del incendio, teníamos miedo. Pero la verdad es que tiene una integridad y una fuerza que no se puede creer. Vino a los tres días y lo que atinó a decir fue: ‘Bueno, me voy a ir más livianito, soltando la materia’. Y en cierto aspecto, tiene razón. La vida es mucho más que esto. El viejo siempre está ahí, enseñando”.

Tato ya tiene su casita, la levantaron junto con una fundación y lo primero que hicieron fue llenar las paredes de fotos que fueron consiguiendo. Paz y su familia quisieron “ayudarlo a guardar un poquito de esa historia, ¿no? La memoria. Es muy fuerte. Perdió todos sus registros, pero, ¿la memoria? Ahora está en la casita, mira esas fotos y le hace bien sostener eso, no pudimos salvar nada y duele”.

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(Imagen: archivo familiar de Tato Álvarez)


Ver un proyector tirado a lo lejos, derretido por el fuego, no me parece casualidad, me reencontré con algo que me gusta hacer: periodismo, cine, fotografía. Y se me aparece, sin buscar, la historia de Tato. No puede ser casualidad. Celebro haberme encontrado a Paz, haberme encontrado de alguna manera a Tato, tomo ese mensaje e intento escribir algunos párrafos en este marzo argentino donde escarbamos en la memoria de los lugares que más nos duelen y a donde no queremos volver. Yo sumo un día más a este calendario, quizás a modo de excusa. El 9 de Marzo de 2021, se quemó la casa de mi prima, se quemó la casa de Tato, se quemaron cientos de casas, cientos de hectáreas de bosque nativo y hoy me permito recordarlo con la intención de llegar a alguien que quizás no dimensiona todo lo que estamos perdiendo. Se nos va un pedacito de vida en cada incendio.

Cerrando el encuentro, Paz me comenta que la llamaron de Buenos Aires. “Un pelotudo me dijo: ‘¿Así que el incendio lo prendieron los mapuche?’ ¿Cómo se le ocurre que la gente de la tierra va a quemar el bosque? Imposible, esto es negligencia. Hace falta organizarse, hay que hacer cortafuegos, no hay que tener más bosques de pinos. Es una bomba de tiempo y nadie se salva, eh. Yo no me la esperaba para nada y acá estamos”.

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(Imagen: Danila Pagano Bianchini)

Sabemos que la mayoría de los incendios se provocan de manera intencional, con intenciones políticas más o menos claras que hacen de todo esto un juego perverso donde parece que nos cierran todos los caminos alternativos. Con más preguntas que certezas, sigo investigando con el equipo de pibas maravilloso del que me toca ser parte en el documental “Abrazando la Patagonia”, para encontrar algún recoveco en ese camino que nos permita seguir soñando con que otro mundo es posible.

*Por Danila Pagano Bianchini para La tinta / Imagen de portada: Danila Pagano Bianchini.

Palabras claves: incendios forestales, Patagonia

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