Apuntes para una cartografía de la memoria

Apuntes para una cartografía de la memoria
23 marzo, 2022 por Julia Buyatti

Oculta por el cordobesismo internalizado y la furia neoliberal, se teje una narrativa que construye otro paisaje. Territorios donde la memoria se des-pliega, trazan una cartografía que se imprime sobre el ritmo frenético y violento de la ciudad. Ese mapa, hoy, reaviva el fuego de la memoria colectiva.

Por Julia Buyatti, Anabella Antonelli y Juan Pablo Pantano para La tinta

Esta es una cartografía viva. Una cartografía de intensidades, de movimientos. Es una cartografía que busca tejer una red, anudar trayectorias, enredar aquello que no quiere ser olvidado. Es una cartografía que no busca referenciar ni representar puntos fijos y quietos en el espacio. Es una cartografía del afecto y de la imaginación, una imaginación colectiva de un futuro otro.

La urgencia y el deseo de memoria colectiva invita a pensar en vínculos para ejercitarla. Conexiones entre singularidades y colectivos sociales, con la historia, con el futuro y con los territorios y los paisajes que se habitan.

El mural dibuja una foto: Nancy se asoma detrás de su hija Sathya Aldana y sonríen en la plaza de Villa Urquiza. Parecen olvidar el derrotero de la (in)justicia patriarcal que llevó a Sathya al suicidio femicida. De fondo, sobre un tono celeste, se dibujan nubes azules y blancas que las rodean. Sergio Cuello no tiene cielos de fondo, pero se para sobre un suelo de lirios que pintaron sus compañeres y amigues a dos años de que la policía lo asesinara a escasas cuadras de ese mural. Está de espaldas al cementerio, cruzado de brazos y con expresión burlona, mientras una vela arde en la garita que lo recuerda. Las imágenes de Sathya y Sergio distan por unos 13 kilómetros de oeste a este de la ciudad. Otra garita se levanta en Los Cortaderos, es la del Güere Pellico, asesinado por la policía en julio del 2014. Escudos de Talleres y fotografías resguardan su identidad y su memoria. El fútbol aparece también en los relatos sobre la Pepa Gaitán, fusilada hace 12 años por lesbiana, aunque la Justicia niegue que fue un crimen de odio. En la casa donde vivió, en barrio Parque Liceo, funciona un comedor para las infancias. En la pared sonríe Pepa junto a la imagen de sus xadres.

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(Imagen: La tinta)

La cartografía ha sido utilizada históricamente por las instituciones como un instrumento de captura, orden y control de los territorios comunales, indígenas, campesinos. En los últimos años, organizaciones políticas y sociales se reapropiaron de este instrumento como herramienta de visibilización.


Gatillo fácil, femicidio, suicidio femicida, transfemicidio, desaparición de personas. Ante el horror, familiares, organizaciones y vecines construyen grutas, murales, monumentos, comedores. Se configuran paisajes y dispositivos que emergen a partir de las violencias, de las resistencias y del deseo de justicia. Muchos fueron borrados por el paso del tiempo o por la lógica amnésica de una ciudad que pretende olvidar con publicidades y propagandas.


A modo de salvedad, diremos que esta es una cartografía incompleta, defectuosa, precaria. Faltarán nombres, sitios, relatos que las comunidades tejen continuamente para acercar la memoria en una proyección de futuro. Este mapeo recorre solo la ciudad de Córdoba, como puntapié para seguir trazando otros territorios de la provincia. 

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(Imagen: La tinta)

En barrio Los Cortaderos, otra imagen observa: es Raúl Lesdesma que se recorta del fondo azul y amarillo de la gruta que construyeron ahí, justo donde lo mató la policía. Muy cerca, su mamá le prepara la leche a sus vecinites en el merendero “el Gordo Raúl”. Tal vez, en ese mismo momento, a un lado de las vías, a la altura de Ciudad Universitaria, la mamá de Brian Guaiman, víctima también de gatillo fácil, esté pensando qué cocinarle a les pibes de barrio Ejército Argentino, en el comedor que lleva el apodo de su hijo: “Pimpollo y sus amiguitos”. Al otro lado de las vías, en Ciudad Universitaria, Yamila Cuello sonríe desde la pared del Pabellón Venezuela. Su rostro y algunas frases nos recuerdan que hace más de una década está desaparecida por la complicidad del Estado con las redes de trata. En ese mismo edificio, a la vuelta, una leyenda reza: “Hay desaparecidas en democracia en Córdoba” y las nombra: Jimena Natalí Arias, Luz Morena Oliva, Delia Gerónimo Prolijo y Silvia Gloria Gallardo.

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(Imagen: Ana Medero para La tinta)

Luego de dos años de pandemia, las calles esperan la fusión de los vientos de otoño con una multitud de personas anudadas bajo el grito de “memoria, verdad y justicia”. Desde el retorno a la democracia, los testimonios de familiares, sobrevivientes, las investigaciones científicas, las producciones artísticas y la reconstrucción territorial de lugares de la memoria funcionaron como herramientas para reconstruir lo sucedido durante la última dictadura cívico-militar-eclesial.

¿Qué herramientas se necesitan para la verdad y la justicia de tantos que nos faltan en democracia, por las balas policiales, la violencia institucional, patriarcal, transodiante? ¿Cómo cuidar y narrar la historia individual y colectiva de quienes ya no están, de los cuerpos fragilizados, despreciados, condenados?

Hacer memoria es afirmar la vida, la persistencia, la resistencia. Es asumir la pérdida y el duelo en un abrazo colectivo. En la acción de pintar un mural, levantar una gruta, llevar flores a la garita, reconstruir el memorial, se está diciendo “existimos” como acto radical. Cuando cae un pibe, desaparece una hermana, matan une vecine, esas experiencias de violencia nos preguntan qué relatos queremos tramar y con qué lenguajes. Un poco para no fallarle a la desgarrada memoria de la víctima, pero también para posicionarse ante el futuro.

“Los familiares de las víctimas de violencia institucional y policial desarrollan en Córdoba una especie de territorialización de la memoria”, refiere Natalia Bermúdez, coordinadora de «Entre altares y pancartas”, proyecto que reúne imágenes de materialidades en torno a la memoria de quienes ya no están. Explica que, en el proceso de construir la muestra fotográfica, comprendieron que se trataba de una “forma de volver a colocar a ese joven asesinado en ese barrio nuevamente, como un proceso de duelo, un paso, continuar esa identidad dentro de la vida cotidiana, introducirlo, ahora en este otro estado”.

Mantener viva la memoria de la persona violentada para evitar su muerte social, para que se siga hablando y recordando, para entrelazar su historia con la historias de otres. En 2019, entre compañeres y familiares de Sergio Cuello realizaron una kermés en la calle donde el mural y la garita lo recuerdan. Su hermana, Lula Montiel, nos contaba: “Queríamos traerlo de vuelta, que conozcan de él, su vida, visibilizar su causa para que paguen los policías que lo asesinaron. Ante tanta muerte que nos ofrece el de arriba, nuestra lucha diaria es por la vida, la alegría, la resistencia y esperanza. Ni un pibe menos”.

Levantar memoriales es poner a circular los relatos, siempre silenciados, de los afectos. Versiones que resquebrajan la historia oficial tramada sobre el prejuicio, el estigma, la criminalización y el odio. “Siempre son muertes clasificadas como merecidas, como ‘algo habrán estado haciendo’, ‘por algo será’ -sigue Natalia-. Entonces las familias pueden contar sus propias versiones a través de los elementos que distribuyen en esas grutas, de los objetos que colocan allí, de las ritualidades, porque los espacios solos no dicen nada si no son mantenidos y conmemorados a través de esas redes que los mantienen vivos. Estos espacios sirven en tanto haya alguien que los conmemore, los resignifique todo el tiempo”.

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(Imagen: La tinta)

Los paisajes de la memoria que se construyen en el espacio público están expuestos al diálogo, más o menos agresivo, con otros sentidos y sus legitimidades. Hace unos meses, Maru Acosta, hermana de Paola, víctima de femicidio, denunciaba que “una agrupación de reivindicación nacionalista, en contra del movimiento de mujeres” había tapado con sus consignas parte de su rostro. “Lo hemos ido a pintar varias veces y lo vamos a seguir haciendo -decía Maru-. Creemos que esta gente no entiende que no es solo un homenaje a Paola, sino que representa una bandera de lucha contra los femicidios y la violencia de género”.

El 20 de diciembre del 2021 se cumplieron 20 años del asesinato de David Moreno, un niño que fue alcanzado por balas policiales en una represión de aquellas jornadas calientes. Rosa, su mamá, nos decía que no debe pasar un año sin que se haga memoria. “Es un delito terrible, fue el peor trauma que podríamos haber pasado como familia, como pasó con los otros casos. Escuchás los testimonios de los familiares y son espeluznantes, mantener la memoria es importantísimo para visibilizar lo que no se debe hacer más”, refería.


Tejer la memoria no es una práctica ligada a la nostalgia, como nos recuerda la lucha de abuelas y madres. Se trata de no dejar cautivo el recuerdo en el hecho terrible y aislado, y lanzarlo al futuro. Se trata de hacer algo con ese lugar en el que nunca hubieran querido estar. Se trata de decidir hacerlo con otres, de trazar una continuidad con otras luchas.


Esta cartografía recorre una red de espacios comunitarios que relatan su verdad descreyendo del sistema de justicia actual y confiando en la colectivización del reclamo y la resistencia. Porque, como afirma Romina Sanso, tía de Rodrigo Sánchez y referente de la Coordinadora de Familiares Contra el Gatillo Fácil, “solo muere quien se olvida y ellos viven por siempre en nuestros corazones, por eso mantenemos la memoria intacta y estamos siempre gritando sus nombres y levantando sus banderas”. 

Cruzando el río, allí donde la ciudad crece para arriba, en barrio Cofico, resiste el mural que recuerda el brutal femicidio de Paola Acosta en 2014. Su imagen no se encuentra sola, la acompaña una frase que grita: “Sepan las nacidas y las que van a nacer, que nacimos para vencer y no para ser vencidas”. Otra pared denuncia la violencia patriarcal: en la casa de Laura Moyano, en Villa Allende Parque, un mural de mosaicos dibuja su perfil. Fue construido a dos años de su asesinato. Era una mujer trans de 35 años. A menos de veinte cuadras, en Piedra Labrada 8000, se levanta el monolito donde caía el pequeño David Moreno, asesinado por una bala policial. Un poco más al sur, el Jardín Botánico funciona como frontera entre el barrio en el que mataron a José Luis Díaz y el barrio en el que vivía. Allí se alza un mural que recuerda su violentísima muerte a manos de un grupo de vecinos. En la imagen no hay sonrisas ni flores ni nubes. Hay figuras simiescas que retratan el odio de clase.


Los relatos y las memorias se hacen uno en un paisaje que conjuga el encuentro de familiares, amigues, vecines. Un cuerpo colectivo que se apropia del espacio y deja su huella. Paisajes que se construyen en la desesperada búsqueda de justicia por el duelo colectivo de tanta vida truncada. Los materiales, las historias, las personas y los relatos confluyen y dejan una evidencia: monolitos, muraleadas, comedores y merenderos. La comunicación se da en la materia.


¿Qué efectos generan estos paisajes en nuestra dinámica urbana? ¿Qué nos pasa cuando transitamos esos territorios? ¿Qué disputas nos sugieren? Nos adentramos en los paisajes como modo de entender los vínculos y afectos que aparecen allí. No los contemplamos como una escena más o menos estática. Esta cartografía, que conforma otra narrativa de la ciudad que habitamos, nos habla y nos afecta. 

Que los paisajes despierten la memoria, que la memoria signifique NUNCA MÁS.  

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(Imagen: Fernando Bordón para La tinta)

Bajando para el centro, en un mural repleto de colores y debajo de un árbol que intenta abrazar, se dibujan las figuras de Rodrigo Sánchez y Lautaro Torres, recordando la amistad con Braian Guaiman, los tres asesinados por la policía. A unas quince cuadras, la esquina de Mariano Moreno y Caseros se pregunta dónde está Facundo Rivera Alegre, a diez años de su desaparición. Lo vemos también por la plaza de General Paz, el barrio en el que vivía. Diez kilómetros hacia el sureste, Exequiel Barraza sonríe en Villa Boedo, donde vivió hasta que la policía de Córdoba lo golpeó y asesinó un 24 de marzo, hace ocho años. Al lado de su rostro, hay un pedido de justicia y una promesa: “Nadie es capaz de matarte en mi alma”.

*Por Julia Buyatti, Anabella Antonelli y Juan Pablo Pantano / Imagen de portada: Ana Medero para La tinta.

Palabras claves: 24 de Marzo, David Moreno, Güere Pellico, Laura Moyano, Pepa Gaitan, Raúl Ledesma, Sathya Aldana, Sergio Cuello, Yamila Cuello

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