En la justa medida. Mujeres resistan, pero… ¡No tanto!

En la justa medida. Mujeres resistan, pero… ¡No tanto!
3 enero, 2022 por Redacción La tinta

Por LTA para La tinta

Los modos de expresarnos, de sentir, de vivir, han sido históricamente regulados para nosotras. ¿Cuáles son esas regulaciones? Ser mesuradas, no pasarnos de la raya, actuar siempre en la justa medida, ser prolijas. No sobrepasar. Hasta en la lucha se nos pide que seamos cuidadosas, receptivas, comprensivas. ¿Te suenan esas características? Son propias del llamamiento al que somos convocadas como mujeres. Siglos de intervención y regulación en nuestros cuerpos y afectos que se hacen aún más visibles cuando nos corremos solo un poco de esos lugares esperados. 

Pareciera que como mujeres, más allá de cuál sea el tema o la problemática, no nos es lícito pasar por intensidades. Si entendemos la subjetividad como una ondulación del campo, un encurvamiento desacelerado, que crea un interior, deberemos entonces detenernos allí, ya que sabemos que es justamente a partir de las intensidades donde se juegan las modulaciones y las posibilidades de armar singularidad.

Queremos dar esa batalla. Nuestra apuesta es poder crear nuevos interiores, armar(nos) nuevas modulaciones, nuevas intimidades. En definitiva, abrir una diferencia que nos encuentre con nuevas maneras de plegar y desplegar fuerzas que inventen otros por-venires posibles. 

Espejito – Espejito, ¿quién es la más bonita?

Comenzamos por pensar juntxs algunos ejemplos LTA que nos ayuden a descomponer un poco las imágenes que a veces invisibilizan las corporalidades y sus intensidades, y nos ajustan al espejo ready made que nos tiene preparada esta sociedad capacitista.

Queremos bordear estas imágenes porque justamente, como plantea Foucault, muestran cómo el “exceso” o la “demasía” es lo que define lo condenable. El mal comienza con el exceso. Al igual que la idea más tradicional vinculada con que algunas drogas son la “puerta de ingreso” a otras más jodidas, los “excesos” de las minas son señalados rápidamente como advertencia a la posibilidad de quedar lanzadas a distintos infiernos. Detenernos aquí es importante, ya que nos permite pensar no solo que eso “normal” y eso que se “pasa de la raya” son parámetros arbitrarios y funcionales a un sistema que performatea cuerpos y sentires, sino que también nos permite abrir preguntas sobre los excesos, ¿en relación a qué?

La excitadita o la enferma. ¿Qué pasa cuando vemos a una mujer muy, muy contenta, muy, muy enfiestada? Está excitada, se pasó de mambo, detonó, da vergüenza ajena. ¿Qué pasa cuando vemos a una mujer muy, muy triste? Por lo general, se lo vincula a algo “personal” y a veces no se puede pensar eso en relación a otras variables, muy cansada, sobrepasada, una materialidad de la vida que oprime. Por lo general, no ingresan otres. Para un lado u otro, es un desborde de esa mujer, a la que se puede juzgar moralmente, sentenciando su actuar. Si un varón está muy triste en términos generales, despierta cuidado y mayores preocupaciones que una mujer, o en otros casos se lo segrega/aleja por “maricón”, que no es otra cosa que feminizar la vulnerabilidad. 

La CH. La bien conocida “crisis histérica” que se escucha dentro del sistema médico cuando se presenta una persona con un padecimiento “excesivo” e “incontrolado” que no tendría correlación estricta con un cuadro orgánico. Así se arma esta jerga médica para decir-se entre colegas que alguien está “locx”, “pasadx”, “flasheando”, desestimando el malestar. Sea hombre o mujer quien se presenta a consulta, a esta modulación se la vincula con una supuesta característica femenina, de locura, histrionismo o exceso.

Es interesante pensar que esta es una nominación con historia. La histeria es una de las más fuertes y pesadas construcciones del saber médico sobre el cuerpo femenino, que si bien intentó “dar voz” a esas subjetividades segregadas para la época, lo hizo desestimando el malestar y la opresión que podrían tener las mujeres, por ejemplo, en relación a sus relaciones afectivas y sexuales, construyendo ese “padecimiento” desde una óptica hegemónica y, por lo tanto, masculina. 

El goce femenino. ¿Qué muestra una mujer cuando goza? Varios desarrollos hablan del goce femenino como un goce ilimitado, ¿qué lo hace ilimitado? ¿Por qué no pensar en un goce otro? ¿Necesariamente hay que pensarla desde la variable fálica? Con el deseo pasa parecido. Nos podemos mostrar deseantes, pero no tanto. Pareciera que cuando una mujer desea se escapa de la regulación, se vuelve inaprensible, no se puede controlar y eso genera miedo, y por lo tanto, se vuelve condenable potencialmente. Lo “infrenable” se vuelve una amenaza al estatus quo, al orden establecido. La mayoría sabemos cómo se arma un plato equilibrado, cuál es la porción exacta y justa para llevarnos a la boca y no desbandar en los placeres dionisíacos y el horror de devenir no apetecibles para otrx. 

No tires de la cuerda. Nos preguntamos, ¿cuál es la referencia de ese cordel? Miles de situaciones que nos implican en distintos momentos históricos hacen que las mujeres se “pasen de la raya” estudiando, deseando, trabajando, queriendo o no queriendo. Un poco, pero no tanto. La mujer “perfecta” sería, entonces, esa súper exigida en hacer de todo, todo bien y en la justa medida. Imperativo de la época. 

El exceso a esa medida se condena, nos vuelve trolas, violentas o locas, solo por tomar algunas figuras. En la trola vemos una clara intervención en el cuerpo. Hay lugares en los que no se puede mostrar, lugares en los que sí se debe mostrar. Otros en los que solo hay que insinuar. De nuevo el tema no es “mostrar”, sino dónde, con quién y cuánto. Intervención sobre las intensidades, sobre las modulaciones. A veces hasta los gestos son condenables. Escuchamos el “¿qué te pasa?, ¿qué te comiste?” La violenta/sacada aparece en escena. Se nos invita a discutir, tomar posición, pero no tanto. Cuando se dice, se es violenta.

Sobre las modulaciones de intensidad

Pensamos en lo importante que es crear espacios y modulaciones que den lugar a eso que nace indómito, que difiere y que pide paso. Como plantea Rolnik y Guattari, tenemos que estar advertidas y tener en cuenta que, por lo general, todo lo que es del dominio de la ruptura, de la sorpresa y de la angustia (pero también del deseo, de la voluntad de amar y de crear) se ve exigido a encajar de alguna manera en los registros de las referencias dominantes, aunque sea condenándolo. Hay una tentativa de eliminar todo aquello que tenga más que ver con procesos de singularización, “todo lo que sorprende, aunque sea levemente, debe ser clasificable en alguna zona de encasillamiento, de referenciación». Lo interesante entonces no es solo vislumbrar estos mecanismos para entender un destino obligado, sino también poder a partir de allí, hacer con esas posibilidades de desvío y de reapropiación. “Un punto de singularidad puede ser orientado en el sentido de una estratificación que lo anule completamente, pero también puede entrar en una micropolítica, que puede dar lugar a un proceso de singularización» (Rolnik y Guattari). 

Hacer foco en las intensidades como impensados de la representación nos parece una apuesta micropolítica. Pensar los cuerpos como intensidades maquínicas que operan en la producción de subjetividad se distancia de propuestas identitarias y permite pensar diferencias de diferencias sin ningún centro, o sea, en multiplicidades. Como plantea Deleuze, no se trata de definir la cosa por su esencia, lo que esta es, sino por lo que esta puede en acto, es decir, por su potencia. Esa queremos que sea la lucha feminista. 

Viene con historia 

Convocamos a nuestras queridas brujas, ya que, como nos transmite Federici, nos parece interesante pensar que en los procesos de brujería no solo se perseguía la magia o a las mujeres, sino, más bien, a la magia de las mujeres, que era justamente saber sobre la sexualidad y la vida. En otras palabras, se perseguía a las brujas por su capacidad de intervenir en el mundo (teniendo en cuenta que, en esa época, solo Dios tenía esa potencia). Esa posibilidad en acto las volvía peligrosas. Ayudar a las mujeres a controlar/saber sobre su cuerpo, a modular su intensidad, era condenable. De allí toda una ingeniería para poner bajo el control del Estado a los cuerpos femeninos, transformándolos en recursos económicos (mediante una sexualidad únicamente re-productiva) y dividiendo mente-cuerpo como una forma de alejar/nxs de ese saber sobre el cuerpo. Objetivando y dejándolo en manos de discursos hegemónicos.

Lo que es difícil de aceptar es que las brujas son pragmáticas. Modulan. Son verdaderas técnicas experimentadoras sobre los efectos y las consecuencias. Ellas armaban modos de agarre basados en el “prestar atención”, que a diferencia del capitalismo (y las alternativas infernales) no se desentiende de las consecuencias. 

Las brujas-feministas armamos. Nos armamos cuerpo, nos armamos conexiones revolucionarias, armamos flujos que tienen potencial político por ser clandestinos. Como dice Ana María Fernandez, es en esa amplia gama de afectaciones sensibles que se configura el increscendo de intensidades que re-configura los deseos, corre los bordes de lo posible y nos permite la invención de nuevos relatos de sí.

El akelarre. Mujeres e intensidades 

Sabemos que nuestros cuerpos conocen la deriva, los desplazamientos, las opresiones, pero también la resistencia. Somos cuerpos que aprendimos las potencias de la amistad: armamos lazos, lazos resistentes que tienen la “potencia de enjambre”. Somos cuerpos también que ya perdieron mucho, lo que trae un plus: perdimos un poco el miedo a perder, nos lanzamos al amor y el deseo sin tanta “gestión previa”. Somos cuerpos atentos al cuerpo: diálogo constante con el cuerpo propio y el de otrxs, ya que es en ese territorio (tan mediado/medido y regulado por los sistemas médicos, familiares, económicos) donde se juegan principalmente los reclamos por la soberanía. Son nuestras cuerpas la superficie de exploración y resistencia que tenemos.

En esto, la marea verde abre campo y posibilidad. Es un verdadero movimiento minoritario, no por pequeño, sino justamente porque no busca ser mayor o general. Como plantea Fernández, es difícil pensar que las mujeres están batallando por el poder, pero no un poder de dominio (como podemos pensar lo tradicionalmente masculino), sino, más bien, un poder de potencia, cuestión que abre otros campos y dimensiones que se escapan a las lógicas hegemónicas. 

La marea verde es un colectivo que arma máquina y de allí “despliega diferentes instancias de desujeción, desterritorializaciones identitarias, de creación de nuevos modos de vivir. Inmanencias de las vidas  De cada vida, en el entre-otras-vidas”. Escuchamos decir: la marea feminista desborda. ¿Qué desborda? Entre otras, formas de organización y expresión. Desborda esa intensidad que busca cauce, nuestro cauce, más singular y más libre por potente. Desborda sin mesura, sin cálculo, sin medición precisa: como todo lo que está vivo.

*Por LTA para La tinta / Imagen de portada: La tinta.

Palabras claves: feminismo, Mujeres

Compartir: