¿Por qué es urgente una indemnización travesti?
Tres vidas atravesadas por prácticas genocidas hacia un colectivo que hoy no supera el promedio de los 40 años de vida. Tres historias condenadas al mismo horror: infancias dolorosas, adolescencias atestadas de abusos y juventudes en calabozos, todo por la osadía de ser travesti. Estas son solo tres de muchas más.
Por Estefanía Santoro para Revista Cítrica
Memoria, Verdad y Justicia Travesti
Hasta el año 1997, la Policía Federal Argentina podía detener a cualquier persona que usara ropa del sexo opuesto y además tenía la facultad de decidir una sentencia sin tener que consultar previamente a un juez. Los edictos policiales eran una herramienta de control preventivo que “habilitaba las detenciones masivas y arbitrarias, así como la facultad de detener personas por averiguación de identidad, configurándose tipos sociales ‘sospechosos’ que coincidían con las poblaciones más vulnerables al control penal”.
En 1998, mediante la sanción del Código de Convivencia Urbana -y tras un incesante trabajo de activistas del movimiento LGBT-, fueron derogados los edictos policiales. Sin embargo, la violencia de las fuerzas de seguridad hacia travestis y trans nunca cesó.
Reparación es recuperar la memoria de la población travesti trans, es hablar de la represión policial que sufrieron durante años, es que el Estado reconozca la exclusión, la marginación, la condena a una muerte temprana y la negación sistemática de sus derechos.
Reparación es que el Estado acepte todas las veces que vulneró esas vidas hoy arrojadas a la pobreza absoluta, porque no hay cupo ni política “inclusiva” que las contemple. Ser trans y tener más de 50 años es ser sobreviviente, es haber superado la expectativa de vida que hoy no supera los 35, pero también es tener que sostener esa supervivencia todos los días cuando el hambre no da tregua. Es no tener una jubilación ni pensión, ni acceso a una vivienda digna, es no poder alquilar ni siquiera una pieza, es salir a hacer changas para tener al menos una comida diaria. Por todo eso, es urgente una indemnización travesti.
“Nos quitaron el derecho de ser personas libres y poder transitar”
Noelia Belén Luna tiene 53 años, transicionó a los 14 y vive en González Catán. “Tuve la gratitud de criarme en un núcleo familiar que me contuvo, no fui expulsada a la calle, como muchas de mis compañeras, sin embargo, he vivido la represión de los años 90. Me llevaban detenida siendo una adolescente. La primera vez fue cuando tenía 15 años, luego de una fiesta con amigos.
Cuando llegué a la comisaría, empezó el manoseo, la burla, el abuso de poder, sin tener en cuenta que tenía 15 años. Me ficharon como una persona adulta y me detuvieron durante siete días. Mis padres hicieron un reclamo y el juez en ese momento dijo que estaba ingresada como una persona mayor y que estaba infringiendo la ley. De los 15 a los 30, me detuvieron más de 10 veces. Nos perseguían, nos violaban y nos pegaban. Nos quitaron el derecho de ser personas libres y poder transitar.
Terminé el secundario e ingresé a la universidad, incluso siendo trans, con un documento de varón. Soy técnica superior en Seguridad, Higiene y Medio Ambiente, pero nunca pude trabajar. El trabajo formal para mí -y la gran mayoría de nuestro colectivo- nunca existió y las adultas mayores no estamos contempladas en el cupo laboral trans.
Hoy estamos en una situación de vulnerabilidad, de riesgo por una cuestión de edad y de salud, no podemos pararnos en una esquina para prostituirnos. Las trans mayores estamos padeciendo el flagelo del aceite industrial, de avión, de la silicona que nos lleva a la muerte. Estamos en situación de riesgo porque el Estado no nos incluye en el sistema de salud y no cumple con el artículo 11 de la Ley de Identidad de Género que habla sobre el acceso integral a la salud, porque nosotras cuando vamos a los hospitales no podemos sacarnos la silicona, tenemos que vivir con úlcera, gangrena hasta llegar a la muerte.
Yo soy una mamá trans, tengo tres hijos que los he podido adoptar, felizmente pude construir una familia. A muchas de mis compañeras les negaron el derecho de tener una familia, el derecho a amar, a que un hombre las lleve de la mano libremente, a casarse sin necesidad de esconderse. Nosotras hemos sido sistemáticamente víctimas del Estado, y eso debe ser reparado”.
“Mientras todos festejaban que Argentina salía campeón, yo era violada en una comisaría”
Luisa tiene 58 años, creció en la Villa 20 ubicada en Villa Lugano (CABA). “Empecé a travestizarme a los 14 años y tuve el apoyo de toda mi familia, siempre. Sin embargo, eso no impidió que sufra violaciones, humillaciones y todo tipo de vejaciones tanto en cárceles federales como bonaerenses. Mi mamá trabajaba por hora, mi papá era albañil. A los 14 años quería tener mi propio dinero para vivir un poco mejor y empecé a buscar trabajo de cadete o lava copas.
Todos se daban cuenta en ese momento que yo era gay. El dueño del lugar que me había empleado me pidió que le haga sexo oral. Me fui, conseguí otro trabajo como aprendiz de zapatero y pasó lo mismo, abusaron de mí.
Abandoné la escuela en séptimo grado por la discriminación de mis compañeros y maestros. Al ser una persona muy afeminada, era muy maltratada. Una maestra me decía: ‘Mariquita, portate bien, dejá el elástico, jugá con los varones’, o me llevaban a la dirección y me hacían poner de rodillas, arriba de maíces como castigo. Al año siguiente, me anoté en el turno noche y me pasaba lo mismo, todos se burlaban.
Cuando tenía 12 años, un maestro me dijo que iba a darme clases en su casa, me citó en la esquina del colegio y me llevó a su casa para violarme. Ese profesor que me tenía que educar y cuidar era un pedófilo. Fui manipulada de tal manera que no supe cómo salir de ahí, me decía: ‘Esto es un juego, mamá no se tiene que enterar’. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que fue una violación.
Un año después, en el 78, empecé a prostituirme, no me quedó otra. Nosotras no tenemos oportunidad. Nunca la tuvimos y hoy tampoco estamos incluidas en el cupo laboral trans, siempre quedamos fuera de todos los sistemas. No nos jubilan, no existimos. La prostitución es lo único que nos llevó a vivir dignamente.
Vivíamos presas, nos detenían por trabajar y hasta cuando salíamos a comprar pan. Un día fui a la carnicería y terminé presa en la cárcel de Devoto por el simple hecho de ser travesti. Nunca voy a perdonar que mi mamá y mis hermanas hayan tenido que pasar por requisas en Devoto. Mientras todo el mundo festejaba que Argentina salía campeón, yo, con 15 años, estaba presa y siendo violada en una comisaría. Como era menor, me ingresaron con otro nombre, por eso mi familia nunca me encontró. Recuerdo las humillaciones que sufrí, me dejaron desnuda y todo el mundo me miraba y se reía.
Nadie va a reparar todo el daño que nos han hecho a nosotras. Para poder trabajar, teníamos que pagarle al jefe de calle, si no arreglabas o no tenías plata, te obligaban a que le hagas sexo oral o directamente te violaban a punta de pistola, y encima te llevaban presa. Yo estaba en Panamericana en la época en la que todos los días moría una travesti.
La policía te perseguía y para escaparnos cruzábamos la Panamericana, y algunas terminaron atropelladas. Muchas chicas han aparecido con tiros en la cabeza. Hoy mismo cuando muere una travesti los medios no lo cuentan, sin ir más lejos, tenemos el caso de Tehuel y los medios no hablan de él.
Mis compañeras están muy mal de salud. Hace poco, una compañera estuvo dos meses con una sonda urinaria, no se la cambiaban, nadie la atendía. Tuvimos que ir varias a reclamar para conseguir un turno. Yo tuve problemas con las siliconas, no te curás más, tengo el cuerpo lleno de cicatrices. Cuando vamos al hospital público ni nos quieren tocar, pero si vamos a un privado sí nos sacan las siliconas. Necesitamos una vejez digna para que por lo menos tengamos para comer”.
“No podía caminar por la calle porque me llevaban presa”
Sandra Silvana Igor tiene 53 años, vive en San Carlos de Bariloche: “Fui una de las primeras trans en Río Negro. En época militar, yo no podía caminar por la calle porque me llevaban presa. En la escuela, todos se burlaban de mí y para los vecinos era el maricón del barrio. Abandoné la escuela porque no lo soporté, después seguí estudiando en turno noche y tuve que dejar el secundario porque tenía que trabajar para ganarme la vida.
Fui criada por mis abuelos, ellos siempre me contuvieron, pero fue muy difícil, sufrí mucha discriminación. Después empecé a hacer la calle, me moría de frío con las bajas temperaturas que hay en el sur y, cuando empezaron las detenciones por ejercer la prostitución, todo empeoró.
Nunca tuve un trabajo digno. Y ahora como persona adulta mayor no puedo acceder a un trabajo tampoco, muchas de mis compañeras se fueron a otras provincias, una de ellas se fue a Buenos Aires y la mataron. Hace diez días atrás, otra compañera santafesina vino a Bariloche y terminó muriendo sola porque muchas veces las chicas están solas.
Yo no recibo ninguna pensión, no soy jubilada, no recibo nada. Hago changas, me levanto a las cuatro de la mañana para ir a la feria a vender algo. Está todo muy lindo con el cupo laboral trans, pero falta mucho. Las chicas jóvenes ya tienen su camino allanado porque nosotras, las viejas, nos hemos parado en una esquina. Nos han cagado a palo, hemos tenido que llorar y gritar para que nos escuchen. Pero todavía estamos acá y ni siquiera reparadas porque nadie nos repara el daño físico y emocional, el vivir con miedo de salir a la calle, el temor a la burla, al hombre machista que todavía no le entra en la cabeza que existe un género diferente. Todavía seguimos viviendo una discriminación terrible.
Junto a una compañera que se llama Roxana, somos las únicas que estamos luchando por la reparación en Bariloche, al menos para pagar el gas y la luz, lo primordial, porque sabemos que no nos va alcanzar para mucho más. Hoy tengo un dolor de huesos terrible del frío que pasé durante muchos años en la calle”.
Por cada trava que fue expulsada de su círculo familiar íntimo, de las instituciones educativas, del sistema de salud, por cada trava que fue abusada, vejada y torturada por policías, por cada coima que pagaron a un oficial para hacerse un mango en la calle, por cada noche que tuvieron que pasar encerradas en un calabozo con más de una costilla rota, por cada trava atropellada en la ruta mientras escapaba de la policía. Por todo eso, es necesario una reparación travesti.
¿En qué consiste la propuesta de indemnización?
El pasado 9 de septiembre, un grupo de más de 20 travestis y trans adultas mayores de diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires autoconvocadas solicitaron una audiencia con el presidente Alberto Fernández para exponerle un pedido de reparación económica que consiste en una indemnización por los derechos vulnerados por el Estado durante años.
Tal como lo expresan las normativas internacionales respecto a los crímenes de lesa humanidad, la responsabilidad de los Estados es la Reparación Integral: “De forma apropiada y proporcional a la gravedad de la violación y a las circunstancias de cada caso, una reparación plena y efectiva, en las siguientes formas: restitución, indemnización, rehabilitación, satisfacción y garantías de no repetición”.
“En un principio pensamos que se exprese en un DNU, porque creemos que es la forma más rápida para atender la urgencia de las necesidades de las compañeras. Tiene que ver con reconocer un genocidio hacia la población travesti trans, pensar estas cuestiones de resarcimiento por parte de los Estados basándonos en legislación comparada. Cuando analizamos la figura jurídica de delito de lesa humanidad, entra todo lo que han hecho con la población travesti trans: migraciones forzadas, violaciones de derechos humanos y todo tipo de discriminación y de violencia institucional hacia un grupo con una identidad colectiva. Específicamente es identicidio, como dice Marlene Wayar, este sistema tal y como está dado hubiera sido totalmente efectivo en el exterminio, lo que pasa es que seguimos naciendo”, explica Violeta Alegra, activista travesti.
“Los relatos de las compañeras son relatos de guerra, una chica me contó que en Panamericana, para esconderse de la policía, se metían adentro de un bidón gigante que llenaban de agua para que no se vuele, ahí aguantaban la respiración hasta que se iba el patrullero; inclusive hay compañeras que se han ahogado en esta situación, de la misma desesperación, volaban los cuerpos en la ruta, atropelladas por salir corriendo. ¿Qué diferencia hay de esto a los campos de concentración?”, se pregunta Alegre.
La activista destaca los avances en políticas públicas como el cupo laboral trans, pero asegura que son políticas pensadas para personas que aún tienen energía: “No le podés exigir a una sobreviviente de 50 años que se ponga a laburar cuando está con un agujero en la pierna porque le está supurando la silicona líquida, con todos los golpes, las heridas en su psiquis y en su cuerpo por las palizas que le dio la policía. Reparar tiene que ver con reconocer que hoy podemos transitar gracias a ellas, a pesar de que sigue habiendo violencia. Lo poco que hemos avanzado era imposible sin ellas. Reparar es reconocer políticas de la memoria, cuando decimos memoria, verdad y justicia, se tiene que aplicar con las travas. Hay un trabajo de archivo increíble como el archivo de la memoria trans, pero que se reconozca y se repare. No podemos esperar a que se mueran todas. Acá hay algo concreto, están vivas y necesitan ser reparadas, eso tenemos que entender como sociedad, porque todas y todos, por acción u omisión, cooperamos para que esta realidad sea efectiva al momento de un genocidio”.
Debemos aprender de ellas que nos enseñaron sobre resistencia, que todos los días con su presencia dan cátedra sobre cómo enfrentar al régimen patriarcal, al cisexismo**, al binarismo de género, que desafía la avanzada de la derecha más peligrosa, esa que en nombre de la biología y la religión niega sus identidades. El daño ya está hecho, es momento de repararlo.
*Por Estefanía Santoro para Revista Cítrica. Fotos e ilustración: Juan Paz.
**“Sistema de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales vertebrado por el prejuicio de que las personas cis son mejores, más importantes y más auténticas que las personas trans”. Blas Radi en “¿Qué es el tokenismo cisexista?”.