COP26: con la guerra fría y la crisis energética debajo de la alfombra
Al tiempo que se debaten medidas contra el cambio climático, el precio de la energía alcanza niveles récord. Los costos de la transición y las responsabilidades globales.
Por Alejandra Loucau para ARG Medios
El pasado 31 de octubre, se inició formalmente en Glasgow (Escocia) la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La COP26, que reúne a 200 países y tendrá lugar hasta el próximo 12 de noviembre, tiene el objetivo de reforzar las metas internacionales para contrarrestar el calentamiento global y evitar un colapso ambiental generalizado e irreversible.
Mientras tanto, ¿qué sucede con la producción de carbón y por qué desapareció de la agenda mediática la crisis energética en curso? ¿Qué rol juega la competencia geopolítica entre potencias? ¿Cómo se reparten los costos de la transición energética y quién paga el precio? ARG Medios entrevistó a Ignacio Sabbatella, doctor en Ciencias Sociales, investigador y especialista en temas energéticos, para entender lo que pasa.
El carbón y la crisis energética
Uno de los propósitos más importantes de la COP26 radica en la necesidad de una drástica reducción de emisiones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero proveniente de la quema de combustibles fósiles. De ellos, el carbón aparece como el que provoca el mayor daño y su sustitución está entre los máximos objetivos ambientales.
“Dos siglos después de la Revolución Industrial, el carbón -más contaminante que el petróleo y el gas natural- sigue siendo una de las principales fuentes de energía a nivel global y la más utilizada para generación eléctrica. Los principales 10 emisores son grandes consumidores de carbón”, explica Ignacio Sabbatella. “China, Estados Unidos, India, Japón, Corea del Sur, Indonesia, consumen una gran cantidad de este mineral. La Unión Europea (UE), a pesar de liderar la transformación energética en pos de fuentes renovables, sigue siendo muy dependiente del carbón. Un ejemplo es Alemania que, con 20 años de política verde, sigue generando electricidad en base a un 30 por ciento de carbón”, agrega.
La crisis energética que atraviesa el mundo desde hace varias semanas, y cuyas dimensiones a mediano plazo parece no conocerse, ha desaparecido de los principales medios de comunicación. La escasez y la suba de precios en el petróleo y el gas, sumados a la reactivación económica post pandemia, intentan explicar por qué las principales potencias del mundo han decidido aumentar la producción de carbón. Todo esto, en simultáneo a la prédica por la “descarbonización” impulsada desde la COP26.
“Comenzó en Europa por una combinación de factores. Una menor generación de energía renovable, eólica, sobre todo; al parecer, los vientos no soplaron como se esperaba”, apuntó el especialista. Durante las semanas previas a la Cumbre Climática, Europa acusó a Rusia de estar detrás de las crisis atribuyéndole una supuesta manipulación de los precios del gas. Dimitri Peskov, el secretario de prensa del presidente ruso, respondió que los europeos “cometieron errores, calcularon mal. Apostaron por la energía eólica, pero el viento se acabó. No hubo viento durante varios meses. Confiaron en el mercado al contado y este se fue a donde era más caro”.
Sin pruebas sobre supuestas maniobras de parte de Moscú en los valores de la energía, sí se ha podido advertir un menor suministro de gas ruso, en relación a la cantidad esperada por Europa. Debido a la recuperación post pandemia, todas las potencias debieron recalcular sus reservas. “Rusia dijo que debía llenar sus propios sistemas de almacenamiento en primer lugar; lo cual se sumó a una menor generación eólica, al abandono de la energía nuclear en el caso alemán y al rebote económico. La combinación de una demanda en ascenso y una oferta en descenso provocó esa primera crisis en Europa”, indica Sabbatella.
Son conocidas las disputas geopolíticas entre las potencias occidentales y Rusia por el abastecimiento energético de Europa. Estados Unidos presionó durante varios años a Alemania con el fin de boicotear el estratégico Nord Stream 2, el gasoducto de 1.200 kilómetros que conecta el Ártico ruso con Alemania, a través del Mar Báltico. Pero Washington no tuvo éxito. En julio de este año, Joe Biden acordó con Vladimir Putin y Angela Merkel poner fin al pleito y dejar de oponerse al proyecto, aunque no matizó sus verdaderas intenciones: “Limitar las capacidades de exportación rusas en el sector energético”, así lo indicó la subsecretaria de Estado norteamericana, Victoria Nuland.
Si bien se desconoce qué tanto pudo influir el rechazo occidental al gas ruso en la presente crisis energética, la rivalidad entre potencias es un hecho que tiende a influir en cada aspecto global. “Hay un tema geopolítico de fondo. Buena parte de la Unión Europea ve con recelo el poder del gas ruso, un arma en términos de relaciones internacionales y diplomacia energética”, señala Sabbatella. “Además, desde la época de Trump y antes de la pandemia, había un juego de Estados Unidos para instalarse como proveedor de gas natural licuado (GNL) a la Unión Europea, en base a sus recursos no convencionales de shale gas transportado por vía marítima. Incluso Trump llegó a decir ‘queremos exportar libertad’ y eso era un claro mensaje sobre sacar a ‘la tiranía rusa’ de suelo europeo. Pero pasó la pandemia, terminó la presidencia de Trump y la producción no convencional de Estados Unidos cayó abruptamente, sin vistas de recuperación a corto plazo. Queda pendiente saber si Estados Unidos se convertirá finalmente en un gran productor de GNL”, analiza el especialista.
Pero Rusia y Europa explican solo una parte. “La crisis energética llegó casi en simultáneo a China e India, y eso tiene que ver con el repunte económico y con una oferta que no da abasto para cubrirla. Buena parte de los problemas estuvieron centrados en el suministro de carbón”, sintetiza Sabbatella.
Desde el punto de vista del impacto en los hogares, Europa se está viendo comprometida por los altos precios de la electricidad, con facturas que han llegado a niveles de carestía muy altos. Los más afectados por estas subas son los eslabones débiles del bloque, como España, Italia y Portugal, condenados a la austeridad anti subsidios impuesta por Alemania hace más de una década. “Y eso que todavía no llega el invierno”, remarca el investigador del CONICET, apuntando a la necesidad de que esta crisis se resuelva pronto.
Los costos y quién los paga
Así como sucede con la escasez de combustible fósil y el alza en la producción del carbón, la suba en los precios de la energía influye a la hora de cumplir los compromisos climáticos, pero lo que prima es la incertidumbre. “La coyuntura es más difícil de prever que el largo plazo -remarca Sabbatella-. Hay una tensión de fondo que tiene que ver con un objetivo de descarbonización que lo imponen la crisis climática y los acuerdos internacionales. Los países que restaban acordar emisiones netas cero lo están haciendo, pero hay que ver cuán rápido llega cada uno de los países a traducir esas promesas en hechos reales sin que los costos de la energía aumenten. La crisis coyuntural aplazó las metas de hecho, pero los compromisos están”.
“La energía fósil es más barata que la renovable, al menos hoy en día. El aumento acelerado de energía verde eleva el costo de la electricidad en cualquier sistema, entonces el ritmo en el que un país incorpore renovables en reemplazo de fósiles va a determinar los costos. El problema es quién los paga”, destaca Sabbatella. En Francia, Macron decidió que el denominado impuesto al carbono terminara siendo una carga para el usuario final y esa decisión política fue una de las que más rechazo social generó. Los Chalecos Amarillos reclamaron largamente en contra de esta política. Esto es una muestra de que la transición energética conlleva a tensiones sociales. Otra es la realidad de los países subdesarrollados que intentan ver de qué manera pueden amoldarse a esa transición, con niveles de deuda muy altos y una gran cantidad de pobres. “Evidentemente, para ellos esa transición va a ser mucho más lenta de lo esperado o de lo que uno quisiera”.
El escenario actual es delicado. Los países necesitan hacer girar sus matrices energéticas hacia fuentes limpias sin descuidar su seguridad energética (suministro fiable de energía a precios razonables). Las tensiones existentes, tanto estructurales como de coyuntura, no van a desaparecer, más bien, todo lo contrario. Sabbatella indica que, en el contexto actual, “conjugar la descarbonización con la seguridad energética se volvió un problema, porque para garantizar esta última, las potencias están recurriendo a los combustibles fósiles. Y esta tensión no se va a resolver en el corto plazo, va estar latente durante los próximos años”.
Los intereses geopolíticos
La ausencia de los mandatarios de China y Rusia a la reunión de la COP26 generó múltiples especulaciones. Los medios occidentales inmediatamente tradujeron este hecho en una falta de compromiso de estos con la agenda climática. Pero la realidad es más compleja, ya que hay múltiples elementos que atraviesan actualmente las relaciones entre países. Si bien ambos gobiernos vienen cumpliendo sus compromisos ambientales en una medida no muy diferente a la de sus pares occidentales, temas como los parámetros que rigen la medición del carbono o los mismos conflictos geopolíticos que transcurren paralelamente a la Cumbre Climática, terminan moldeando la predisposición de los líderes hacia los espacios multilaterales.
En el marco de la Cumbre del G20 que antecedió a la reunión de Glasgow, Putin propuso la implementación de “una clasificación internacional de los proyectos medioambientales en función de la medida en que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero por cada dólar invertido” e insistió en que las normas establecidas por las autoridades ambientales deben ser “justas, uniformes y transparentes”. El tono ciertamente crítico del presidente ruso tiene que ver con variables que son poco cuestionadas públicamente, pero merecen una extensa reflexión.
La medición de contaminación por emisión de dióxido de carbono se realiza en base a cifras anuales y por país fronteras adentro. El primer criterio no contempla el factor histórico, lo cual perjudica a las nuevas potencias no occidentales. Países como Estados Unidos y la Unión Europea vienen contaminando la atmósfera terrestre desde 1850, y este elemento ha sido fundamental en su desarrollo industrial y su lugar como potencias mundiales. China e India, por su parte, son países mega-contaminantes en la actualidad, pero su registro histórico de emisiones no sobrepasa los 30 años. En el teatro internacional de competencia geopolítica, este tipo de variables son utilizadas como armas, máxime teniendo en cuenta que las potencias occidentales, en una posición de franca decadencia, utilizarán todo lo que tengan a su alcance para frenar la expansión industrial asiática, sobre todo, china. Es justamente allí donde se evidencia la jerarquía limitada que en realidad tiene la agenda climática en relación a las ambiciones por parte de los países que pugnan por el podio mundial.
“Las potencias asiáticas han expresado públicamente sus pretensiones de que se estos elementos se tengan en cuenta. India lo dijo más claramente en su momento: ‘Ustedes (las potencias occidentales) nos quieren imponer a nosotros un techo muy bajo cuando ustedes son los responsables en términos históricos’”, apunta Sabbatella. Debido a estas diferencias, es que cada país estableció sus propias metas de descarbonización de cara al Acuerdo de París de 2015. El “acuerdo de diferencias”, que implica el consenso climático actual, es verdaderamente frágil.
El segundo criterio para la medición de gases de efecto invernadero considera la contaminación que genera un país dentro de sus propias fronteras, es decir, evita tener en cuenta la responsabilidad ambiental de las potencias en el extranjero. Por ejemplo: la enorme cantidad de gases de efecto invernadero que emite Brasil lo pone entre los 10 países más contaminantes del mundo, sin embargo, esto no se explica por los combustibles fósiles, sino por la deforestación y la ganadería intensiva. No sólo los políticos y empresarios nacionales tienen responsabilidad por esta destrucción ambiental, sino también las multinacionales (como Blackrock en la deforestación del Amazonas) y los países que las representan.
Sabbatella opina que Rusia se muestra más reticente a los parámetros de la Cumbre Climática que China. Este último “es un importante inversor en energías renovables y es el gran innovador de los últimos años en esta materia. La caída en los costos de las energías eólica y solar, registrada en los últimos años, tiene que ver con la producción china. Es un país con números abrumadores, tanto en términos de consumo de carbón como de inversión en energías renovables. Esto hace que la política china no se pueda analizar unilateralmente”, destaca.
Como las tendencias geopolíticas lo indican, la impronta verde de China crea un problema de competencia para las potencias occidentales. “Uno de los principales objetivos que Biden expresó cuando asumió fue el relanzamiento de Estados Unidos como peso pesado en tecnologías renovables para hacerle frente a China, así se reintroduce en la agenda de cambio climático”, agrega Sabbatella.
Resulta innegable la influencia que ejerce la rivalidad creciente entre las distintas potencias por la hegemonía mundial en la agenda para contrarrestar el calentamiento global. La injusticia y la falta de equidad constituyen las principales limitaciones para una necesaria acción conjunta que evite colapsos ambientales en el corto y mediano plazo.
*Por Alejandra Loucau para ARG Medios / Foto de portada: Andy Buchanan – AFP