Tacos altos, la búsqueda de identidades

Tacos altos, la búsqueda de identidades
13 octubre, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Tacos altos es una novela del escritor Federico Jeanmaire, publicada en 2016. La protagonista principal es Su Nuam, una adolescente china, crecida en Argentina, que, tras la muerte de su padre en un incendio en un supermercado chino en Buenos Aires, debe lidiar con el duelo de su pérdida y con su paso a la adultez. A través de una suerte de diario personal que va escribiendo día a día Su Nuam, nos enteramos del regreso a su tierra natal, el encuentro con sus seres queridos y un nuevo viaje hacia la Argentina atraída por un particular pedido de su abuelo.

Tacos altos de Federico Jeanmaire es una reflexión en primera persona sobre la complejidad del concepto de identidad y lo difícil que es crecer entre dos culturas tan distintas. 

federico-jeanmaire-tacos-altos“De cualquier manera, sospecho que hay un momento de la vida en el que cada hombre o cada mujer descubren quiénes son. Lo saben. De repente. Frente a una instancia crucial o frente a un hecho insignificante, da lo mismo. Mi padre lo sabe. Por supuesto que lo sabe. Estoy convencida de que lo sabe. Pero cuándo, en qué instante, eso en verdad no lo sé. Puede ser durante aquel larguísimo último día de calor en Glew o puede ocurrir muchísimos años antes. Yo, en cambio, todavía no sé quién soy. Y, por no saber, ni siquiera sé si es que ya me convierto en una mujer o aún me falta un poco de tiempo, como repite cada vez que tiene oportunidad mi abuelo paterno. Tampoco importa. Más tarde o más temprano termino por ser esa mujer que anuncia, como una cuestión más o menos inminente, mi abuelo paterno. Cuentan los ancianos que hasta algunas raíces de ginseng se convierten un buen día en mujeres, ¿por qué no lo voy a hacer yo, entonces?  Y enseguida después de convertirme en mujer, espero, descubro quién soy. Realmente quién soy.  Ahora, no me importa. Ni lo de ser mujer ni lo de saber quién soy. Ahora mismo, aunque me cueste el pasado y me cueste el futuro y, algunas veces, también los géneros y la diferencia entre el plural y el singular, lo único que pretendo es escribir en castellano, para no olvidar, acerca de la plaza de allá. La plaza de Glew. Un lugar horrible y sucio, la plaza de Glew. Tan horrible y tan sucio como la angosta calle de aquí en la que mi abuelo paterno, cada mañana, vende sus ranas y sus sapos y sus culebras. Es enorme. Casi un parque. Y está ubicada justo enfrente del supermercado de mi padre. Por eso, claro, el supermercado se llama La Plaza. Tiene muchos árboles. Distribuidos en hileras a lo largo de sus lados. Un montón. También hay más árboles en su interior, aunque no tantos. Sin embargo, no son lindos. O, al menos, no quedan lindos ahí donde están. Sucios, envejecidos, gastados. Parecen estar plantados allí por obligación. La típica obligación de un oscuro funcionario al que le encomiendan una determinada superficie de terreno para diseñar una plaza y supone que una plaza no es una verdadera plaza si no se desparraman unos cuantos árboles por ahí. Y bancos, por supuesto. El tipo también desparrama bancos. Para que la gente que habita en ese barrio, cerca de esa plaza, se siente en verano a la sombra de esos árboles”.

Tacos altos es una novela corta, apenas unas 166 páginas, pero eso no le quita ambición, es, quizás, una de las más logradas del autor. Tiene una belleza y una solidez narrativa que ayudan al lector a disfrutar de una obra profunda que reflexiona sobre las identidades.

Federico Jeanmaire nos transporta entre dos escenarios: Suzhou y Glew. El primero es chino y allí está la casa de los abuelos de Su Nuam. El segundo es argentino, cerca de Buenos Aires, allí vivió la protagonista. Y ahí también, su padre tuvo un supermercado en el que una noche hubo un incendio y la historia cambió para siempre. 

“Vivo algo que no espero vivir. ¿Eso es la vida, finalmente? ¿Vivir lo inesperado, lo nunca soñado? Estoy sentada en un avión que se dirige hacia Londres y, cuando llegue allí, hay un segundo avión que me va a llevar a Buenos Aires. Estoy muy cómoda. Viajo en primera clase, no en turista como siempre antes. Mi abuelo paterno duerme en el asiento de al lado. Muy tranquilo. En paz con sus deseos de visitar la tumba de mi padre. Yo no. Ni estoy tranquila ni estoy en paz con mis propios deseos. Hace unos cuantos días que no escribo en el cuaderno. Primero tengo la entrevista y luego el estudio de innumerables papeles repletos de palabras técnicas que tengo que pensar cómo traducir cuando llegue el momento de hacerlo. Mucho estudio. Mucha preparación para lo que viene. Pero ya está. Estoy lista para lo que sea. Y con más de veinte horas por delante arriba del avión y del próximo. Necesito volver al cuaderno. Volver a mí, en algún sentido, y olvidarme de los deseos ajenos: los de Lin An Bo y los de señores que me contratan. Releo y descubro que aquel domingo me duermo justo antes de terminar de escribir todo lo que quiero escribir acerca de mi padre y de los cuentos que me hace en el pasado acerca de viejos emperadores chinos. O acerca de las posibilidades que tiene la vida de ser después de la muerte. La vida del emperador Qin Shi Huang. Y la de Lin Jang Xian, también, se me ocurre ahora. Los comentarios posteriores de la policía y de las clientas difieren, sobre todo, en cuanto a si Lin Jang Xian no tiene escapatoria en el momento de comenzar el incendio o si, por el contrario, mi padre decide por su propia cuenta morir entre las llamas que arrasan el supermercado. Una suerte de suicidio, dice la policía. Un cruel asesinato, según las vecinas. Las botellas repletas de nafta se suceden: en total son más de cinco. Nos cuenta, a mi madre y a mí, un día más tarde el comisario. Seguro más de cinco, afirma. Caen hacia un lado y hacia el otro de donde está parado mi padre con su pistola en la mano. Sin embargo, reflexiona en voz alta el mismo comisario, nada le cuesta a mi padre abrir el enrejado y correr hacia la calle. Nada, repite. Hay una inquebrantable decisión, según él, de quedarse dentro y morir entre las llamas. En resumen, prefiere que esos tipos no le roben a continuar con vida; lo demuestra, también, el hecho de que elija utilizar el tiempo para disparar varias veces en dirección a la plaza y no para abrir el enrejado.  Las señoras, en cambio, están convencidas de que mi padre no puede salir. El tiempo no le alcanza para abrir con algún éxito los tres gruesos candados con cadenas que clausuran el enrejado. No puede por más que quiera. No tiene tiempo: el local se incendia en pocos segundos y necesita minutos para abrir tantos candados.  No hay manera de que corra y salve su vida, aseguran las señoras. En aquel momento, yo no pienso nada al respecto. Hoy, sí. Hoy creo que no existen solamente blancos y negros. También hay colores. Y me inclino por algún matiz del rojo. O del azul”. 

En Tacos altos de Federico Jeanmaire, el bien y el mal no están delimitados y comparten una frontera difusa. Es una historia de iniciación, del paso de la infancia a la vida adulta; y también una novela que trabaja sobre las identidades y las heridas que produce el choque cultural en las personas.  

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Sobre el autor 

Federico Jeanmaire (Baradero, Argentina, 1957) es licenciado en Letras, profesor universitario y especialista en El Quijote. Ha escrito numerosas obras, algunas de las cuales lo llevaron a obtener los premios literarios más importantes de su país, como el Rojas, el Emecé y el Clarín. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Federico Jeanmaire, literatura, Novelas para leer

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