El Sonámbulo, una herida latinoamericana 

El Sonámbulo, una herida latinoamericana 
27 octubre, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

El Sonámbulo es una novela de Augusto Roa Bastos publicada primero en italiano (1976), luego en portugués (1977) y finalmente en español (1984). El libro relata en primera persona la historia de vida de Silvestre Carmona, personaje histórico de Paraguay y uno de los oficiales de Francisco Solano López. Hay un recorrido desde la infancia hasta su participación en la guerra y el final en Cerro-Corá.  

Augusto Roa Bastos desarrolló una novela que tiene una arquitectura compleja y atrapante: nos introduce en la misma a través de una “nota del compilador”, en donde explica que encontró el manuscrito en los archivos de la Fiscalía General del Estado, mientras trabajaba de periodista a principios de 1947. 

El sonámbulo tiene la particularidad de estar intervenida con paratextos: el Fiscal, ferviente enemigo de Solano López, es el destinatario de ese relato de Carmona y este hace comentarios en cursiva en el margen del texto de manera burlona. Todos los datos nos dan a entender que el Fiscal no es otro que Cecilio Báez, uno de los intelectuales más importantes del liberalismo y principal artífice de la teoría del cretinismo secular del pueblo paraguayo.  

augusto-roa-bastos“Declaro bajo juramento que digo como verdad lo que escribo en este testimonio. Voy a revelar como verdad un secreto que concierne a un momento crucial de nuestra nación herida de muerte en el calvario de Cerro Corá, el 1° de marzo de 1870. Se preguntará usted por qué he tardado tanto tiempo en hacerlo. ¿Puede el que sueña una pesadilla contarla sin estar despierto? ¿Lo estoy ahora? Es posible, señor. Conocemos las cosas en los sueños; las ignoramos en la realidad. Pero también las obsesiones envejecen, se descaman. La culpa dura siempre más que el remordimiento. Y por fin, ahora, la tenaz parálisis de mi voluntad, de mis huesos ha ido cediendo en un lento deshielo. Me ha costado retomar el hábito de escribir. Muy torpe aprendizaje es el que precede en poco tiempo a la inmovilidad definitiva. Uno olvida las palabras y lo que realmente quieren significar. Para peor, los cabos de lápices y la carbonilla que se consiguen en estos lugares, no ayudan a precisar los rasgos. Debo comenzar por el principio. Nací en la villa de San Pedro, el 20 de septiembre de 1840, el mismo día, mes y año en que murió el Dictador Perpetuo José Gaspar Rodríguez de Francia. Esta coincidencia tan al azar afligió mi niñez con las bromas que sacaban de ella mis siete hermanos varones –el menor era yo- para divertirse a mi costa; sobre todo mi padre, hombre en extremo festivo y ocurrente pese a ciertos infortunios de su vida, pese a su nombre parecido a un conjuro de desgracias: De las Llagas Carmona; nombre que con el tiempo se redujo a don Llagas o don Carmona.     –Silvestre será el sucesor del Finado –decía a menudo-. ¡Mírenlo ahí con los ojos revueltos hacia adentro calculando cómo levantar su Reino del Terror! Mi padre no guardaba buena memoria, justo es decirlo, del Supremo Dictador. Por cuestión de un escrito donde aparecía la omisión de una fórmula pesada y servil a que se mandaban sujetar en aquel entonces solicitudes, lo mandó a poner preso. Al cabo de un año, lo dejó en libertad a costa de la confiscación de parte de sus propiedades, que distribuyó entre otros pobladores más necesitados que él. En rueda de parientes o de amigos solía reclamar escenas espeluznantes de aquellas mazmorras; el tono risueño las volvía más siniestras. Contaba que una vez por un tragaluz había visto pasar al Supremo; como de costumbre me señaló a mí: -¡Un hombre del tamaño de esa criatura! Un pucho de nada, más seco que una momia, montado en un inmenso cebruno que lo enchiquecía más todavía. ¡Y tanto mando y poder hombreaba ese hollejo arrugado! No; si está escrito: Silvestre va a ser el sucesor del Finado; apenas que se muera Don Carlos.  Las risotadas de mi padre me arrancaban de las pálidas ensoñaciones en que yo solía caer. Conteniendo las ansias de llanto, me refugiaba en los lugares más oscuros de la casa. Mi madre le reprochaba: -¡Por Dios, De las Llagas, no le digas más a Silvestre esas cosas que pueden resabiar su alma!  –No quiero un hijo fantasmático, Graciliana. Quiero que sea como los otros”. 

El sonámbulo pertenece a los escritos de Augusto Roa Bastos sobre la Guerra de la Triple Alianza, de la Triple Infamia, como le gustaba nombrarla a él. 

El narrador de la historia tiene todas las aristas de un antihéroe: Silvestre Carmona, El sonámbulo, estuvo hasta el final trágico de Cerro-Corá, después de recorrer toda la tragedia de la guerra. Herido, solo y capturado, fue convertido en paria durante la posguerra; y debe enfrentar el juicio contra Francisco Solano López y el Fiscal.  

“No abrumaré, señor Fiscal General, con la crónica de esa contienda, la más cruenta y salvaje de nuestro continente. Usted mismo la ha hecho en su libro, entre la multitud de plumíferos de toda laya que se ocuparon de ella, más que para explicarla, para inclinarla al arbitrio de sus caprichos e intereses de partido. Las únicas historias dignas de crédito son las relatadas por los que participaron en ellas. A veces, una sola frase, una acción privada, un hecho oculto, son más significativos que los más espectaculares. Desde el comienzo de las acciones milité bajo las órdenes directas de nuestro Mariscal Presidente; primero en la ayudantía de su cuartel general; luego, en los campos de batalla, desde soldado raso a coronel.  Debo reconocer que en los primeros tiempos viví una situación extraña y absurda que me hacía sufrir mucho más que las penurias y sacrificios de la campaña: una mitad de mí combatía con el espíritu de lealtad, la exaltación y el fanatismo que nos poseían a todos; la otra mitad se replegaba y resistía en la duda, en una sutil abstinencia. Sentía por decirlo así, desmoronarse el terreno bajo mi pensamiento.  La larga ausencia, pensé, las ideas sobre los conceptos de libertad e independencia individual que bebí en la Inglaterra victoriana, pudieron haber producido en mí esta dolorosa fractura. <<Tienes el alma doble>>, me había dicho el Mariscal en nuestro primer encuentro. Solano López, creyendo ciegamente en la justicia de su causa, decidió caer como el rayo sobre la coalición de tres naciones que firmaron el tratado de la Triple Alianza. <<Mi mano de hierro –proclamó- no está al extremo de mi brazo, sino que se relaciona directamente con mi cabeza>>. Sin mover un solo dedo, fuerte por su actitud moral y su potencia material, Francisco Solano López pudo haber inmovilizado al Imperio del Brasil, obligándolo a capitular, lo mismo que a Buenos Aires. Su triunfo habría cambiado el curso y la fisonomía de la historia americana”.

El Sonámbulo de Augusto Roa Bastos es una novela corta que, en su momento (sin este nombre), acompañaba un libro de reproducciones de Cándido López. Recién en 2009, en Paraguay, comienza a editarse como texto autónomo. En nuestro país, a través de Caballo Negro Editora, fue publicada en 2020 con un fragmento de “Canchita Sport-Novillo” de Enrique Collar como arte de tapa. En El Sonámbulo todo gira alrededor de la vida de Silvestre Carmona, ex coronel y sobreviviente de la Guerra Grande; que da su testimonio, muchos años después, ya viejo, ante el Fiscal General y nos revela un gran secreto.

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Sobre el autor 

Augusto José Antonio Roa Bastos (Asunción, Paraguay, 1917 – 2005). Aunque sus primeros pasos en la literatura fueron a través de la poesía, es considerado el narrador más importante en la historia de su país. En 1953, exiliado en Buenos Aires, publica su primer libro de cuentos, El trueno entre las hojas, mientras para mantenerse realiza trabajos de toda índole. En 1958, inicia su fructífera labor como guionista de cine, a la vez que comienza la mejor etapa de su trayectoria literaria, con la publicación, en 1960, de la novela Hijo de hombre y que con Yo el supremo (1974), su obra maestra, lo ubica en un lugar excepcional dentro de lo que se conoce como el boom latinoamericano primero (a pesar de su reticencia) y de la novelística mundial después. En 1976, como consecuencia del golpe militar, se exilia en París, desde donde regresaría a su Paraguay natal recién a partir de 1989, año en que fue distinguido con el Premio Cervantes, para instalarse definitivamente allí en 1996.

Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Augusto Roa Bastos, literatura, Novelas para leer

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