Debemos tener tanta conciencia de clase como la derecha

Debemos tener tanta conciencia de clase como la derecha
25 octubre, 2021 por Redacción La tinta

La Convención Constitucional de Chile promete cambiar el equilibrio de poder en una sociedad presa de los dogmas neoliberales desde hace tiempo. Pero como dice la diputada comunista Camila Vallejo, la derecha chilena no se detendrá ante nada para defender sus intereses de clase.

Por Octavio García Soto para JACOBIN

Cuando en 2012 Camila Vallejo anunció que se postularía al Congreso de Chile por el Partido Comunista, la acusaron de venderse al sistema. El año anterior se había convertido en uno de los rostros más visibles de las protestas estudiantiles por educación gratuita y de calidad, cuando era presidenta de la FECH (Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile) y vocera de la CONFECH (Confederación de Estudiantes de Chile).

La atención mediática en torno a ella era internacional y los lectores de The Guardian incluso la eligieron como la persona del año. Pero, para muchos, entrar al Congreso era traicionar esa voz antisistema que levantó durante las protestas. La democracia había vuelto veinte años antes, pero la miseria neoliberal de la dictadura de Pinochet persistía. Para muchos chilenos, la política era el lugar en donde las promesas iban a morir, aunque estuviesen encarnadas en los campeones de la izquierda.

Hoy, Camila Vallejo está cerca de terminar su segundo período como diputada. En agosto anunció que no buscará un tercero. Las reacciones a esta noticia no tuvieron nada que ver con las del anuncio de 2012: una ola de apoyo en las redes sociales ahora lamentaba su partida del Congreso. Pero también es cierto que el trabajo legislativo de Camila Vallejo ha sido un esfuerzo cuesta arriba, no solo por la acérrima defensa al modelo neoliberal de la derecha, sino por la tozudez de una centroizquierda varada en la fallida política de la tercera vía.

Vallejo y otros parlamentarios/as comunistas han usado su plataforma para impulsar grandes cambios en Chile. Lucharon por reducir el horario laboral de 45 a 40 horas y llamaron a medidas de apoyo económico durante la pandemia, como el impuesto a los superricos y una renta universal básica. Antes de la elección de los miembros de la Convención Constituyente, producto de las protestas populares de octubre de 2019, Vallejo estuvo entre quienes buscaron la eliminación del quorum de dos tercios de la Convención Constitucional, una barrera no menor para cambios radicales, impuesta por los partidos de la vieja escuela.

A pesar de un gran apoyo popular, estas apuestas se encontraron con mucha oposición en el Congreso. Muchas de ellas no prosperaron, al menos no todavía. Otras prosperaron de otras maneras. Recientemente, la Convención Constituyente aprobó que las decisiones que no alcanzaran el quorum de dos tercios, pero que tuviesen más de un 60% de apoyo, se resolverán mediante plebiscitos dirimentes. Además, el proyecto de despenalización del aborto que impulsó fue recientemente aprobado en el Congreso y ahora se debatirá en el Senado.

Actualmente, Vallejo lidera el ala comunista de la coalición de izquierda tras la candidatura presidencial de Gabriel Boric. Parece una reunión de exalumnos: su contraparte del ala moderada, Giorgio Jackson, fue presidente de la FEUC (Federación de Estudiantes de la Universidad Católica) el mismo año que ella y el mismo Boric fue su sucesor en la presidencia de la FECH. La campaña, sin embargo, también está marcada por diferencias dentro de la izquierda sobre el tipo de cambio que es posible en un momento tan coyuntural para Chile, en el marco del proceso constituyente y las elecciones presidenciales.

Vallejo conversó con Octavio García Soto, de Jacobin, sobre su decisión de no reelegirse, su marxismo-feminismo y sus esperanzas en los chilenos y chilenas más jóvenes. 

—Diputada, usted ha dicho antes que hay que tener un pie en el gobierno y otro en la calle. ¿Qué significa estar en la calle?

—Significa que nuestra organización como un todo tenga presencia en las organizaciones sociales y en los distintos mundos que hoy día viven las consecuencias de un modelo discriminador, opresor e injusto. No entramos a disputar la institucionalidad como individuos aislados; entramos a disputarla con un programa, como una organización política y partidaria como el Partido Comunista, en alianza con otras fuerzas políticas y sociales.

Cuando hablamos de mantener un pie en el Congreso o en el gobierno y un pie en la calle, lo que decimos es que nuestro colectivo tiene que tener compañeros y compañeras presentes en la realidad del pueblo y que nuestro trabajo, también en mi caso desde el Congreso Nacional, no puede estar enclaustrado entre cuatro paredes, de lunes a domingo. Nuestro colectivo tiene que dedicarle gran parte a la conversación con las organizaciones sociales, al trabajo en conjunto, a escuchar las inquietudes y las opiniones de nuestro pueblo de manera permanente y también poder canalizar esa inquietud a través de la disputa y el quehacer legislativo.

Es algo evidente: cuando uno pierde esa patita en la calle, cuando uno deja de escuchar y de trabajar con organizaciones sociales, empieza a ser un mero reproductor de la políticas neoliberales y de un Estado que representa más los intereses de una clase minoritaria que los de las grandes mayorías.

—¿Por qué no va a reelegirse?

Porque somos una fuerza política que tiene grandes luchadores y luchadoras sociales que están peleando en distintas trincheras. Creo en la importancia de que vayamos abriendo espacio al Congreso a más compañeros y compañeras. Para mí, además, es importante seguir aprendiendo y desarrollándome en otros espacios de formación y entrega política; no me veía cuatro años más en el Congreso Nacional. Pero no es un tema netamente personal.

No es posible reducir las posibilidades de cambio solo al Congreso. Hay muchas posibilidades de cambio cuando hay una buena correlación de fuerzas, sin lugar a dudas, pero no es la única. Somos una fuerza siempre viva; el partido no recae solo en las figuras más conocidas. Hay muchos otros compañeros y compañeras que también deberían estar ahí y aprender lo que significa la lucha en ese espacio, porque ahí se develan grandes contradicciones de clase. En el caso mío en particular, será otra compañera de las Juventudes Comunistas (Daniela Serrano), que tiene un historial de lucha específica, del mundo estudiantil también.

—A diferencia de otros líderes estudiantiles, como Gabriel Boric y Giorgio Jackson, quienes se desligaron al inicio de partidos tradicionales, usted militó siempre en el Partido Comunista. ¿Cuál es su historia con el partido?

—Empecé a militar en 2007, antes del movimiento estudiantil de 2011. Para mí, las Juventudes Comunistas fueron la escuela donde forjé mis principales convicciones. Yo entré al movimiento estudiantil y me tocó en gran parte hacer vocería y tratar de representar el movimiento estudiantil, ya con las convicciones que me dio mi militancia política. No iba a abandonar esas convicciones para entrar al Congreso.

—¿Tenía alguna conexión familiar de antemano?

—Mi núcleo familiar más directo era comunista, pero ellos me formaron más bien en valores de solidaridad más que de militancia política. Yo decidí militar por la experiencia que me tocó vivir en la Universidad de Chile. Busqué un espacio porque tenía la seguridad y el deseo de no entrar a la universidad solo a estudiar: quería contribuir a algún cambio en la línea de democracia, justicia y mayor igualdad. Las JJCC fue la organización que más me convocó y que encontré más seria y responsable, producto de la historia y las propuestas que tenía.

—Ser de izquierda implica aceptar duras verdades: la desigualdad económica, el cambio climático, el patriarcado… Como alguien que va a ser papá en pocos meses, le pregunto: ¿cómo se las arregla para hablarle a su hija de esto cuando ella le hace preguntas difíciles?

—Es increíble cómo los niños y niñas de hoy están mucho más despiertos. Tienen una inteligencia que conmueve, que sorprende, y son capaces de entender y procesar. Mi hija sabe lo que hago. No sé si idealiza mucho lo que hago o no, eso lo podremos conversar más adelante, cómo me veía ella exactamente cuando chica. Por el momento, ella entiende que hay cosas que cambiar, que hay personas que pasan hambre. Los niños de ahora son muy cuidadores y cuidadoras de los animales, hasta de los insectos; interpelan mucho a los adultos por la protección del medio ambiente. Yo lo que hago es conversar con ella, tratar no de hablarle desde una mirada adultocentrista, sino muy de igual a igual, aunque con palabras más sencillas, para explicarle por qué tenemos los problemas en relación al medio ambiente, por qué existe este agotamiento de nuestros recursos naturales y nuestra agua. 

Hablo de personas: que hay personas que explotan fuertemente los recursos naturales (por ejemplo, los bosques) y después venden la madera, y que el dinero que consiguen con esa venta principalmente queda en manos de unos pocos y no de todos y todas que trabajan en esa explotación. Entonces tenemos —le explico— una forma de organizar la sociedad que lamentablemente genera que algunos se vean más beneficiados por cortar árboles, sacar cobre y minerales de nuestro país. No solo la mayoría de las personas salen perjudicadas, sino que también el medio ambiente. Y lo entiende perfecto… se queda pensando, reflexionando y hace más y más preguntas.

—Usted ha dicho que tiene más sintonías con el Frente Amplio que con la Concertación. ¿Cuál es la diferencia en modos de trabajo?

Obviamente tenemos más códigos en común con el Frente Amplio. Somos una generación que se fogueó en la lucha social de los últimos años —bueno, de la última década (ríe)—. Pero lo más importante es el proyecto: si bien el Frente Amplio es una coalición bastante nueva, al calor de los momentos políticos que nos ha tocado enfrentar, ha ido pudiendo consolidar un proyecto cada vez más claro de superación del neoliberalismo.

Tenemos grandes coincidencias programáticas y también voluntad real de empujar esas transformaciones. Yo creo que lo que pasaba con la Concertación era que muchos de sus representantes llevaban más de 20, 30 o 40 años en la política institucional y fueron demostrando por la vía de los hechos que tenían intereses más cercanos al modelo actual que a la superación de este. Esto no pasa con el Frente Amplio; podemos tener algunas diferencias teóricas o coyunturales, a veces, pero al final nos une la necesidad de empujar un proyecto de transformación de mediano y largo plazo.

—El proceso iniciado con las protestas del 18 de octubre de 2019 está cambiando el país en este momento, a través de la Convención Constituyente. ¿Por qué hablamos de «estallido social» y no de la «Revolución de Chile» o «Nuestra Revolución de Octubre»?

—Lo primero, las palabras construyen realidad y siempre se planteó, de una manera para mí errada, que lo que pasó el 18 de octubre era un estallido social. No fue un mero estallido, fue una revuelta social y popular, que vino a tratar de revolver y romper con el statu quo, con un profundo cuestionamiento a la institucionalidad democrática, con un profundo cuestionamiento a la política tradicional, con un fuerte cuestionamiento a un modelo de abuso. 

Además, no fue un estallido porque fue el resultado de un largo proceso de acumulación de organización y de lucha. No nace de la nada, hubo muchas movilizaciones y muchas pequeñas revueltas antes. No hablo solo del 2011, donde ya planteábamos claramente fisurar las bases del modelo neoliberal cuestionando el lucro en la educación, planteando una reforma tributaria, incluso ya planteábamos la necesidad de una nueva constitución desde 2006, 2005, 2001.

Lo segundo es que este malestar sí se canalizó institucionalmente, a través de un acuerdo que derivó en la convención constitucional, en un plebiscito para definir si se aprobaba o no una nueva constitución, y luego la creación de esta convención constitucional, que ya está en funcionamiento.

Yo creo que para que sea una revolución tenemos que ver cómo termina la propuesta de nueva constitución. No puedo hablar de un proceso revolucionario si es que no hay un cambio real y concreto en el carácter del Estado chileno. Si seguimos con algo similar a un Estado subsidiario, que no se hace cargo realmente de garantizar derechos sociales fundamentales y de crear una institucionalidad pensando principalmente en los intereses de las familias trabajadoras, con un nuevo modelo de desarrollo que ponga en el centro el valor del trabajo, que conviva en armonía con el medio ambiente, entonces no va a ser un proceso muy radical.

—La teoría revolucionaria se desarrolla en vivo, aprendiendo de los intentos anteriores y el contexto histórico en el que se hacen. ¿Qué ha aportado el movimiento feminista chileno?

—Creo que el movimiento feminista ha sido trascendental en el debate político, tanto en las calles como dentro de los hogares, en la Convención Constitucional, en el Congreso. Julieta Kirkwood (socióloga feminista chilena, 1936-1985) fue muy previsora de lo que iba a significar este debate, porque la revolución también es en la calle, en el hogar, en la cama. Nosotras ya no hablamos solo de superar el neoliberalismo o de cuestionar el capitalismo: hablamos también de un matrimonio que hay que romper, que es el del neoliberalismo con el patriarcado. El modelo neoliberal se basa y utiliza esta forma de dominación de género para poder generar procesos de acumulación también.

—Usted dijo que el feminismo es inherentemente anticapitalista…

—No sé si lo dije en esas palabras, pero tengo esa convicción. Yo soy marxista feminista y si el feminismo no tiene una perspectiva marxista, o si el feminismo no se plantea la superación del neoliberalismo, entonces creo que queda muy cojo. Va a quedar radicado solo en un feminismo liberal, que apunta casi exclusivamente a temas de paridad institucional y no un cambio en el modelo. Soy defensora de la paridad en todas las instituciones del Estado, pero si nos quedamos con eso y no nos cuestionamos el modelo de producción, el modelo de acumulación, la generación de riquezas, su distribución y el valor del trabajo que hoy día no es remunerado, entonces vamos a seguir propiciando un modelo de injusticia y desigualdad.

—En la CC, es claramente visible el forcejeo entre la búsqueda de justicia y la búsqueda de consensos con la derecha. La experiencia del golpe de Estado de 1973 demuestra lo que la derecha es capaz de hacer si se siente provocada. ¿No será más seguro a largo plazo la búsqueda de consensos?

—El consenso más importante es entre las grandes mayorías del pueblo chileno. Ese es el principal consenso por el cual hay que trabajar y el cual se requiere consolidar: una correlación de fuerzas del mundo social popular y de los sectores progresistas. Es muy fácil que la izquierda chilena muestre divisiones a partir de una coyuntura. La derecha chilena puede pelearse a muerte a través de los medios de comunicación, pero al momento de defender sus intereses económicos, se alinea rápidamente. Ellos tienen mucha más conciencia de clase, lamentablemente.

Yo creo que uno siempre puede dialogar; he estado en el Congreso ya ocho años y créeme que uno hace los intentos, pero hay quienes no van a ceder simplemente y esos que no quieren ceder se cuidan el bolsillo a morir. Imagínate: el presidente de la República, siendo uno de los principales millonarios del mundo, jamás quiso abrirse a un impuesto a los superricos, que era algo básico, simple, transitorio y muy mínimo. Aún así, privilegió sus intereses económicos y de clase antes que el bien común e ir en apoyo a las familias trabajadoras que lo estaban pasando muy mal en la pandemia.

Cuando ese sector político en Chile, que es minoritario, pero tiene mucho poder, te llama a consensos, es básicamente a blanquear las diferencias. En Chile, para lo único que la política de los consensos ha servido es para dejar todo igual, aparentar acuerdos y cambios, pero al final no cuestionar ni cambiar las bases estructurales de un modelo de profunda injusticia social.

—Muchas gracias, diputada. Suerte en la campaña y le deseo un buen descanso, si es que de verdad quiere descansar y no asumir un ministerio bajo Gabriel Boric.

—Jajaja. Va a ser difícil, pero sí, ojalá pudiera.

*Por Octavio García Soto para JACOBIN / Imagen de portada: Fernando Lavoz.

Palabras claves: Camila Vallejo, chile

Compartir: