Normalicemos hablar de la salud mental
Octubre es el mes dedicado a la “salud mental” y, por unos días, todo el mundo está hablando del tema. Aún persisten muchos mitos y prejuicios así como desigualdades, obstáculos y violencias en el derecho a la salud mental y el acceso a los servicios. La privatización de las emociones, del estrés, la depresión, la ansiedad se han incrementado en el contexto de pandemia. Son un clima de época, junto con la gobernanza del coaching y el privilegio de quien puede tratarlas.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
«Yo soy mi historia clínica./ ¿Dejé de ser mi historia, acaso?/ Es muy malo preguntarse tantas cosas/ que complican, además, el tratamiento./ Tengo sueños, pesadillas/ que a nadie se las cuento, por las dudas,/ no sea cosa, vayan a la historia clínica./ Pero si tengo insomnio, por ejemplo,/ esto es inocultable,/ y va derecho a la historia clínica./ Mi psiquiatra, entonces,/ regula las pastillas./ Duermo. Se anota en la historia clínica.
/ Doctor, estoy amando/ ¿Esto también irá a la historia clínica?».
Marisa Wagner, poeta, escritora y loca. Integrante del Frente de Artistas Externados del Borda.
El 10 de octubre fue el Día de la Salud Mental, establecido en 1995 por la Federación Mundial para la Salud Mental junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Resulta simbólico y llamativo que, hace tan solo 26 años, se consensuó destinar un día para darle relevancia a la salud mental y erradicar mitos y estigmas. Si es que esto de los días sirve efectivamente para algo. Este año, el lema es: “Salud mental para todos, hagámoslo realidad”. ¿Quién lo tiene que hacer realidad? ¿De qué manera? ¿De qué depende que tengamos mejores índices de salud mental o que tengamos acceso equitativo a tratamientos para la salud mental?
La salud mental es parte de la salud integral. En la herencia occidental, separamos lo mental de lo físico, disociación que ha marcado las formas de comprender los procesos y abordajes en torno a la salud o la enfermedad. Con más o menos conciencia, nos movemos en esa dualidad. No hay dudas de que la pandemia impactó en nuestra salud mental, pueden scrollear diversas notas que hablan sobre el aumento de trastornos, patologías, consultas, consumo de medicaciones, etc. Tampoco hay dudas de los obstáculos y desigualdades para acceder a servicios de salud mental. Hay barreras simbólicas y concretas en el acceso, hay abordajes discriminatorios en función de la clase, del género y la falta de respeto de los pronombres, son múltiples las vulneraciones que podríamos nombrar. Y también hay profesionales y espacios dándolo todo para cambiar las cosas.
En plena primera fase, decidí hacer una consulta con una psiquiatra, contra mis propios prejuicios. Llevo años sin poder dormir bien, una imposibilidad de desconectar la mente en loop. Probé tecitos, gotas, óleos, aceites, sahumos, música, app de meditación y cuanta cosa random se les ocurra. Entendí que era un límite para mi vida diurna, pero, sobre todo, para mi salud mental. Cuando lo comenté en algunos entornos, rápidamente aparecieron libretos que yo misma alguna vez había usado: “No será para tanto”, “Probaste con…”, “Es una trampa empezar a tomar pastillas, después no las dejás más y el sistema te domina”, y otros variopintos comentarios. Que al igual que los que te hacen sobre el cuerpo, son, de mínima, invasivos. Conversé, para hacer esta nota, con Sofía, mi psiquiatra. Tranqui, que no les voy a contar los pormenores de mi terapia.
En general, el linkeo con la psiquiatría está asociado a imágenes intencionalmente construidas de manicomios y de la locura. Si bien, en los últimos años, hay un laburo en desarmar esas ideas, los estigmas, mitos y prejuicios son muy persistentes y eficaces. Sofi se anticipa y me dice: “Los estigmas y los prejuicios no se van a acabar, son tan antiguos como la humanidad. La mirada que el otrx te devuelve, que puede ser escandalosa cuando decís que vas a la psiquiatra o que tomás pastillas, hay que interpelarla y confrontarla. Se opina sin saber qué te pasa. Lo que nos puede ayudar -que es lo más difícil- es no quedarnos prendidos con esa mirada del otrx y poder escuchar genuinamente qué nos pasa y buscar alguien que nos acompañe en ese malestar para elaborarlo”.
“-¿Cómo se convierte uno en un fotógrafo de locos?
-Mejor dime, cómo se convierte uno en una loca. (…)
Es principio de siglo en México, la idea de progreso instala el primer manicomio, que tiene 25 edificios, protegidos por altos muros y rejas de hierro, los locos y los castaños proyectan sus sombras sobre lugares apartados del tiempo. El manicomio es una ciudad de juguete”.
Ese fragmento es de Cristina Rivera Garza, de su libro “Nadie me verá llorar”. La investigadora y escritora mexicana realizó una cartografía con las narrativas de lxs dolientes desde el manicomio general La Castañeda en la Ciudad de México entre 1910-1930. Con un trabajo de archivo y doctoral, describe la locura y el manicomio -donde van quienes quedan afuera y en los márgenes de la revolución económica. La contracara del progreso y la puesta en marcha del capitalismo-. ¿Cuáles son los bordes de la razón?
En nuestro país, hay una tradición clase mediera, de mucho consumo de terapia analítica, un privilegio de clase y hasta casi un mandato o un credo. El acceso a la terapia psicoanalítica o psiquiátrica evidencia una desigualdad muy concreta y una falta de políticas públicas que implementen la Ley Nacional de Salud Mental.
“La Ley está muy bien y es un avance que se haya puesto sobre la mesa un debate sobre una política de salud mental, pero es una ley vacía y que requiere de múltiples intencionalidades reales y legítimas. Hay una doble cara en relación al discurso sobre la salud mental, incluso desde las políticas públicas, que suena muy amigable y muy pro derechos, pero que aún le falta muchísimo para concretar. Por ejemplo, se habló durante tanto tiempo de la desmanicomialización y no vemos cambios. No se trata de derribar muros en el sentido literal de la palabra, sino de un cambio de paradigma en las prácticas, porque se puede ser manicomial en un consultorio. Es una trampa pensar que cerrar los monovalente es la solución. La solución, más bien, es pensar una restructuración y que las prácticas dentro de las instituciones no sean perversas y sean dignas”, me dice Sofi y agrega que, en los últimos años, hay mayor visibilización y diálogo para decir que hacés terapia o estás en algún servicio de salud mental; hasta hace poco, era mucho más estigmatizante.
Naturalicemos estar mal
“Que otros sean lo normal”.
Susy Shock
La pandemia intensificó la gobernanza del coaching, me inquieta porque, aunque progre y crítica, un poco que la consumo, es como ese loop infernal de las redes y alguien que empáticamente te habla de lo fácil que es estar bien y ser feliz. Sofi me habla del malestar de la cultura, cita a Freud y me dice: “Estamos atravesadxs por ese malestar y por un sentir que debe ser exitista, hay un posicionamiento new age y muy positivista. ‘Tenes que salir para adelante’, sentir malestar es algo que tiene que pasar rápido, poquito y vamos a otra cosa; son características de época, todo pasa y nada tiene consistencia. Nadie está exento del malestar, cada quien lo vive, lo manifiesta y padece a su manera. Sufrimos y también estamos bien, el ser hablante sufre el trauma de la lengua, padece y tiene malestar. Nadie está exento del malestar en la cultura, es de afuera y de adentro, y tan singular como quien lo padece. El tema es cómo convivimos y elaboramos lo que nos pasa”.
Pienso en el afuera, en el mandato de la felicidad y en las cosas que no tienen consistencia, en la inmediatez de cómo nos vinculamos, en la fragilidad de las formas laborales, en los recovecos neoliberales para arrojarnos a la intemperie y a la incertidumbre, real y simbólicamente hablando. En 2009, en su libro Realismo capitalista, Mark Fisher escribió: “La pandemia de la angustia mental que aflige a nuestros tiempos no puede ser correctamente entendida, o curada, si es vista como un problema personal padecido por individuos dañados”. El realismo de la violencia estructural se intrinca en nuestra salud mental.
Le cuento que, en las redes y en los grupos de Whatsapp, hay un uso y referencia de memes y stickers al consumo de clonazepam o rivotril. Una generación millennial que corrimos los estigmas de la medicación, pero no dejo de pensar en los bordes de lo que se nos vuelve superficial, otra vez como signo epocal. ¿No corremos riesgo de usarlos como placebo y adormecernos o de volvernos dependientes?, le pregunto a Sofi.
“Hay algo del juicio en relación a la locura y a la medicación, yo escucho gente que dice: ‘No será mucho’, ‘Tengo miedo de volverme adicta’, personas que no pueden dejar de tomar alcohol cuando lo desean, y esto es así porque hay cuestiones que cultural y socialmente están aceptadas. Si tenés un malestar que te parece irrefrenable y no podés controlar, está bueno poder hablar con un profesional y, si es necesario, que te prescriba algo para que te alivie. No estamos de acuerdo con la automedicación, estamos hablando de una prescripción indicada y controlada por un profesional. La adicción no tiene que ver con el objeto -en este caso, la medicación-, sino con el uso que hace el sujeto. Puede ser clonazepam, cocaína, alcohol, una relación, etc. No es el objeto, sino el vínculo, el lazo que genera esa dependencia hacia un objeto o un otrx”, me explica.
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“Los ansiolíticos están más a la mano sin la necesidad de prescripción, el riesgo es la versión positivista de: ‘Me tomo algo, me duermo y, al otro día, me despierto y veo qué onda’. Eso es parte del adormecimiento que no lo hace solamente el rivotril, sino que también lo hacen una infinidad de productos culturales y audiovisuales que nos rodean y nos anestesian. La medicación recetada es una herramienta para calmar el malestar agudo, el síntoma para posibilitar el análisis y el inicio de un proceso terapéutico que ayude a atravesar el malestar”, advierte Sofi, y siento que sus palabras me calman y me hacen pensar que estamos siempre a tiempo del despertar de la conciencia. A no dormir, chiques.
“Beware of those who say we are the beautiful losers”.
Diane Di Prima, Pieces of Song
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: quetedenporculete.