Sandro

Sandro
8 septiembre, 2021 por Redacción La tinta

Por Fernando Bordón

1

La tía Adela siempre contaba que la primera vez que vio a Sandro fue cuando se estrenó la película “Muchacho” y que fue con la abuela Nora. También decía que la vio alrededor de ochenta y siete veces.

El comedor de su casa estaba lleno de posters de Sandro que ella había enmarcado, fotos en las que se lo veía de joven, con cigarrillos entre los dedos o tapas de discos. Las únicas imágenes diferentes en ese santuario eran un San Cayetano y una Virgen del Valle que parecían pequeñas ante la inmensidad del resto. Debajo de la videocasetera estaba repleto de VHS grabados con las apariciones de Sandro en la televisión. Videos que saltaban de un programa de Susana a un móvil de Crónica cubriendo el cumpleaños del ídolo. 

Cuando la tía se enteraba de que “el único”, como lo llamaba ella, iba a aparecer en algún programa, todo se detenía en la casa y en su vida, no había ningún acontecimiento social que superara a ese instante de ver a su ídolo. 

2

María Adela del Valle Silva Rojas era la mayor de cuatro hermanas, la más chica era mi mamá. A los 20 años se recibió de maestra normal y pasó toda su juventud ejerciendo la docencia en escuelas rurales. Fue la única soltera de las hermanas y la que mimaba a todos los sobrinos. A los 29 años comenzó su amor por Sandro.

Después de que murieron mis abuelos, mi tía comenzó a coquetear con “amigos” pero ninguno de ellos lograba superar a su idílico. La mayoría de los que conocimos eran como dobles del Gitano. Todos tenían cubana, patillas, labios gruesos, usaban la camisa desprendida hasta el tercer botón, dejando ver sus cadenitas de oro y siempre con aliento a caramelos media hora. 

Una mañana de sábado, ella estaba limpiando los adornos del comedor y me pidió que pusiera un cd de Sandro, yo tenía 13 o 14 años y comenzaba a interesarme más por la música. Mientras ponía el disco le dije que Sandro era una copia de Elvis y, sin mirarme, me pidió que subiera el volumen. Ahí fue cuando mi primo más grande, Omar, me agarró y me dijo “No seas pelotudo pendejo, es como si vinieras a decirme a mí que River es mejor que Boca”.

3

La tía solía ser una fructífera vendedora de Avon y con lo que ganaba de las ventas solía darse algunos gustos, como el Renault 12 cero kilómetro que se compró en el ‘93 y que casi no usaba. Al año siguiente, salió como una de las mejores vendedoras de su región y se ganó un viaje a Buenos Aires con todo pago para las vacaciones de invierno. Justo cuando Sandro hacia su temporada en el teatro Gran Rex, entonces los sobrinos, las hermanas y los cuñados decidimos hacer una vaquita y comprarle la entrada. 

Estuvo un mes preparando su viaje, programó la visita a todos los parientes para después del recital, antes no quería hacer nada más que esperar el show. Hasta fue a lo de doña Chela para que le hiciera una pollera y una blusa que estrenaría esa noche. Recuerdo que cuando yo la acompañé a buscar la ropa, doña Chela nos hizo pasar a su taller donde ya tenía todo preparado. 

Le entregó todo bien planchado y doblado en la misma bolsa (de Dalme) en la que le había llevado las telas y le dijo “va estar muy pituca Adela. Tenga cuidado, no vaya a ser cosa que lo conquiste al Sandro y se quede a vivir en Buenos Aires”. 

Mi tía se rió y se sonrojó como si ese comentario hubiese puesto en evidencia su deseo. Al otro día, a las siete de la tarde partieron para Buenos Aires junto a mí hermana Marcela.

El domingo siguiente, a su vuelta, como era la costumbre, toda la familia se juntó en su casa a comer. Ella siempre tenía listas las ensaladas y el cuñado que llegase primero arrancaba con el asado. La sobremesa fue para que mi tía contara con lujo de detalles el viaje y el recital. En cada gesto de su relato se notaba esa emoción y admiración, nada era pequeño en su narración, todo era grandilocuente. En algunas sobremesas de domingo suelo recordar esa siesta y la cara llena de ilusión y soledad de mi tía.        

4

Quince días antes de que Sandro se muera, la maldita genética se manifestó y, como a mi abuela, a la tía Adela le dio un derrame que la llevó a un estado de incertidumbre. Recuerdo que llenamos las paredes de su habitación con los posters. Cada sobrino tenía un compilado de Sandro en su celular o mp3, y se los poníamos a ella con auriculares. En el mío predominaban las canciones de Sandro y los de Fuego y las de su primera etapa solista. Esos fueron los días en los que más escuché su música. 

Después de diez días de internación, el doctor Leiva llamó a mis tías y a mi mamá y sin dar muchas vueltas les dijo que el caso de la tía era irreversible y que nos preparáramos para lo peor. 

Una tarde en la vereda de la clínica, Omar, el más mimado de la tía, nos reunió a todos los primos y con los ojos llenos de lágrimas nos dijo “tenemos que traer a Sandro”. 

Todos nos miramos y casi a coro le dijimos “pero se murió hace 4 días” y él respondió “traigamos a un imitador, a un doble, al esposo de Adriana Aguirre, no sé, pero alguien le tiene que cantar Como te diré”. Con mi hermana encontramos en Google la página del que se hacía llamar el “auténtico doble de Sandro”. 

Nos reunimos en la casa de mis abuelos y Omar lo llamó y puso el altavoz para que todos escucháramos. Con ese tono canchero que tienen los porteños, Juan Carlos Rattazi nos decía saturando el parlante por la impostación de su voz: “Justo tengo libre el fin de semana que viene, mandame el pasaje  para el viernes a la madrugada (¡coche-cama, eh!), mi cachet es de $ 1000 y ustedes cubren todos los gastos. ¡Ah! Y no tengo problema de hospedarme en la casa de alguno de ustedes”. 

Mi primo le respondió que no había ningún problema por la plata, ni los pasajes, que la única condición era que tenía que cantarle “Como te diré”, que era la preferida de la tía. “Bueno dejame que la repase porque no es de las que me piden más seguido, se ve que es muy fanática la señora”.    

Como toda tarde de enero el calor era insoportable, el colectivo estaba anunciado para las 17:05 pero llegó 10 minutos más tarde. Vimos bajar a los pasajeros y no ubicábamos a Rattazi, nos quedamos parados frente al colectivo viendo cómo retiraban sus bolsos de la bodega. De repente, un hombre de baja estatura, prominente panza, pelado y con cubana se nos paró adelante y nos preguntó “¿alguno de ustedes es Omar?”. “Si, yo”, le dijo mi primo y él respondió, “Juan Carlos Rattazi, mucho gusto”.

Era muy distinto al que habíamos visto en los videos de Youtube, ahora era un señor de camisa de vestir mangas cortas, bermudas y mocasines sin medias. Era Juan Carlos y no el doble que en los videos cantaba “Penumbras” con un tono exagerado y vestido de smoking. Su equipaje era sólo un bolso Adidas chico, una funda de traje y un radiograbador. Me ofrecí a ayudarlo y únicamente me dio el bolso.   

Pasamos por la casa de mi primo para que Ratazzi se bañara y cambiara. Cuando salió de la pieza ya no era Juan Carlos, era Sandro. Tenía pelo, anillos, un smoking negro, camisa blanca y moño rojo. “Cuando tu dispongas”, dijo mirando a mi primo y hablaba con ese tono neutro que tenía el Gitano.       

Entró a la clínica saludando y nosotros con mi primo marcándole el camino. En la habitación estaba la familia. Saludó a uno por uno y luego se acercó a mi tía y le dio un beso en la frente. Se persignó, me hizo una seña para que le diera play a la pista en su radiograbador y comenzó a cantar “Rosa, Rosa”. A la mitad del tema la puerta de la habitación se llenó de enfermeras y parientes de otros internados. La música y la voz de Ratazzi se mezclaban con el sonido monótono de las maquinas que controlaban las pulsaciones de mi tía.  

Luego siguió “Quiero llenarme de ti”, que al finalizar provocó unos tenues aplausos y para cerrar su show cantó “Como te diré”. Al llegar al primer estribillo, vi como en los labios extenuados de mi tía se formaba una frágil sonrisa. Apenas terminó, el doble le volvió a dar un beso en la frente y salió al pasillo a sacarse fotos con todos los que estaban afuera.    

Una semana después mi tía se fue. Mientras la despedía, el primer recuerdo que se me vino a la cabeza fue de cuando tenía 5 años. Era una tarde de sábado que había quedado a su cuidado. Ella me servía una taza de mate cocido con pan con grasa y ponía un cassette de Sandro en el radiograbador. Mientras le untaba dulce de leche al pan me decía, “presta atención Gabi, esa se llama Como te diré y es la canción más bella de Sandro”.      

*Por Fernando Bordón / Imagen de portada: gerardofernandez.net/sandro-en-la-banda-de-sonido-de-mi-vida.

Palabras claves:

Compartir: