Bonsái, principio y fin  

Bonsái, principio y fin  
23 septiembre, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Bonsái es la primera novela del escritor chileno Alejandro Zambra, publicada en 2006. Julio, el silencioso protagonista de la nouvelle (73 páginas), con el correr de los años, termina convenciéndose de que es mejor encerrarse en su cuarto a observar el crecimiento de un bonsái que vagar por los incómodos caminos de la literatura. 

La novela de Zambra, desde las primeras líneas, es estremecedora: “Al final ella muere y él se queda solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”. Y es ahí, en ese resto, donde el lector y la lectora podrán capturar el espectral espíritu del relato: amor y muerte son principio y fin. 

Bonsái respira ambiente universitario, Julio y Emilia pertenecen a ese universo de debates, ideas, amor, desamor, libros y lecturas, donde sobresale la de Proust, porque siempre antes de tener sexo o hacer el amor según para quién, los amantes tienen la costumbre de leer. 

Con una prosa sutil, Alejandro Zambra nos entrega una novela corta y contundente que es un cross a la mandíbula, como pedía que fuera la literatura Roberto Arlt. 

ALEJANDRO-ZAMBRA-BONSAI-LIBRO-2“La primera noche que durmieron juntos fue por accidente. Había examen de Sintaxis Española II, una materia que ninguno de los dos dominaba, pero como eran jóvenes y en teoría estaban dispuestos a todo, estaban dispuestos, incluso, a estudiar Sintaxis Española II en casa de las mellizas Vergara. El grupo de estudio resultó bastante más numeroso de lo previsto: alguien puso música, pues dijo que acostumbraba a estudiar con música, otro trajo vodka, argumentando que le era difícil concentrarse sin vodka, y un tercero fue a comprar naranjas, porque le parecía insufrible el vodka sin jugo de naranjas. A las tres de la mañana estaban perfectamente borrachos, de manera que decidieron irse a dormir. Aunque Julio hubiera preferido pasar la noche con alguna de las hermanas Vergara, se resignó con rapidez a compartir la pieza de servicio con Emilia.  A Julio no le gustaba que Emilia hiciera tantas preguntas en clase y a Emilia le desagradaba que Julio aprobara los cursos a pesar de que casi no iba a la universidad, pero aquella noche ambos descubrieron las afinidades emotivas que con algo de voluntad cualquier pareja es capaz de descubrir.  De más está decir que les fue pésimo en el examen. Una semana después, para el examen de segunda oportunidad, volvieron a estudiar con las Vergara y durmieron juntos de nuevo, aunque esta segunda vez no era necesario que compartieran pieza, ya que los padres de las mellizas habían viajado a Buenos Aires. Poco antes de enredarse con Julio, Emilia había decidido que en adelante follaría, como los españoles, ya no haría el amor con nadie, ya no tiraría o se metería con alguien, ni mucho menos culearía o culiaría. Éste es un problema chileno, dijo Emilia, entonces, a Julio, con una soltura que sólo le nacía en la oscuridad, y en voz muy baja, desde luego: éste es un problema de los chilenos jóvenes, somos demasiado jóvenes para hacer el amor, y en Chile si no haces el amor sólo puedes culear o culiar, pero a mí no me gustaría culiar o culear contigo, preferiría que folláramos, como en España”.

En Bonsái, tampoco falta la amistad: Emilia y Anita son amigas desde la niñez. Anita, a los veintiséis años, es madre de dos niñas y está casada con Andrés. Decide viajar a Madrid para visitar a su amiga de toda la vida, Emilia, pero el reencuentro no resulta como pensaba y eso hace que la relación cambie para siempre. Julio, por su parte, conoce a un escritor que se llama Gazmuri y es en la presentación de uno de sus libros donde conoce la existencia de los bonsáis y así decide cuidar uno. 

“La primera mentira que Julio le dijo a Emilia fue que había leído a Marcel Proust. No solía mentir sobre sus lecturas, pero aquella segunda noche, cuando ambos sabían que comenzaba algo, y que ese algo, durara lo que durara, iba a ser algo importante, aquella noche Julio impostó la voz y fingió intimidad, y dijo que sí, que había leído a Proust, a los diecisiete años, un verano, en Quintero. Ya nadie de la familia veraneaba ahí, ni siquiera los padres de Julio, que se habían conocido en la playa de El Durazno, iban a Quintero, un balneario bello pero ahora invadido por el lumpen, donde Julio, a los diecisiete, se consiguió la casa de sus abuelos para encerrarse a leer En busca del tiempo perdido. Era mentira, desde luego: había ido a Quintero aquel verano, y había leído mucho, pero a Jack Kerouac, a Heinrich Boll, a Vladimir Nabokov, a Truman Capote y a Enrique Lihn, no a Marcel Proust. Esa misma noche Emilia le mintió por primera vez a Julio, y la mentira fue, también, que había leído a Marcel Proust. En un comienzo se limitó a asentir: Yo también leí a Proust. Pero luego hubo una pausa larga de silencio, que no era un silencio incómodo sino expectante, de manera que Emilia tuvo que completar el relato: fue el año pasado, recién, me demoré unos cinco meses, andaba atareada, como sabes, con los ramos de la universidad. Pero me propuse leer los siete tomos y la verdad es que ésos fueron los meses más importantes de mi vida como lectora. Usó esa expresión: mi vida como lectora, dijo que aquéllos habían sido, sin duda, los meses más importantes de su vida como lectora.  En la historia de Emilia y Julio, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que se llaman absolutas y que suelen ser incómodas. Con el tiempo, que no fue mucho pero fue bastante, se confidenciaron sus menos públicos deseos y aspiraciones, sus sentimientos fuera de proporción, sus breves y exageradas vidas.  Julio le confió a Emilia asuntos que sólo debería haber conocido el psicólogo de Julio, y Emilia, a su vez, convirtió a Julio en una especie de cómplice retroactivo de cada una de las decisiones que había tomado a lo largo de su vida. Aquella vez, por ejemplo, cuando decidió que odiaba a su madre, a los catorce años: Julio la escuchó atentamente y opinó que sí, que Emilia, a los catorce años, había decidido bien, que no había otra decisión posible, que él habría hecho lo mismo, y, por cierto, que si entonces, a los catorce, hubieran estado juntos, de seguro que él la habría apoyado. La de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva. Ésta es, entonces, una historia liviana que se pone pesada. Ésta es la historia de dos estudiantes aficionados a la verdad, a dispersar frases que parecen verdaderas, a fumar cigarros eternos, y a encerrarse en la violenta complacencia de los que se creen mejores, más puros que el resto, que ese grupo inmenso y despreciable que se llama ´el resto´. Rápidamente aprendieron a leer lo mismo, a pensar parecido, y a disimular las diferencias. Muy pronto conformaron una vanidosa intimidad. Al menos por aquel tiempo, Julio y Emilia consiguieron fundirse en una especie de bulto. Fueron, en suma, felices. De eso no cabe duda”.

Bonsái de Alejandro Zambra es una novela en donde el autor convierte lo cotidiano e incluso lo absurdo en algo realmente atractivo. Detrás de la historia de Julio y Emilia, hay mucha ironía sobre cómo son abordadas las relaciones de pareja por la literatura. Es una novela-bonsái, una mini­novela contundente que aborda el amor en las parejas desde otro lugar y que gira alrededor de la pregunta que se hace Emilia al principio: ¿qué sentido tiene estar con alguien si no te cambia la vida?

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Sobre el autor

Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado los libros de poesía Bahía inútil (1998) y Mudanza (2003), el inclasificable volumen Facsímil (2015) y las novelas Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011), Poeta chileno (2020), el libro de relatos Mis documentos (2013) y las recopilaciones de crónicas y ensayos No leer (2018) y Tema libre (2019). Sus novelas han sido traducidas a veinte idiomas y relatos suyos han aparecido en revistas como The New Yorker, Ther Paris Review, Granta, Tin House, Harper´s y McSweeney´s. Ha recibido, entre otras distinciones, el English Pen Award, por la edición inglesa de Formas de volver a casa, y el Premio Príncipe de Claus, en Holanda, por el conjunto de su obra. Actualmente, vive en la Ciudad de México. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Alejandro Zambra, literatura, Novelas para leer

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