Cartas clandestinas para la libertad
La investigadora del CONICET por la Universidad de Cuyo, Paula Simón, y el profesor emérito de la Georgia State University, Fernando Reati, son los autores de un libro que reúne alrededor de 70 cartas inéditas de ex presos y presas políticos de la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba durante la última dictadura.
Por Gabriel Dávila para Página 12
“Uno se pone a mirar el atardecer por el hueco de la chapa que clausura nuestra ventana y piensa mucho. Piensa tantas cosas lindas, feas… ¿Qué es lo que se va gestando dentro nuestro? ¿Qué monstruo o qué dios? ¡Es tan difícil adivinarlo! Y el producto típico de esos momentos son estas divagaciones. Podríamos llamarlo: filosofía de la incomunicación”, extracto de Filosofía de la incomunicación. Las cartas clandestinas de la Unidad Penitenciaria 1 (Córdoba, 1976-1979).
En línea con un dictamen para las cárceles cordobesas del general Luciano Benjamín Menéndez, entonces Comandante del III Cuerpo del Ejército, entre el 1976 y 1979, la Unidad Penitenciaria 1 de esa provincia sometió a sus presos políticos a más de tres años de incomunicación absoluta con el exterior. No solo no tenían acceso a medios de comunicación formales como radios, diarios o revistas, tampoco a información de sus causas o de sus familiares y amigos. Ante esto, los detenidos diseñaron un complejo sistema clandestino para llevar su mensaje no solo a sus seres queridos, sino a un país que aturdía a mordazas.
Filosofía de la incomunicación. Las cartas clandestinas de la Unidad Penitenciaria 1 (Córdoba, 1976-1979), publicado por la Editorial Universitaria de Villa María (EDUVIM), es un libro escrito por la investigadora adjunta del CONICET en el Centro de Literatura Comparada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), Paula Simón, junto a Fernando Reati, ex detenido en esa unidad penitenciaria y profesor emérito de la Georgia State University (Atlanta, Estados Unidos), especializado en literatura argentina, memoria y derechos humanos. En el libro, rescataron, recopilaron y editaron alrededor de 60 de estos textos que llevan casi medio siglo venciendo al silencio.
Ya es muy tarde y a “Peti” solo lo ilumina la luz de un fósforo en la soledad de su celda. El corazón parece salirse, atropellando esperanza en cada latido. Tiene mucho que contar: de angustia, de hastío, de miedo, pero también de ilusión por estar un día del otro lado.
Las letras las plasma en un papel higiénico. Necesita mucho control mental para bajar las revoluciones y no romper tan endeble material. A eso, se suma el miedo a que lo descubran. El silencio, que lo obliga a arriesgar su vida, ahora es su aliado en la noche. Solo espera que resista un poco más y su envío llegue a “la paloma”. Lo que jamás imaginaría es que su mensaje sobreviviría 40 años para hacerse libro y página de diario.
“Peti” y otros 16 autores y autoras alojados en el Pabellón 14 arriesgaban sus vidas para enviar sus mensajes. ¿Por qué lo hacían? “La comunicación es una herramienta para sobrevivir. Tanto como comer, como vestirse o como la higiene. Forma parte de la condición humana más básica. Y por tanto, reprimir ese derecho es coartar la libertad y someter al sujeto a una instancia de locura que había que romper de un modo u otro”, remarcó Paula Simón en diálogo con el Suplemento Universidad.
El acceso a las cartas
Simón explicó de qué forma llegaron a estos escritos: “Fernando (Reati) fue uno de los sobrevivientes de la UP1. Yo había trabajado con él durante una estancia de investigación en Atlanta y seguimos en contacto cuando volví a la Argentina. Un día, mientras él estaba en Buenos Aires, nos reunimos a tomar un café y me mostró una carpeta marrón con folios en los cuales había pequeñísimos papeles, muy percudidos por el tiempo, llenos de letras minúsculas, que eran las cartas que tanto Fernando como su hermano Eugenio (también detenido) mandaban a sus padres exiliados. Cada papel estaba acompañado por una hoja mecanografiada que era la copia de la misma carta”.
A partir de las primeras cartas de Fernando (firmadas como “Peti”) y Eugenio que salen a la luz, los autores del libro empiezan una tarea de investigación para comunicarse con otros ex detenidos, pero principalmente de restauración, lo que definen como un trabajo “casi arqueológico”.
“Había que tratar de transcribir algunas cartas escritas en papel avión, tela, papel higiénico o los materiales más inverosímiles que se les ocurra. Cartas escritas a escondidas y sin luz. Y a eso hay que sumarle el paso del tiempo. Fue un trabajo realmente muy arduo recuperar esos mensajes”, contó Simón.
Las cartas habían nacido para romper el aislamiento en forma de puente, no de amplificador. Eran para el ámbito privado de los detenidos con sus seres queridos, sin tener en cuenta futuros terceros lectores (ni censores ni receptores en general), esto hace que den una mirada nueva en materia de obras carcelarias que los autores destacan.
“Estos escritos destinados al ámbito familiar eran altamente significativos no solo para el conocimiento y la reflexión sobre cómo eran los días para un detenido político en Argentina y el pasado reciente de la dictadura militar, sino para encontrarnos con otra mirada del detenido por causas políticas asociado a rasgos heroicos. Estas cartas muestran perfiles de hombres y mujeres atravesados por dudas, angustias y contradicciones, así como también acompañados por la solidaridad, las redes afectivas y la relación con los presos comunes y los familiares de unos y otros en el exterior”, explicó.
Para la co-autora, estas misivas son un fenómeno “único y particular”, ya que en ellas conviven la “posibilidad del desahogo” y, a la vez, un “cuidado de la emocionalidad”, vinculado por momentos a la autocensura, para que “los destinatarios que también estaban en situación vulnerable no corrieran riesgos”.
El libro no es solo un rescate del material, sino una selección y jerarquización de fragmentos que funcionan como un diálogo con la mirada tanto de la docente como de Fernando en su doble rol de autor y ex preso político. “Queremos fortalecer la idea de que la memoria existe cuando hay alguien que la interpela, interpreta y cuestiona desde el presente. No solo se trata del registro arqueológico, sino de que existe la memoria cuando el recuerdo se vuelve recuerdo vivo”.
“Dar a conocer ese archivo no podía ser solamente una reproducción de cartas. En busca de garantizar la trasmisión del valor de lo que teníamos ante nuestros ojos, había que además hablar con los ex detenidos, realizar entrevistas, seleccionar fragmentos con temáticas recurrentes con los cuales construimos un texto polifónico, en esta suerte de diálogo entre las cartas y nuestra voz”.
Una paloma atraviesa la noche
¿Cómo hacían los presos para hacer llegar sus cartas? El procedimiento llamado “la paloma” consistía en enviar al pabellón de los presos comunes una especie de soga construida a partir de hilos de sábanas o toallones, a la que se le unía un gancho y un contrapeso. Esto lo arrojaban por la ventana hacia el patio en un horario nocturno pautado (los presos comunes y los políticos se comunicaban con lenguaje de manos) y lo enganchaban con uno similar que arrojaban los presos comunes. Una vez tensada la línea, se enviaban pequeñas bolsas que contenían paquetitos (caramelos, en la jerga carcelaria) con los mensajes. Los presos comunes se los pasaban a sus mujeres en las visitas y las mujeres los sacaban en sus cuerpos para evitar las requisas.
Este proceso, tan falible y arriesgado, se basaba en la cooperación y la confianza de muchas personas que no se conocían, como así también requería la participación de familiares y amigos. “La solidaridad atraviesa todo el fenómeno de la comunicación ilegal. Si bien algunos lo hacían por un intercambio económico, lo que reinaba era el espíritu de ayuda. Incluso, algunas cartas tenían varios autores porque los presos y presas compartían el papel, especialmente con aquellos que no podían afrontar económicamente los gastos del envío”, resaltó.
El libro muestra un fuerte contenido de denuncia en cuanto a los castigos, los maltratos y las pésimas condiciones de vida, y recoge fragmentos sobre la convivencia, el aburrimiento y los miedos. Son interesantes, también, aquellas cartas que se refieren al Mundial de 1978 y a las visitas recibidas por la Cruz Roja. Otro aspecto en el que se enfocan los autores es en identificar recursos narrativos recurrentes. Respecto de esto, Simón destacó: “El humor, la ironía, la capacidad de metáfora y otros recursos literarios configuran un modo particular de contar en estas cartas, único e imperdible”.
En este sentido, la co-autora sostuvo que descubrieron en las misivas una forma de contar que es única: “Salen a la luz un montón de recursos utilizados para ocultar información (eufemismos, uso de iniciales, etcétera) y, a la vez, rasgos estéticos propios, marcas deícticas de tiempo y espacio, metáforas y comparaciones, hipérboles y lenguaje exagerado, insistencia en el tono apelativo y estrategias narrativas asociadas al humor y la ironía”.
“Veremos cuál es el recorrido de estas cartas, pero la idea es que este sea un archivo en expansión. Aparecen elementos que son súper ricos para una clase de literatura y más con una mirada comprometida con los derechos humanos”, enfatizó.
Al elegir una escena que resuma el proceso de trabajo de este libro que rescata las cartas de la Unidad Penitenciaria 1 durante la última dictadura, Simón expresó que, si alguien pudiera hacerle “un zoom”, se quedaría con el momento en el que vio la primera carta que escribió Fernando en 1976 sobre un papel higiénico: “Ahí confluyen no solamente lo emocional y la angustia de lo vivido, sino la materialidad en la que estaba escrito. Algo tan endeble, que había cruzado el océano varias veces, pasado por tantas manos, 40 años después estaba intacto. Seguía ahí, gracias al cuidado y el afecto de tantas personas, pero no podía quedar en un nuevo archivo, había que hacerlo memoria viva para que pasen otras cosas y esas otras cosas son este libro”.
*Por Gabriel Dávila para Página 12 / Imagen de portada: Página 12.