Guerra al Talibán

Guerra al Talibán
23 agosto, 2021 por Tercer Mundo

Afganistán es, otra vez, el foco mundial de atención. Con la toma del poder de los talibanes, en el país ya comienzan a crecer los focos de resistencia.

Por Guadi Calvo para La tinta

A una semana de la toma de Kabul, posiblemente los talibanes todavía estén tan sorprendidos de su propia victoria como lo está el resto del mundo, que parece aferrarse con desesperación a aceptar las declaraciones de los nuevos amos de Afganistán, que ya han tomado 32 de las 34 provincias en solo 11 días.

Los integristas miden cada acto y cada palabra, sabiendo las consecuencias que les podría acarrear, en este momento, cualquier exceso. Por eso, rápidamente, Zabihullah Mujahid, el portavoz de los integristas, informó: “Las animosidades han llegado a su fin. No queremos enemigos externos o internos. Queremos vivir en paz”. Muchos se esperanzan en la tolerancia y la moderación que aplicarán a su estricta interpretación del Corán y la Sharia, respetando a las mujeres, evitando actos de venganza y todas esas bellas frases que han salido de sus barbadas bocas. En esta dirección, se conoció que el Talibán pidió a los imanes afganos que instaran a la unidad durante las plegarias del viernes, el día más importante del Islam para las oraciones.

Si bien es muy temprano para analizar si esos dichos se convertirán en realidad o no, algunas informaciones llegadas desde la capital afgana respecto al trato dado a los civiles por los muyahidines son contradictorias, según el embajador ruso en Kabul, Dmitrij Zirnov. “En los últimos días, no se oye ni un solo disparo”, indicó el diplomático. Mientras tanto, se ha visto que, a regañadientes, han tolerado manifestaciones en la capital y en las provincias de Nangarhar y Khot, tanto de hombres como de mujeres, los cuales exigen que sus derechos sean respetados, que marcharon por las calles arrancando las banderas talibanas, sin que fueran molestados. Aunque no serían tan así para los que reportan que, en la capital, los talibanes buscan puerta por puerta a personas que han colaborado con las fuerzas de la OTAN o al gobierno de Ashraf Ghani. También se conoció que los talibanes han asesinado en estos últimos días a siete personas y, por lo menos, a otras tres en cercanías al aeropuerto internacional Hamid Karzai, donde se ha consensuado que los muyahidines tengan el control periférico del predio y regulen el acceso hacia las pistas. En estas, todavía intervienen tropas norteamericanas y británicas dirigiendo las operaciones de evacuación, que se mantienen a ritmo acelerado y que, en los próximos días, se incrementarán, ya que el secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, ordenó que se utilicen 18 aviones de pasajeros para el traslado a puertos seguros tanto de estadounidenses como afganos.

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Imagen: Miles de afganos y afganas intentan subir a un avión para escapar del país / Shekib Rahmani / AP

El mando de los Talibán, sin duda, se encuentra en una etapa de control de daños y estudiando qué hacer ahora con lo que les costó 20 años de guerra. Algunos gestos han sido positivos: la toma del palacio presidencial, a comparación con los supremacistas que invadieron el parlamento norteamericano, pareció un té de señoras. Pero tanta urbanidad y modales dependerá de la tolerancia de quienes han llevado la guerra sobre sus espaldas durante dos décadas y tienen muchas razones para exigir explicaciones a políticos y militares corruptos, y civiles comunes; o que bien colaboraron con los “infieles” o los que, en estas últimas décadas, se apartaron de la senda de Alá. Esa animosidad labrada en el alma de los muyahidines se basa en los duros combates, las torturas aberrantes a los que sus hermanos fueron sometidos hasta la muerte o, incluso, para los que sobrevivieron y volvieron al combate. Hasta ahora, las señales de tranquilidad solo llegan de Kabul y nadie sabe con certeza qué está pasando en el interior del país.


Los talibanes también saben que no pueden apretar demasiado el lazo a la población, al menos por este tiempo, ya que los abusos podrían provocar rebeliones que, de sofocarse, tendría un costo muy alto en vidas y en la consideración mundial. Si bien a los seguidores de los mullah les interesa muy poco, saben que más temprano que tarde tendrán que negociar con potencias extranjeras que hasta ahora se anotaron: Rusia, China e Irán. De hacerlo en un marco represivo, esos tres países tendrán que soportar un bombardeo mediático al cual están muy acostumbrados, pero nunca es gratuito.


Hoy, todos los afganos saben que nadie está para soportar demasiado, y menos los ciudadanos comunes, que han debido sobrellevar toda la guerra entre dos fuegos, castigados por uno y otro bando, pagándolo con miles de muertos, hambre y privaciones de todo tipo.

Aplicar la Sharia de manera extrema podría provocar que muchos de esos civiles se incorporen a la resistencia, que se encuentra operando, según lo confirmó el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, el jueves pasado. La resistencia opera en la remota y montañosa provincia de Panjshir (Cinco Leones), en el corazón de las montañas del Hindu Kush, a 60 kilómetros al norte de Kabul, la última región “libre” de Afganistán que, desde siempre, se ha resistido a los talibanes. Los que nunca han podido conquistarla, ni siquiera durante su gobierno entre 1996 y 2001.

Es extremadamente apresurado considerar la importancia del foco de resistencia que intenta vigorizar a la vieja Alianza del Norte, también conocida como Frente Islámico Unido por la Salvación de Afganistán, creada tras el retiro de los soviéticos por el veterano de la guerra antisoviética, Ahmad Shah Massoud, conocido como el León del Panjshir, asesinado por un comando suicida de Al Qaeda dos días antes de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York.

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La Alianza del Norte fue reconfigurada hace poco más de un año por el hijo del fundador, también llamado Ahmad, aliado de Estados Unidos y del gobierno de Kabul. Hasta hace unos días, sostenía que estaba dispuesto “a perdonar la sangre de mi padre por el bien de la paz, la seguridad y estabilidad de Afganistán”. Aunque se habría preparado para esta crisis desde hace varios meses, consiguiendo reunir un importante contingente de seguidores y, además, contaría con vehículos, helicópteros y municiones, lo que le permitiría, encerrado en los altos valles, algunos meses para la resistencia.

A Massoud, se le ha sumado el ex vicepresidente y jefe de la Dirección Nacional de Seguridad (DNS), Amrullah Saleh, que ha llegado hasta el Panjshir con armamento y un número no precisado de miembros del Ejército Nacional Afgano (ENA) y otras fuerzas de seguridad, que no aceptaron rendirse al Talibán. A la vez, Saleh, como ex jefe de la DNS, cuenta con contactos en todo el país, con los que intentará reclutar a miles de ex militares, agentes de inteligencia y miembros de otras fuerzas que, sin posibilidades de escapar al exterior, se encuentran en peligro de ser detectados y ejecutados por los talibanes.

Si bien la correlación de fuerzas es infinitamente favorable al Talibán, la condición geográfica del Panjshir lo hace prácticamente invulnerable, a pesar de que se encuentre rodeado por los hombres del Emirato. De todos modos, la situación de Massoud es muy diferente a la de su padre en los años de su guerra, ya que contaba con acceso y refugio en el vecino Tayikistán y el apoyo de China, India y Occidente. En la actualidad, su hijo se encuentra totalmente rodeado por fuerzas talibanes y, aparentemente, sin apoyo internacional.

Hasta ahora, se desconoce si Saleh, que se designó como presidente del país, dado la aplicación de ley de acefalia el pasado 17 de agosto, cuenta con algún apoyo desde el exterior. Washington no hará ninguna jugada hasta que finalice la evacuación desde el aeropuerto de Kabul, ya que se conoció un informe filtrado a la prensa que dice que el principal negociador de los talibanes, Anas Haqqani, aseguró que el Emirato tiene un acuerdo con Estados Unidos para no hacer nada hasta después de la retirada total norteamericana, el 31 de agosto próximo. Por lo tanto, la Alianza del Norte tendrá que solucionar el abastecimiento de combustibles, armas, municiones y alimentos de manera urgente por sí sola para poder subsistir.

También es confusa la situación en la provincia de Parwan, vecina del Panjshir, cuya capital, Chahikar, habría sido tomada por la resistencia y desde donde estarían progresando hacia el estratégico paso de Salang. Esa fuerza está compuesta por ex miembros del ejército afgano que se negaron a rendirse tras la caída de sus guarniciones en las provincias de Khunduz, Badakhshan, Takhar y Baghlan. En este último punto, se informa, le han producido una importante cantidad de bajas a los talibanes. Muchos de ellos se estarían reagrupando en el estratégico distrito de Andarab, en Baghlan, un importante centro de actividad anti-talibán, de mayoría tayika, de habla farsi y fervientemente anti-pastún, etnia mayoritaria dentro del Talibán. Esto le daría a la Alianza del Norte la posibilidad de expandirse, intentando alcanzar las fronteras con Tayikistán o Uzbekistán.

De todos modos, hay que tener en cuenta que las fuerzas del mullah Abdul Ghani Baradar, el líder militar de los talibanes, están atravesando un momento de exaltación casi único en su historia, sumado al refuerzo de los miles de insumos militares capturados a las fuerzas derrotadas, entre ellos, armamento y vehículos de última generación entregado por los norteamericanos, lo que sería un gran aliciente para borrar cualquier foco de resistencia que intente hacerle la guerra al Talibán.

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*Por Guadi Calvo para La tinta / Foto de portada: Rahmat Gul – AP

Palabras claves: Afganistán, Estados Unidos, Taliban

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