Europa afronta los dramas migratorios con mano de hierro
Ante la ola de refugiados y refugiadas afganas, la Unión Europa otra vez refuerza la seguridad y se presenta como una víctima, aunque el bloque es uno de los principales responsables de la situación actual.
Por María G. Zornoza para Público
“Podemos hacerlo”, decía Angela Merkel, en 2015, ante el mayor éxodo de refugiados de la historia reciente en las fronteras europeas. “No podemos solucionar el problema acogiendo a todo el mundo”, aseguraba recientemente sobre la situación de los refugiados afganos, el segundo mayor contingente de solicitantes de asilo en la Unión Europea (UE) tras los sirios. Las palabras de la canciller alemana evidencian el cambio de tono de la UE con los refugiados. Pero sobre todo lo demuestran los hechos.
La dureza del conflicto en Afganistán ha puesto al bloque comunitario contra los fantasmas de sus temores migratorios de hace un lustro. El primer ministro griego ha advertido, en declaraciones a Reuters, que la UE no está preparada para hacer frente a otra crisis migratoria como la de 2015.
En los últimos días, seis países –Bélgica, Dinamarca, Alemania, Grecia, Países Bajos y Austria– han enviado una carta a la Comisión Europea (CE) exigiendo que se continúe deportando a los migrantes afganos, a pesar de la grave situación bélica que atraviesa el país. La UE no cuenta con una lista de países a los que se puede o no retornar a las personas, pero el derecho internacional exige hacerlo a países en los que su vida no corra peligro.
Los talibanes –“estudiantes”, en pastún- han aprovechado la marcha de las potencias occidentales tras casi dos décadas en el país, para lanzar una gran ofensiva. La milicia islamista ya controla más de dos tercios de Afganistán y se ha hecho con el control de nuevo de capitales provinciales. Según la ONU, la violencia ha obligado a cerca de 400.000 personas a abandonar sus hogares en los últimos días. Una situación que se vuelve más hostil para las mujeres. La ONU ya recoge testimonios sobre el terreno de prohibición de salir para ellas si no van acompañadas de un varón.
Con este drama humanitario, la estrategia europea es la de movilizar entre bastidores sus contactos diplomáticos para azuzar un acuerdo entre el gobierno afgano y los talibanes. También pasa por apoyar a los países fronterizos para que asuman el coste migratorio. El 90 por ciento de las personas que huyen del país se encuentran en Irán o Pakistán. Y Europa no solo no abrirá las puertas a las personas que huyen de la violencia en Kabul, sino que se está asegurando de que permanezcan cerradas para evitar dar un “señal equivocada”.
“Detener las deportaciones podría animar a más ciudadanos afganos a abandonar el país para ir a la UE”, reza la misiva, escrita después de que el país que preside Ashraf Ghani instase al club comunitario a detener las devoluciones durante tres meses. Finalmente, Berlín y La Haya han dado marcha atrás y han congelado las entregas forzadas. Unos 30.000 ciudadanos afganos están pendientes de deportación en Alemania. En el conjunto de la UE, los retornos voluntarios -que representan el 80 por ciento del total- continuarán en marcha.
Para Bruselas la situación está bajo control. El equipo que lidera Ursula von der Leyen la ve “desafiante”, pero no “desesperante”, y en este punto duda de que vaya a tener un impacto migratorio importante sobre Europa. A día de hoy, el número de llegadas irregulares de afganos se encuentra en el punto más bajo de los últimos seis años. Desde comienzos de 2021, arribaron unas 4.000 personas procedentes de este país, lo que representa un 25 por ciento menos que el año anterior. La Comisión Europea lo atribuye a la buena cooperación con el gobierno afgano para “prevenir la migración irregular”.
La posibilidad de que las imágenes de 2015 se repliquen es todavía escasa. Pero Europa tiembla con la idea de ver de nuevo a cientos de miles de personas a sus puertas, como ocurrió con el recrudecimiento de la guerra en Siria. Desde entonces, el bloque comunitario ha sido incapaz de establecer una política migratoria común, pero sí ha armado una hoja de ruta que comienza por fortalecer las fronteras externas, endurecer el acceso de los solicitantes de asilo y aumentar la cooperación con países terceros.
“No queremos otro caos o guerra civil. Ni flujos masivos de migración”, señala tajante una alta fuente de la Comisión Europea sobre el inquietante avance de los insurgentes. La prioridad europea es, en estos momentos, cooperar con la comunidad internacional para “preservar las ganancias de los últimos 20 años”, como la puesta en marcha de negociaciones inclusivas o el compromiso de Kabul a “la democracia”.
Bruselas tiene de cara que potencias como Rusia, China o Irán cuentan con intereses estratégicos o comerciales en que la situación se estabilice. En contra, el país vuelve a poner el caldo de cultivo para el fortalecimiento y la reconfiguración de los movimientos extremistas.
La misma fuente detalla que el otro punto a favor es que los talibanes, a diferencia de 2001, han aprendido que necesitan a la comunidad internacional para sobrevivir en términos de desarrollo, cooperación o inversiones. Por ello, necesitarán distanciarse del fundamentalismo, que, por otra parte, es una de sus señales de identidad. “La región quiere un sistema que funcione y estable”, señalan.
El otro frente migratorio del verano (europeo) toca de lleno a los países bálticos. El régimen que abandera el bielorruso Alexander Lukashenko ha facilitado la entrada de personas iraquíes y afganas a la Unión Europea. Las llegadas a Lituania se han multiplicado en las últimas semanas, superando las 4.000 (durante todo 2020 apenas fueron un centenar).
Todo ello ha dado paso a un hecho sin precedentes: la Comisión Europea, a través de su responsable de Interior, Ylva Johansson, ha dado luz verde al país a establecer una valla para frenar los chantajes del último dictador de Europa.
Aunque Bruselas descarta destinar dinero europeo a levantar muros en sus fronteras, el beneplácito a un país para que los construya es otra metamorfosis que escenifica la tendencia hacia una política migratoria más agresiva. Vilna se prepara así para levantar una alambrada de más de cuatro metros que costará más de 150 millones de euros. El país ofrece 300 euros a cada migrante que acceda a dar marcha atrás y no cruzar.
De momento, los contactos comandados por Josep Borrell, Alto Representante de Exteriores de la UE, han dado sus primeros frutos: el gobierno iraquí ha suspendido todos los vuelos desde Bagdad hasta Minsk. Sin embargo, las capitales orientales han aprovechado la ocasión para militarizar sus fronteras. Letonia, que ha declarado el estado de emergencia tras la llegada de poco más 300 personas a través de Bielorrusia, ha enviado a los militares con la autorización de emplear la fuerza. Los 27 ministros de Asuntos Exteriores abordarán la situación en un Consejo extraordinario programado para el próximo miércoles.
La estrategia de Lukashenko es clara: presionar a los europeos y responder a las numerosas sanciones que estos le imponen por la represión, la celebración de comicios ilegítimos o el secuestro de un avión para detener a un disidente. La respuesta comunitaria también lo es: no se dejará chantajear. Y, de nuevo, las personas que buscan protección internacional son las que se quedan atrapadas en el canje geopolítico.
*Por María G. Zornoza para Público / Foto de portada: Sedat Suna – El Mundo