La identidad marrona en Argentina: resistencia contra el racismo sistémico

La identidad marrona en Argentina: resistencia contra el racismo sistémico
28 julio, 2021 por Verónika Ferrucci

Un mito fundacional recorre la actualidad en nuestro país; el imaginario totalizador de la descendencia europea implica el borramiento de las identidades negras, marronas e indígenas. “Yo no discrimino” sintetiza la historia encriptada en relatos de mestizaje y blanqueamiento, que se cruzan con la clase social y el género. El colectivo Identidad Marrón nos interpela y recuerda que la Argentina es más marrona que blanca y que la colonialidad es más explícita de lo que creemos.

Por Verónika Ferrucci para La tinta

Si algo tenemos pendiente en nuestro país es el debate sobre el racismo que opera cotidianamente. Nos cuesta nombrarlo, incluso, en los circuitos más progres. El relato y la política del mestizaje para homogeneizar a través de procesos de blanqueamiento operó para negar e invisibilizar la historia originaria. La trampa es creer que somos un pueblo mestizo y no existe el racismo. La matriz colonialista del poder ha creado, desde la colonización, una estructura social desigual que sigue vigente y que nos da un andamiaje vincular, afectivo y social de discriminación. 

Reivindicar el color de la piel, los rasgos y la ancestralidad como una identidad política, una memoria colectiva, una raiz presente para crear y gestionar una perspectiva antirracista, eso hace desde hace 6 años el colectivo Identidad Marrón, donde se nuclean personas marrones hijes y nietes de indígenas y campesinos de América. “Lo marrón es ese puente para que cada une haga su relación personal con sus ancestralidades. Buscar tu identidad originaria es algo muy personal y no tenés que reconocerte sí o sí como indígena. En lo marrón, aparecen otros matices y expresiones. A veces, no podés reconocerte como indígena porque no todas las personas tienen el privilegio de preguntar de qué comunidad vienen o hablar una lengua materna. Quienes son afrodescendientes tienen otra raíz, otras experiencias e historia que amalgama sus identidades y pertenencias. Las identidades ancestrales se reafirman, pero, para ello, por ejemplo, ante el Estado, tenés que presentarte de esa forma y acreditarlo. Tenés que tener un papel, un aval que diga a qué comunidad pertenecés. Además, al indígena se lo ve como alguien que está lejos e incluso muchas veces folclorizado y estereotipado”, cuenta Sara Pérez, coordinadora general de identidad Marrón en la Provincia de Jujuy. 

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(Imagen: Colectivo Identidad Marrón)

El colectivo comenzó a organizarse y tejer nuevas narrativas del cruce de compañeres que venían de diversos espacios de militancias en derechos de migrantes, en el acceso a la justicia, de movimientos feministas y LGBT+, del arte. Desde 2019, llevan adelante talleres, conversatorios, debates y actividades culturales para visibilizar y denunciar el racismo estructural en Argentina. La pregunta concreta que despuntó un nuevo horizonte fue: “¿Qué rol ocupamos histórica y actualmente?”. Enlazaron diálogos sobre las experiencias propias que atravesaron en la universidad, en la calle, en espacios laborales y políticos -incluso en la militancia-. Ponerle colectivamente nombre a lo que les pasaba: las expresiones del racismo a lo largo de sus existencias, les encontró conformando esta organización, que hoy comienza a expandirse más allá de Buenos Aires. 

Sara vive en San Salvador de Jujuy, conversamos un largo rato y nos comparte la experiencia de organizarse como marronas en ese territorio. “Las personas blancas o afros saben que lo son, pero nosotros que somos millones con nuestro fenotipo indígena, no tenemos una palabra que nos designe. Marrón es una categoría posible, porque nuestro color de piel es ese. Hablar de personas marrones es la respuesta política a lo que no tenía nombre. ¿Cómo enunciamos el racismo en la urbanidad? Se ha borrado nuestra identidad originaria y las prácticas culturales. Nuestras historias están ahí en esas historias de silenciamiento y negación de la identidad a través de abuelos y abuelas que necesitaban conseguir trabajo. En los 80, nadie quería ser coya ni indio. Todes querían tener el abuelo bajado del barco para conseguir trabajo. Desde ahí partimos: una negación. Hablar de racismo es tabú, acá en Jujuy y en todo el país. El blanqueamiento hizo incluso que se modifiquen los acentos: si tenés un acento de la Quebrada, da a Bolivia y eso es motivo de xenofobia. La pobreza, el acceso a la universidad, a los espacios políticos, el deseo, la belleza, están racializados”, explica Sara. 

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(Imagen: Colectivo Identidad Marrón)

El año pasado, artistas del ambiente teatral en Jujuy comenzaron a organizarse y preguntarse  qué pasa con sus corporalidades en escena, con el acceso al trabajo dentro de la cultura y también qué lugares ocupan dentro de las militancias feministas. La reflexión desde el territorio norteño tiene otras particularidades a las del centro porteño. Sara es actriz y hace tiempo que se pregunta sobre los roles que se le asigna por marrona, mujer y jujeña. “Representamos a la empleada doméstica, piba chorra, delincuente, marginal, lo ‘salvaje’. No podemos castinear para ninguna película, está naturalizado de que yo solo puedo acceder a ciertos papeles. Y si hay una peli donde aparece el rol estereotipado de una indígena empoderada, ni siquiera puedo hacer de india porque necesitan una tez más clara para que sea empoderada. Nos usan para ser la coya en el cerro soplando el siku, la que no es deseada ni desea. Nuestras corporalidades no existen en las publicidades, salvo como cuerpos exotizados, generalmente para vender la pachamama o un tour turístico. Ni siquiera te pagan, es ad honorem porque se supone que te suma para el currículum”.

Sara, hoy, no tiene la posibilidad de dedicarse y vivir del teatro. “El tiempo de lo marrón es el trabajo constante, nos falta el tiempo, tenemos que comer. Yo trabajo en una feria, soy la primera generación que accedió a estudios universitarios. Detrás de mí, de nosotres, hay trabajo campesino, doméstico, de vendedores ambulantes, feriantes, albañiles. En los espacios del arte, nuestro conocimiento no es válido, no se cree que tengamos la capacidad de llevar adelante proyectos o dudan de cómo llegamos y de nuestra capacidad de creación”. 

El racismo es estructural y, aunque se intente disimular, existe una barrera invisible, que son todos esos lugares donde difícilmente acceden quienes tienen cierto color de piel y fenotipo. “¿Cuán accesible es un teatro o museo a las personas marronas? Las puertas de cristal están ahí, no nos vemos en esos espacios, es otra gente, una élite la que accede. Mi mamá no conocía el teatro Mitre y le pedí que vaya a verme actuar en una obra que hacíamos ahí. Me dijo que no, porque estaba de zapatillas”, relata Sara. 

Real, hay espacios que las personas no pueden habitar, ni como actrices ni exponiendo ni como consumidores. Lugares vedados, salvo para ser expuestos como piezas antropológicas en museos. “Las puertas de cristal hay que romperlas, porque no se abren solas”, dice la entrevistada y nos invita a preguntarnos: ¿cuántas personas marrones habitan los escenarios o son referentes del arte y la cultura? ¿Qué personajes marrones de novelas, series, películas recordás? ¿Qué papeles representaban? ¿Cuál fue tu educación racista?

“Nuestra imagen es minorizada cuando cuantitativamente somos mayoría en Argentina. En el arte, se ve clarísimo. Acá, en Jujuy, no hay carrera universitaria de teatro, hay un profesorado. El sistema educativo está lleno de personas blancas que enseñan arte occidental. Se nos corrige el acento, emulamos un acento más porteño o se acentúa la pronunciación de las s cuando lo real es que aquí no las pronunciamos. Nos sale el jujeñazo: ‘Deja no ma, pue’, ‘aisito’. Se neutraliza la cultura territorial. No hay material teórico sobre el racismo a las personas marrones, recién ahora estamos apalabrándonos y poniendo en escena nuestros pensamientos y reflexiones”. 

En la agenda de los conflictos sociales, aún está pendiente la mirada y comprensión interseccional de los mismos. Esto significa poder pensar en el cruce entre género, raza/color y clase social. En la calle, para la policía, para la mirada social o la construcción de las noticias, no es lo mismo si sos una mujer trans, marrona y pobre en Jujuy, o una travesti marrona que migró a Buenos Aires o una marika blanca porteña. Las personas marronas vivimos en los márgenes, somos de cierta clase social; si te dicen negro/a de mierda, no se imaginan a una persona afro. El famoso ‘negro de alma’ es la deshumanización hacia el fenotipo, es la miseria, el parásito, el salvaje. Nos duele todo lo que nos han dicho a lo largo de nuestra vida, pero no nos victimizamos, lo usamos para empoderarnos y eso estamos haciendo. Construyendo un otro presente, de pie y con la frente en alto. Si algo sabemos es resistir”. 

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(Imagen: Colectivo Identidad Marrón)

Para Sara, pensarse desde el transfeminismo popular e interseccional implica aceptar los privilegios que tiene cierto feminismo. “Si le exigimos al varón que acepte sus privilegios, también se tiene que poder mirar los privilegios de muchas mujeres blancas, por ejemplo. ¿Por qué no nos dan el micrófono? No queremos sostener el cartel. Sabemos que es un proceso, pero visibilizamos que hay cierto feminismo civilizador, que te hace la bajada desde las teorías. Aunque nos hace ruido la palabra sororidad, decimos: la sororidad es nuestra comadre, esa persona, amiga fiel a la cual le encargás tu hije, la que te ayuda, quien te escucha y está con vos en el día a día. Nos celebramos el jueves de comadres, es nuestro inicio de año. Sororidad es mi comadre y en ese afecto creemos”. 

¿Hablamos más de racismo ahora? La pandemia también ayudó a revisarnos, hemos hecho foco en lo más cercano, lo que se expresa en lo micro. Para la referente marrona, las revueltas en Bolivia con el golpe a Evo, la resistencia en las calles de Colombia contra la represión del gobierno de Duque, el pueblo indígena y campesino que salió a las calles en Perú y Ecuador, son la constatación de que “acá estamos, y que necesitamos cambiar el paradigma”. El futuro tiene y debe ser antirracista. Depende de todes, sobre todo, de quienes portamos los privilegios de la blanquitud.

*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Identidad Marrón.

Palabras claves: argentina, Colectivo Identidad Marrón, Jujuy

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