Todas nuestras maldiciones se cumplieron, la búsqueda de nuevos horizontes 

Todas nuestras maldiciones se cumplieron, la búsqueda de nuevos horizontes 
16 junio, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Todas nuestras maldiciones se cumplieron es una novela de Tamara Tenenbaum recientemente publicada. La autora narra con exquisitez literaria el tránsito a la madurez de una chica que creció en una comunidad judía ortodoxa, cuya vida está moldeada por el atentado a la sede de la AMIA, en donde murió su padre. Es una historia personal y, a la vez, generacional, que nace una mañana fría de invierno en el barrio porteño de Once, cuando una bomba hace estallar todas sus certezas. Desde allí, Tamara comenzará una búsqueda que traerá la promesa de la libertad sexual y del amor, pero también el desconcierto y la inadecuación a un mundo que ya no viene diseñado de antemano.

Con un estilo seco, irónico y con destellos de humor negro, Tamara Tenenbaum nos regala una novela autobiográfica en la que describe cómo la protagonista ya no está dispuesta a aceptar mandatos que, a medida que crece, se le vuelven cada vez más absurdos.  

tamara-tenembaum“El departamento al que me fui a vivir sola por primera vez era de mis abuelos, que están vivos. Hace diez años más o menos se mudaron a pocas cuadras. Durante mucho tiempo pensé que habían vendido el departamento de Corrientes, pero no; estaba ahí, completamente armado, y no solo armado, abandonado con todo adentro, como si los hubieran secuestrado. Las camas hechas, los cajones llenos de recuerdos de gente que vivió, viajó y tuvo amigos. Las repisas (mi abuela no tenía tocador) cubiertas de frascos de perfumes o de cremas a medio terminar, como si alguien pudiera venir a usarlas en cualquier momento. Lo único que faltaba era la mesa puesta: eso ya hubiera sido de película de terror.  Supongo que hay gente a la que la mesa puesta le hace pensar en una familia. Yo no pongo la mesa sin los comensales sentados. Me hace pensar en gente muerta.  Después, como me compré el departamento de Aráoz, Corrientes quedó vacío y ahí se fue mi tía a vivir, ya hace como cinco meses. La semana pasada fui a buscar unas cosas que me había olvidado de traer el día de la mudanza. La luz del baño, que estaba rota cuando nos fuimos, sigue rota; el velador que habíamos dejado apoyado en el bidet para iluminar sigue ahí también. Me dio vergüenza llevármelo y dejarla sin alternativas de iluminación pero ella no le dio la menor importancia. <<¿Querés Coca o Seven up frías?>>, me preguntó. <<El agua está natural. Todavía no enchufé la heladera. Me di cuenta de que este departamento está lleno de cucarachas así que, viste, decidí tomar una medida drástica: hasta que no se vayan, no voy a tener comida en la casa>>. Nos volvimos caminando por Corrientes y yo doblé para comprar una ensalada. Quedamos en que uno de estos días Grinner me trae a mi departamento nuevo la plata que nos debe de la seña. Al ratito me escribió para coordinar eso y me puso también: <<UN LUJO TRATAR CON VOS Y TU MAMÁ Y HOY CONOCÍ A TU PAPÁ!!!!!>>. Analicé el mensaje largo rato: es un texto extraño, más allá de la sintaxis de viejo con whatsapp. Supongo que Ezequiel no le cayó tan bien, porque si no, no hacía falta eso de <<y hoy conocí a tu papá>>. Podía haber dicho <<un lujo tratar con vos y tus padres>>, o mejor <<un lujo tratar con vos y tu familia>>. O quizás, no sé, solo era un exceso de literalidad. Con Ezequiel no trató antes porque de hecho él no tiene nada que ver. Durante muchos años la gente confundió a Ezequiel con mi papá, pero ya hace más de una década que no me pasa. No aclaraba nada en ese momento y tampoco lo voy a hacer ahora. Me llamó un poco la atención, igual: la sentencia del juicio de AMIA estaba ahí, con el nombre de papá, el mío y el de mi mamá bien claritos, para dar fe del origen lícito del dinero de la transacción. Se ve que no prestó demasiada atención a esa parte”.

En Todas nuestras maldiciones se cumplieron, Tamara Tenenbaum retrata el clima de su infancia y su adolescencia dentro de la ortodoxia, y su ruptura simbólica y real con ese origen en busca de nuevos horizontes menos asfixiantes. 

Desde una escritura que todo el tiempo juega a desdibujar los límites entre verdad y ficción, la protagonista de esta historia, Tamara, está a punto de comprar su primer departamento con la indemnización que le pagó el Estado luego de que su padre fuera una de las víctimas fatales de la explosión de la AMIA, el atentado terrorista más grande de nuestro país, que tuvo lugar el 18 de julio de 1994.

“Todo luz, decía el aviso, y los avisos siempre mienten pero en este caso tenía razón. Pisos de madera, decía después, y así me terminó de convencer. Eso lo saqué de la mamá de un ex novio, se puede vivir en una villa miseria si tiene parquet. Yo no sé nada de detalles: se nota en cómo escribo, las cosas chiquitas siempre se me escapan por los costados. Me cuestan las escenas y los adjetivos. Por eso me apropié de ese capricho de ella con la madera y la volví una cosa chiquita que me importa mucho.  Me enamoré de esa casa como imaginaba de chica que se enamoraban las tortugas cuando me enteré de que vivían cien años y supuse que entonces sus matrimonios durarían ochenta. La vi y sencillamente lo supe.  Cada visita a un dos ambientes subdividido en la parte fea de un barrio que podría llegar a querer había valido la pena porque me había llevado hasta ahí. Para mi mamá, Villa Crespo es el barrio de mi bisabuela: fábricas abandonadas, las gomerías de Warnes y tostis con arenques, lo único que comía ella, su cábala personal para una vida larga. La bobe Taive usaba repasadores como individuales y nunca atendía el teléfono, porque quién la iba a llamar, les decía a los que se quejaban: eso es lo que sé de ella. No la conocí y no nos quedan muchas fotos. Para mí, Villa Crespo es el barrio de Diego, porque cuando empezamos a salir él vivía ahí, como lo hizo toda su vida. Vivió en tres departamentos distintos en Villa Crespo. La única pausa de su vida en otra parte fue cuando se fue al Abasto, por unos meses, para vivir conmigo en Corrientes antes de que yo comprara Aráoz. En Villa Crespo quedó esa cama tan incómoda que tenía él, con un colchón tan flaco y arrasado que una vez a la cinco de la mañana me puse a llorar y rogué que nos vistiéramos y que nos fuéramos a casa. Yo quiero vivir más rápido pero me duele la espalda. Cuando salió de la cama de un salto y se empezó a poner los zapatos sin levantar la cabeza pensé que me estaba jodiendo, pero no. Las llaves le tintineaban en las manos mientras yo contaba la plata para el taxi. En nuestra casa nueva el colchón es firme y nuestras llaves hacen bip bip, porque mi mamá nos trajo de Estados Unidos un chichecito que se conecta con una aplicación para llamarlas cuando no las encontramos. Lo enganchás en el llavero y listo”. 

Todas nuestras maldiciones se cumplieron de Tamara Tenenbaum es una novela en la que la protagonista realiza un profundo cambio y entiende que la única manera de asegurarse de que algo se haga bien es hacerlo ella misma. Y esa es su única religión. 

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Sobre la autora

Tamara Tenenbaum nació en Buenos Aires en 1989. Es licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, en donde se desempeña como docente. Enseña, además, escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Como periodista, colabora en La Nación, Infobae, Anfibia, Orsai, Vice, elDiarioAr y elDiario.es, entre otros medios. En 2017, publicó el libro de poemas Reconociendo de terreno y, en 2018, ganó el premio Ficciones al mejor libro de cuentos inéditos, otorgado por el Ministerio de Cultura, por el libro Nadie vive tan cerca de nadie (Emecé, 2020). En 2019, publicó, con gran suceso de público y crítica, el ensayo El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI (Ariel), actualmente en su novena edición en Argentina y en su segunda edición en España.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Novelas para leer, Tamara Tenenbaum

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