Las fidelidades, la fragilidad del amor 

Las fidelidades, la fragilidad del amor 
19 mayo, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Las fidelidades es la primera novela de Diane Brasseur, publicada en el 2014. La autora suiza parte de una pregunta tratada muchas veces en el cine como en la literatura: ¿se puede amar a dos personas a la vez? 

Un hombre de mediana edad, casado y con una hija, se da cuenta de que está enamorado de su amante, pero también de su esposa, y duda en cómo seguir adelante. Unas horas antes de viajar a Nueva York para celebrar la Navidad con su mujer y su hija adolescente, el protagonista y narrador de esta historia se encierra en su despacho con el firme propósito de no salir hasta haber tomado una decisión crucial; abandonar a su esposa o a su amante. Así, Las fidelidades resulta ser una novela de engañosa simplicidad, que amaga liviandad y fluidez, pero que, con el correr de las páginas, va explorando una extraña profundidad con indudable potencia.

Con una enorme sensibilidad, Diane Brassur traza una imagen precisa de las relaciones humanas a partir de la confesión del protagonista, que admite su fragilidad que lo ha llevado al borde del precipicio, y nos regala una novela que reflexiona sobre la dolorosa naturaleza del amor. 

diane-brasseur-fidelidades“Cuando por la mañana me despierto junto a ella, lo primero que veo, sobresaliendo del edredón de color crudo, es su hombro, que asciende al ritmo de su respiración. Sigo su brazo con la mirada, el codo, el antebrazo cubierto de un fino vello rubio, la muñeca, las venas azules que surcan su mano, los dedos apoyados en el colchón. Me aprieto contra ella, su cuerpo está caliente. Siento su espalda contra mi vientre, busco su nuca, sus cabellos me hacen cosquillas. Oigo su respiración en el algodón de la almohada y me gusta, me gusta despertarme junto a ella y su olor. Tengo una erección. Reconozco el olor de Alix, es una mezcla de su olor y mi deseo.  Cuando me encuentro con ella después de varios días sin vernos, lo que más me sorprende es su olor y cómo he podido vivir sin él.  He olido su cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la raíz de los cabellos, sin dejarme ni un trozo de piel. A veces, a lo largo del día y sin previo aviso, en un restaurante o en el trabajo, en un ascensor e incluso en Marsella, una bocanada de Alix me estalla en plena cara. Su olor me envuelve y me hace feliz porque no es un recuerdo. Puedo tocarla y cogerla entre mis brazos. Ya he hundido la cara en uno de sus vestidos camiseros, como una jovencita ingenua y novelesca. También he pensado en robarle una camiseta de la cesta de la ropa sucia. Si no lo he hecho es porque, en mis circunstancias, incluso una camiseta blanca sería una complicación. Con Alix -los síntomas, con regocijo: miedo, dolor de barriga, pérdida de apetito, euforia. Camino por la calle y me parece que lo hago al ralentí, pierdo la concentración fácilmente. En el metro, todo el mundo me parece guapo. Cualquier cosa es capaz de emocionarme, incluso esa publicidad de Air France que ponen en el cine y en la que una mujer da vueltas, con los brazos enlazados en torno al cuello de un hombre, al compás de un aria de ópera. He vuelto a correr por las mañanas escuchando música, y mientras corro hago un sinfín de planes, para ese día o para el futuro, y cultivo fantasías cuyo héroe soy yo. Alix es joven y sus pechos son jóvenes y sus pezones, pequeños, y sus nalgas son jóvenes y su piel es blanca, tan blanca que a veces tengo la tonta impresión de ser el primero en tocarla, y su sexo es joven, y la piel de su sexo, fina, y su vientre es joven y su cuello es joven y sus muslos son firmes y sus rodillas lisas y todo es suave, todo, ¿tan sorprendente es desear ese cuerpo joven? Me gusta la mancha marrón de café de su colmillo, que se rasca por la mañana pero que reaparece por la noche, y la vena azul como un collar a lo largo de sus omóplatos. Le digo: <<Me gusta tu cuerpo>>, porque no tengo derecho a decirle otra cosa. Entonces repito: <<Tengo ganas de ti>>”. 

Hay libros cuyo engaño parece estar más bien en el comienzo que en el final: historias que parecen demasiado trilladas o débiles, y que, sin embargo, de repente, van ganando potencia y ya no pueden dejar de leerse hasta la última página sin que se sepa bien por qué. Las fidelidades es una de ellas. La trama de la muy celebrada primera novela de la escritora suiza Diane Brasseur roza lo ridículo, está al borde del absurdo: un hombre de cincuenta y cuatro años, casado y con una hija adolescente, poco antes de viajar a Nueva York para pasar Navidad y vacaciones con su familia, se da cuenta de que el amor que siente desde hace un año por su amante treintañera (Alix, único personaje del libro que lleva nombre) está exactamente a la misma altura del que tiene por su familia y, en consecuencia, no puede dejar a ninguna de las dos mujeres: “Hago el amor con Alix, hago el amor con mi mujer. Ya no sé a quién engaño con quién”.

No se trata del caso banal de un hombre que intenta burlar el paso del tiempo en compañía de una persona más joven. Todo lo contrario. Aunque de manera muy distinta, el protagonista ama profundamente a las dos mujeres, lo que le causa un enorme sufrimiento, pues al dilema de conciencia se suma la angustia de la incertidumbre y de la pérdida. 

“Envidio la pena de Alix porque es identificable. Cuando estoy con mi mujer, ella está triste. No tiene ganas de que vaya a Nueva York. Este año, le habría gustado pasar conmigo la Navidad y también el Año Nuevo. ¿Teme encontrarse en la mesa para el almuerzo del 25, rodeada de parejas, con sus tíos y sus tías, que no se atreven a preguntarle si hay alguien en su vida? Sus padres no se preocupan, no esperan con impaciencia ser abuelos, porque ya lo han sido siete veces, todos los hermanos de Alix tienen hijos, pero les gustaría saberla feliz con un hombre. Los padres de Alix gozan de buena salud, pero ya no son jóvenes. Su padre tiene tres años menos que el mío, fue ella quien me hizo reparar en ello: <<Mi padre tiene edad para ser el tuyo>>. Para ella es frustrante no poder hablar a sus padres de mí. No quiere decepcionarlos y decirles, con la mirada baja: <<Está casado>>. Sé que le ha hablado de mí a su hermano pequeño y sé también que su hermano pequeño querría conocerme. ¿Para partirme la cara? A Alix no le gusta que le pregunten si tiene pareja y, cuando quieren saber si tiene hijos, experimenta un sentimiento de fracaso. En ambos casos, le parece que está mintiendo y eso la incómoda. Cuando responde: <<No, no hay nadie en mi vida>>, no es verdad. Si dice <<Sí>>, teme las siguientes preguntas. Cuando dice <<Sí>>, se siente obligada a añadir <<pero>>, aunque no tenga ganas de contar lo que viene a continuación, porque a nadie le importa. Así que ha encontrado una fórmula, y dice: <<Sí, pero tiene veintitrés años más que yo>>, como si nuestra diferencia de edad justificase sus dudas y su discreción con respecto a mí. Cuando la invitan, Alix confía en que no le pregunten si irá acompañada. Con tal de evitar esa clase de situación, puede llegar a rechazar una cena. No quiero que se aísle. Desde el mes de noviembre, Alix me espera y yo lo intuyo. Quizá sea el invierno, con la noche que cae antes y la perspectiva de la Navidad.  Detrás de cada una de las frases de Alix, oigo lo que ella no me dice e imagino lo que podría decir dentro de un año.  Al llegar el domingo por la noche a su casa, llamo al timbre aunque abra la puerta con mis llaves, me quito el abrigo y dejo mi bolsa en el sitio de siempre. ¿De qué humor estará Alix al otro lado del pasillo? Los fines de semana nos hacen retroceder varios pasos. Con Alix no son los reencuentros lo que más me gusta. Instalada a la mesa de la cocina, trabaja con su ordenador. Aún me sorprendo cuando la veo. Le doy un beso, cierra los ojos y yo también. Vuelve abrirlos, sonríe, me pregunta cómo ha ido el vuelo y yo oigo: <<¿Has dejado a tu mujer?>>  <<¿Has encontrado mucho atasco al llegar a París?>> Yo oigo: <<¿Cuándo dejarás a tu mujer?>> Cuando se levanta, me pregunta si quiero tomar algo. <<¿Sospecha algo tu mujer?>> Sirve un Pouilly Fumé en dos grandes copas de balón y se pone a mi lado en el sofá: <<¿Tienes hambre?>> <<¿Has hecho el amor con tu mujer?>>. Bebe un sorbo: <<¿Cómo se llama el restaurante de la calle del Faubourg-Poissonnière?>>. <<¿Cómo lo haces para mentir a tu mujer?>> <<¿Quieres que pidamos sushi?>> <<¿Así que nunca dejarás a tu mujer?>>. Se levanta para telefonear”.

Las fidelidades de Diane Brasseur es una novela que nos invita a ubicarnos por igual en los tres vértices del triángulo de amor y dolor. Grave y ligera, lenta y urgente, Las fidelidades es un retrato como un espejo roto en fragmentos, en cada uno de los cuales nos reconocemos un poco.   

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Sobre la autora

Diane Brasseur nació en Suiza, se crió en Estrasburgo y estudió cine en París, donde vive en la actualidad, y se dedica a la escritura de guiones cinematográficos. Las fidelidades, su primera novela, tuvo una excelente acogida entre la crítica y el público franceses. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Diane Brasseur, literatura, Novelas para leer

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