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Que la incomodidad se haga encuentro

17 mayo, 2021 por Redacción La Tinta

17 de mayo 2021, a 31 años de la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Dejamos de estar locos, de ser enfermos, cabría preguntarse qué lugar ocupamos hoy en los manuales del mundo. Se cambió una narrativa sobre nosotr*s, pero el mundo que escribió esa lista sigue existiendo.

Por Noegall para La tinta

“Los ojos de los otros son nuestras prisiones;
sus pensamientos, nuestras jaulas”.

Virginia Woolf

Primero deberíamos detenernos a pensar en ese nosotr*s, ¿comunidad?, ¿colectivo?, ¿gueto?, ¿multitudes? ¿Quiénes somos en ese nostr*s? ¿Una enumeración de siglas con más o menos letras? ¿Una representación televisiva de nuestras vidas? ¿Una letra encarnada y enarbolada? ¿Una pauta publicitaria? ¿Un protocolo de inclusión? ¿El ejemplo más claro de la visibilidad como un fin? Pareciera que estamos en todos lados, nuestras representaciones políticas, ficcionales, cada vez son más masivas, es raro encontrar una ficción sin un personaje LGTTTBIQ+. ¿Ya está? No lo creo. 

Una clave de lectura o un lugar de habla son las retóricas del derecho. Los derechos que nos faltan en pos de una igualdad y la lucha de cada colectivo en su territorio. ¿Podemos modular otras lenguas que nos piensen sin la demanda estatal? ¿Podemos volver a pensar en términos de sistemas? De sistemas de sujeción o hegemonía, normalidad, normatividad, heteronormatividad, heterosexualidad. 

¿Y si volvemos a conversar sobre la heterosexualidad? ¿Y si seguimos insistiendo en la tesis de Wittig? Si pensamos en la heterosexualidad como un sistema de normas, que da significado a los cuerpos de manera esencialista, que otorga narrativas afectivas que evocan la violencia, que es amigo del capitalismo, ¿se seguirán nombrando como heterosexuales? ¿La heterosexualidad es una identidad? ¿Qué expresan cuando afirman ser heterosexuales? Acto que suele suceder en los contextos donde alguien se siente amenazad* o interpelado sexualmente. Vivimos en un sistema capitalista y heterosexual, sin embargo, nadie dice: “Hola, soy xxx, heterosexual y capitalista”. ¿Cómo empezar a des-habitar ese desierto producido por el desmonte del mercado, que pretende arrasar con todo? Nos podemos mudar de un lugar sin tener que ir necesariamente a otro.  

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(Imagen: Noegall)

El problema es que -la diferencia- se vio expulsada, obligada a mudarse, lo que la llevó a pensarse, estudiarse, luchar, sobrevivir, resistir y reinventarse. ¿Qué pasó con el universal, el normal? Ese monolito del que somos diversos o diferentes. ¿De qué manera se desestabilizaron esas bases que sostienen todo un entramado de cadenas que hacen la rejilla de inteligibilidad de la que nos hablaba Butler o las jaulas a las que alude Woolf en el epígrafe? 

No hubo crítica a la naturaleza, no abandonamos la idea de esencia, siguen habiendo hombres y mujeres, y disidencias. Palabra que, nuevamente, debería tener que nombrarnos y a la que encima tenemos que estarle agradecid*s porque es el nuevo rótulo que portar, el lugar de representación lingüística, el nuevo orden del discurso políticamente correcto. Una bolsa de gatos donde pareciera caber toda otredad que no sean los monolíticos hombres y mujeres, que en un gesto tan desesperado por crear una frontera entre ellos/as [y] nosotr*s cerraron la puerta de entrada al Edén de las disidencias. 

Ya no estamos enfermos, somos normales, pertenecemos al mundo que nos catalogó de enfermos, aprendimos a hablar su lengua, a camuflarnos en la vida civil, a pagar impuestos, a ser productivos. Aprendimos a vincularnos bien, sanamente, en amor, a armar familias, a casarnos, incluso a criar a otros seres humanos. Aprendimos todo lo necesario para estar. Sin embargo, hay una incomodidad que persiste, como cuando tenés clavada una espina en la mano y no te la podés sacar y cada vez que tocás algo la sentís, pica, a veces duele, otras solo molesta. ¿Qué es toda esta incomodidad? ¿A dónde se fue el sueño americano? 

Si estuviéramos en una historia de ciencia ficción, esa molestia funcionaría como la conciencia de enjambre, que les avisa a las otras abejas que algo no está bien, que una de nosotras ha muerto, que otra ha desaparecido, que la policía demoró a una por leyes que ya no existen, que tal se quedó sin trabajo, que la otra está sola. ¿Quiénes pueden esa conciencia? ¿Solo quienes viven una realidad material tan concreta que no hay manera de escaparle? ¿O quienes alguna vez experimentamos algún registro de vulnerabilidad por vivir como vivimos, por ser quienes somos o lo que podemos ser? ¿Una puede olvidar? 

Perdón por no traer un texto alegre, por no acudir a la memoria de esa alegría que se le adjudicó a nuestra comunidad en el mismo momento que nos bautizaron de exóticos, humoristas, fiesteros, ¿quién no quiere un amigo gay para ir de parranda? Quizás después de todo, me he convertido en una feminista aguafiestas, pero no desde un lugar moral, sino desde este desencanto que nos presenta val flores. 

 “El desencanto es un modo crítico de detener la discusión, de rechazar la continuidad natural o su modo convencional y sorprender volviendo a comenzar por el medio, por otro sitio, o de otro modo”.[2]

Quiero que comencemos de nuevo, por otro lado, pero con las genealogías que nos supimos construir, bajo la letra de tant*s que escribieron, pensaron, documentaron, archivaron discusiones políticas en diversos territorios, que nos permitieron construirnos un mundo habitable cuando salimos del silencio y los secretos. Quiero dejar de vivir en este tiempo liberal que solo puede con el instante, el presente, el hoy, que no tiene la posibilidad de imaginar un después. ¿Qué imaginarios políticos podemos crear para el instante? ¿Una política de la imagen? ¿Cómo desestabilizamos las identidades con tanta auto-representación estandarizada en filtros? ¿Cómo manifestamos la incomodidad? val flores, en un ejercicio de escritura muy potente, sostiene: 

“Una tentativa por esparcir la incomodidad sin constituir posiciones subjetivas correctas que den lugar a nuevas oposiciones binarias, como desacomodo que provoca el propio el ritmo argumentativo de la escritura, el juego imperceptible del pensamiento desde el desencanto, para que la aventura viva de los feminismos no coagulen en un corsé conceptual, ni en consignas repetibles, ni en una versión desexualizada o esterilizada de la cultura feminista”.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

¿Cómo sostener una conciencia de enjambre que no genere más otredades? Que pueda tejer otras estrategias discursivas frente al lugar de víctimas en el que solo nos pueden ver, que aborde la violencia con las herramientas que las callejeras nos enseñaron, que coja, que coja, que vuelva a habitar el placer como territorio de disputa y no como estandarte moral del buen coger, del buen desear. 

Que la incomodidad se haga encuentro. 

¿DÓNDE MIERDA ESTÁ TEHUEL? 

*Por Noegall para La tinta / Imagen de portada: A/D.


[1] Virginia Woolf en “Una novela no escrita”, citada en la novela de Silvia Molloy en “En breve cárcel”, pág. 9. Cita leída en el libro de val flores “Notas lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual”, Hipólita ediciones (2005). ¿Por qué cito la cita de la cita? Los caminos de las lecturas, lo que otras advirtieron allí por donde ya habíamos pasado, es parte de nuestras narrativas.

[2] val flores (2019) “Esparcir la incomodidad. El presente de los feminismos, entre la fascinación y el desencanto” Ensayo presentado en Primer encuentro internacional Arte y política en América Latina. Ciudad de México: UNAM.

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