Nunca llegamos a la India, un aluvión confesional 

Nunca llegamos a la India, un aluvión confesional 
3 marzo, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Nunca llegamos a la India es una novela de Juan Sklar, publicada en el 2018 y reeditada en 2020. El protagonista y alter ego de Sklar, Jano Mark, veranea en la India, pero la supuesta espiritualidad del país no lo conmueve: de hecho, le provoca un rechazo total y eso es expresado en sus poesías, escritas en un cuaderno que nunca abandona. Jano es un treintañero que, tras un sueño de lo más inusual, decide emprender un viaje a la India y, una vez allí, escribir día a día su experiencia, pensamientos, sentimientos y emociones.

Esta novela-diario-relato de Juan Sklar desarma abruptamente los tópicos del viaje a la India; y encuentra ahí mística, sexualidad, consumo, muerte, neurosis y belleza. Retrata una India que es el espejo irónico de un argentino que busca saber quién es a través de un aluvión confesional.  

juan-sklar-libro-india“Este lugar es hermoso. El agua es transparente, tibia. Hace calor todo el día. No llueve nunca. La arena es finita. Hay olas para barrenar en cuero. Y hay europeas, cientos de europeas por todos lados, rusas, suecas, inglesas, rubias, morochas, bronceadas, flacas, rellenitas, rapadas, lacias, con dreadlocks, caminando en pareo, haciendo yoga, fumando porro. Vine a encontrarme con mis amigos, Bruja y Palito. Los extrañaba. Llegué el 31 de diciembre a la tarde. Volé desde Delhi con una resaca inmunda. Olía a cigarrillo con desinfectante y mi saliva era agua de zanja. Aterricé en Trivandrum. De ahí me tomé dos colectivos hasta Varkala Beach.  En el camino vi mis primeras imágenes del sur de India. No hay bruma. Tampoco hay ruido. Y todo está limpio. Mucho más limpio que todo lo que vi hasta ahora. Me llamó la atención los pósters y pintadas comunistas. Por todos lados hay hoces, martillos y retratos del Che Guevara junto a las imágenes de Shiva y Ganesh, cruces cristianas y lunas del islam. Cada tanto aparecían fotos y pósters de Maradona. ¿Dónde estoy? Llegué a Varkala Beach y fui directo a buscar a Bruja y Palito.  Los encontré en el jardín de Tide&Spirit, la posada donde trabaja su amiga Tin. Es un complejo de bungalows en un gran terreno que termina en un acantilado sobre el mar. Bruja y Palito tomaban mojitos. Detrás de ellos, el sol se ponía sobre el Océano Índico. Solamente verlos me llenó de alegría. Me hubiera gustado correr a abrazarlos, pero me dio vergüenza y no lo hice. Bruja me vio y se paró. En la frente tenía pegado un bindi, un tercer ojo. Después se paró Palito, que mide dos metros y es muy flaco. Con la mochila a cuestas caminé hasta ellos. La tiré en el suelo. Nos abrazamos. Me preguntaron cómo estaba, cómo había viajado. Antes de que pudiera contestarles, me convidaron de su mojito. La posada es muy linda. Un grupo de bungalows construidos por dos ingleses surfistas que se hartaron de su vida de mierda en Londres y se vinieron para acá. Montaron el lugar pensando en europeos surfistas que se pueden tomar una o dos semanas en medio del invierno boreal. Les venden surfweeks: alojamiento, comida, alquiler de tablas, clases y transporte hasta las mejores playas en el horario de las mejores olas. Agua filtrada, comida sana, masajes. Comida de todo el mundo (no solo india). No llueve nunca. Peluca es el novio de Tin. Él es masajista, ella maneja el restaurant. -¿Dónde estamos?–prengunté. Palito sacó un porro, lo prendió, le dio una calada profunda y dejó salir el humo. –En el paraíso. -¿Flores? –Hash de Afganistán. Cuidado, pega. Le di una sola pitada y sentí en todo el cuerpo un ligero placer, suave y uniforme. Lo justo para que vivir no duela ni incomode. El toque que nuestro sistema nervioso necesita para no crisparse ante la nada. Terminamos el mojito y nos fuimos de la posada. Tide&Spirit tiene precios europeos, imposibles para nosotros. Así que Bruja y Palito alquilaron una casa a una cuadra. No está mal y es mucho más barata. A mí me tocó dormir en el living. La usamos solo para dormir. El resto del día estamos en la posada. Al Tide&Spirit solo entran los europeos que pagan quince libras la noche y nosotros que somos amigos de Tin y Peluca. Les usamos el baño, las hamacas, las duchas, las sombrillas y el bar. Después de una siesta y un baño, fuimos a la cena de año nuevo. Había pizza, cerveza y ron con cola. El hielo estaba hecho con agua filtrada. Comimos en un quincito al borde del acantilado. Me mandé mensajes de año nuevo con mi papá, mi mamá, mi hermana y Milva. En Buenos Aires hace 40 grados. Me preguntaron cómo estaba. Después fui a una fiesta en un bar. Después, a dormir. Me desmayé. Este lugar es perfecto. Solo falta Milva”. 

Jano Mark es un cínico, manipulador e, incluso, por momentos, una mala persona. Para él, la India es una mierda. Pero, en ese país, también vivirá aventuras en un reencuentro con amigos; y encontrará el amor y ahí tendremos a un Jano más tierno, comprensivo y compañero. 

Con desparpajo y ternura, Juan Sklar nos regala una novela que se devora y nos perturba. 

“La comida gratis no estaba mal. Era un plato de acero inoxidable con dhal, aloo y arroz. Lo acompañabas con chapati, un pan plano y redondo. Kate y yo comimos dos raciones cada uno. -¿A vos te parece usar el Tarot para seducir devotas de Amma? –dijo el inglés. Pasé mi chapati por los restos de dhal. Me lo comí. –Vamos. Te vi que te la estabas levantando con las cartas. Es una buena estrategia. –No creas. Si funciona, se quedan golpeadas y se van a pensar. Y si no funciona, quedás como un idiota. -¿A cuántas chicas te levantaste tirando las cartas? –En India, a ninguna. Kate se rio. –Vamos a lavar los platos. Si no hacemos nuestro seva, Kali nos va a castigar. Dejamos nuestros platos en la pila de la vajilla sucia y arrancamos para la cocina de la Western Canteen.  Lavar platos es el seva que nadie quiere hacer y que en general terminan haciendo los que recién entran al ashram.  Ahí nos recibió una francesa pelirroja. Nos ubicó, nos dijo dónde estaban las cosas y nos dejó lavando. Seguimos charlando del ashram. Kate me contó que compartía el cuarto con una seguidora de Amma, devota núcleo duro, que había dejado toda su vida en Alemania para venir a rezar y a cantar con su gurú. –Vive acá, toda su ropa es blanca y hace dos años que no tiene sexo. -¿Y qué hace todo el día? –Canta, medita, estudia hindi y ayuda en el ashram. –No es una mala vida. –Prefiero coger –dijo Kate. Nos reímos en voz alta. Terminamos con nuestro seva casi a las once de la noche. Cuando estábamos saliendo apareció uno de los voluntarios del ashram. -11 o´clock. Buildings close. Kate salió para su edifico y yo para el mío. Llegué un poco antes de que apagaran las luces. Deepak y el ucraniano ya estaban durmiendo. Estaba cansado. Me había levantado temprano en Varkala Beach. Había viajado. Había leído las cartas y lavado platos hasta casi la medianoche. Había conocido una chica preciosa. Me lavé los dientes. Apenas salí del baño se apagaron las luces del ashram. A tientas llegué hasta la cama. Me saqué la ropa y me tiré a dormir. Como si yo pudiera hacer eso. Como si estuviera en mis posibilidades meterme en una cama, cerrar los ojos y simplemente quedarme dormido. Lo intenté. Estaba seguro de que lo iba a lograr. Al principio disfruté de la cama. Sentí el placer de estar horizontal. Unos minutos. Después apareció la ansiedad. Primero la pinza en la panza, la mordida sin idea. Al rato las piernas, las ganas de agarrotarlas, de ponerlas tensas y darles piñas. El pecho, los brazos, la necesidad de hacer fuerza contra cualquier cosa. La bronca de saber que esa noche tampoco voy a poder dormir, aunque esté desecho. A menos que me haga una paja. Pero estoy muy cansado como para levantarme, y no hay luz, ni en el cuarto, ni en el baño ni en el pasillo. No tengo la voluntad suficiente como para salir de la cama, y aunque la tuviera, no hay a dónde ir. Desconectada de mis ideas, se me para la pija. Me sacudiría una ahí mismo, pero no estoy solo. Entonces me doy vuelta, trabo la pija contra el colchón y empiezo a hacerme la paja sin manos. Es una técnica antigua, que usaba cuando era chico. Me tiraba boca abajo y con las dos manos me apretaba el pito. Le decía jugar a los muertos y no tenía connotación sexual ni lo asociaba directamente a las mujeres. Simplemente lo hacía. Mi recuerdo más nítido es de cuando tenía cuatro años. Estábamos en la casa del Gordo Cariño, un amigo de mis padres que vivía en Bariloche. Era invierno y habíamos ido de visita. Los grandes estaban en el comedor cenando. Yo estaba solo en un cuarto. En un momento entró mi madre y me vio tumbado tocándome. -¿Qué estás haciendo? –preguntó. –Jugando a los muertos –contesté. –Está bien que juegues a los muertos –dijo mi mamá, que conocía la práctica –pero acá no lo podés hacer porque estamos en la casa de otra persona. ¿Entendés, mi amor? –Sí, mamá –dije y me puse a ver la tele. No sé en qué pensaba cuando jugaba a los muertos. Solo recuerdo una vez que lo hice pensando en She-Ra, el personaje de dibujos animados. Es un episodio en que uno de los malos construye una máquina para robar energía. El malo metía una persona ahí y le drenaba todo su poder vital. Cuanta más energía, más cuadraditos rojos se llenaban. El medidor tenía diez cuadraditos. Cuando le robaban energía a una persona normal se completaban uno o dos cuadraditos. Cuando metían a She-Ra se llenaba a tope. Yo jugaba a los muertos y pensaba que She-Ra entraba a la máquina y yo le robaba toda su energía”. 

Nunca llegamos a la India de Juan Sklar es una novela de honestidad brutal. El escritor decidió contar lo que hay en su cabeza de narrador y logró una historia sensible en donde la obsesión sexual y el escepticismo están siempre presente; y se describe la violencia, el deseo y el sinsentido con maestría literaria. 

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Sobre el autor 

Juan Sklar (Buenos Aires, 1983) es escritor, docente, guionista y columnista de radio. En radio, condujo las columnas Cartas al hijo (Vorterix) e Ideologías animadas (Metro). Ambos segmentos radiales se transformaron luego en libros de ensayos. Los ciclos en los que participó como guionista ganaron los premios Martín Fierro, Clarín Espectáculos y FundTV. Pertenece al consejo de redacción y es colaborador habitual de la revista Orsai. Dirige el taller de escritura “El cuaderno azul”. Sus novelas Los catorces cuadernos (2014) y Nunca llegamos a la India (2018), reeditadas en 2020 en Emecé, tuvieron una excelente repercusión de público y crítica. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Juan Sklar, literatura, Novelas para leer

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