Chávez: un legado imprescindible

Chávez: un legado imprescindible
5 marzo, 2021 por Tercer Mundo

Hace ocho años, Hugo Chávez pasaba a la inmortalidad después de consagrar su vida a la unidad latinoamericana y rescatar a Venezuela de la tumba del neoliberalismo.

Por Ricardo Peterlin para La tinta

Este 5 de marzo, se cumplen ocho años de la partida de uno de los líderes políticos más importantes de los últimos tiempos. Hugo Chávez fue un faro que iluminó el camino en medio de la larga noche neoliberal. Rememorar sus ideas, logros y batallas en un presente tan complejo como el que atravesamos constituye un propósito fundamental.

¿La historia ha muerto?

La posmodernidad es una trampa. Su lógica implica destruir la historia como tiempo pasado y futuro. El hombre ha muerto porque su memoria se ha borrado y el futuro es una ilusión. Desde esta perspectiva, la existencia terrenal de los hombres y mujeres que habitan el mundo constituye una especie de presente eterno, sin memoria y sin utopías.

Más allá de todos los puntos negativos que tuvo la etapa moderna como auge y ascenso de la burguesía capitalista en la constitución de un mercado mundial, el hombre tenía un protagonismo indudable en la historia. La explicación religiosa de la realidad había terminado dando lugar a un nuevo ordenamiento social, donde el centro de la historia lo constituían los hombres y mujeres mediante el pensamiento racional. La “razón” como fundamento central que impulsa el llamado “desencanto del mundo”, del que hablaba Max Weber, cambia el núcleo central que ordena la realidad, dando lugar al predominio del paradigma científico-técnico. Luego de transcurridas todas las experiencias revolucionarias del siglo XX, este paradigma empieza a quedar atrás dejando paso a una nueva concepción forjada desde la academia europea, con gran impacto en las ciencias sociales que expresan la nueva era neoliberal.

Venezuela Hugo Chavez Fidel Castro la-tinta

A partir del estructuralismo francés, comienza a sembrarse la semilla por la cual, según Michel Foucault, el hombre había muerto, siendo totalmente determinado por la estructura. Todas las metafísicas “post” que surgen en los años siguientes (posestructuralismo, posmarxismo, posmodernidad) van acumulando una voluminosa obra con diferentes concepciones de la realidad, pero con una conclusión indiscutible: el sujeto ha muerto. Desde esta perspectiva, no se puede estudiar la “totalidad” de lo real. Siempre la realidad aparece fragmentada, parcial, contingente. La categoría de “clase” es concebida como una pieza de museo que nada tiene para decir en el nuevo contexto neoliberal. Según el filósofo Jean-François Lyotard, han muerto los grandes relatos que daban sentido a la realidad, todo se torna vertiginoso y “líquido”, expresión acuñada por Zygmunt Bauman.


Fin de la historia, muerte de las ideologías, pensamiento débil, desaparición de los grandes relatos: este fue el clima de época que caracterizó el fin del siglo pasado. Si el sujeto ha muerto, si la realidad material es una impostura, la realidad no se puede conocer y, por ende, transformar. Por lo tanto, la consecuencia más nociva del pensamiento postmoderno radica en la desmaterialización de la realidad y la desmovilización de la comunidad. Compartimos con Fredric Jameson la idea de que el postmodernismo es la “lógica cultural del capitalismo avanzado”, es decir, la expresión en el plano intelectual y cultural de cambios concretos que se realizaron en la realidad material económica y política. Nos referimos a la derrota y caída de los “socialismos reales” (y, por lo tanto, la crisis del marxismo), la crisis del paradigma keynesiano y la nueva hegemonía del modelo neoliberal, expresada en la economía “neoclásica”. A nivel geopolítico, Estados Unidos asume un liderazgo incuestionable, convirtiéndose en el nuevo hegemón mundial e impulsando el libre mercado y la retirada del Estado como herramienta de regulación y soberanía de los diferentes países.


En este contexto desolador, el primer grito de resistencia proviene desde Chiapas (México), con una experiencia muy rica como es el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), encabezada por el Sub-Comandante Marcos. El EZNL planteó una crítica al nuevo paradigma neoliberal, rescatando los saberes indígenas y las formas de autodeterminación comunitaria como modos de resistencia, concluyendo en la expresión “otro mundo es posible”. Este mundo “donde quepan todos los mundos”, como bien afirma este movimiento, no era posible si no se luchaba por la conquista del poder político, la transformación del Estado y un proceso de integración regional antiimperialista, que proteja los intereses y la soberanía de los pueblos del Tercer Mundo. Quien entendió la importancia de torcer la relación de fuerzas mediante la “praxis” revolucionaria de los hombres y mujeres en la creación de una contrahegemonía frente al neoliberalismo y la postmodernidad fue Hugo Chávez. Se animó a dar un paso más. Otro mundo es posible se llama “socialismo del siglo XXI”.

El proyecto bolivariano

Es imposible entender el liderazgo de Hugo Chávez y su ascenso al gobierno sin remitirnos a un hecho fundamental de la historia reciente de Venezuela, conocido como “El Caracazo”. El Caracazo fue una gran movilización popular ocurrida en la capital del país, en el año 1989, en contra del ajuste que por entonces estaba realizando el presidente Carlos Andrés Pérez. Este gobierno, títere del Fondo Monetario Internacional (FMI), con graves causas de corrupción en su contra, anunció un paquete de medidas con terribles consecuencias para el pueblo venezolano. Conocido como el “paquetazo”, estas disposiciones de aumentos en los servicios, recortes de salario y gasto público eran moneda corriente durante la década de 1990 en Latinoamérica. Venezuela no sería la excepción, las cifras mostrarían un incremento notable de la pobreza, llegando al 62 por ciento, con un agravante muy claro: este país era llamado “Venezuela Saudita” por su enorme reserva de petróleo.

La ola neoliberal se expandió por todo el continente, desatando diversas rebeldías y levantamientos populares. El Caracazo fue duramente reprimido por el ejército y la policía al servicio del gobierno de Pérez, dejando 276 muertos. Esta verdadera masacre es el comienzo de una “crisis orgánica” entre la clase dominante venezolana y las grandes mayorías populares. Desde ese momento, se rompe el “contrato”, el “compromiso” entre representantes y representados, es decir, comienza una crisis de hegemonía donde el grupo dominante solo se sostiene a través de la fuerza. Roto el consenso, solo queda la coerción. La clase “dominante” y “dirigente” solo subsiste como “dominante”. Pero esta serie de sucesos están lejos de asegurar una transformación estructural en el país y consolidar un nuevo gobierno. Para eso, era necesario un liderazgo que capitalice el descontento social y lo convierta en una alternativa de poder real. Ese fue el rol fundamental que cumplió Chávez como parte de una fracción del ejército rebelde que conspiraba junto a otros sectores sociales contra el poder ignominioso del gobierno de Pérez, ligado a los intereses imperialistas de Estados Unidos.

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Imagen: Agencia Venezolana de Noticias

En 1992, Chávez encabezó una rebelión armada por parte de una fracción del ejército en contra de Pérez y su fraudulenta administración pública, cumpliendo con el derecho de todo ciudadano a levantarse contra cualquier tiranía, admitido incluso por gran parte de la teoría política liberal y por las más diversas corrientes de pensamiento, desde Martín Lutero hasta John Locke, como bien describió Fidel Castro en su célebre discurso “La historia me absolverá”. La revolución resultó frustrada, pero de ninguna manera terminó con el liderazgo de este extraño militar carismático e intransigente. Después de un largo derrotero, Chávez llegó al gobierno en 1998 jurando sobre una “moribunda Constitución”, según sus propias palabras. Este hecho no fue meramente simbólico, sino que constituyó uno de los pilares fundamentales que edificaron la gran obra bolivariana, ya que, un año después, se abriría un debate sobre la necesidad de reformar la Constitución y pensar un nuevo marco normativo para el proceso que se abría, dándole un contenido popular, antiimperialista y democrático. La votación arrojó un resultado contundente, el 90 por ciento de los votantes se pronunció a favor de la reforma y, de esa manera, sentaría las bases para el nuevo proyecto de “República Bolivariana de Venezuela”.


La reforma constitucional significó una verdadera ampliación democrática para la población. En el capítulo IV, en la sección segunda, se dedican cuatro artículos al “referendo popular” como acción de consulta y debate a nivel nacional sobre decisiones de trascendencia para el país. En el artículo 72 de dicha sección, se afirma que todos los cargos y magistraturas de elección popular son “revocables” y se describen las formas para llevar a cabo una revocatoria de mandato, rasgo esencial de una democracia participativa y popular. Más adelante, en el capítulo VIII, se establecen los derechos de los pueblos indígenas, reconociendo como deber del Estado “demarcar y garantizar el derecho a la propiedad colectiva de sus tierras, las cuales serán inalienables, imprescriptibles, inembargables e intransferibles de acuerdo con lo establecido en esta Constitución y en la ley”.


Por último, la Constitución bolivariana dedica un capítulo entero al “Poder ciudadano”, incentivando a la participación popular en la toma de decisiones municipales y estaduales en todo el territorio. Esta ampliación de derechos, sumado a las 14 elecciones que ganó Hugo Chávez, representan una contundente legitimidad democrática por parte del gobierno, que desmonta todas las mentiras y la sistemática manipulación mediática por la cual muchos de nuestros compatriotas están “preocupados” por la “dictadura venezolana”.

Un faro en tiempos difíciles

En el año 2002, existió un intento de golpe de Estado contra el gobierno de Chávez, que es resistido por la mayoría del pueblo y de las fuerzas armadas, devolviéndole al pueblo a su líder luego de 48 horas de haber sido depuesto. A partir de ese momento, el gobierno bolivariano “apretó el acelerador” y comenzó a desplegar una serie de medidas de fuerte impacto en la redistribución de la riqueza y la recuperación de sectores claves de la economía, como la estatización de la empresa PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A).

En el año 2005, se declaró a Venezuela “territorio libre de analfabetismo”, hecho reconocido por la UNESCO. La pobreza se redujo del 51,7 por ciento, en 2002, al 20,9 por ciento en 2012, según cifras de la CEPAL. En 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) premió a Venezuela por haber disminuido la subnutrición infantil del 13,8 al 2,4 por ciento, gracias a la red pública de distribución de alimentos que el gobierno llevó adelante para los sectores más carenciados de la población. El 30 de abril de 2011, se creó la “Gran misión Vivienda Venezuela” (GMVV); a partir de ese momento hasta la fecha, se crearon más de tres millones de viviendas en el país, reconociendo un derecho humano fundamental.

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El proyecto bolivariano, además, se caracterizó por la construcción de una unidad regional con los demás gobiernos progresistas de América Latina. Se crearon múltiples organismos regionales, con el fin de defender la soberanía de la región y fortalecer las potencialidades colectivas para lograr mayor autonomía y creación de riqueza en la interacción con el mercado mundial. Los organismos creados fueron el ALBA, UNAUSR, BANSUR (Banco del Sur), TELESUR, CELAC, entre otros. En 2005, diversos presidentes de la región se reunieron en “La Cumbre de los Pueblos” realizada en nuestro país para rechazar el proyecto conocido como ALCA, impulsado por George W. Bush. Allí, Chávez ironizó “Alca, Alca, al carajo”, mostrando todo su carisma e irreverencia contra los grandes poderes imperiales, contra quienes dirigió otras frases muy duras, como por ejemplo: “Ayer estuvo el diablo aquí” (refiriéndose a George W. Bush en la sede de la ONU).

El proyecto bolivariano, de integración regional, recuperación de la soberanía y transición a un nuevo socialismo democrático y participativo es una obra gigantesca que funcionó como faro y guía en tiempos muy difíciles, luego de una derrota que cristalizó a sangre y fuego la hegemonía del neoliberalismo en América Latina.

Hoy, Venezuela se encuentra asediada por un proceso desestabilizador orquestado desde Estados Unidos, similar a lo ocurrido 50 años atrás con Salvador Allende en Chile. Es preciso recuperar la memoria y no olvidar cómo terminaron esas trágicas experiencias, que tanto dolor y sufrimiento le costaron a los pueblos de Nuestra América. Recuperar el legado de Hugo Chávez es fundamental, pero no como motivo de erudición histórica, sino como ejercicio de una “praxis” concreta que nos provea de herramientas para pensar los tiempos difíciles que nos toca afrontar y conquistar -de una vez y para siempre- el sueño de Simón Bolívar, el Che y tantos otros compañeros y compañeras que dieron la vida para lograr nuestra segunda y definitiva independencia.

*Por Ricardo Peterlin para La tinta / Foto de portada: A/D

Palabras claves: Hugo Chávez, Revolución Bolivariana, Venezuela

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