Ceci Griffa: el deseo y la palabra a mar abierto
La artista cordobesa recorre Latinoamérica en un barco que es, a la vez, su casa, medio de transporte y plataforma artística del taller de escritura creativa «Destapabocas» y de la experiencia de educación popular y teatro social «Navegar 100 Mundos».
Por Julieta Pollo para La tinta
Ceci Griffa disfruta navegar en la oscuridad. Dice que, cuando no se ven más que las estrellas, no queda otra que entregarse por completo a las fuerzas de la naturaleza, confiar en vos misma y dejarte llevar por las corrientes que te empujan. Metáfora aparte, la experiencia es literal: hace dos años, hizo de un barco su hogar y junto a su compañero recorren las costas centroamericanas con un proyecto que acerca educación popular y teatro social a las escuelas rurales.
En Córdoba, la conocemos por su cancionero fresco y violeta, pero la brújula del deseo y la curiosidad la ha llevado a explorar el teatro, la fotografía, las letras y la música. Durante su breve paso por Córdoba y a días de retornar a su hogar flotante en Guatemala, estará compartiendo su música en la reapertura de La Piojera, junto a Vicky Fontana y Menta Sáez, con quienes conforma Andá a callarlas. Será hoy, viernes 26 de marzo a las 20:30, en el teatro recuperado de barrio Alberdi.
En conversación con La tinta, Ceci cuenta cómo es vivir sobre el agua, por qué fue alucinante conocer a las mujeres zapatistas y de qué se trata Destapabocas, una experiencia de escritura “para encontrar la propia lengua, las palabras silenciadas, las antiguas preguntas, capaz un deseo, el nombre verdadero, un mundo posible que aún no existe porque todavía no se escribió”. Después de una primera edición en noviembre, se abre un segundo taller que comienza el 3 de abril: con modalidad “virtual, pero real”, busca poner el foco en escribir con todo el cuerpo y desde la propia vida.
“¿Qué onda vivir en un barco? Cosas que una dice como locura y, de sueño, pasa a plan, de plan a proyecto y de proyecto a acción”. La artista nacida en San Francisco, Córdoba, cuenta que la pregunta surgió después de que junto a su compañero estudiaran navegación a vela durante dos años en la Secretaría de Deportes de la UNC. Después de la decisión, vino el proceso de desprenderse de objetos, afectos, perros, trabajos, la tierra misma. Llegaron a Estados Unidos y estuvieron meses en busca de un velero que les permitiera Navegar 100 Mundos.
“Navegar 100 Mundos busca generar experiencias de educación popular y teatro social en escuelas rurales con niñes y niñas. Es parte de un proyecto marco del que se desprenden muchos otros en distintos territorios. La propuesta es jugar, conocernos, hacer rondas y mirarnos, poner el cuerpo y decir… es zarpado porque les niñes son un manantial de creatividad, solo hay que habilitar ese espacio, escuchar y estar presentes”. Luego de realizar experiencias con niñes de toda Latinoamérica, la idea es materializarlas en un libro para que eso vuelva a las escuelas, que se conozcan entre sí y que puedan tejer redes entre ellas.
Antes de que la pandemia pusiera en pausa su realización, pasaron por escuelas rurales de Guatemala y de México (en Chiapas, en la comunidad indígena Nabil, y en un barrio periférico de Cancún). También habían planificado un Workshop Internacional de Teatro Social y Educación Popular a realizarse en agosto de 2020, que también debió ser pospuesto.
Una vez que encontraron un velero, se largaron al mar. Acostumbrando el cuerpo al cabalgar de las olas y haciendo guardias al timón -porque no hay piloto automático-, tardaron cinco días en llegar desde Fort Myers, Estados Unidos, hasta Isla Mujeres, México.
“Fue una locura porque todavía no conocíamos el barco ni teníamos la experiencia de navegar en el mar. Pero es hermoso. Me gusta navegar a la noche porque siento que, como no se ve nada, no queda otra que entregarte por completo a las fuerzas de la naturaleza -en este caso el mar y el viento- y confiar en el barco y en vos misma. Cuando sale la luna es ‘Ay, gracias’, pero, si no, realmente es ir a ciegas, que es un poco la sensación de la vida tantas veces: perdida en la oscuridad, pero, a la vez, avanzando o dejándote llevar un poco por las corrientes que te empujan. El miedo que pueda sentir no tiene que ver tanto con hundirse, sino con ver si voy a poder lidiar con lo que toca, si voy a ser capaz. Y eso es un poco estar viva”, cuenta Ceci.
“Es una lucha constante soltar el control, pero el año que pasó viene diciendo que toca el aprendizaje de soltar el control porque, si no, nos quebramos. La pregunta por el futuro cambió su sentido también. Capaz ese es el ejercicio que plantea la pandemia, un cimbronazo que nos pone en el presente, poner la cabeza donde está el cuerpo y la emoción”, reflexiona. En este sentido, agrega que todo el tiempo vuelve a interrogar su propio deseo, porque incluso las ideas que parecen ir a contrapelo de lo establecido se pueden convertir en mochilas. Mientras la escucho hablar sobre la importancia de habilitar la pregunta sobre el propio deseo, resuena algo que dijo antes: “Vivir en un barco tiene eso de que estás todo el tiempo en movimiento, flotando. Cuando te acostumbrás al vaivén de la embarcación, después te mareás al bajar a tierra firme”.
Luego de nueve meses en México, alzaron velas hacia el sur. Llegaron a Guatemala y anclaron en Río Dulce, ubicado en la pequeña porción del Atlántico que toca ese país. Ahí estaban cuando estalló la pandemia, momento bisagra para nadar a la raíz y florecer en letras y canciones. Ceci comenzó a publicar en Instagram algunos de sus textos que resonaron en muches otres que, al leerlos, se encontraban. “Escribo sobre mí, sobre lo que me atraviesa, sobre cosas que me voy preguntando. Escribo para conocerme, es una búsqueda conmigo misma, igual que con las canciones. Necesito limpiar cuerpo y emociones, y siempre es de adentro hacia afuera. Una lo hace medio para una, pero cuando eso resuena en otres es súper conmovedor. Como una respiración colectiva que está ahí latente y alguien lo dice o lo puede expresar. Me hace sentir que estoy despierta, que estamos conectadas”.
Así surgió Destapabocas, una experiencia de escritura “para encontrar la propia lengua, las palabras silenciadas, las antiguas preguntas, capaz un deseo, el nombre verdadero, un mundo posible que aún no existe porque todavía no se escribió”. Este taller “virtual, pero real” busca poner el foco en escribir con todo el cuerpo y desde una misma. “La propuesta de que la propia vida sea la materia prima para la escritura. No como autobiografía, sino a través de las propias preguntas, la propia cotidianeidad, los propios deseos. Como dice Hebe Uhart, no hay escritor, hay personas que escriben. En el taller, uso herramientas que fui aprendiendo en mi búsqueda con el teatro social y la educación popular. La propuesta es escribir con todo el cuerpo y también sacarle a la palabra la solemnidad y la hegemonía. Más allá de que saber leer y escribir es un privilegio aunque sea un derecho, pensar cómo lo usamos y para qué: qué palabra voy a poner en el mundo”, explica Ceci.
Después de la experiencia de noviembre, el taller Destapabocas tiene una nueva edición: serán cuatro encuentros virtuales colectivos con ejercicios semanales de escritura. Será los sábados de 10 a 12 horas (hora para Argentina), a partir del 3 de abril. La tallerista adelantó en sus redes sociales que “Esa parte de mi cuerpo”, “Cosas que me da vergüenza que se sepan”, “Las antiguas preguntas” y “Deseo y punto” son algunos de los manantiales desde donde se va a ejercitar la escritura.
—Dos preguntas para tirar del hilo. La primera: ¿cuál es la música a la que siempre volvés para volver, para sentirte en casa?
—Me gusta mucho la murga uruguaya. Cada tanto, escucho candombe, murga, trovadores… me da una nostalgia alegre. Siempre vuelvo a la murga, me hace bien porque, además, puedo cantar. Cuando vivía en Córdoba, participé en la murga Obligados con el pie que fue para mí un descubrimiento porque mezcla un montón de cosas que me gustan: teatro, música y lo colectivo… la denuncia, el anuncio, decir cosas con otres y que suene juntes es una sensación de mucho placer. Con la música, funciono más en colectivo, cuando vuelvo a Córdoba, me gusta tocar con las amigas. En este tiempito que estuve acá, aproveché a volver a tocar con ellas. El jueves, estuvimos tocando con Vicky Fontana y Menta Sáez, y, el viernes, vamos a estar de nuevo en La Piojera.
—La segunda: en este año tan inusual que pasó, ¿qué fue lo último que leíste que te encantó?
—Me pasó este año que me fue muy difícil conseguir libros porque estoy en un pueblito muy pequeño. Una de las últimas cosas que me volaron la peluca fue “La Saga de los Confines” de Liliana Bodoc y también estuve leyendo muchos libros sobre las zapatistas. En diciembre de 2019, estuve en el 2do Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan y fue una experiencia alucinante que me hizo querer aprender más sobre la historia y los procesos zapatistas. Compré unos libros y, el año pasado, los devoré. Pensar que ellas antes del 94, durante esos 10 años de clandestinidad que tuvieron, hicieron su propia organización hacia adentro… la lucha dentro de la lucha y la revolución dentro de la revolución. Un trabajo de ir casa por casa buscando testimonios hasta presentar la Ley Revolucionaria de las Mujeres.
En el Encuentro, ellas nos contaban que hace muchísimos años que no hay femicidios ni mujeres desaparecidas en territorio zapatista, y estamos hablando de México y de una comunidad enorme de 200.000 familias. Otra cosa que me quedó resonando del Encuentro fue que yo iba con todo el deseo de escucharlas, y ellas solo hablaron en el discurso de apertura y el de cierre. Habilitaron el espacio para que pongamos el cuerpo y que hablemos nosotras. Decían: “Las queremos escuchar porque queremos saber por qué en el mundo pasa esto que acá no pasa, por qué están tan desorganizadas”, desde un lugar súper dispuesto a que construyamos juntas. El primer día fue de denuncia, el segundo, de rondas de encuentro para ver cómo nos juntamos y qué proponemos, y el tercer día fue un encuentro artístico con una simpleza proporcional a la profundidad de las zapatistas. Fue realmente muy inspirador, salimos de ahí con ganas de hacer cosas y de contar sobre este mundo que está hegemónicamente tan deslegitimado.
Uno para leer al sol
«El poder que le dí
a todas las miradas y opiniones
que marcaron el amor
o desamor
hacia mí misma
se los quito y me lo quedo
desde hoy y para siempre
porque quiero
Le expropio a lo ajeno
todas las acciones
juicios y opiniones
sobre este cuerpo
desde la piel
al corazón
desde el útero
a las uñas
sean elogios o maldiciones
sean rechazos o deseos
les quito
la palabra y el voto
declaro
por necesidad y urgencia
mi
s o b e r a n í a
planto mi bandera
hago mi propia américa
llego a mi propia luna
éste es mi cuerpo
territorio
casa
hogar
mapa
transporte
santo altar
fiesta pagana
escenario
camino
nube
barrilete
ola
nido
y memoria
hago con él lo que yo quiero
hago por él lo que yo puedo
es el que tengo
y es hermoso
porque en él
yo soy».
Cecilia Griffa, 2020.
*Por Julieta Pollo para La tinta.