Destellos de una educación sentimental

Destellos de una educación sentimental
26 febrero, 2021 por Gilda

Notas sobre La preparación de la aventura amorosa de Francisco Bitar.

Por Sebastián Oscar González para La tinta

El efecto del tiempo sobre las relaciones afectivas es uno de los aspectos centrales que trata la literatura de Francisco Bitar. Llegado un momento, los vínculos sufren una erosión que los resquebraja hasta su eventual disolución o bien los transforma en otra cosa. Lo que ocurre en esa situación de agrietamiento, con sus correspondientes y a veces insondables causas, es lo que le interesa a Bitar como materia narrativa.

La preparación de la aventura amorosa despliega el formateo del pasado de Cerro, su protagonista, mediante el relato de su biografía sentimental como dispositivo narrativo. La novela repasa los más significativos capítulos de la vida amorosa de Cerro, desde la niñez hasta el esplendor de su juventud con su correspondiente situación de encare, motivo de ruptura y encuentros posteriores con la mujer en cuestión. Pero lo más relevante es que cómo, producto de cada uno de estos vínculos, persistirá algún rasgo que en el futuro orientará sus sucesivas relaciones.

En La preparación de la aventura amorosa, el pasado es un eje en permanente movimiento, capaz de reescribirse cuando se recupera… es que, tal como describía Walter Benjamin, el pasado se articula cuando alguien se adueña de un recuerdo, no en cualquier momento, sino tal como este relampaguea en un instante de peligro.  

francisco-bitar-libro-aventura-amorosaA los nueve años, cuando Cerro se siente enamorado por primera vez en su vida, sueña que un auto atropella a su madre. En esa escena onírica, que se repetirá con variantes a lo largo de los años, en el momento previo a yacer, la madre le deja un confuso mensaje. Desde allí, todo nuevo amor, incluso toda posibilidad de un nuevo amor, se verá amenazado por la sombra agónica de su madre. En su habilidad, pero, sobre todo, en su ineptitud para acercarse a una nueva mujer, deberá decidir solo qué cosa es el amor. También está su padre, como primer modelo de lo que debería ser un hombre, pero que, con su carácter enigmático, humores cambiantes, exigencias y el abandono del hogar familiar, funciona como otro factor de confusión.

En esa constelación familiar y para la época en la que contrae matrimonio, Cerro también asistirá a la corrosión del vínculo con un errático hermano que, hundido en una suerte de depresión, se dedica a vagabundear sin rumbo ni propósito fijo por la ciudad, conducta que a Cerro lo asusta y, al mismo tiempo, lo atrae. El deambular por el espacio urbano y sus fronteras cobra especial relevancia en el texto, en tanto que los momentos en los que la incertidumbre invade a Cerro se corresponden con el intento de encontrar algún refugio en el movimiento incesante. Como telón de fondo, siempre están la ciudad, el pasado y el invierno, que es la estación que Cerro elige como propicia para el romance.  

Su matrimonio parece otorgarle cierta estabilidad, pero allí también prima la insatisfacción, su esposa es una mujer admirable, pero no la mujer para él. El vínculo con sus amigos tampoco parece haber corrido mejor suerte, el espíritu fraternal o de llana compañía pierde terreno frente a la competición como una nueva manera de seguir juntos, esa carrera incluirá el dinero, los excesos y, sobre todo, la acumulación de mujeres. Mientras escucha los relatos de conquistas de sus camaradas, con cierta intriga, pero también con incomodidad, Cerro comienza a sentir el llamado de la noche hasta que, finalmente, se decide a iniciar un romance.


La preparación de la aventura amorosa cuestiona y pone en crisis ciertas ideas sobre la masculinidad y es una escenificación de la insatisfacción y la impericia en la relación con los otros, sobre todo, de un hombre con las mujeres.


En ese sentido, en las reuniones nocturnas de Cerro con sus amigos (cuyos nombres también remiten a accidentes geográficos: Loma, Duna, Colina, Montagno), se da rienda al recuento de sus “conquistas”. De esa manera, se expone una forma en la que es habitual la proyección de la masculinidad hegemónica entre hombres y, en ese sentido, hay un indudable contraste en el modo en el que Cerro rememora para sí los capítulos de su vida amorosa en la primera parte del libro, respecto del regodeo ridículo en las “hazañas prematrimoniales” frente a sus pares. En este reflejo, el pretérito adquiere dos aspectos antagónicos, el más profundo, que es el del recuerdo como posibilidad de reconstrucción de la subjetividad o bien el del rasgo superficial de la mera anécdota.

La virtud es que esto no se desarrolla al modo de la exposición de una tesis o manual de conducta, sino que se impone en el propio relato al modo de preguntas que “aparecen en el horizonte porque el mundo las impone desde afuera sobre nuestra falta de preparación. De otro modo, no serían preguntas”, como se lee en un pasaje.

Pero, además del potencial de los interrogantes que la novela despliega, el placer del texto también se encuentra en el desarrollo de un estilo singular y preciso que Bitar inauguró en Acá hubo un río (2015) y que aquí sostiene en una obra de mayor aliento: la particular economía en la construcción de párrafos de oraciones austeras y  medianamente breves, en las que prepondera la narración de la acción y la reflexión, en la medida en que es útil a algún aspecto del relato. Así, las divisiones al interior de cada capítulo, en la que unidades de párrafos se separan con asteriscos, otorgan al texto una suerte de escansión en la que el ritmo y la musicalidad generan un efecto que remite a la escritura poética.

*Por Sebastián Oscar González para La tinta.

Palabras claves: Francisco Bitar, literatura, Masculinidades

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