Una huelga en el corazón de vaca viva

Una huelga en el corazón de vaca viva
23 diciembre, 2020 por Redacción La tinta

Desde hace dos semanas, no sale un solo grano de soja destinado a la exportación. Cientos de barcos hacen fila en el río Paraná, a la espera de la resolución de un conflicto que paralizó a ese núcleo fundamental del capitalismo nacional que se ha dado en llamar “vaca viva”. Los trabajadores del cordón agroindustrial, desde Bahía Blanca hasta Timbúes, se preguntan cuál es la prioridad para 2021: ¿recuperar el poder adquisitivo del salario o recomponer las ganancias de los empresarios? Viaje al centro de la huelga, para escuchar a los protagonistas.

Por Mario Santucho para Revista Crisis

“Buenos días, para quienes no me conocen todavía, yo soy Daniel Yofra, secretario general de la Federación. Quiero agradecer a las compañeras y los compañeros aceiteros que se vienen bancando once días de huelga, en donde, una vez más, demostramos la conciencia que tenemos los trabajadores”. Así arranca la asamblea de los aceiteros en la planta de Dreyfus, que tiene su sede en General Lagos, al sur de Rosario. Unos 300 laburantes acaban de almorzarse los mil chorizos que fueron cocinados en una improvisada parrilla al costado de la puerta de la fábrica. Hay alegría, se sienten fuertes, por eso bailan al ritmo de una banda de trompetas y trombones que se llama “La Aceitosa” y dicen que surgió en el recordado conflicto de 2015, cuando el paro duró 25 días y culminó con una resonante victoria obrera.

Ahora, el dirigente gremial comenta que los empresarios, a través de sus representantes mediáticos, han querido confundir a la opinión pública diciendo que los trabajadores piden demasiado. “¿Cuánto quieren ganar los aceiteros? Hay que decirles que los aceiteros queremos un sueldo digno. No tenemos que tener vergüenza de lo que somos, porque ya tuvimos vergüenza y miedo. Pero hace un tiempo que conseguimos lo que queríamos, que es el salario mínimo, vital y móvil. Y hay que decírselo a todos: que hagan huelga, que no le tenga miedo, nosotros somos hijos de la huelga”.

La medida de fuerza resulta contundente porque, por primera vez, reúne a los tres sindicatos del sector. La Federación de Aceiteros y el Sindicato de San Lorenzo (SOEA) hicieron a un lado sus históricas diferencias para confluir con los recibidores de granos de URGARA. Del otro lado, están los principales grupos económicos, que son en su mayoría trasnacionales: las estadounidenses Cargill, Bunge y ADM; la francesa Dreyfus; la suiza Glencore; la china COFCO; y las argentinas Molinos Río de La Plata y Aceitera General Deheza (AGD). Estas empresas se agrupan en la Cámara de la Industria Aceitera (CIARA), entidad con notable poder de lobby.

El resultado es la paralización de la médula espinal portuaria del país, desde Bahía Blanca hasta Timbués, pasando por los puertos de Buenos Aires y Rosario. Estamos en el corazón del capitalismo argentino. Por aquí fluyen hacia el exterior los granos mágicos y sus derivados industriales como el aceite, la harina o el pellet, que explican la mayoría de los preciados dólares que luego ingresan para equilibrar la balanza comercial.

Al finalizar la asamblea, uno de los trabajadores nos guía para bordear los muros de la planta con el objetivo de asomarnos a una barranca desde donde avistamos la fila de enormes barcos de distintas nacionalidades que hacen fila en el Delta del Paraná. Quienes monitorean el tráfico de buques mercantes dicen que ya hay más de 120 a la espera de poder cargar las mercancías. Y por cada día que pasa, tienen un costo de entre 15 y 25 mil dólares, sin contar las penalidades comerciales. Algunos dicen que el precio de la soja subió en la bolsa de Chicago por el estrés que genera esta huelga en Argentina. Los empresarios aportan grandes titulares y aseguran que las pérdidas ascienden a 100 millones de dólares diarios.


Se trata del conflicto social más importante del año, justo en las vísperas de las fiestas navideñas. El resultado de esta puja va a influir de manera significativa en cómo será la reconstrucción económica que tendremos en 2021. ¿El crecimiento va a permitir la recuperación de la pérdida salarial que se acumuló durante los últimos tres años, estimada en una caída del 26% del poder adquisitivo de los trabajadores? ¿O servirá para acrecentar la tasa de ganancia de las empresas más grandes del país, que no dejaron de ganar ni siquiera durante la pandemia?


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(Imagen: Marcelo Manera para revista crisis)

Endurecerse sin perder la batuta

Cuarenta minutos en auto separan a Dreyfus de la Terminal 6 (T6), en Puerto San Martín, al norte de Rosario. La planta forma parte del cordón de San Lorenzo, el complejo agroindustrial exportador más importante de América Latina. Tiene como accionistas a AGD y Bunge, capacidad para recibir 80 mil toneladas diarias de granos y puede procesar más de 20 mil toneladas cada veinticuatro horas. Lo que entra por una punta sale convertido en aceite, harina o pellets de cáscara. También puede volverse biodiesel o glicerina refinada. Pero ahora está todo parado. No se mueve nada adentro.

Durante la décima jornada de paro, el gerente general de T6 salió a la puerta para intentar convencer a los huelguistas que el reclamo era irracional. “Y hace unos días, quiso que entraran trabajadores fuera de convenio para poner en marcha la planta. Eso es un peligro. Podría ocurrir cualquier cosa, desde romper máquinas o provocar un accidente”, dice Gustavo Cuscueta, delegado del gremio que lidera Pablo Reguera. A diferencia de los activistas de la Federación, quienes consideran que “la empresa no tiene sentimientos y siempre va a querer maximizar ganancias”, aquí los patrones y sus representantes son vistos como un verdadero “padre laboral”. Por eso, recuerdan la reciente explosión en uno de los sectores de la fábrica, como prueba de lo que sucede cuando lo único que importa es aumentar el ritmo.

Néstor Aguirre, también delegado en T6, trasmite su desazón por la irresponsable actitud empresaria. “Creemos que el problema no es el dinero, sino algún tipo de extorsión contra el gobierno”, dice Aguirre y argumenta que la empresa pasó de discutir los salarios en la planta –con sus gerentes de Recursos Humanos como negociadores– a depender de un equipo de abogados en Buenos Aires que representa a CIARA.

La intuición del delegado es avalada por el economista Sergio Arelovich, asesor de la Federación aceitera: “Las exportaciones del complejo oleaginoso traducidas a pesos –comparando 2020 con 2019– crecieron muy por encima de la inflación, por la devaluación del peso y el aumento de los precios internacionales. Como el salario aceitero quedó incluso por detrás del ritmo inflacionario, es claro que el peso de la masa salarial disminuyó. Oleaginosa Moreno (Grupo Glencore) dice, en su balance cerrado en diciembre de 2019, que el costo salarial no llegó a representar 1,3% del total de las ventas, lo cual hace presumir que, al cierre de 2020, es probable que sea menos del 1%. La negativa al aumento salarial por parte de la CIARA no está vinculada al efecto económico, sino a la disputa por quién decide el precio de la fuerza de trabajo”.

Carlos Zamboni y Matías Cremonte son abogados laboralistas y asesoran a la Federación de Aceiteros en la pulseada con los negociadores corporativos. Si el problema no es el dinero, les preguntamos: ¿qué pasa por la cabeza de los empresarios de la CIARA para endurecer tanto su posición este año? Los expertos en rosca paritaria aportan tres hipótesis que entre sí no son excluyentes: “En primer lugar, dice Zamboni, quieren aprovechar la crisis de la pandemia para disciplinar a la fuerza de trabajo, obligándola a retroceder en sus reclamos históricos y quebrando un método sindical que se ha mostrado exitoso: la exigencia del salario mínimo, vital y móvil. Expresamente, están hablando de un ‘cambio conceptual’, que consiste en dar aumentos con la sola referencia de la inflación, lo cual significa congelar los salarios, encima después de una pérdida salvaje durante los últimos tres años”.

La segunda interpretación es aportada por Cremonte: “Durante los últimos meses, los grandes jugadores del complejo agroindustrial desplegaron un activismo inédito en el mundo político empresario, disputándole la conducción del sector a las dirigencias más tradicionales identificados con la Mesa de Enlace. Muestra de este protagonismo es el surgimiento del Consejo Agroindustrial Argentino, liderado por CIARA. La presidencia de la UIA en manos de un representante de AGD es otro indicio en este sentido. Y si ellos quieren conducir a su clase, tienen que dar señales de fortaleza en ese sentido”.

Por último, Zamboni agrega un nivel más en la disputa: “La pelea por ver quién paga la crisis incluye un intento de desestabilización del gobierno nacional, a cambio de prerrogativas como la devaluación del peso o la baja de retenciones”.

Por el costado de la Terminal 6, se llega también al río. Hay que saltar dos gruesos caños que corren paralelos al suelo y transportan el aceite y el biodiesel desde la planta hasta los barcos. Desde allí, se avistan más barcos anclados, esperando que vuelva la molienda. Pero el espectáculo llega a su clímax desde el Campo de la Gloria en la ciudad de San Lorenzo, una terraza verde con vista al Paraná, donde los granaderos del general San Martín frenaron a las tropas españolas el 3 de febrero de 1813. Ahora es de noche y los buques flotan como inmensos edificios iluminados en medio del río.

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(Imagen: Marcelo Manera para revista crisis)

La dignidad de los alguien

Una importante distinción entre la realidad de los aceiteros de San Lorenzo y quienes se nuclean en la Federación remite a los trabajadores tercerizados. Mientras en T6 conservan un estatus inferior a los obreros efectivos, y se sienten perjudicados por la huelga, en Dreyfus, fueron incluidos en el convenio aceitero y gozan de los mismos beneficios que los operarios tradicionales. El testimonio de José Leguizamón, empleado de limpieza de la multinacional francesa, es impactante: “La empresa contratista nos tiraba aquí y no teníamos lugar para comer, ni baño, teníamos que mendigar un vaso de agua a los que por entonces eran compañeros entre comillas, porque nos trataban casi como esclavos.

Teníamos trabajo, pero éramos muy pobres. Hasta que, en 2008, nos empezamos a reunir con Yofra y la gente del sindicato, y gracias a la lucha, conseguimos que nos reconocieran como aceiteros. Por eso, una vez, un gerente me dijo que teníamos que ponernos la camiseta de la empresa y yo le dije que ya tenía puesta la camiseta del sindicato”.

Mientras conversamos con Federico Calderón, técnico químico en el laboratorio de la planta y también delegado en Dreyfus, los camiones que pasan por la ruta provincial 21 tocan bocina en solidaridad con los huelguistas. Calderón viste la camiseta del Trinche Carlovich, mítico futbolista rosarino, y recuerda que el miércoles 9 de diciembre, cuando comenzó el paro, decenas de camioneros quedaron atrapados en el playón de la planta. Finalmente, lograron que la empresa les pagara el flete y volvieron al lugar de origen sin despachar la carga.

Adrián Dávalos, alias el Mono, viene de la planta que Molinos Río de La Plata tiene en Rosario, más conocida como “la Patito”. El Mono es secretario general del Sindicato de Aceiteros de Rosario, pieza fundamental de la Federación, y está entusiasmado con la inédita unidad entre los sindicatos del sector.


“Debo decir que lo que no logramos nosotros con la persuasión gremial y la comunión de clase, lo logró la empresa con su intransigencia. Ahora que estamos juntos, se nota que somos mucho más poderosos. El desafío en adelante es consolidar este vínculo y apuntar a nuevas conquistas”.


Marco Pozzi opera una grúa en el sector de carga de granos de Cargill, en Villa Gobernador Gálvez. Él sintetiza con mucha claridad la misma cantinela que escuchamos en todas las plantas: “La huelga está muy firme; desde abajo, los compañeros empujan para que sigamos hasta ganar; encima, la semana pasada, nos depositaron el aguinaldo, así que tenemos cuerda para rato”.

¿Cuánto más pueden aguantar las empresas? ¿Cómo explican tanta mezquindad con los trabajadores, si con todas las pérdidas que están teniendo ya podrían haber pagado varias veces lo que pedimos de aumento?”, reflexiona Daniel Yofra, la voz más visible del conflicto. Su intuición le dicta que, antes de Navidad, puede haber un desenlace, como insinuó el vocero de la Cámara empresaria Gustavo Idígoras, en un reportaje durante el fin de semana.

Yofra confía en el poder obrero y no duda que esta disputa gremial culminará con un triunfo para los trabajadores. Pero también sabe que el significado de la huelga aceitera repercute en el resto de una sociedad agobiada por la crisis, que se prepara para recobrar el crecimiento. Por eso, el sindicalista espera la intervención del gobierno nacional. Una señal de que el regreso a la normalidad no será sinónimo de más y más ganancias para “tres o cuatro vivos nada más”.

* Por Mario Santucho para Revista Crisis / Imágenes: Marcelo Manera para Revista Crisis.

Palabras claves: Aceiteros, Exportaciones

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