«Pediría que nos acepten como somos, ni más ni menos»

«Pediría que nos acepten como somos, ni más ni menos»
20 noviembre, 2020 por Redacción La tinta

Zoe Bustos vive en Barrio Maldonado en la Ciudad de Córdoba, en una piecita que comparte con su hermana. Transcurriendo sus 50 años de vida, nos comparte algunas experiencias y aprendizajes de ser una mujer trans.

Por Redacción La tinta

Fue criada por su abuela, a quien respetaban mucho en un barrio popular de la Ciudad de Córdoba. Desde la primaria, notaba que «algo raro le pasaba», le gustaba un chico de la escuela y ella se preguntaba por qué. En ese entonces, era un varón y comenta que, hace 50 años atrás, todo era muy diferente. Cuando su abuela no estaba, aprovechaba para probarse su ropa y jugar un rato.

Al secundario, la mandaron a un colegio de varones y abandonó porque no se sentía cómoda en ese ámbito. Comenzó a trabajar por su cuenta, primero, en una panadería, allí se sentía a gusto. Tuvo una pareja que le ayudó mucho y, de a poco, comenzó la transición para ser Zoe.

Terminó el secundario en un colegio técnico con el oficio de mecánica tornera. Se dejó crecer el pelo. Empezó a trabajar en un taller metalúrgico y, al poco tiempo, la ascendieron por sus cualificaciones en el puesto.


En su casa, era una mujer y, cuando tenía que ir al trabajo, se vestía de varón. Fue muy difícil para ella trabajar ahí porque eran todos hombres y se dieron cuenta de sus cejas depiladas, de su pelo oculto en una gorrita, le charlaban, le gritaban, “era hasta un tema ir al baño”, nos cuenta Zoe. Tuvo algunas peleas por discriminación y decidió renunciar y no volver a trabajar. Hoy, cuenta que «le da una bronca tremenda haber tenido que dejar ese trabajo». Tiene un vecino que ocupa un puesto como ella lo hacía y “ni formación tiene él, en cambio yo, por ser como soy, no puedo estar ahí. Elegí otra vida y no me arrepiento, pero a veces pienso cuán diferente podrían ser las cosas”.


El trabajo sexual fue la opción laboral que consiguió en ese tiempo. Lo recuerda como una experiencia tremenda y de mucho desprecio. Con sólo pensar en esos momentos, se le llenan los ojos de lágrimas. “Una por plata está dispuesta a todo y, cuando los clientes se dan cuenta con quién estuvieron, te pegan una patada en el culo, te gritan, te maltratan”. “Te tratan como un perro”, dice, no es lo mismo para las mujeres cis el trabajo sexual . Lo recuerda como una experiencia a la que no le gustaría volver. El trabajo sexual le permitió contar con el dinero necesario para poder operarse y colocarse prótesis mamarias, también festejarle el primer año a un sobrino como ella quería, «dándole con todos los gustos», e incluso pagarle el vestido de 15 a una sobrina “hecho por una modista y todo”, cuenta.

Cuando salían a la ruta con una amiga, se cuidaban entre ellas, anotaban las patentes de los autos y estaban alertas por los clientes y por la policía. No sabían si volverían vivas y “eso era horrible”. En ese tiempo, comenzó a hormonarse, usaban la perlutal, un anticonceptivo inyectable, “eso me hacía sentir muy bien, me cambiaba la cara, me sacaba los pelos, pero tuve que dejarla por el trabajo”. Zoe comenta que no le permitía tener erecciones y eso era un problema.

Zoe-Bustos-mujer-trans-LGBT-travesti-02Luciana es su hermana, una mujer trans también. Es joven, debe tener unos 24 o 25 años, y su vida es completamente diferente. Zoe reconoce que las cosas cambiaron mucho en estos años. Ahora, hay más aceptación, más respeto. «Pero falta, falta mucho». Ambas sobrevivieron en condiciones de vida muy precarias y Zoe reflexiona sobre cuán necesario sería poder tener un trabajo digno, con aportes a la obra social, ir al médico y “si te morís, tener un sepelio como una se merece”. Durante mucho tiempo, pagaba una funeraria porque pensar en la muerte era algo que no le era ajeno, si eso sucedía, “no quisiera que fuera en una cajita de madera y así nomás”.

Zoe reconoce que sus redes, contar con una familia que la acompaña, la apoya y que nunca la juzgó le permitieron ser hoy quien es. No sabe qué hubiera sido de ella sin todxs ellxs. “Ya estaría muerta o no sé dónde, lo más seguro que muerta. Pero yo soy feliz, soy feliz acá con mis más cercanos”. Mientras estamos conversando, viene su sobrino, a quien el Ratón Pérez le acaba de dejar 270 pesos. Me mira, sonríe y me dice que “esas son las cosas que a una le dan fuerzas y alegría”.

“¿No vas a preguntarme de mis amores?”, consulta Zoe. Evidentemente, tenía muchas ganas de contarme que, en su vida, tuvo un solo amor, Gustavo. Salieron como 6 años y, un día, para cubrir a su hermano, cayó en cana y se lo llevaron a Bouwer, en donde estuvo 7 años y 8 meses preso. El tema eran las visitas. A ella le recomendaron que hablara con una abogada de Derechos Humanos. Fue a su estudio a verla y, primero, consiguieron un carnet de visita. Luego, insistieron para conseguir “visitas higiénicas” en la cárcel. “Imaginate una trans visitando a un varón en la cárcel, parecía imposible”. Con la abogada, lo consiguieron. Fue la primera mujer trans con este permiso del juzgado. Eso fue una gran victoria y la llamaron de algunos medios para hacerle notas, pero a Zoe le daba vergüenza.

Al tiempo, en las visitas, recibió maltratos de una de las policías de la cárcel y, junto con la abogada, consiguieron que la trasladaran a Cruz del Eje. Cuando volvió a la semana, una de las policías le dijo: “¿Fuiste vos quien la trasladaste a la otra, no? Ella era re mala con nosotras también, había tenido muchas quejas antes, pero porque sos una chica trans lo hicieron”. Zoe cuenta que hubiera sido un revuelo si la denuncia tomaba conocimiento público, por eso es que cree que se resolvió de esa forma. Otra gran victoria, todas las mujeres que estaban ahí en la fila para ingresar aplaudían y silbaban.

Cuando Gustavo salió de la cárcel, «un día, ahí paradito (hace un gesto con su mano), le reclamó porque se tardó buscando una caja de AVON que vendía en ese entonces. Me dijo que seguro me había quedado con alguno por ahí. Entonces, yo le dije mirá, no me trates mal, voy a repartir estos productos y, cuando vuelva, espero que te hayas calmado o andate, y él me respondió que, si se iba de la casa, no lo iba a volver a ver nunca más. Y yo me fui, esperando que cuando volviera esté ahí, pero no, se había ido y nunca más lo volví a ver”. Después, se enteró de que una amiga le había contado que, durante el tiempo que estuvo preso, Zoe había ejercido el trabajo sexual y eso no le gustó.

Las violencias que relata Zoe son muy hondas y transversales. “El otro día, una amiga me contó que, desde chiquito, veía algo diferente en su hijo y, hoy, pueden ver que es gay. Yo le contaba que las cosas han cambiado mucho en mis 50 años de vida. No es lo mismo ser trans hoy que en mis tiempos”, reflexiona.

Le pido que nos comparta qué le diría a una persona que recién descubre su identidad u orientación sexual, y Zoe me dice: “Que sean felices, que hagan lo que les guste, lo que les haga bien. Y que la sociedad nos acepte como somos, ni más ni menos que eso. También espero que podamos tener en algún momento trabajo digno, que nos acepten en una panadería, en una peluquería, incluso en la municipalidad, así como somos”.

*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: LGBT, trans, travesti

Compartir: