Paula Maffía: «Hago preguntas, pero no para tener respuestas»

Paula Maffía: «Hago preguntas, pero no para tener respuestas»
26 noviembre, 2020 por Redacción La tinta

Renuente al esquema de «concierto diferido en streaming», la notable música plasmó junto al director Emiliano Romero un audiovisual que le sirve como vehículo a las canciones, pero también como reflexión sobre los efectos de la vida en pandemia.

Por Página/12

Para Paula Maffía, 2020 venía perfilado más o menos así: la presentación de su primer libro, shows en Niceto y en el Ateneo, giras por el país e internacionales. Pero nada de eso pudo ser. Inquieta dentro de la quietud impuesta por la pandemia, y atenta a una ética laboral y artística dentro de la que se maneja desde hace dos décadas, se puso a pensar entonces cómo reactivar al menos circunstancialmente la maquinaria. “Hay una sensualidad a la hora de crear, vas buscando palabras, un imaginario, lo vas puliendo, degustando por años. Es una ingeniería, tenés que darle mucho tiempo de precipitación y de cocción a las ideas. Entonces, frenar un año productivo y ponerme a crear era imposible para mí. Como se detuvo el fordismo de mi vida, tuve que empezar a vincularme con el juego. Y a partir del juego, y muy peleada con la idea de que el streaming sea simplemente la traslación de un acontecimiento musical del vivo al vivo pero diferido y mediado por una cámara -que me parece una berretada total conceptual y políticamente-, dije ‘voy a mostrar esto que me estuvo pasando, toda esta vulnerabilidad’”, relata la artista en diálogo con Página/12. Así nació la pieza audiovisual Placer, un concierto/película con dirección de Emiliano Romero, que se estrenó el miércoles 25 a las 22 a través de Alternativa Teatral.

“Mirá que hablo mucho”, amenaza al comienzo de la entrevista. Y no miente. Cuenta, canta, reflexiona. El caudal de su discurso es como el caudal de su voz: imponente, vibrante, voluptuoso, sin distracciones, cada palabra/nota en su lugar. Maffía trajina el camino de la música independiente desde hace dos décadas. Maneja sus proyectos inspirada por sus propios impulsos, sus tiempos y sus necesidades. La robusta carrera de esta artista incluye haber abierto, el año pasado, para Patti Smith en el Luna Park. Sus comienzos fueron con Acéfala, después formó La Cosa Mostra, más tarde Las Taradas y ahora pone el foco en su proyecto solista con el que tiene dos discos editados, el segundo de ellos, «Polvo», de 2019, secundada por Lucy Patané y Nahuel Briones.

Yo utilizo la música pero no me pongo de rodillas ante la música. No estoy aspirando a escalar. Hago esto porque es mi canal de comunicación y lo necesito y lo deseo, pero no estoy corriendo una carrera. Quería un lugar donde no tuviera que dar explicaciones y encontré eso en la música, dentro del arte independiente y siempre del lado de las disidencias. Correrme de todos los lugares de aspiración y de hegemonía me dio mucha tranquilidad y un lugar para construir”.

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—¿Cómo llegaste a la idea de “placer” en esta coyuntura que es tan poco… placentera?

—El placer tal como lo conocemos está abolido. En general, está vinculado a temas como ir a comer, ir de viaje, la fiesta, el espectáculo que ya está brindado. De pronto… vivo sola, pensar el placer yo sola es algo que no está permitido, pero ¿por qué? Encontrar placer en la cotidianidad más chiquitita y más íntima habla de reanudar un pacto nuevo. Fue una nueva conquista. Todo este tiempo me reorientó el placer.

—¿Te lo reorientó hacia dónde?

—Me orientó el deseo. El deseo es motriz. Es un anhelo, una veleta que me conduce por completo. Soy muy súbdita de mi deseo. Por suerte tengo un deseo muy claro, muy contundente. A mí se me detiene el deseo cuando implica el displacer de otra persona. Es un poco montesquiano: «Mi deseo termina donde empieza el displacer de otra persona» (se ríe). Pero en este momento de encierro total, deseé mucho la complacencia. Estar en paces conmigo. Mi deseo de repente se vio totalmente coartado, y tuve que empezar a buscar otras señales. Entonces, esas señales pequeñitas de lo que era placentero las habité sin ningún tipo de tapujo.

—En Ojos que ladran cantás “la fina línea entre aguantarse y resignar” y en Polvo “no hay virtud en poder aguantar”. La idea de no conformarte parece una constante en tus discos.

—Son ideas que me representan. Toda mi vida me identifiqué con la fuerza y de pronto entendí que la fuerza encerraba una gran debilidad. Que me vulneraba mucho esa idea de fuerza y que había algo mucho más fortalecedor en aceptarme blanda, débil, tierna, no por eso asumirme de esas maneras, pero entender que todo es una negociación permanente y que ahí es donde encontramos una constante, en la permanente reafirmación de lo que pensamos y sentimos. Es una especie de mantra que me hago todo el tiempo, la pregunta de qué es esto, ¿lo estoy dejando entrar porque estoy cansada de pelear o porque entiendo que renunciar a esta pelea es una victoria mayor para lo que viene? Hay una cultura del aguante, no sólo desde el fanatismo futbolero, sino también en el amor, eso de «te voy a seguir adonde sea. Te voy a bancar. Tu vida es mi vida», hay una cosa del amor romántico de «hola, permiso, vengo a morirme encima tuyo» que me parece que es re debilitador.

—¿Placer, entonces, entra en esta línea, la de no conformarse con lo más inmediato?

—¿Es que con qué me podría conformar? ¿Qué hay ahora? Hoy las cosas están un poco diferentes que la semana pasada, pero hasta hace diez días había un protocolo para streamings que les sirve a los espectáculos muy grandes o, para que sean redituables, tienen que ser pequeños, pero muy caros. A mí la espectacularidad no me seduce. El arte, en la medida en que lo profesionalizás, lo podés llevar hacia la espectacularidad, que es elevarlo profesionalmente dentro de cierto parámetro de lo que es grande, caro, imponente, imperial. O lo podés llevar hacia el lado de la disidencia, del cuestionamiento, de una ingeniería un poco más afectiva. ¿No puedo hacer cosas? ¿Qué tengo a mano? Listo: me las voy a ingeniar y voy a pensar fuera de esta lógica. Revolucionar la lógica, elevarla, romperla. No digo que una de las dos opciones esté bien y otra mal. Yo me muevo dentro de una, pero no criticaría a la persona que toma otra decisión. Hoy por hoy, lo que yo podía hacer era un show en vivo como si hubiera público, pero el público no está. Me filmo y se mira en diferido. Todos hacemos como que el acontecimiento está sucediendo, pero no. Me pareció que se podía pensar otra cosa, algo novedoso, bello, donde ese pacto esté más vigente.

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—En los dos discos hacés reflexiones sobre el amor. En Ojos que ladran desde la duda, y en Polvo esa duda se transforma en desgarro. ¿Cuál es el lugar del amor en Placer?

—Pasa que en Placer no estoy presentando un nuevo discurso, no hay nueva tesis.

—Pero algún tipo de discurso igual se arma en el reordenamiento.

—Por supuesto. Y el discurso en este momento se trata de la selección de canciones que de alguna manera cuentan la historia de estos veinte años de carrera. Creo que lo que puedo hacer es un racconto. Estoy trabajando en un tercer disco de esta trilogía amorosa, donde hay una conciliación, un tercer movimiento obligado. Yo hago preguntas pero no para tener respuestas, las hago porque es lo único que sé hacer. En Placer lo que hay es un resumen de ese discurso, contextualizado en una especie de gran soliloquio. Hay una reflexión a solas, con todas estas dudas, miedos e inseguridades que generan nuevas voces.

—Los animales (la identificación, la metáfora y la animalización) están muy presentes a través de tus canciones: hablás de chocar cuernos, de correrse la cola, de tejer telarañas, de corazones licántropos, ojos que ladran… ¿por qué te parece que ocurre?

Mi obra es un pequeño bestiario. Me interpela mucho la animalidad. Porque me parece que la humanidad es un gran drag. Es una puesta en escena. Somos animales performáticos. Políticos y sociales.

—¿Y el arte dentro de esa performance cómo entra?

—El arte es evidente: sabe que es drag. Es una condición natural. Por eso asumir el drag y todo el fenómeno que está generando ahora me parece increíble: es meter el dedo en la llaga a esta performance que es la humanidad. Pensá en la humanidad en la época del pico de la Razón: esa idea de lo bello y lo sublime, el mundo catalogado, todo pertenece a lo industrial, lo masculino, lo cercano, lo divino, el progreso, Occidente y, en oposición, todo el resto: lo salvaje, la barbarie, lo que se entrega a las pasiones, los caprichos, inestable. Con esa lógica nos devoramos a nosotros mismos, a nosotras mismas y a todo el mundo que nos rodea. Las nuevas generaciones nos miran y nos dicen basta. ¿Qué es este elogio a despedazarnos, ponernos pieles de animales encima, el consumo de esta manera?

—En muchas entrevistas decís que no componés canciones que hablen de la sororidad o del patriarcado, pero tus canciones sin embargo son muy políticas. Sobre todo desde el momento en que hablás del deseo de una mujer. Y de una mujer por otra mujer.

—El tema es que algunas veces la gente me pregunta por qué no escribo canciones sobre el feminismo y me parece que es justamente por el feminismo que no escribo canciones sobre el feminismo. Me parece que lo que el feminismo me enseñó es que yo no soy: yo estoy. Yo escribo canciones que apelan a una historicidad muy larga porque quiero que se puedan escuchar dentro de 40 años y se entiendan, que le muerdan los tobillos a un imaginario muy eterno. Y puedo hacer eso porque estoy tranquila de que hay un montón de gente escribiendo las canciones de lo urgente, el aquí y ahora. Me parece que sí: que una mujer que le expresa su deseo a otra mujer es político ahora porque sigue siendo algo cuestionado por mucha gente. En algún momento, cuando sea algo natural, será solamente un acontecimiento particular. De hecho, referirme a dos mujeres es cercenar un poco el campo de imaginación. ¿Qué es ser mujer? ¿Qué será ser mujer dentro de veinte años?

—¿Cómo ves la situación de las mujeres y disidencias en la escena musical actual?

—En los últimos años, el capitalismo se empezó a dar cuenta de que el público quiere cosas más específicas. En la Argentina, que era un feudo con cinco popes y andá a cambiar las cosas, se hizo rogar un poco más. Acá hubo que salir y pelear una ley de cupo y pasar por toda esa perfo de la legalidad… ¡a nadie le interesa llegar a un lugar por cupo! A nadie. Te aseguro. Pero así finalmente se pudo instalar un tema urgente en el debate público y el mismo público ahora empieza a preguntarse qué pasa con los festivales cuando no lo representa, el mismo público decide no someterse más a esa idea de ídolo y cuestionar acosos y accionares de sus referentes. El cupo todavía no se llegó a implementar del todo por el tema de la pandemia, pero el fenómeno más grande va a ocurrir en otras provincias cuando se cuestione quién puede subir al escenario donde se tocan las tonaditas, las chacareras, los chamamés, los cuartetos. Vamos a empezar a ver transexualidades, gente no binaria, a empezar a escuchar nuevas voces, otros relatos. Se va a generar un efecto bola de nieve y de identificación. Va a ser tremendo.

Cambios de paradigma

“Yo creo que la separación es algo virtuoso. No estoy a favor de prolongar una agonía. Porque estamos como rindiéndole tributo a algo. Si dos personas se destratan, se lastiman, se dejan de intuir, de leer, de querer cuidar, no hay ningún elogio en sostener eso. Y muchas veces lo hacemos pensando que es una forma de bancar el amor”. Polvo, el último disco de Paula Maffía & Sons, editado en 2019 por Goza Records, describe con desesperación y ternura ese momento tan desgarrador de la pareja cuando las personas siguen juntas, pero saben que la cosa no va más. Canciones de herida abierta, de corazón lacerado, que dan cuenta del desmoronamiento de un amor. Sin embargo, para la artista esto no se trata de un endiosamiento del sufrimiento tan atado al concepto de amor romántico, más bien, todo lo contrario. 

“Hay todo un relato de eso con el que crecimos: en el cine, la música, la literatura, la tele. Hay una cosa de aguantar muy vinculada a lo que pensamos del amor en la familia, como que pensamos que al existir un lazo de sangre, esa fatalidad te hace quererte igual con esa gente, pero maltratarte. Y ahora que la familia tal como la conocemos perdió un poco de romanticismo -podés irte a vivir a otro país, otra provincia, armar una familia con amigues, tener hijes con quien quieras-, ya no es tan valiosa la idea de pensar un núcleo familiar. Me parece que se empieza a cuestionar un poco la idea de que hay que aguantar. Y la gente empieza a asumir identidades que muchas veces la familia no permite: desde el género, la sexualidad, la política, cuestiones ideológicas fundamentales como qué opinión tenés sobre tu cuerpo. Ese tipo de discusiones te pueden separar de las personas que tenías más cerca. Es muy fuerte lo que está ocurriendo. Y con el amor también, creo que se está rompiendo esa idea de que tenés que bancarte a una persona como un grillete porque ya está, ya la elegiste. Esa idea de amor hasta que la muerte nos separa, ¡esa es la rareza! Ahora estamos en un período de cambio de paradigma, no en un nuevo paradigma. Estamos en crisis. Y está buenísimo tener la oportunidad de fundar un nuevo paradigma».

*Por Página/12. Imagen: Gentileza Sebastián Freire.

Palabras claves: Música, Paula Maffia

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