Marcos Tomasoni, un ingeniero químico que pelea contra las fumigaciones: “Cuando se gana la batalla social, el agronegocio se tiene que retirar”

Marcos Tomasoni, un ingeniero químico que pelea contra las fumigaciones: “Cuando se gana la batalla social, el agronegocio se tiene que retirar”
17 noviembre, 2020 por Redacción La tinta

Por Roli Villani para Revista Almagro

El resumen de la teoría de las Tres Derivas es que ninguna aplicación de agroquímicos se puede controlar porque la evaporación del producto es prácticamente inevitable y depende más de la relación entre la fisicoquímica y los factores climáticos que de las prácticas de los aplicadores. El ingeniero químico Marcos Tomasoni, autor de esta teoría, asegura que en los diez años que lleva desde su publicación, no sólo no recibió objeciones, sino que fue sistemáticamente constatada. “Cuando buscamos y encontramos agroquímicos en el aire, en el agua de lluvia o del tanque, en el polvillo ambiente, se constata la teoría”, dice. La única posibilidad de garantizar que la gota “se quede quieta” en la tierra, asegura, es que llueva durante todo el día en que se aplicó con una humedad del 100 por ciento. Con estas observaciones, Tomasoni testificó como perito en gran cantidad de juicios que buscaban ponerle límite a las fumigaciones cercanas a poblados y escuelas rurales.

El haber nacido y crecido en Oncativo, un pueblo 70 kilómetros al sur de la Ciudad de Córdoba relacionado íntimamente con la actividad agrícola, fue determinante en esta historia. Dice:

—En 2007, participaba de una cooperativa de trabajo con muchas aristas en lo social, y una de las áreas era la de ambiente. Entre las problemáticas ambientales que había en Oncativo, la más fuerte y transversal era el modelo agrícola de insumos químicos y transgénicos. Yo era estudiante ya avanzado de Ingeniería, mi relación técnica con el tema se potenció con la política y me empecé dedicar a la ingeniería ambiental. El origen de la Teoría de las Tres Derivas está en el encuentro de esos dos recorridos, la técnica que traía de la facultad y el trabajo ambiental y la sensibilidad social por ser yo un vecino fumigado.

—¿Cómo podemos explicar estas tres derivas?

Las tres derivas es una idea para graficar tres momentos en que el agroquímico sale de la parcela asperjada. La deriva primaria se da en el momento en que pasa la máquina. Sobre eso hay mucha teoría para minimizarla, lo que llaman las Buenas Prácticas Agrícolas, es la deriva más estudiada. Pero la deriva más grande es la secundaria, que transcurre durante las 24 horas siguientes a que pasó la máquina. Por efecto de la radiación solar, la humedad relativa, la temperatura ambiente y otros factores climáticos, en esta deriva se puede escapar de la parcela hasta el noventa por ciento de la sustancia que se aplicó. Y la deriva terciaria es el escape del agroquímico hasta un año después de la aplicación. Es decir, los residuos de esa sustancia aplicada, que son descomposiciones de la sustancia madre, pueden escaparse de la parcela hasta un año después de haber ingresado. Cuando doy charlas, propongo que piensen que van a su patio y lo rocían con agua. ¿Cuantas horas creen ustedes que va estar eso mojado?. Según sea en invierno o en verano va a tardar entre 20 minutos y dos horas, no más. El agua se va a pasar toda a fase gaseosa. Bueno, eso es lo que pasa en el campo, pero en una escala de hectáreas. Uno rocía unas 50 hectáreas con un caldo (que es una mezcla de agua con agroquímicos) y es racional, de sentido común o de experiencia práctica y popular pensar que eso va al aire. ¿Adónde va? Bueno, en eso innovó mi trabajo fundamentado en gran cantidad de bibliografía. No hice trabajo de investigación para eso, sino recopilación de trabajos y generé una mirada completa de toda la jugada. Pero el abordaje es muy simple. Es lo que ve cualquier persona en el campo y debería ver, cualquier técnico formado en física o química o ciencias de la atmósfera. Mi aporte fue entender la complejidad de la deriva. Pero es un aporte que nace de aplicar al ámbito agrícola lo que la ingeniería ambiental aplica en otras matrices. El trabajo tuvo un objetivo prácticamente social. Lo que busqué fue traducir este fenómeno en un lenguaje para vecinos y vecinas que estén organizades para debatir este tema en cada lugar, busqué popularizar ese saber. Después con el tiempo se transformó en una postura muy técnica, su arista técnica es muy firme, hasta el día de hoy ningún técnico me llamó para decirme “che, lo que escribiste ahí está equivocado”. Entonces digo, diez años después, que me parece una especie de ponderación del trabajo. Fue bajar conceptos técnicos a un lenguaje bien local para que sea materia de empoderamiento en los territorios.

—Decías que tu aporte fue aplicar a la actividad agrícola el esquema de ingeniería ambiental pensado para la industria. ¿Cualquier ingeniero ambiental vería lo mismo que vos en las mismas circunstancias?

—En el mundo de la ingeniería ambiental, uno tiene herramientas para simular impactos ambientales en todas las matrices. Yo tengo que saber qué sale de la chimenea y hasta dónde llega eso que sale de la chimenea en todas las condiciones climáticas que se puedan dar en ese lugar. Cuando hice ese abordaje para los agroquímicos, me dio el resultado que está en ese trabajo. Ahora, la formación académica es básicamente un chipeado, es un chip que te orienta a ver algunas cosas pero invisibiliza otras. No todo el mundo vio lo mismo que yo vi, porque todos venimos formateados para ver cosas, más aún desde lo técnico. Estuviste siete, ocho años en una universidad y, como dice Ivan Illich, este teórico anarquista, se sale de la universidad preparado para identificarse con un sector sociocultural, que es el mundo de los profesionales, y ver todo como te manda ese mundo.

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(Imagen: Roli Villani)

Ituzaingó, Malvinas Argentinas y la estrategia judicial

El 22 de agosto de 2012, la Cámara I del Crimen de Córdoba emitió un fallo inédito donde determinó que fumigar con agroquímicos un área urbana es delito. El caso de Barrio Ituzaingó Anexo se convirtió en el primero en llegar a juicio penal y en el que un productor agropecuario y un aerofumigador fueron encontrados culpables por el delito de contaminación ambiental. Recayó sobre ellos una pena de tres años de prisión condicional. El proceso se había iniciado en 2008 cuando, el entonces subsecretario de Salud de la Ciudad de Córdoba, Medardo Ávila Vázquez, denunció ante el fiscal de Instrucción Penal Carlos Matheu que una avioneta sin identificar estaba aplicando venenos sobre ese barrio. El método es, a esta altura conocido: se fumiga un terreno con químicos que matan toda la vegetación y se siembra en ese mismo lugar una semilla que fue diseñada especialmente para resistir a ese veneno. Con este método, los productores ahorran mucho trabajo en desmalezamiento, labrado y control de plagas. Ese costo lo pagan los vecinos con su salud.

—En 2010 discutimos una ordenanza en Oncativo -reconstruye Tomasoni-. Una experiencia muy fuerte, con un proceso de participación popular, una ordenanza que llega a tratarse por Iniciativa Popular, que es una figura de la Carta Orgánica de Córdoba. Somos los vecinos quienes promovemos la Ordenanza. En ese contexto digo por primera vez que hay varios momentos en que la sustancia puede salir de la parcela. Un poco con intuición técnica y otro poco con bibliografía y fundamentos. Con el tiempo, esa visión se empezó a asentar cada vez más porque participaba también del Movimiento de Pueblos Fumigados de Córdoba, con el que cada mes íbamos a un pueblo distinto. Al final de cada asamblea hacíamos charlas profesionales y en esas ocasiones volcaba esta mirada, que era novedosa porque desde la perspectiva técnica sólo se estudiaba la deriva primaria: lo que hacía la gota, hasta donde se movía la gota por acción del viento y la temperatura. Y con estas ideas, en 2012 fui testigo en el juicio del Barrio Ituzaingó. Hasta que, en 2013, Medardo Ávila Vázquez, con quien venimos laburando juntos hace mucho tiempo, me dice “Marcos, esto hay que publicarlo, no puede ser sólo parte de un discurso interno, tenemos que darle otro soporte”. Y me senté a escribir ese documento que se popularizó en la Red de Medio Ambiente y Salud, donde se trabaja y se publica información ambiental. Desde entonces, doy charlas explicando ese documento, que es una teoría que ya está constatada mil veces. Y a partir de esa teoría empecé a participar en juicios de vecinos y vecinas para legislar distancia de las aplicaciones. Con estos principios también empecé a trabajar en algunas simulaciones en causas en las provincias de Buenos Aires y Entre Ríos.

—Precisamente, ¿en qué momento estamos en materia judicial? ¿Son los juicios municipales los que están sentando la jurisprudencia que será en algún momento una Ley Nacional? 

—Linda la pregunta porque me invita a hacer foco amplio. Tengo sensaciones encontradas, vengo de las organizaciones vecinales y, en ese sentido, lo que vi, presencié y acompañé es que todo lo judicial es muy lento, muy tedioso, muy engorroso. Es muy intenso energética, emocional y materialmente. No creo que vaya a haber una explosión de causas respecto de este tema. Cuando finalizó el juicio del Barrio Ituzaingó en el año 2012, dado que los fundamentos del juicio se ganaron, podríamos haber pensado que se venía una especie de oleada de juicios. Y eso no pasó. Entendemos que para un vecino o una vecina empezar una instancia de juicio contra otro vecino que es el fumigador (que por lo general tiene relaciones tejidas con el sector político del pueblo) es una acción muy pesada de llevar a cabo. Hacerle juicio a un vecino es muy denso emocionalmente. En Oncativo somos quince mil habitantes, ahí experimenté esto de estar peleado con la mitad de los vecinos de tu pueblo porque vos creés que su actividad te está perjudicando la salud. Hacerle un juicio es porque ya se agotó otro nivel de instancias y la cosa está muy difícil.  Pero pensémoslo así, el modelo de agricultura basada en insumos químicos está fomentado desde hace 30 años por todo el arco político, en todos los niveles y con todos los partidos políticos y es extremadamente abarcador en el territorio, abarca la mitad del territorio completo: unas trece millones de personas están aquejadas por este modelo. Y los juicios, bueno, serán una veintena o treintena de juicios, entonces es evidente que no son representativos de algo masivo. Tengo una mirada positiva sobre lo judicial porque es mucho lo que se fue ganando, pero es el aspecto más difícil. Cuando empezamos la militancia sobre este tema en 2007 veíamos cuatro ejes de acción y uno era el judicial. Los ejes eran Salud, Producción, Legalidad y Aspectos Técnicos. Lo que llamábamos Salud era en realidad formar a la población en los efectos del modelo sobre la salud para que todo el mundo se pudiera empoderar; Producción era avanzar con otros modelos agrícolas de transición y Técnicos era formarnos en todo lo que hacía a la fisicoquímica para seguir abriendo el soporte técnico. Mi sensación es que en el plano de la salud, el debate ya está torcido, no hay quien defienda desde el agronegocio que el agroquímico no hace daño a la salud. La parte fisicoquímica, es mi trabajo aunque yo no soy científico de laboratorio. Ahí está el enorme aporte de los trabajos de Damián Marino y de tantos científicos que han aportado mucho para esta causa, para dar datos a esta causa. En muchos pueblos tienen sus propios datos de contaminación, eso quiere decir que también ese debate se torció. En lo productivo, uno de los que más me gusta laburar, estoy en RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología), el avance de la agroecología está disputando esa tensión y casi te diría que lo está torciendo. Aunque en lo numérico no sea representativo, porque comparativamente la cantidad de productores en la agroecología no es tan grande aún, si hacemos una proyección diez años hacia atrás el crecimiento es enorme. Y en lo judicial te diría que es en donde estamos todavía más débiles porque ahí el agronegocio ha concentrado todas sus fuerzas, porque las otras tres patas son todas de carácter social. Cuando se gana la batalla social el agronegocio se tiene que retirar porque no tiene legitimidad en el territorio. Como la batalla judicial está tan encerrada en las relaciones entre el poder político, el poder judicial y los lobbys empresariales, es el lugar que más se puede defender. Y ahí cualquier causa que vos tomes vas a encontrar las cosas más desopilantes que el agronegocio ha hecho para torcer la mirada judicial a su favor.

—¿Vos decís que el único aspecto en que el agronegocio es firme es entonces el judicial?

—En el aspecto social, me parece que este debate se está ganando. Los indicadores que tengo para ver esto son el crecimiento de las ferias, el crecimiento de la demanda de productos agroecológicos, el crecimiento de los nodos, de los documentales, de los cursos y talleres de agroecología como relato positivo del “Paren de Fumigar”. En algún momento nos planteamos cómo dar un mensaje positivo, en lugar de “paren de fumigar”, que era una consigna negativa. Hoy la palabra agroecología es eso y mucho más. Otro indicador que tomo para juzgar que las organizaciones que trabajamos en salud y agroecología hemos ganado el grueso del debate es la actitud del INTA. En el contexto de la pandemia, todo el mundo sale a mostrar su cara noble, todos dan charlas y cursos gratuitos. Bueno, el INTA sale a dar cursos de agroecología, aunque quizás sea también por el cambio de gobierno. Pero el hecho es que le da voz a todos los técnicos que durante todos estos años vinieron trabajando en agroecología, gente muy piola que, como cualquier institución del Estado, está en disputa. Si creen que lo que aplaca el hambre en el mundo es el agronegocio, ¿por qué no salen a dar cursos de aplicaciones de plaguicidas, de agricultura de precisión, de silaje en gran escala o de los nuevos agroquímicos que se vienen? Me parece que el hecho de que ofrezcan esto habla de que este sector creció muchísimo en la legitimación de un discurso. También creo que el hecho de que el Estado evalúe la creación de una Dirección de Agroecología y, más aún que sea Eduardo Cerdá para ese espacio, es también un indicador de cuán legitimado está el discurso agroecológico. Lo mismo con algunas líneas dentro del gobierno de la provincia de Buenos Aires que trabajan este tema. Se creció en todos los aspectos menos en la parte judicial.

—Recién decías que, en los juicios, el agronegocio hizo las cosas más desopilantes. ¿Me contás algunas de esas cosas desopilantes?

—Me voy a referir solamente a los temas que me competen, las cosas que dijeron en el aspecto técnico, porque la verdad es que habría para hacer una cosa muy grande. De hecho, estoy pensando en algún momento convocar a la gente a escribir lo que yo llamaría el Manual de las Zonceras del Agronegocio en el que un capítulo trataría de cada zoncera, es decir, cada uno de los argumentos que han esgrimido incluso con publicidades pagas. Un capítulo se llamaría “Cae al suelo y se desactiva” y hablaría del glifosato y la cuestión química. Otro capítulo se llamaría “Las derivas solo llegan a once metros”; otro se llamaría “Esto no hace nada” y hablaría de la cuestión de la salud; otro se llamaría “No se puede producir sin agroquímicos” y hablaría de la agroecología, porque la verdad es que hay para hacer un libro entero. Respecto de los juicios en los que he participado como técnico, lo más fuerte que han hecho fue presentar trabajos de derivas que intentan demostrar que los agroquímicos no sobrepasan derivas de once metros para el caso terrestre y de cien metros para las fumigaciones aéreas. Esos son trabajos que ha presentado el Ministerio de Agricultura en algo que se llama Pautas de Aplicación de Plaguicidas, que es lo que yo critico en un trabajo específico. Y otra cosa desopilante fue hacer simulación de derivas de agroquímicos con sulfato de cobre. Comparar la deriva que hace el cobre metálico con los agroquímicos básicamente es describir el vuelo de los pájaros comparándolos con chanchos. Técnicamente, el cobre metálico es una sustancia química que tiene todo diferente con la familia del mundo de los agroquímicos: diferente peso, diferente volatilidad. Hicieron un trabajo en el que simulan con sulfato de cobre que llega hasta sesenta y cuatro metros y dicen que, por lo tanto, como están testeadas esas derivas, con cien metros de distancia respecto de la aplicación aérea es suficiente. En el mejor de los casos lo hicieron mal y no se dieron cuenta. En el peor de los casos, lo hicieron con intencionalidad de generar argumentos a favor de que se siga aplicando glifosato al lado de niños de escuela. Son trabajos falentes que se han presentado en una causa provincial en Entre Ríos para convencer al juez de que los deje aplicar veneno al lado de los niños, los gurises, como dicen ellos. Una cosa muy fuerte.

—¿Creés que ese contexto favorable a la agroecología que describís puede habilitar el tratamiento de una Ley Nacional de Fumigaciones?

—Creo que si me pongo a hablar de una Ley voy a terminar haciendo un futurismo de poca sensibilidad porque estoy bastante alejado de los sectores que traccionan el tema. Pero puedo hablar de mi expectativa. Yo sé que con el tiempo se va a dar. Que la consigna de dejar las fumigaciones a partir de una ley de presupuestos mínimos o de ordenanzas municipales va a ser una realidad más tarde o más temprano. Porque la causa ambiental tiene una dinámica de solo crecimiento. Nunca se plantea un decrecimiento, no hay ninguna causa ambiental que en el tiempo haya disminuido. La persona que entiende el tema, se sensibiliza y adhiere y ya no vuelve atrás. No es como otras ideas políticas, adherir a la derecha o a la izquierda, que se puede ir y venir. Se puede estar a favor  de un programa de redistribución de riquezas o de un programa de concentración de riquezas y, a lo largo de la vida, tener una mirada oscilante. Cuando se entiende que un modelo de desarrollo está dañando al ambiente y a los seres humanos, esa idea no hace más que crecer en el tiempo. Quien entiende la causa, no vuelve nunca más su mirada atrás. Porque el modelo del agronegocio no se queda solo en un modelo productivo, es un modelo de gestión de la democracia. Son los sojeros los que están en los consejos deliberantes, son los sojeros los que tejen relaciones con todos los niveles de la administración pública, con los clubes de fútbol. La sojización le dio una nueva forma a la democracia. Por eso este país no tiene una ley de presupuestos mínimos. Las alternativas como agroecología, permacultura o biodinámica vienen expandiéndose, tal vez para algunos sea muy chica la masa crítica de productores, pero no por eso su crecimiento deja de ser geométrico. En ese panorama no tengo menos que saber, si hago una proyección, que más tarde o más temprano, la ley de presupuestos mínimos se va a dar. Acá y en todo el mundo. Tiene una buena parte de esperanza, esta mirada, pero una buena parte también de dato concreto. Hoy la cantidad de municipios que tienen ordenanzas tienen menos tensión social y política que aquellos en que los intendentes siguen sosteniendo la aplicación al lado de las viviendas. Después está la discusión sobre si eso es un paliativo o no. Hay dentro de este sector quienes dicen que las ordenanzas municipales son una pérdida de tiempo, que hay que luchar por echar a los agroquímicos del país. Me adhiero a ese ideal, para mi el ideal es el mundo sin transgénicos ni agroquímicos. Pero entre ese ideal y este presente posible, creo que las ordenanzas que van corriendo los límites del agronegocio tienen dos virtudes: una bien pragmática, que es disminuir la concentración de agroquímicos y con eso los patrones de salud cambian. Y el segundo pilar es que juzgan como tóxico el modelo, ese juicio se oficializa. Yo alejo las fumigaciones porque sé que vuelan y todo juicio define que el modelo es tóxico.

*Por Roli Villani para Revista Almagro / Imagen de portada: Gustavo Isola.

Palabras claves: cordoba, Fumigaciones, Oncativo

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