Historia del anarquismo argentino: la coherencia de Alberto Balbuena

Historia del anarquismo argentino: la coherencia de Alberto Balbuena
27 noviembre, 2020 por Redacción La tinta

Conocí a Alberto Balbuena una tarde de diciembre del año 1972. Era un hombre bajito, agobiado, pero, sin embargo, de inmediato mostraba su instinto expansivo, locuaz y su temperamento activo, vital. Una cabeza redonda con los pelos negros estirados hacia la nuca. Una peinada a lo guapo. Cuando lo conocí, estaba dejando de usar aquel sombrero negro de fieltro, con una cinta negra que yo interpreté ¿de luto? Siempre “de traje”, sin chaleco, con una camisa blanca y su correspondiente corbata negra. Casi un uniforme.

Siempre bien afeitado, lucía sus rasgos americanos, sus ojos achinados, ese pelo negro sin una cana a sus sesenta y tantos, es franqueza criolla de santafecino de ley. Era entonces el Secretario General de una FORA terminal, en ruinas. Su única razón para decir que hacía algo más que abrir y cerrar un tradicional local de la Boca era la posibilidad de conocer jóvenes no contaminados por las “luchas intestinas” centenarias de ese movimiento en extinción. En ellos depositaba su fe, su confianza.

Él comenzó a interesarme en la historia de la FACA y de aquellos militantes para mi entonces -17 años- absolutamente desconocidos. Me habló de su hermano Enrique, de sus sueños de un anarquismo indoamericano profundamente hundido en estos pueblos. Lo seguí viendo durante seis años, orientó mis primeras lecturas de historia del movimiento obrero y alimentó mis preguntas sobre la “Organización específica” anarquista, su necesidad, sus condiciones de posibilidad. Durante dos años nos reunimos regularmente a discutir política y teoría, con casi setenta años se acababa de incorporar a una organización política anarquista, la Resistencia Libertaria. Él contaba con una inmensa experiencia, era Gulliver para mí, descubriéndome todos los días un panorama nuevo y vasto. Lo perdí de vista a fines de aquella década del 70. El desenlace trágico de este grupo, de muchos militantes más caracterizados, silenció, ocultó, olvidó. Hoy nada sé de Alberto Balbuena, perdí su huella, como he perdido tantas, me afligen esas huellas perdidas. Por eso, quiero dedicarle éste, mi trabajo, como un homenaje a su memoria.

Buenos Aires, 25 de noviembre 2004

*Carta que aparece a continuación del Prólogo y rubricada por el autor en el excelente libro Vidas en rojo y negro. Una historia del anarquismo en la «Década Infame”, escrito por el historiador Fernando López Trujillo.

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(Imagen: Portal OACA)

La última y desconocida acción directa

A partir de 1975, la ultraderecha en Argentina, apoyada secretamente por sectores de las Fuerzas Armadas y Policía, a través de asesinatos y desapariciones contra las fuerzas progresistas y revolucionarias nacidas al calor de una primavera democrática comenzada en 1973, desató una ofensiva irrefrenable.

La máscara cayó al año siguiente para dar paso a la dictadura más sangrienta que registra Argentina. Con el golpe militar de Videla en marzo de 1976, se inició la persecución y matanza final de las organizaciones guerrilleras, grupos de base, obreros y estudiantes.

Para esa época, las poderosas fuerzas del Anarquismo argentino eran un recuerdo envuelto en una nebulosa de esplendor, persecuciones, represión, luchas intestinas y divisiones históricas.


Aun así, los últimos militantes anarquistas mantenían su prédica y ejemplo en sindicatos y universidades. Pero la represión los estaba acorralando.


“En esa coyuntura, esas dificultades tienen, sin embargo, un principio de solución con la estructuración de un llamado Frente Específico, que tiene a su cargo la relación –tabicada- con las instituciones tradicionales del movimiento que siguen siendo el medio a través del cual, distintos militantes logran un contacto con la organización para su incorporación. Responsable de esta tarea será un militante con más de 50 años (entonces) de historia libertaria y que en la coyuntura continúa siendo el único miembro visible de la FORA, su Secretario General Alberto Balbuena, que además fuera miembro fundador de la FACA en 1934”.¹

Fue en ese contexto y con esos militantes –la mayoría provenientes de La Plata- que se organizó un grupo llamado Resistencia Libertaria y que pasaría a la historia como el único grupo anarquista que le hizo frente organizadamente a la dictadura genocida.

Pero la respuesta del Poder se desató sobre los revolucionarios y el pueblo en general. Ya en marzo de 1976, pocos días antes del golpe de Estado, recibieron el primer desgarramiento de importancia: los apresamientos, las “desapariciones” y los exilios habían comenzaron y ya no se detendrían. Uno de los primeros indicios habría sido la ejecución inmediata por fusilamiento de un grupo de ferroviarios sobre un paredón de los alrededores de la Estación Terminal de Constitución en la misma noche del 24 de marzo. Los resultados de la represión fueron devastadores. Desgraciadamente, una parte importante del anarquismo joven muere o desaparece en esas circunstancias.

Finalmente, en el invierno de 1978, son capturados buena parte de sus militantes todavía activos para ya no aparecer nunca más. Algunos consiguen romper el cerco y se refugian en otros países. La Resistencia Libertaria cerraba su ciclo vital.

En esa coyuntura, aparentemente, por no tener una infraestructura importante y con un financiamiento y logística endeble tras una fuerte represión sobre la militancia anarquista, en la que fueron secuestrados decenas de militantes anarquistas permaneciendo desaparecidos hasta el día de hoy al menos doce de ellos, llegó el colapso y debacle de la organización². Inclusive a pesar de haber tratado de aliarse con otras organizaciones armadas.


Durante esa lucha desigual, así como la de los compañeros muertos y desaparecidos, se destaca la actuación de Alberto Balbuena que a sus 70 años se comprometió con el grupo para armar y brindar la logística que le serviría para sostenerse en la lucha y la clandestinidad.


Tanto sea con dinero como con lugares seguros para vivir o esconderse. Según el historiador Fernándo López Trujillo, supo de algunos encuentros de Balbuena con algunos militantes, en esa tarea, en puntos inhóspitos del Gran Buenos Aires intermedios entre la Capital Federal y La Plata. Y ahí iba el viejo Balbuena jugándose a suerte y verdad a encontrarse con algún compañero o con las garras de la persecución y la represión en esa su “última batalla”. Pero en ese final, el destino le perdonó la vida.

Una estirpe anarquista

Proveniente de una familia que creció en La Plata, provincia de Buenos Aires, Alberto Balbuena fue el tercero de nueve hermanos. Nació en 1905 al calor de las mayores luchas obreras y sociales del Anarquismo de masas de Argentina. De todos los hermanos, Alberto, Enrique y César, a muy temprana edad, se convirtieron en militantes libertarios.

Militancia que para Alberto y Enrique significó un estilo y compromiso de vida hasta el final. Enseguida fueron testigos y partícipes de hechos fundamentales en la historia del movimiento obrero. Cada uno, a su manera, desde la acción directa o desde la educación y la teoría llevada a la política, comprometieron sus vidas “en rojo y negro”³.

En los comienzos, Alberto Balbuena estuvo en la lucha por la Reforma Universitaria, los enfrentamientos y controversias de los periódicos anarquistas La Protesta y La Antorcha, y vivió la lucha por la Liberación de los Presos de Bragado entre otros hechos.

En la Cárcel del Fin del Mundo

En los años 20, Balbuena es detenido y, como a la mayoría de los anarquistas en esa época, se lo envía al Penal de Ushuaia –Tierra del Fuego-. La tenebrosa e inhumana cárcel estaba funcionando a pleno desde hacía varios años principalmente con presos políticos (libertarios, de los que Simón Radowitzy se había convertido en el trofeo más preciado) y delincuentes (generalmente, asesinos peligrosos).

Después de un degradante viaje en el vapor Chaco convertido en una especie de cárcel flotante por el traslado de presos a la espantosa cárcel, llegó a la isla junto a su hermano César.

Parte de la “bienvenida” que sufrían los presos al llegar al lugar era que la mayoría no bajaba al muelle por una rampa, sino que eran arrojados desde el barco. Balbuena no empezó bien su estadía en la cárcel. Además de no poder cuidarse a sí mismo, tenía que ocuparse de su hermano que estaba deteriorado moralmente. Y eso se agravó porque, cuando tiraron a César por la borda, cayó mal y empezó su condena con un brazo quebrado. Acto seguido, vino la “bienvenida” de los guardiacárceles que formados en un largo pasillo humano esperaban el paso de los recién llegados con bastonazos y patadas. Balbuena, a lo largo de su vida, siempre recordará al bestial Sampedro.

De a poco, como todos, se adaptó a las condiciones de vida imperantes y decidió que debía sobrevivir. A pesar de una temperatura media de 10° bajo cero en invierno y de tener que talar árboles en las montañas diariamente desde las siete de la mañana hasta el oscurecer. Pero tuvo una alegría que lo rescató de ese sufrimiento.


Sus convicciones anarquistas se reforzaron y afianzaron cuando conoció, habló, fue aconsejado y compartió con Simón Radowitzky, preso en el lugar desde que era casi adolescente por haber matado al Jefe de Policía en venganza por la matanza de obreros durante la “semana roja” en 1909.


Con el paso de los años, Radowitzky se había convertido en un símbolo y referente de cada anarquista que llegaba al penal. A Balbuena ese encuentro le sirvió para mejorar su formación y resistir. Dos años después, volvería liberado a Buenos Aires.

A su regreso, nada cambió en su vida. Siguió militando igual que antes en la FORA y en la FACA –Federación Anarco Comunista Argentina-, desde su fundación hasta la década del 50 cuando se alejó de la última por diferencias políticas. Además, fue Secretario de la legendaria Sociedad de Resistencia de Plomeros y Anexos. A principios del año 1960, la Sociedad adherida a la FORA inició una campaña por la jornada de 6 horas para el gremio y se encontró con la negativa patronal de acceder a la demanda, originándose una huelga y una tremenda persecución a los plomeros de la FORA extendida incluso a obreros de otros gremios. Al retirarse de la FACA, continuó su militancia en la FORA.

Cabe señalar que la cárcel de Ushuaia fue cerrada por Juan D. Perón en 1947.

Una aclaración necesaria

La admiración de Balbuena por su hermano Enrique, a pesar de no compartir métodos, siempre estuvo presente. Enrique fue uno de los cuadros más reconocidos basando su lucha en lo intelectual, la docencia y su capacidad organizativa. Fue casi una leyenda de su época, entre algunas razones, por convertirse en un “linyera” voluntario para viajar por casi toda la Argentina para ser un maestro que trasmitía conocimientos y los fundamentos del Anarquismo en cuanto establecimiento rural o fabril llegase. O por haber organizado secretamente el Congreso Anarquista más grande de la historia argentina con 300 militantes de diversas corrientes detenidos en el Cuadro 3ro. Bis de la Cárcel de Devoto en 1931.

El militante

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(Imagen: Portal OACA)

No fueron muchas las veces que pude compartir mucho tiempo o disfrutar a Balbuena como abuelo. Una característica que pude observarle las tres veces que llegué a convivir con él fue que era un hombre duro, pero abierto al diálogo.

La primera tenía siete años. Después, yo tenía 15 años y pasé un verano en su casa al sur del Gran Buenos Aires junto a Teresa –su tercera mujer- y Omar, su tercer hijo de 16 años. Había vuelto a Remedios de Escalada, la zona donde se había instalado al fin de la adolescencia junto a su mujer, Acracia, y habían tenido su primera hija, Alicia, mi madre. Y la tercera la comenté antes y tenía 22 años.

Esas tres experiencias siempre tuvieron un hecho en común: desaparecía misteriosamente. Después, supe que en varias ocasiones no era solo porque tuviera que asistir a alguna reunión. Sino que, corriendo el riesgo de que lo viniese a buscar la policía, huía con el tiempo necesario.

Ya en mi familia, por anécdotas, relatos o críticas de sus hermanas o de mi madre, tuve referencias de esos hechos. También se mencionaba que esas historias siempre habían repercutido negativamente en su hogar. El miedo, las desapariciones imprevistas, las huidas, el tiempo robado para entregárselo a la militancia hicieron que sus hijos lo terminaran considerando un irresponsable y no se lo perdonaran.


Para mucha gente que ayudó, formó y protegió, a pesar de todo, Balbuena fue una especie de héroe. Cuando supe de su arriesgada acción durante la dictadura militar a sus 70 años, él ya había fallecido. Entonces, entendí aquellas noches que venía, hablábamos, desaparecía y volvía a aparecer. Ya estaba clandestino. Y, lógicamente, jamás dijo nada.


¿Un duro? Claro que era un duro como debía ser un militante comprometido. ¿Reservado? Claro que era reservado como debía ser una persona acostumbrada a la vida secreta de la clandestinidad. Cuanto menos sabía el otro, menos riesgo de delatar cuando aparecieran los esbirros.

Características de un hombre que en la lucha “… toma partido, partido hasta mancharse”, como canta Paco Ibáñez en La poesía es un arma cargada de futuro.

Los días entre 1973 y 1974: nuestras conversaciones y discusiones

Hubo una época en que Balbuena, mi abuelo, tuvo posiblemente la presencia más importante y trascendente de nuestras vidas.

A fines de 1973, transcurrida la primavera democrática en Argentina, Balbuena empezó a venir seguido a casa. Tres o cuatro veces por semana a cenar, seguro, y varias veces se quedaba a dormir. Yo no entendía bien por qué. Ahora pienso que tal vez empezaba a estar clandestino o huyendo una vez más.

Pero no me importaba porque empecé a disfrutar de su presencia. Cada noche sentados en el patio, antes o después de la cena, empezaban nuestras ricas discusiones políticas. Era un enfrentamiento entre un anarquista con un bagaje de cultura e historia política y un joven que recién empezaba la lucha enrolado en el peronismo revolucionario de la época. Desde un comienzo y cada vez que me acercaba a tener razón, me miraba con incredulidad y bondad, y decía: “Pero Ariel… vos no podés ser montonero”, como recordándome que genéticamente yo no podía haber devenido en seguidor de Perón.

Con todo, esas fueron las mejores noches que viví con mi abuelo. En cada una, me enseñó la historia y práctica anarquista. Así empecé a conocer a Kropotkin, Bakunin, Makno, Sacco y Vanzetti, Malatesta, Di Giovanni, Ferrer i Guarda, Durruti, Jover y Ascaso y sus luchas. Y también conocí los nombres de sus compañeros más cercanos en su vida militante. Empezando por su admirado hermano Enrique, Diego Abad de Santillán, Jacobo Maguid, Jacobo Prince y José Grunfeld.

Misteriosamente, semanas después, no volvió nunca más a visitarnos. Pero puedo asegurar que nunca más tuve una relación tan estrecha con mi abuelo y que su prédica me marcó para toda la vida.

En el final, la FORA otra vez

Sus últimos años de militancia y lucha consecuente y productiva lo encontró en el legendario local de la FORA (Anarcosindicalista, Sección Argentina de la AIT) como uno de sus custodios y abriéndole las puertas del conocimiento del anarquismo a las nuevas generaciones de jóvenes entusiastas o convertidos en militantes de una nueva época, ávidos de saber y conocer la historia en la que habían luchado sus bisabuelos.

Todo eso fue antes de que una cruel enfermedad senil, fluctuante entre el Alzheimer y el Parkinson, le minara el cerebro y lo llevara a la muerte. Creo que fue una pena e injusticia que un hombre de la valía que tuvo para con el anarquismo haya tenido un final de ese tipo. Estoy seguro de que hubiese preferido morir peleando allá en España, durante la lucha de los mineros en Asturias o formando parte de la Columna Durruti bajo las órdenes de su amado Buenaventura. Tan siquiera hubiese muerto con una sonrisa en los labios, consciente de que moría por la causa más justa que tuvo en su vida.

Notas:
¹En “Resistencia Libertaria” de Verónica Diz y Fernando López Trujillo, Ed. Madre Selva, 1ra. Edición, Buenos Aires, 2007, pag.62.
²En “Resistencia Libertaria”, entre los desaparecidos se mencionan a Elvio Mellino, Marcelo Tello, Pablo Tello, Rafael Tello, Rita Artabe, Edison Oscar, Cantero Freire, Fernándo Díaz Cárdenas, Raúl Olivera Cancela, Elsa Martínez de Ramírez y Hernán Ramírez Achinelli.
³Parafraseando el título del libro “Vidas en rojo y negro. Una historia del Anarquismo en la ‘Década Infame’” de Fernándo López Trujillo, Ed LetrA Libre, 1ra.Ed, 2005.

Palabras claves: Alberto Balbuena, anarquismo, Dictadura Cívico-Militar, FORA

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