Distopía transhumanista para un mundo post-pandemia
Neurotecnología para el control social: la nueva apuesta de los multimillonarios como Elon Musk, que buscan protegerse de la destrucción del planeta generada por ellos mismos.
Por Andrés Kogan Valderrama, desde Chile, para La tinta
A propósito del anuncio de una nueva neurotecnología elaborada por la empresa Neuralink, llamada Moonshot, luego que se experimentara con un cerdo implantándole un chip en el cráneo para conectarlo a una computadora y medir así su actividad cerebral, se ha abierto una discusión mundial sobre las posibilidades y peligros sobre este tipo de prácticas para el futuro de la humanidad.
Planteo esto, ya que lo que aspira esta empresa, del multimillonario Elon Musk, es generar neurodispositivos que permitan hacer lo mismo con seres humanos y así llevar a las computadoras nuestros propios pensamientos, sentimientos, emociones y experiencias, para ser descargados en la red por cualquier persona y en todo momento.
Si bien este anuncio de Musk pareciera ser sacado de una película de ciencia ficción, se enmarca dentro del llamado discurso transhumanista, que nace en Estados Unidos en la década de 1980, y que ha sido impulsado tanto por el Foro Económico Mundial, por instituciones como Humanity Plus y personas como Raymond Kurzweill, Nick Bostrom, Max Moore, Vernor Vinge, Natasha Vita-More, James J. Hughes y David Pearce, los cuales pretenden transformar a los homo sapiens en verdaderos metahumanos o cyborgs, a través de la fusión entre humanos y máquinas.
Es decir, construir un mundo en donde el sufrimiento humano y sus límites biológicos dejen de existir para siempre gracias al desarrollo tecnológico, el cual es fetichizado por todos ellos, al punto de creer en la posibilidad de la inmortalidad de esta nueva especie por crearse en el futuro.
De ahí que piensen que, a través de la inteligencia artificial, nanotecnología, clonación, robótica, ingeniería genética, las distinciones entre los humanos y máquinas, o entre la realidad física y virtual, serán algo por superar, inevitablemente en pos de un mundo en donde el progreso tecnocientífico sea la única alternativa posible para vivir.
Por ello, que este contexto de pandemia por la COVID-19 sea visto como una oportunidad y no una amenaza para este discurso, ya que el desarrollo de la inteligencia artificial y big data se han usado para elaborar diferentes software y app que han permitido detectar este nuevo virus y estudiar su comportamiento.
Se podrá decir que estas nuevas biotecnologías han aportado a la prevención y diagnóstico de la COVID-19 desde un punto de vista médico. No obstante, esto ha ido acompañado de nuevas formas de control político y económico, a través de nuevos algoritmos y chips producidos por grandes empresas de inteligencia artificial, provenientes de Silicon Valley y de China, como lo son Alphabet, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft, Banjo, DJI, IBM y Alibaba, las cuales están almacenando millones de datos de las personas.
Asimismo, al poner el foco en “vencer la COVID-19”, lo que se hace es invisibilizar las causas estructurales de fondo de las grandes pandemias, las cuales tienen relación con un proceso histórico de colonización al mundo de la vida, exacerbado con la hegemonía de la civilización occidental, la cual, desde la revolución industrial en adelante, ha generado condiciones mucho más favorables para la liberación de patógenos, a través de la desforestación, el tráfico animal, la pérdida de biodiversidad y el desarrollo de la agroindustria intensiva.
En consecuencia, el transhumanismo lo que busca es cumplir el sueño especista mediante la imposición de una cuarta revolución industrial de carácter informática y neurocientífica, para dejar atrás al mundo natural al cual pertenecemos junto al resto de los seres vivos e ir más allá de cualquier tipo de limitación biológica existente, evidenciada con el contagio masivo en la pandemia actual.
Frente a todo esto, que el transhumanismo sea una verdadera distopía para un mundo post-pandemia, al creer estar por sobre los ecosistemas y por fuera de la Madre Tierra desde una concepción de la evolución que está convencida en la existencia de un individuo racional, desconectado de la Naturaleza y de la comunidad, y con una inteligencia lógico-matemática infinita por desarrollar.
Además, estas miradas futuristas no se dan cuenta de que los seres humanos somos lo que somos gracias a un proceso de interdependencia con el resto de los seres vivos desde hace miles de años. Se podrá decir que nuestra relación y experiencia con las máquinas es innegable también en los últimos dos siglos, pero no por eso se va a caer en reduccionismos y determinismos tecnológicos.
Por eso, que las alternativas al transhumanismo no deban venir tampoco desde un nuevo tecnoprogresismo moderno, que solo critica los peligros de la mercantilización de la inteligencia artificial y la imposición de un neoliberalismo digital, sin cuestionar las bases racionalistas y antropocéntricas que la sostienen.
En otras palabras, el discurso tecnoprogresista plantea igualmente ideas cerebrocéntricas, como los neuroderechos por ejemplo, los cuales siguen creyendo de manera cartesiana que la mente está dentro del cerebro y que funcionamos como máquinas. Desconociendo así que la mente, como bien plantearon en su momento los neurocientíficos post-racionalistas Francisco Varela y Humberto Maturana, no es algo localizable físicamente, sino el resultado inmanente de múltiples relaciones y experiencias de vida en diferentes contextos.
Lo que se trata, por tanto, no es solo regular desde los estados a las nuevas neurotecnologías y dispositivos digitales, sino de interconectar mundos solidarios y sostenibles, que se sitúen desde un horizonte del Buen Vivir y no desde un Vivir Mejor de carácter tecnocapitalista, para dejar atrás así un discurso transhumanista que va dirigido finalmente a una elite económica, política e intelectual que quiere superar nuestra condición de seres vivos para salvarse de la catástrofe socioambiental.
*Por Andrés Kogan Valderrama para La tinta / Foto de portada: Vice News