La imaginación (in)surgente
Por Francisco René Santucho para Revista Ají
“Hay que imaginar algo distinto
a lo que está para poder querer;
y hay que querer algo distinto a lo que está,
para liberar la imaginación”.
(Cornelius Castoriadis)
La catástrofe ecológica que no se detiene y la pandemia con sus múltiples efectos en la vida social son exhibidas por el mundo de la política como una crisis importante. No cabe duda de que lo es. El impacto en la salud y el golpe a la economía se encuentran en una fase crítica. Los alcances de esta amenaza global son, hasta el presente, bastante inciertas.
Sin embargo, es necesario asumir que la crisis conforma el modo de vida en el neoliberalismo. No es la contingencia, sino que el capitalismo, en sí mismo, es crisis. Un diseño injusto de relaciones, que ha normado desde sus comienzos la supervivencia de las mayorías como modo de vida. Con lo cual, lo que la pandemia ha detonado es la aceleración de una crisis que ya estaba, y seguido, por la suspensión del tiempo. En este punto, es fundamental entender el quiebre del tiempo, en clave de producción del capital. En los términos que Marx refiere al tiempo de trabajo como “tiempo durante el cual el capital está confinado a la esfera de la producción”; en esa dirección del razonamiento, hay una interrupción del tiempo, una fractura del ritmo histórico de mercantilización y producción.
Tal quiebre manifiesta síntomas a nivel planetario: el estupor por el devenir de la economía y la perturbadora incertidumbre sobre la existencia humana. Esta intrincada complejidad en los inicios del nuevo milenio tiene a una dirigencia mundial —aún desorbitada— que se empecina en resolver la gran depresión económica dentro del corroído marco en el que se produce. Por lo tanto, anclarse en esos intentos de modelos agotados coloca al mundo al borde de una regresión a mandos autoritarios y neofascistas.
Dentro de este contexto, de perplejidades de un futuro incierto, lo inédito es la ausencia de un horizonte de fuga, de una alternativa antisistémica global. Una posible salida hacia adelante, que emita orientaciones hacia una forma de existir, que no ultraje a la propia especie humana ni a la naturaleza de la que nos constituimos parte.
Veo el futuro repetir el pasado
Habitamos un mundo con elevados niveles de destrucción del medioambiente. Hay que equilibrar las urgencias medioambientales con las necesidades sociales. Y de ninguna manera permitir resquebrajar el ecosistema, por ejemplo, admitiendo estructurar la economía bajo el dominio de la agroindustria como modelo de rentabilidad y acumulación empresarial. La “agricultura sin agricultores” (M. Dubravka) fulmina a una economía popular y desarticula, económica, social y culturalmente, un tipo de producción. Pero, más que todo, fractura formas de vida. Dado el carácter familiar y de espíritu colectivo, son estos vínculos comunitarios los que fortalecen la vida social y dinamizan —y democratizan— el flujo y articulación de la economía popular. En este marco, la cultura y las tramas comunitarias transmiten y construyen imaginarios.
Por lo tanto, el maltrato hacia la naturaleza, que deriva del modelo productivo empresarial, es línea directa de creación de sentido común que impacta en el comportamiento social, desfragmentando y violentando relaciones, vínculos y afectos. Así, la desigualdad social, la discriminación, las guerras, los femicidios, la xenofobia, la racialización, depredación de la naturaleza, incendios forestales, contaminación del aire, tierra y agua; todas estas, provocan estragos en la condición humana. Vivir el día a día se torna caótico. El colectivo social es el centro de impacto de esa violencia que coacciona desde los dispositivos del Estado, que, cada vez más, deja su administración sujeta a la voluntad del monopolio del capital.
Entonces, lo que el neoliberalismo produce puede parecer inasible, pero es la reafirmación exacerbada, mediado por nuevas tecnologías, de lo que nunca ha dejado de generar el colonialismo desde hace cinco siglos: individuación, explotación, insatisfacción, tristeza, enfermedad y varios etcéteras más. Ese proceso de alienación —podríamos acotar recargado— en este neocolonialismo (arcaico) degrada todo “humanismo” (burgués) de esta civilización, cuya naturaleza obedece a la violencia sistemática, al racismo y al subdesarrollo económico; elementos de una estructura que tan lúcidamente expusiera Fantz Fanon en Piel negra, máscaras blancas.
Vivimos turbados por la violencia inmanente del proyecto histórico colonial, “y totalizador del capital”, como dice Rita Segato. Adentrarse en esa secuencia histórica nos devela el índice de brutal agresividad que se intensifica en cada crisis. Lo excepcional de estas grandes crisis radica en poner el centro de la atención en eso otro que acontece: la imaginación.
Liberar la imaginación
La actual coyuntura abre urgentes desafíos, como el replantearse la idea de “lo político”. De modo tal, de salir del atolladero que significa moverse con la lógica del mercado para resolver los acuciantes problemas.
¿Es la política solo una estrategia para intentar gestionar –prolijamente— la economía capitalista? ¿No debería repensarse lo que entendemos por “lo político”?
Hay otras subjetividades políticas por madurar y que animan un pensar en otras direcciones. Un pensar-imaginar que cobre centralidad. La imaginación, en tanto síntesis del conocimiento enlazado a la acción, y nuevamente la acción retroalimentando la imaginación, como proceso que implique superación a las formas burocratizadas del “hacer política”.
¿Y si imaginamos y reactualizamos la noción de política como voluntad colectiva de transformación? Una imaginación unida a lo que Gramsci llamaba el “optimismo de la voluntad”.
Desde luego, es necesario poner el énfasis en cómo se sale de esta situación, que es, quizás, la peor crisis en mucho tiempo. Este impasse de incertezas ha abierto un espacio para la invención colectiva. La revinculación del conjunto social como organizador y orientador de una perspectiva de futuro y de un rumbo claro hacia donde ir.
Para lo cual, la imaginación debe escapar del lugar de marginación y habitar un lugar central en el pensamiento político. No refiero, en este caso, al concepto desde la psicología, sino, más bien, como categoría asimilada a la filosofía política. La imaginación como pasión política y potencia del pensamiento, como pensaba Spinoza.
Desde esta óptica, la imaginación puesta a explorar el otro costado del problema político, o sea, el lado potente y creativo del problema, tiene como su dimensión fundamental el pensamiento emancipador. En esa perspectiva, pensar tiene la proyección liberadora de la imaginación. Es imprescindible motivar y reafirmar su enorme valor político. Es ahí que se configura la potenciación del nuevo sujeto político que despliegue la imaginación por fuera del control y del corsé que escudan a los proyectos hegemónicos, y que pone bajo su dominio referencias para un pensar dócil. El inconmensurable sentido político de la imaginación, vinculado a la realidad actuante, la coloca también fuera de toda posible abstracción.
Organizar la imaginación “en el plano de la persona humana individual –lo que yo llamo imaginación radical—” (Castoriadis) es potenciar la voluntad creadora con la que nuevas rebeldías configuran y renuevan esperanzas. Construir una nueva normalidad e imaginar la sociedad del buen vivir como fin último es un imperativo.
La recomposición de la clase trabajadora y del amplio universo de lo popular aún espera de la ardiente inspiración. Del numen de estos tiempos, brotarán las pulsiones emancipatorias. Disipar viejas y viciadas tácticas de una praxis política para abrir paso a nuevas sensibilidades en el actual pliegue histórico.
Sería absurdo negar el papel de la imaginación, reflexionaba en el fervor revolucionario, ya de adulto, Volodia, pues constituye una “cualidad de extraordinario valor”. Anotaba también en sus cuadernos filosóficos: “Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien” (Lenin). Esta perspectiva dialéctica pone en valor político la imaginación en tanto fuerza social organizada. La imaginación es creadora y transformadora. En efecto, la memoria histórica da cuenta de ello, cuando, empuñada por lxs trabajadorxs y enlazada con la realidad concreta y dinámica, tuvo su expresión potente en el siglo pasado, en tiempos y lugares varios, desde la revolución Rusa hasta la insurgencia en Chiapas. Y actualmente, expresado en las innovadoras luchas del feminismo, en las ya gloriosas y épicas luchas de la juventud chilena, y en los nuevos pulsos de luchas de los pueblos indoamericanos de Ecuador, Bolivia, Chile.
Por ello, el gran desafío es la instrumentación de la imaginación que desplace esa abyecta costumbre de pensar –exclusivamente— la política en su variable cuantitativa (electoralista y de permanentes cálculos matemáticos) y burocrática. Nada más alejado de la política como herramienta de transformación y concienciación. Y sea capaz de crear la materialidad de la esperanza desde otras formas de hacer y sentir la política.
¿No es una incongruencia, entonces, pensar-imaginar con las mismas reglas del mercado cualquier utopía de emancipación? ¿No es ese el lado conservador de la política?
Dar vuelta el pensamiento
La historia nos permite vincular grandes hitos, como resultado de la potencia de la imaginación ante los límites de una realidad. La recordación y celebración de gestas en procesos emancipatorios, además de nombres propios que la historia ha recogido, ha sido el triunfo de la imaginación insurgente, sin lugar a dudas, su victoria contra una realidad injusta.
Fugar la imaginación de los oxidados marcos epistemológicos encadenados al paradigma de acumulación de capital para incentivar otros proyectos sociales y formas de vida. Y pensar —¿por qué no?— una política emancipadora donde la integración a un pensamiento no occidental devenga en una nueva respiración. Necesitamos encontrarnos con las briznas del pensamiento que empuja desde atrás y desde abajo, que está ahí, siendo, existiendo, respirando en el vientre de una nueva historia.
El escritor y militante desaparecido por la dictadura argentina, Francisco René Santucho, decía: “Paladear la existencia”, frase con la que, parecería, incitaba a alumbrar los confines de nuestro “estar siendo” indoamericano. Mirar y sentir desde la otra orilla del río, para cavilar otros horizontes posibles, más humanos. La imaginación, decíamos, como acto liberador para escapar hacia otros modos de conocer, de actuar y pensar, que no sean los que se imponen como verdaderos y validan como únicas referencias posibles de un pensamiento unidimensional.
Desde otra perspectiva, situado el pensar desde un pulso no occidental, agregaba a su reflexión: “Aquí se vive en la realidad de los sentidos y se vuelve a vivir luego en la imaginación”.
Mishki Mayu, 28 de octubre de 2020. Santiago del Estero.
*Por Francisco René Santucho para Revista Ají / Imagen de portada: La tinta.