Santiago Lena, ceramista: la belleza en la simpleza

Santiago Lena, ceramista: la belleza en la simpleza
29 octubre, 2020 por Inés Domínguez Cuaglia

El ceramista sureño radicado en Córdoba es un militante de la belleza. En esta nota, una visita por su taller, sus palabras y sus piezas artísticas.

Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta

Una de las discusiones en el mundo del arte es sobre el arte en sí mismo. Qué es arte, qué no es arte. Qué es diseño, qué es artesanía. Hay mucho dicho ya sobre esto, pero es interesante poder pensar esas fronteras como delgadas líneas que, más que separar, unen y potencian lo que se dice, lo que se crea, habilitando a favor de quien mira una multiplicidad de posibilidades en el consumo. 

Y aquí también algo para pensar: ¿Por qué consumir arte? ¿Cómo el propio circuito del arte crea un circuito de consumo? ¿Quiénes consumen y qué se consume? ¿Qué tan democratizada está la circulación de los bienes culturales? Quizás una de las posibilidades del arte y les artistas hoy sea incluir nuevas maneras de circular y consumir arte.

Muchas veces, esta reflexión a la que estamos invitades se puede dar en la práctica misma, desde un taller o desde el afuera. Por esto, visitamos a Santiago Lena, ceramista o, mejor y como él se define, “tornero, alfarero, un romántico en relación a la belleza de los objetos”.

Lena está convencido de que todas las cosas pueden ser hermosas: su trabajo, su espacio, sus obras y todo lo que usamos a diario: “Si un tenedor puede ser hermoso, ¿por qué tiene que ser horrible?”. ¿Es un militante de la belleza?, me pregunto mientras lo escucho y conozco un poco de su obra que es su casa.

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Lena nació en Puerto Madryn, pero vive en Córdoba desde el 2006, pasó por La Plata, Buenos Aires y de nuevo Madryn, un poco en la búsqueda personal de todo adolescente empezando a ser adulto. Se inició con la cerámica en un taller de su ciudad natal y fue impulsado por una suerte de primer mentor, el primer voto de confianza: “El Rolo Pérez (gran amigo de Madryn, cuenta) apostó a comprarme todo lo que hacía, me mandó a hacer un mate. Hice un mate chiquitito, era una porquería… ahí quedó en una repisa”. Después, vino el primer torno, varios talleres, con amigo, con hermano, la música de por medio, los amores y el eterno proceso: “Prueba, error, diseño, prueba, error, diseño… de ahí surge mi manera simple de hacer”, cuenta el ceramista.

A Córdoba vino por la música, a estudiar clarinete y a seguir con su taller. Mandaba pedidos a sus clientes del sur. Estuvo entre la música y “enajenado en la demanda de lo que tenía que hacer para pagar el día a día”, me cuenta. En 2010, se hizo la pregunta: ¿qué querés hacer?, y dejó el grupo donde tocaba, dejó los clientes del sur y se puso a investigar sobre esmaltes, “para ser el mejor en lo que hacía”.

“La cerámica es un universo inalcanzable, nadie es tan groso, porque hablar de cerámica es hablar de lo ancestral, de formación de rocas, volcanes, óxidos, temperaturas y un gran infinito”, dice. 

Ese año, Lena comienza a dar clases en su taller, al taller llegan otros artistas y ahí se da ese proceso tan rico que solo existe en el hacer en compañía, absorber del otre. Compartir con artistas locales le abre las puertas al circuito de arte cordobés y hace su primera muestra individual en el espacio de artes visuales que la Universidad Blas Pascal tenía por aquellas épocas. Después, organiza una muestra de ceramistas en el Caraffa y forma parte del staff de El Gran Vidrio, expone en Buenos Aires, en España, en Alemania, en Estados Unidos.

Un artista, tres líneas

Lena desarrolla algo así como tres líneas de trabajo. Todas comparten la maestría en el dominio de la materia, la pulcritud, lo concreto en contraste con lo cálido que deja ver de dónde viene esa pieza: se deja ver la huella artesana en ella, la belleza en la simpleza. 

Una línea es la de objetos de arte, de la que dice: “Me interesa no estar intentando hacer algo, sino usar el lenguaje del amasado, la plasticidad, correrme para que aparezca el objeto. El vacío generador de cada pieza, esa nada necesaria para que algo exista, me fue conectando con algo que fluye y se mueve, insistentemente”, escribe.

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Tiene también una línea más design, en la que juega con la dicotomía adentro-afuera, algo orgánico, propio del movimiento, de los pliegues. “Son piezas poderosas, hablan de lo que en el interior no puede detenerse y aparece. Lo ancestral persistente que no puede reprimirse, porque siempre vuelve a brotar”, escribe. Tiene una serie de objetos en conjunto con Cristian Mohaded. 

Considera que con esta línea comienza a tener un poco más de visibilidad en el mundo del diseño toda su obra,  incluso la línea de vajilla se empezó a valorar desde ese lugar, con una sobreestimación del diseño de autor,  me cuenta casi renegando un poco de los encasillamientos.

Por último, Lena tiene la línea más usada, en el sentido literal de la palabra: la línea gastronómica, que hoy tiene nombre propio Mansha que significa completo, o mejor: juego completo, como elige decir el artista. 

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Esta es una línea de objetos de uso gastronómico, cotidiano y que fue adquirida por conocidos restaurantes de Córdoba y del país, pero también puede ser para el hogar de quien los elija. En esta, como en todas sus líneas de trabajo, se conjugan las virtudes de un objeto que bien podría ser artístico por la belleza en sí misma o de diseño por la línea, la pulcritud y lo decorativo a la vez. 

Es verdad, confirmo mis intuiciones: Lena es un militante de lo bello y, en sus creaciones, hace posible conjugar arte, diseño y cotidianeidad. Confirmo también que los canales de circulación de arte, diseño y artesanía no son excluyentes. Toda la obra tiene un eje de sentido, encierra una transformación de la materia en eje y, como el propio ceramista expresa, “el torno es mi eje en el mundo, funciona con el ritmo de mi cuerpo”.

*Por Inés Dominguez Cuaglia para La tinta. Fotografías: Marcos Rostagno, Martino Dominguez, Dolores Esteve, Santiago Lena y Florencia Quiroga.

Palabras claves: Cerámica

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