Mi abandono, una rebelión íntima 

Mi abandono, una rebelión íntima 
21 octubre, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Mi abandono es una novela del escritor estadounidense Peter Rock, publicada en el año 2009. La historia, que tuvo su adaptación al cine de la mano de Debra Granik en 2018, está basada en hechos reales. Los dos protagonistas, Caroline y su padre, viven en las profundidades de un bosque en Portland, Oregón. Él es un veterano de guerra que, luego de servir en el ejército de Estados Unidos, quedó con varias lesiones psicológicas. De ahí su constante paranoia y su miedo a las demás personas. Y también su excesiva sobreprotección con su hija. Ambos saben cómo caminar por el bosque sin dejar rastros, cómo bañarse y alimentarse sin que nadie pueda saber que están ahí. Conocen las plantas que los rodean, las venenosas y las nutritivas. Pero un día, un descuido los torna visibles para un corredor que estaba ejercitándose. Allí todo cambia y la maquinaria estatal intercede.  

Peter Rock desarrolla, a través de las páginas, el vínculo forjado entre padre e hija en el medio de la naturaleza, desde una mirada de la paternidad femenina y desacralizadora. 

peter-rock-abandono-2“Escucho un crujido debajo y una rama que se corre, la mano de Padre se asoma y luego se oye su voz. -¿Dónde está mi niña?-Aquí arriba. En lo que tardo en bajar, el horno Coleman verde ya está afuera sobre la piedra con la pava encima, la llama azul se estira y se contrae. Hay que estar atentos a que no hierva el agua porque Padre le quitó el silbato al pico. El desayuno es avena fría y damascos secos y bebemos agua caliente. –Hoy vamos a la ciudad -dice Padre. –Mañana, hoy es martes.-Necesitamos algunas cosas. Leche en polvo, avena, tu apetito no para de crecer.-Yo estoy creciendo.-Exacto -dice y sonríe y se le forman líneas alrededor de los ojos.-Como sea, está bien tener responsabilidades y una rutina, pero tampoco hay que dejar que te condicionen la vida.  Nos ponemos la ropa de ciudad. La que usamos en el bosque es oscura para que no nos vean y pueda ensuciarse más, pero si fuéramos vestidos así a la ciudad pensarían cualquier cosa.  Me pongo la camisa y el pantalón marrón y me hago una trenza. –Ten cuidado con todo lo que requiera ropa nueva -dice Padre. Se ríe y se pone una remera y veo mi nombre, Caroline, tatuado en el brazo a la altura del hombro  en letra cursiva y después se prende la camisa amarillo claro hasta el cuello. La mochila de Padre tiene el marco de metal cubierto con cinta negra para que no brille. Mi mochila es azul y no tiene marco. En el campamento de los hombres dejan que se acumule basura pero nosotros no. La llevamos en la mochila en bolsas de plástico. También meto a Randy con la cabeza afuera y ya estamos listos para salir. –Cariño -dice Padre. Me gusta que me llame así. En una mano lleva un libro. Para mí las enciclopedias son demasiado pesadas y el diccionario es aburrido porque te hace ir y venir y nunca decirte lo suficiente sobre una cosa, una forma de leer que no me gusta. El día se abre por completo mientras caminamos por nuestro sendero secreto bajo los árboles y el sol. Se puede comprar un mapa con todos los senderos del bosque pero el nuestro no estará en él. Nuestros senderos corren a la par de algunos de esos senderos y carriles de incendio para las personas de la ciudad, pero son distintos. Voy detrás de Padre, le creció el pelo y lo peinó con agua. Es negro y gris oscuro. -¿Cómo puede ser?   -Cuando te corto el pelo dices que los pájaros se lo llevan y lo usan para hacer sus nidos pero igual nos haces alejar tanto de casa, cuando solo los pájaros lo verán y se lo llevarán. –Así es. Las hojas son como un tejido de encaje y la luz lo atraviesa. En los arbustos crecen bayas rojas. Trepamos por cascadas secas, hay raíces de árboles apuntando hacia arriba. Algunos se caen encima de otros y nunca llegan a tocar el suelo, quedan en el aire como la hipotenusa de un triángulo. Sopla el viento y crujen al frotar contra el árbol que los sostiene y en una tormenta pueden venirse abajo. Padre se detiene. -Tengo una mala sensación -dice. Toma aire. -¿Por qué? –Volvamos – Pero ya casi llegamos al puente. Dijiste que nos estamos quedando sin leche en polvo. –Caroline, escúchame. –Sí, lo sé, solo decía. –Hay cosas más importantes para hacer hoy, pero no con esta ropa, vamos a cambiarnos. Con el alambre que traje del galpón de chatarra construimos escondites. La mayoría de las veces es mejor que nadie sepa que estamos aquí. Cavamos entre los troncos donde se cayeron varios árboles. Debajo de las ramas muertas, hacemos pozos apenas más grandes que nosotros. Cavamos y nos metemos para comprobar el tamaño y cavamos un poco más. Cuando tienen el tamaño correcto, Padre toma el alambre y las bolsas de plástico y los cubre con tierra y hojas y ramas como si fueran trampas y se confunden con el suelo. Practico levantar la cubierta y meterme y Padre mira cómo se ve y después él practica y yo miro donde está se ve igual al suelo. -¿Qué tal? -dice. Ahora solo hay que recordar donde están porque son muy difíciles de ver. Padre silba tan bien que puede confundirse con los pájaros. Con un dedo, dos, sin dedos. Aspirando el aire o soltando. Fuerte o suave”.

Con un ritmo preciso, Peter Rock logra, en pocas páginas, una novela con distintos niveles de lectura, con cada lector o lectora, una interpretación distinta. El padre de Caroline, un veterano de guerra pensionado, con un perfil paranoico difícil de ignorar, elige para ellos una vida silvestre. Caroline no describe a su papá, sino a su “Padre”. La voz de la protagonista marca, en esa diferencia, la distancia entre ella y la figura de autoridad, en esa crianza atípica.

“El correo está justo sobre el puente St.Johns, en la calle Ivanhoe. Corro hasta nuestro buzón, arrimo el ojo a la ranura y veo un sobre. Es el cheque que el Gobierno le manda a Padre por ser veterano de guerra. Padre abre el sobre, mira el cheque, lo vuelve a meter, dobla el sobre y lo mete en el bolsillo de la camisa. Otra vez afuera, pasamos el mercado de pulgas donde Padre compró su mochila, después Burgerville y Dad´s Restaurant, adonde Padre no quiere llevarme. Un letrero azul dice: <<Bienvenidos al histórico St. Johns, fundado en 1847>>. St. Johns es un barrio, no una ciudad. La ciudad es Portland, en el estado de Oregón, en los Estados Unidos de América. Es verano. Es el año 1999. En la cartelera de cine sobre la calle Lombard dice: Proyecto Blair Witch. -¿Es de brujas? -pregunto. –Nunca lo sabremos -dice Padre. Va silbando. Tiene los codos doblados y las manos detrás de las tiras negras de la mochila. En el camino dejamos parte de la basura en un cesto cuando nadie nos ve y el resto en otro más adelante. Pasan muchas cosas a la vez cuando vamos a la ciudad. Letreros titilan. Un colectivo se inclina para doblar la esquina. Paso junto a un perro negro atado a un parquímetro. Nos cruzamos un linyera con un carro lleno de cosas. Aprieto el botón de cruce y el hombrecito parpadea y cruzamos. Pasan dos chicas más jóvenes que yo en bicicleta. Una rosada, la otra amarilla. No sé andar en bicicleta porque no tenemos lugar donde ponerla y porque Padre dice que me alejaría mucho. Es la persona más alta de la ciudad. Mira por la ventana del Ejército de Salvación donde a veces compramos ropa y seguimos, pasamos Urban Soul Tattoo. -¿Existen las brujas? -pregunto. –Yo nunca vi una -dice Padre. No entramos en Tulip Bakery. A veces hay niños en los juegos del parque cruzando la calle, pero hoy no, porque vinimos más temprano que otras veces o es un día de la semana distinto. Ya veo la biblioteca de ladrillos rojos con las columnas blancas. Cruzamos otra vez, más cerca de la escuela, subimos los escalones. Adentro hay un escritorio resplandeciente. Los libros para niños están a la derecha y las mesas y sillas de ese lado son más pequeñas. –Hola -dice la bibliotecaria-. Mis mejores socios. –Mucho por leer -dice Padre. –Hola –digo -Soy yo, Caroline. –Suficiente     -dice Padre, porque no debo decir mi nombre a extraños. Me lleva donde están los libros. Una vez que haya leído todas las enciclopedias, todos estos libros serán fáciles y tendrán sentido. Los libros de la biblioteca llenan todos los estantes. A las bisagras de los libros se les dice lomos y todos son de distinto color. Veo los lomos de las enciclopedias, las letras que no tengo pero que compraré cuando necesite. Mi tarjeta de la biblioteca está en el bolsillo del pantalón de ciudad. Casi nunca saco nada. Padre va renovando los suyos. La bibliotecaria escribe de espaldas a nosotros. Tiene una trenza como la mía en el pelo oscuro y su saco de lana es de un azul profundo. Es una mujer tranquila. Sonríe cuando nos ve, así que no es una extraña. Quiere a todos los que leen. Cada vez que me mira puedo sentirlo y no es como a veces con algunas personas. Ella tiene buenos pensamientos y yo le caigo bien. Mientras miro los lomos me pasa por atrás y me toca la espalda. Probablemente haya leído todos los libros que están allí. –Caroline, vamos -dice Padre. –Adiós -dice la bibliotecaria. –Espero verlos pronto. En el Safeway, Padre saca el cheque del bolsillo y escribe detrás, lo pone en otro sobre y lo mete en el cajero. Después aparece el dinero, lo dobla y lo mete en el bolsillo. Las luces del Safeway están a tono con el ruido de los parlantes. No hace bien estar debajo de ese tipo de luz, así que nos damos prisa. Padre está afeitándose en el baño junto a la panadería, y para cuando termina yo ya compré lo que necesitamos. Afuera, el sol se movió, así que nos da en la cara de ida y de vuelta. Camino a casa, empieza a bajar. Pasa un auto e imagino que voy adentro, cierro los ojos y camino diez pasos. Cuando los abro, apenas puedo ver cuánto se alejó. Ya me habría adelantado pero ir lento no está mal.  Padre dice que un auto es un ancla. Dice que las máquinas causan tantos problemas como los que solucionan”. 

Mi abandono, con la traducción de Micaela Ortelli, es el diario de la joven Caroline, organizado en ocho capítulos. Un diario basado en hechos reales: a partir de una noticia publicada en The Oregonian, en 2004, acerca de un padre y una hija «rescatados» en los bosques de Oregón, reubicados en un hogar y vueltos a desaparecer algunos meses después, Peter Rock realizó esta novela en donde imagina la deriva previa y posterior de ambos.

“Padre está parado al lado de un patrullero. Al principio no me ve. Tiene los brazos libres a los costados, no sujetos detrás. Lleva jeans nuevos y una camisa celeste. Le cortaron el pelo por encima de las orejas. Reconoce el sonido de mis pasos, mi respiración cuando lo veo y enseguida se da cuenta. Se da vuelta y me alza. Tengo los pies en el aire y su barba en la frente. –Caroline, mi amor. Me devolvieron la mochila con Randy y mis papeles, la cinta azul, el diccionario, las cosas que me llevé de la casa, y quieren que las ponga en el baúl con las de Padre pero me las quedo, las pongo bajo mis pies en el asiento de atrás. En ese auto nos vamos. Nos llevan entre los edificios con otros autos a los costados del nuestro. En las vidrieras de los negocios veo joyas y largas mesas con lámparas colgando del techo. Aprieto la mano de Padre más y más fuerte y él aprieta la mía. No veo entre los edificios ni mucho más atrás pero siento que nos están llevando lejos del bosque, que no vamos a volver allí. Ni siquiera puedo ver el río. Cruzamos un puente y entramos en un túnel. En la oscuridad, Padre se acerca tanto que puedo sentir su olor y su cara contra la mía. Murmura una palabra, mi nombre, y está sentado de vuelta recto cuando salimos otra vez a la luz, a la par de los otros autos, en una curva. –Pueden hablar -dice el policía que va de acompañante -No se preocupen, estoy seguro de que tienen mucho que contarse. –No quieren hablar enfrente de nosotros -dice el que conduce. Quiero saber dónde estaba Padre y qué le preguntaron. Le quiero contar que pasé todos los exámenes y sobre las historias que inventé y el libro que leí. El policía de acompañante se da vuelta: -¿No les interesa saber adónde vamos? –Escuché algo, pero no está mal una sorpresa de vez en cuando -dice Padre. –Les gustará, estoy seguro. La verdad es que no me interesa tanto adónde vayamos mientras estemos juntos, pero no lo digo. Ahora la ciudad está muy lejos. Puedo ver el río por un momento pero luego tampoco eso. Hay cuervos al costado de la autopista. A lo lejos, un buitre vuela en círculos. Los cinturones de seguridad tienen hebillas plateadas con botones de metal en el medio. Las ventanillas de atrás no se pueden bajar. Sale música por los parlantes detrás de mi cabeza. Violines. El policía que conduce gira la perilla y se detiene.  –Estaba pensando- dice Padre -¿vieron cuando un oso se acerca demasiado a un pueblo o asentamiento y lo atrapan o le disparan un tranquilizante? – Sí –dice el policía que conduce. -¿Por qué no nos dejan vivir en la naturaleza de verdad?  Simplemente suéltennos. -¿Eso le gustaría? Créame, esto será mejor. Padre sonríe de un modo que nunca lo había visto o lo olvidé.  Su voz suena más grave ahora. Lo miro y me aprieta la mano y mira por la ventanilla como si fuera algo normal para nosotros ir en auto por la ruta. –Caballos -digo cuando los veo. Hacía mucho no veía caballos. Algunos están bajo un árbol y otros comiendo pasto y dos marrones galopan junto a la cerca como si le estuvieran corriendo una carrera a nuestro auto”.

Mi abandono de Peter Rock es una novela que retrata la relación de una joven con un adulto que viven alejados de la ciudad. Caroline y su padre huyen de todo lo que significa “civilización”, de todo lo que ha transformado al mundo en un lugar cada vez peor. La revolución no está en cambiar el orden de las cosas, sino en apartarse de las cosas. 

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Sobre el autor

Peter Rock nació y se crió en Salt Lake City, Estados Unidos. Estudió en Deep Springs, la Universidad de Yale y la Universidad de Stanford. Actualmente, vive en Portland, Oregon. Mi abandono, publicado en 2009, tuvo su adaptación al cine en 2018 con Leave no trace, dirigida por Debra Granik. Es el primer título de su obra que se traduce al castellano. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Novelas para leer, Peter Rock

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