Libia: la guerra estancada

Libia: la guerra estancada
7 octubre, 2020 por Tercer Mundo

El territorio libio es una zona de nadie, donde los poderes locales, los grupos terroristas y las potencias internacionales pujan por el control, olvidando las necesidades urgentes de los pobladores.

Por Guadi Calvo para La tinta

Lo que empezó en 2011 como una operación para terminar con los únicos gobiernos progresistas del mundo árabe, Libia y Siria, plan al que mediáticamente se lo conoció como “Primavera Árabe”, y que más allá de sus circunstanciales logros, como la caída y martirio del coronel Muhammad Gaddafi, y el acorralamiento del presidente Bashar Al Assad, hoy se ha convertido en una verdadera encrucijada para sus propiciadores, Estados Unidos, la Unión Europea (UE), las monarquías wahabitas del Golfo Pérsico, Turquía e Israel.

La guerra de demolición que se abatió sobre Siria, en la actualidad, está en sus últimos estertores y, más allá de haber arruinado un país que tenía los más altos estándares de calidad de vida en Medio Oriente, terminó de confirmar y legitimar todavía más al “déspota” que, tras casi una década de guerra, se mantiene en el poder con niveles de aprobación de su pueblo, los que, sin duda, no tienen ninguno de sus enemigos, por lo que emerge como el gran vencedor de esta guerra, junto a sus aliados Rusia, Irán y el Hezbollah libanés.

Otro destino ha tenido Libia, en donde, y desde hace tiempo, la guerra de invasión se convirtió fundamentalmente en una guerra civil, con la participación de un cumulo de naciones que, de un lado u otro de los bandos, que está llevando a tener conflictos entre ellos, incluso fuera del territorio libio, como es el caso de Francia y Turquía en franco enfrentamiento en pleno mar Mediterráneo por las importantes reservas gasíferas descubiertas en aguas jurisdiccionales griegas.

Observando en detalle, el conflicto libio se ha estancado y eso significa que su resolución también profundiza la agonía de un pueblo que, durante el interregno de la Jamahiriya (Estado de las masas), fue orgullo de África, quizás el único orgullo perdurable de ese continente.

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Libia es el escenario de dos guerras: la librada entre las tropas que responden a Trípoli, cuyo seudo primer ministro Fayez Al Sarraj fue puesto a dedo, en 2016, por las Naciones Unidas, sin más representatividad que esa, y cuenta con el apoyo de Qatar y fundamentalmente de Turquía, quien lo ha librado de ser expulsado de la vieja capital por su rival, el autodenominado mariscal, Khalifa Hafther, que, con sede en Bengasi y el apoyo del parlamento de Tobruk, además se ha convertido en parte de una guerra de poderes geopolíticos, donde todos los involucrados tienen sus propios intereses personales, olvidando de manera descarada las necesidades del pueblo. A esto, se suma la guerra de intereses de distintas naciones que, también de manera descarada, están compitiendo por sus ricos recursos, como el petróleo, agua, y una posición geoestratégica clave en el Mediterráneo.


Tras años de dilaciones y fracasos diplomáticos, el pasado 21 de agosto, Al Sarraj, del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), y Aguila Saleh, presidente de la Cámara de Representantes de Tobruk, quien reemplazó a Haftar en las negociaciones, declararon de forma separada un alto el fuego y la congelación de las posiciones militares alrededor de Sirte y Al Jufrah, medida a la que se llegó tras las arduas negociaciones de los representantes de Alemania, Estados Unidos y las Naciones Unidas. Todo esto con vistas a unas fortuitas e imposibles elecciones en marzo próximo, como lo pretende Al Sarraj, con un contexto de violencia que no podrá contener un acuerdo dada la cantidad de facciones armadas que operan en el país. Aunque todas las partes coinciden, de manera desesperada, en la necesidad de normalizar la explotación petrolera, cuya interrupción en enero pasado ya le ha costado al país casi 9.000 millones de dólares.


Este nuevo y tibio “acuerdo” fue lo que permitió que miles de libios se volcaran a las calles durante las últimas semanas para expresar sus necesidades más urgentes. Prácticamente en todas las grandes ciudades del país, se replicaron las protestas que tuvieron su mayor expresión en las ciudades más importantes: Trípoli, Bengasi y Tobruk, provocando en esta última ciudad que todo el gobierno dimitiera y obligó a Al Sarraj, desde Trípoli y en una lucha interna dentro de su espectro político, sobre todo, con el actual ministro del Interior, Fathi Bashagha, anunciar que, durante octubre, abandonará su cargo. En Bengasi, donde fueron bloqueadas las principales rutas de acceso, fue incendiada la sede del gobierno local.

Las protestas, en una primera instancia, responsabilizan a todos los sectores gobernantes del permanente deterioro de las condiciones de vida y la seguridad en el país, sumado niveles de altísima corrupción, por lo que también se acusó a sus mandantes extranjeros, particularmente al sector alineado con los intereses occidentales, Trípoli, que cuenta además del apoyo de Ankara -con tropas y armamento-, Qatar e Italia, que es uno de sus mayores respaldos. Por su parte, el bando de Hafther es apoyado por Francia, Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y, de manera más relativa, por Rusia. Al mismo tiempo, Estados Unidos parece, por momentos, estar en los dos bandos y se mantiene expectante a las negociaciones. Hafther quizás este pergeñando la posibilidad de alcanzar por fin el control del país, posición que pretende desde que traicionó a Gaddafi a finales de la década de 1980, por lo que se exilió en Estados Unidos, donde vivió más de 25 años, nada menos que en Langley, muy cerca del cuartel general de la CIA.

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Las exigencias de pueblo libio son claras y muchas, ya que los servicios públicos tienen un costo altísimo además de una muy baja calidad. La electricidad sufre cortes sin aviso previo de manera constante y se extienden durante días, al igual que los servicios telefónicos y de internet. Lo mismo sucede con el agua, que se han convertido en un bien suntuario a los que muy pocos tienen acceso. La atención sanitaria, en medio de una pandemia, se ha derrumbado, la inflación ha provocado que, a diario, miles de personas tengan menos acceso al consumo de productos básicos, como resultado del colapso que ha sufrido la industria petrolera debido a la guerra y la pésima gestión, aunque las multinacionales del sector han obtenido grandes ganancias.

Las últimas negociaciones no garantizarán absolutamente nada en Libia, sino todo lo contrario: deja algunos jugadores del conflicto heridos en sus intereses, como es el caso particular de Hafter, reemplazado por Saleh en las negociaciones, ya que el general ha perdido el apoyo de sus más importantes “sponsors”: los Emiratos Árabes Unidos y Egipto tras el fracaso de su campaña para la toma de Trípoli, hace ya 14 meses, con la que no solo no alcanzó el objetivo, sino que ayudó a afirmar el siempre inestable gobierno de Al Sarraj y la presencia turca en el país, convirtiendo a Ankara en uno de los jugadores principales.

Hafter, distanciado de Saleh y desautorizando su intervención, con sus hombres permanecerá en la ciudad de Sirte, por lo que el país ha quedado expuesto a una profunda división política, lo que genera muchas dudas por quien tiene ahora el control sobre el Ejército Nacional Libio, la unidad militar más poderosa del país que Hafther conformó en estos últimos años, uniendo a muchos de los grupos armados que emergieron tras la caída de Gaddafi.

Por su parte, Naciones Unidas tampoco ha logrado evitar el permanente flujo de armamento a pesar del declarado embargo de armas, que nunca fue respetado por ninguna de las partes y que, sin duda en el nuevo contexto de negociaciones, se incrementará en procura de la posibilidad de que el bloqueo se endurezca. Los países involucrados seguirán proveyendo armamento y recursos a sus aliados locales, sin importar el bando, frente a la ineptitud o la mala voluntad de Naciones Unidas.

Ya se habla de “desmilitarizar” el centro de Libia, algo que será consensuado por la Comisión Militar Conjunta 5 + 5, un grupo compuesto por cinco oficiales superiores del GNA y otros cinco del Ejército Nacional Libio, que deberán llegar a una resolución de temas tan complejos como la seguridad en las áreas petroleras, un exigencia obligatoria antes de reiniciar las exportaciones; distinguir entre las fuerzas regulares y los milicianos que combaten casi por sus propio intereses, y la salida del país de los mercenarios extranjeros que combaten en ambos lados. Aunque se sabe que, en las filas de Hafther, se encuentran la gran mayoría de ellos, como los del Grupo Wagner, una empresa de seguridad rusa que la prensa internacional intenta vincular con el presidente Vladimir Putin, y los más de 5.000 mercenarios sudaneses. No será sencillo desarmar y enviarlos fuera del área a desmilitarizada. Además, la Misión de Apoyo de la ONU en Libia (UNSMIL) requerirá recursos especiales para supervisar esas tareas, entre otras muchas y complejas resoluciones.

La paz en Libia necesitará de trabajos verdaderamente cíclopes para ser alcanzada, por lo que, a todas luces, será mucho más sencillo que se reinicien los combates -incluso hasta con nuevos jugadores- a que los burócratas libios y occidentales puedan ponerse en marcha para detener esta guerra que, muy lejos del final, solo está estancada.

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Imagen: Vassil Donev / EFE

*Por Guadi Calvo para La tinta / Foto de portada: Abdulla Doma – Getty Images

Palabras claves: guerra, Libia, Turquía

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