La constante idea de pensar en el final

La constante idea de pensar en el final
30 octubre, 2020 por Gilda

Charlie Kaufman cuenta historias que se perciben como un estado mental en el que la lógica no existe y los límites de la narrativa se abren paso a lo extraño, lo completamente literal del sentido figurado y lo honestamente aterrador y, a la vez, enternecedor de la condición humana. Así es la serie «I’m thinking of ending things».

Por Andrés Lozano Chávez para Revista Levadura

Preludios y nocturnos

Ella piensa en el final. Terminar con todo. Pintar paisajes con nubes negras y una luna en quiebra. Escribir poemas con humo blanco de esas nubes negras. Concentrar su vida en la resolución de una imposible matemática mediante el lenguaje de las nubes negras. Cuidar a sus padres hasta el último aliento y heredar sus nubes negras.

Ser una y ninguna entre ficciones. Un intento fallido por abarcar en su totalidad las incógnitas de una ecuación. Solo es una idea. Se sabe efímera por alguna razón que solamente presiente, pero que nunca define con certeza. Divaga si ya ha sido suficiente de todo esto. Todo parece en orden y, sin embargo, jamás lo ha sentido de ese modo. Los perros sobreviven en un desconcertante recuerdo circular. Los padres envejecen y nacen en todo tiempo. Las dimensiones del hogar siempre cambian cada vez que parpadeamos y, a pesar de ello, todo sigue en su lugar. Intactas y cubiertas de polvo. Resonando historias fallidas y amargas en la quietud de los lejanos ecos del silencio que nadie escuchará.

Las cosas no parecen ir bien y quizás a ella le depare un largo viaje hacia la noche. Y, por mientras, no deja de pensar en el final. Precisamente, ¿qué significa eso? De tanto repetirlo, ya no tiene sentido o quizás nunca lo tuvo. Ha formado parte de sí misma. Su rostro es espesa niebla y vapor grisáceo. Piensa en el final y cada vez lo siente más próximo, más resplandecientemente cegador, más real.

Te mostraré la vida de la mente

Las películas de Charlie Kaufman son un estado mental (si es que tiene sentido denominarlo así) y su más reciente obra es prueba de ello. Conocido por sus peculiares y únicos guiones cinematográficos acerca de un grupo de personas con acceso a la mente, en el sentido más literal de la palabra, del actor John Malkovich (Being John Malkovich, 1999); además de indagar en las dimensiones del amor y sus infortunios armados y hundidos en el puzzle de la memoria que solamente se entiende en lenguaje onírico (Eternal sunshine of the spotless mind, 2004); y, por si fuera poco, proyectarse en una metaficción en la que le es imposible adaptar un libro acerca de un ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002), Charlie Kaufman se ha convertido en uno de los guionistas de cine más innovadores de los últimos 20 años por su característica forma de contar historias que, precisamente, se perciben como un estado mental en el que la lógica no existe y los límites de la narrativa se abren paso a lo extraño, lo completamente literal del sentido figurado y lo honestamente aterrador, y, a la vez, enternecedor de la condición humana.

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Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

Por otra parte, ya no tan conocido por sus películas como director, nos encontramos en la actualidad con una persona que ha madurado más en su manera de abordar este tipo de historias y que, sin embargo, mantiene intacto el discurso de siempre hablar con sinceridad a través del lenguaje cinematográfico. En Synecdoche, New York (2008), nos muestra la imposible e inabarcable odisea de un director de teatro con anhelos de llevar a cabo una obra capaz de proyectar toda su vida llena de desamores, hipocondría, inseguridades y melancolías tragicómicas. En esta película, abunda acerca de lo que conlleva la creación artística desde las heridas más personales y hasta el intento de hallar una voz sincera acorde con dichas heridas. Hacia el final, uno como espectador se vuelve partícipe en el discurso del filme, sobrepasando sus límites y rozando, incluso, un paralelismo con la realización de la cinta en sí misma. De este calibre, Kaufman comenzó a dirigir sus películas. Siete años después, volvería a estrenar, solo que esta vez se había decidido por contar en animación stop-motion, la historia de un orador motivacional al que la vida le es un amargo tedio y el mundo y las personas se oyen igual y lucen con el mismo aburrido rostro, hasta que conoce a una mujer fuera de lo normal, o eso quiere creer (Anomalisa, 2015).

Y, finalmente, luego de cinco años, este pasado 4 de septiembre, llegó al catálogo de Netflix I’m thinking of ending things, la cual sigue la línea trazada por sus anteriores trabajos, con la innovación (al menos en su cine) de poner en situaciones un poco más turbias y pesadillescas a sus personajes, punto que lo ha llevado a ser comparado con David Lynch y sus elementos surrealistas y de terror. Y, aunque hay un poco de verdad en esto, lo cierto es que Charlie guarda más similitudes con algunas películas de los hermanos Joel y Ethan Coen, precisamente: Barton Fink (1991).

Hay un momento en dicho filme en el que las cosas están de cabeza al punto de llegar a una icónica escena en la que un hombre corpulento y temerario persigue con furia a un detective en un pasillo de hotel. Mientras este hombre corre, los muros se encienden en fuego, él tiene una escopeta y grita con rabia “Te mostraré la vida de la mente”. I’m thinking of ending things se puede percibir de este modo. No tiene sentido, pero tampoco quiere decir que no signifique nada.

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Animales nocturnos y la vida a través de la ficción

En I’m thinking of ending things seguimos el viaje de una mujer -de la que nunca se especifica con certeza su nombre- y su novio con el plan de presentarla con los padres de él. A medida que las cosas ocurren, se van desencadenando una serie de situaciones desconcertantes y de amplia carga melancólica y nostálgica. Ya desde que ella sube al auto con Jake -su novio-, los detalles de cada escena dejan a más de uno intrigado con lo que está viendo y, de igual manera, los personajes también lo intuyen y presienten. Da la impresión de que Jake escucha los pensamientos de ella, así como su constante idea de terminar con todo.

A lo largo de toda la película, se nos presentan conversaciones llenas de referencias a poemas deprimentes, obras de teatro, filmes independientes y un sinfín de elementos confusos que solo funcionan bajo la influencia de aquellos quienes habitan en las tinieblas del desasosiego.

Pero para nada se reduce a un compilado de referencias artísticas. Ella y Jake son constantemente puestos en escena y, ya en el último tramo, la cinta adopta la forma de una obra de teatro hecha a la medida de alguna ficción con muchas capas que ya perdió lo que parecía limitar a lo real, quizás una cruda verdad. Lo nuevo de Kaufman va más allá de esto y es por ello que lo menos atinado en este caso es tratar de encontrar explicaciones a su trama. Reducirla a simples soluciones, más de forma que de contenido, nunca ha sido el discurso en sus obras y menos en esta. Es obvia la enorme cantidad de detalles que uno no nota en el primer visionado, pero funcionan más como complementos, que como bases de la película.

Entre escenas inconexas, un introvertido y fantasmagórico anciano aparece recurrentemente limpiando los pasillos de una escuela. Da la impresión de tratarse de un Jake en sus últimos años o quizás sea algo más que un viejo roto y perdido en fantasías. Es entonces cuando el vidrio del lente ficticio se quiebra, las cortinas se cierran y el anciano acepta la inminente idea de ser otro cerdo más carcomido por gusanos, el hecho de ser un animal nocturno.

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Una ecuación imposible

En una última secuencia que pareciera parodiar el final de A beautiful mind, intencionalmente el tono de la película cambia a uno meloso y, al mismo tiempo, entrelazado con la sensación de que algo oscuro se oculta. ¿Qué quiere decirnos Kaufman con esto? Probablemente, nada que resuelva la historia, pero sí aquello que en todas partes al final de los tiempos descubrimos cada vez que pensamos en el final.

I’m thinking of ending things no pide ser entendida porque, al equipararse a un estado de la mente, nos muestra las inseguridades de la vida, los caminos y sueños abandonados, el miedo a no ser correspondido y, lo que es peor, el hecho de que incluso en el amor nada esté asegurado hacia un desenlace feliz, a pesar de que las cosas parezcan estar en orden. La idea de no sentirse a la altura de las expectativas, incluso de uno mismo en sus propias fantasías. Tarde o temprano, la nube negra nos cubre en su totalidad y ya no es necesario aparecer deprimido y lúgubre en una pintura para transmitir todas estas cosas. Charlie Kaufman logra, con trazos y tonos más sutiles, reflejar toda esta carga honesta, puesto que la vida es así porque la memoria y los sueños no son lineales, sino un vértigo de vaivenes sórdidos que queman a fuego lento la armonía de estos vagos símbolos inescrutables.

No existe una ecuación que resuelva las incógnitas de la vida y el amor, en definitiva, de la condición humana. El horror de la cotidianidad asecha a todas horas y en todo lugar, incluso si se trata de por fin regresar a casa con una visión de rayos x. Configurados como un sueño que olvidamos al despertar, mil y un senderos se bifurcan hacia el poderoso y resplandeciente color del desasosiego. Perderse en este laberinto supone la herida de los personajes de I’m thinking of ending things y, por supuesto, de las obras de Charlie.

Nunca sabremos con exactitud qué tantas cosas pueden conllevar a pensar en el final y qué consecuencias puede dejar. Tal vez solo se trate de una absurda e imposible ecuación. Quizás, la conclusión de Jake se encuentre contenida en los últimos versos de Jaime Gil de Biedma que pueden sentirse tan próximos a su vida:

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

*Por Andrés Lozano Chávez para Revista Levadura.

Palabras claves: Cine, Kaufman, Series

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