El adversario, el retrato del monstruo
Por Manuel Allasino para La tinta
El adversario es una novela del escritor francés Emmanuel Carrère, publicada en el año 2000. Es un relato escalofriante sobre una historia real, la de Jean-Claude Romand, quien, una noche de enero de 1993, mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, suicidarse. Emmanuel Carrère cuenta la historia del hombre que engañó a su familia y a sus amigos, haciendo creer que era un médico ilustre y un alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud en Ginebra.
El adversario es una novela apasionante que logra atraparnos a través de un viaje al corazón del horror.
“Al abrir su consulta, dos gendarmes le esperaban. Sus preguntas le parecieron extrañas. Querían saber si los Romand no tenían enemigos declarados, actividades sospechosas… Como Luc mostró sorpresa, los gendarmes le dijeron la verdad. El primer examen de los cuerpos probaba que habían muerto antes del incendio, Florence de resultas de heridas infligidas en la cabeza por un instrumento contundente, Antoine y Caroline abatidos por balas. Eso no era todo. En Clairvaux-les-Lacs, en el Jura, al tío de Jean-Claude le habían encargado que notificase la catástrofe a los padres de éste, frágiles ancianos. Había ido a verles acompañado del médico del matrimonio. La casa estaba cerrada, el perro no ladraba. Inquieto, el tío de Jean-Claude había forzado la puerta y descubierto a su hermano, a su cuñada y al perro bañados en su propia sangre. A ellos también los habían matado a tiros. Asesinados. Los Romand habían sido asesinados. La palabra despertaba en la cabeza de Luc un eco atónito. <<¿Ha habido robo?>>, como si esa palabra pudiese volver más racional el horror de la otra. Los gendarmes no lo sabían todavía, pero esos dos crímenes perpetrados, a ochenta kilómetros de distancia, contra los miembros de una misma familia hacían pensar más bien en una venganza o en un ajuste de cuentas. Indagaban acerca de posibles enemigos, y Luc, desconcertado, sacudía la cabeza: ¿enemigos, los Romand? Todo el mundo les quería. Si los habían matado, forzosamente lo habrían hecho personas que no les conocían. Los gendarmes no sabían exactamente qué profesión ejercía Jean-Claude. Médico, decían los vecinos, pero no tenía consulta. Luc explicó que era investigador en la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra. Uno de los gendarmes telefoneó, pidió que le pusieran con alguien que trabajase con el doctor Romand: su secretaria o uno de sus colaboradores. La telefonista no conocía al doctor Romand. Ante la insistencia de su interlocutor, ella le puso con el director de personal, quien consultó sus ficheros y lo confirmó: no había en la OMS ningún doctor Romand . Luc comprendió entonces y sintió un inmenso alivio. Todo lo que había ocurrido desde las cuatro de la mañana, la llamada telefónica de Cottin, el incendio, las heridas de Florence, los sacos grises, Jean-Claude en la unidad de quemados graves, y aquella historia de crímenes, por último, todo aquello se había desarrollado con una verosimilitud perfecta, una impresión de realidad que no daba pábulo a la sospecha, pero ahora, gracias a Dios, el guion de los hechos desvariaba, revelaba lo que era: una pesadilla. Iba a despertarse en la cama. Se preguntó si se acordaría de todo y si se atrevería a contárselo a Jean-Claude. <<He soñado que tu casa se incendiaba, que tu mujer, tus hijos y tus padres habían muerto asesinados, que tú estabas en coma y que en la OMS nadie te conocía>>. ¿Acaso se puede decir eso a un amigo, aunque sea tu mejor amigo? A Luc se le pasó por la cabeza la idea que habría de obsesionarle más adelante, la de que en ese sueño Jean-Claude interpretaba un papel de doble, y de que afloraban a la luz temores que él experimentaba respecto a sí mismo: miedo de perder a los suyos, pero también de perderse él mismo, de descubrir que detrás de la fachada social no había nada”.
El antecedente más citado de El adversario es A sangre fría, de Truman Capote, novela de no ficción, así la llamaba su autor, sobre el asesinato de una familia de granjeros en Kansas.
En El adversario, el propio Carrère aparece en el libro, él lo relata, va contando cómo se enteró del caso y cómo se puso en contacto con Jean-Claude Romand. Narra no solo los hechos y el proceso judicial, sino también la forma en que fue construyendo una relación con Romand, incluso, hay extractos de las cartas que le llegaban desde la cárcel. Emmanuel Carrère no pretende ninguna objetividad y se inmiscuye en la subjetividad de Jean-Claude Roman, y así reconstruye algunos de sus supuestos pensamientos y emociones; y desde ahí, logra entrar en el terreno de la ficción.
“Iba a terminar la evocación de su infancia cuando su abogado, el letrado Abad, le preguntó:<<Cuando tenía alegrías o pesares, ¿no tomaba usted por confidente a su perro?>> Jean-Claude abrió la boca. Esperábamos una respuesta trivial, pronunciaba con ese tono a la vez razonable y quejumbroso al que empezábamos a acostumbrarnos, pero no dijo nada. Todos sus miembros empezaron a temblar primero suavemente y después con fuerza, y una especie de gorgorito extraviado se escapó de su boca. Hasta la madre de Florence volvió la cabeza en su dirección. Entonces él se arrojó al suelo lanzando un gemido que helaba la sangre. Se oyó el golpe de su cabeza contra el suelo, vimos sus piernas pataleando en el aire por encima del banquillo. Los gendarmes que le rodeaban hicieron lo que pudieron para dominar las agitadas convulsiones de aquel corpachón, y luego se lo llevaron, sin que parase de estremecerse y de gemir. Acabo de escribir: <<que helada la sangre>>. Aquel día comprendí cuánta verdad se encierra en otras expresiones hechas: fue realmente <<un silencio de muerte>> el que reinó cuando él hubo salido, hasta que la presidenta, con una voz insegura, declaró la vista suspendida durante una hora. El público sólo comenzó a hablar, a tratar de interpretar lo que acababa de ocurrir, cuando estuvo fuera de la sala. Unos veían en la crisis uno de esos signos de emoción que se agradecen, tan grande había parecido su indiferencia hasta entonces. Los demás consideraban monstruoso que aquella emoción, en un hombre que había matado a sus hijos, se manifestase a propósito de un perro. Algunos se preguntaban si fingía. Yo en principio había dejado de fumar pero me agencié un cigarrillo de un viejo dibujante de prensa, que llevaba barba blanca y coleta. -¿Ha entendido –me dijo- lo que intenta su abogado? Yo no lo había entendido. –Quiere que el acusado salte. Se da cuenta de que faltan entrañas, de que el público le encuentra frío, y quiere que vean la fisura en la coraza. Pero no se da cuenta de que hacer eso es terriblemente peligroso. Yo se lo puedo decir, que hace cuarenta años que voy de aquí para allá con mi cartapacio de dibujo por todos los tribunales de Francia, y tengo ojo. Ese tipo está muy enfermo, los psiquiatras están locos por permitir que le juzguen. Él se controla, lo controla todo, así es como aguanta, pero si se ponen a hacerle cosquillas ya no puede controlarse, estallará delante de todo el mundo y le aseguro que será espeluznante. Creemos tener delante a un hombre, pero en realidad ya no es un hombre, hace mucho tiempo que ha dejado de serlo. Es como un agujero negro, y ya verá usted, nos estallará en la cara. La gente no sabe lo que es la locura. Es horrible. Es lo más horrible que hay en el mundo”.
Emmanuel Carrère relata e imagina cómo Jean-Claude Ramond pasaba sus largas horas vacías, sin proyectos ni testigos, cuando se suponía que estaba trabajando y, en realidad, pasaba el tiempo en parkings de autopistas o en los bosques de Jura. Con una prosa con buen ritmo, Carrère viaja hacia lo profundo de la mente de Ramond para entregarnos una novela fascinante y oscura.
“Dice: <<El lado social era falso, pero el lado afectivo era verdadero>>. Dice que era un falso médico pero un verdadero marido y un verdadero padre, que amaba con toda su alma a su mujer y a sus hijos y que ellos también le amaban. Los que les conocieron aseguran, incluso después de la tragedia, que Antoine y Caroline eran felices, confiados, equilibrados; ella un poco tímida, él francamente travieso. En las fotos de clase que figuran en el sumario, se ve en su cara la hendidura de una amplia sonrisa en la que faltan algunos dientes de leche. Se dice que los niños lo saben siempre todo, que no se les puede ocultar nada, y yo soy el primero en creerlo. Sigo mirando las fotos. No lo sé. Estaban orgullosos de que su padre fuese médico. <<El médico cuida a los enfermeros>>, escribía Caroline en una redacción. No los atendía en el sentido clásico del término, no atendía ni siquiera a su familia –el médico de todos, incluido él, era Luc- y reivindicaba el hecho de no haber firmado una receta en su vida. Pero –explicaba Florence- inventaba los medicamentos que permiten curar a los enfermos, lo que le convertía en un supermédico. Los adultos no sabían mucho más. Interrogados, los que le conocían poco habrían dicho que tenía un puesto importante en la OMS y viajaba mucho; los que le conocían bien habrían añadido que sus investigaciones versaban sobre la arterioesclerosis, que daba clases en la facultad de Dijon y que tenía contactos con altos responsables políticos como Laurent Fabius, pero Jean-Claude no hablaba de ello jamás y, si alguien mencionaba en su presencia aquellas relaciones halagadoras, se mostraba más bien molesto. Estaba, en expresión de Florence, <<muy compartimentado>>, separaba de forma estricta sus relaciones privadas de las profesionales, no invitaba nunca a casa a sus colegas de la OMS y no toleraba que le importunasen en su domicilio por cuestiones de trabajo ni en el despacho por motivos domésticos o de amistad. De todos modos, nadie tenía su número de teléfono en el despacho, ni siquiera su mujer, que se ponía en contacto con él por mediación del servicio Operator de la compañía telefónica: dejaba un mensaje en un buzón de voz que avisaba a Jean-Claude emitiendo un pitido en un pequeño aparato que llevaba siempre encima y él, enseguida, contestaba. Ni a ella ni a nadie le parecía raro. Era un rasgo del carácter de Jean-Claude, como su lado huraño, sobre el que ella bromeaba de buen grado:<<Un día de éstos voy a enterarme de que mi marido es un espía del Este>>. La familia, incluyendo a los padres y los suegros, constituía el centro de su vida, en torno al cual gravitaba un pequeño círculo de amigos, los Ladmiral, los Cottin y unas cuantas parejas con las que Florence había simpatizado. Esas parejas tenían, como ellos, la treintena, profesiones e ingresos comparables e hijos de la misma edad. Se invitaban sin protocolo, iban juntos al restaurante, al cine, la mayoría de las veces a Ginebra, otras a Lyon o Lausanne”.
El adversario de Emmanuel Carrère es una novela basada en los crímenes cometidos por el falso médico Jean-Claude Ramond que retrata con precisión la vida de impostura, mentira y soledad llevada por Ramond. Es una obra que aborda y trata de comprender la conducta humana en una experiencia extrema.
Sobre el autor
Emmanuel Carrère (París, 1957), después de cinco celebradas novelas de no ficción, se ha impuesto internacionalmente como un extraordinario escritor. En Anagrama, se han publicado El adversario, Una novela rusa, De vidas ajenas, Limónov (Prix des Prix, Premio Renaudot y Premio de la Lengua Francesa) y El Reino (Premio Le Monde), se han recuperado Bravura, El bigote y Una semana en la nieve (Premio Femina), y han visto la luz el reportaje Calais y el volumen de artículos y ensayos Conviene tener un sitio adónde ir, y su biografía de Philip K. Dick Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos.
*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: George Maktabi.