Pibeyperro

Pibeyperro
29 septiembre, 2020 por Redacción La tinta

Bajo un haz de luz, en la pausa de la siesta ribereña, pibe y perro juegan despreocupados rodando sobre el pasto yermo. Algo sucios, algo despeinados, algo ausentes, discurren el tiempo; sólo una pequeña pausa para mirar el reflejo del río turbio y un recuerdo atravesado en la memoria efímera; un momento que interrumpe el juego y vuela fugaz como el pájaro que los ve y desaparece entre las ramas de un viejo chañar.

Detrás del cortinado que trasluce el tedio, antes del desafío que llaman vida, hay un pibe y un perro que ahora son dueños del tiempo, aunque lo desconozcan en sus formas contables y urgentes; en su paso raudo e indetenible. En los confines de las sierras, pibe y perro corren sin parar alrededor de una rotonda hecha de maderas viejas y latas abolladas, pista imaginada, carreras sin metas ni rivales. En un trote lerdo que adivina el cansancio, dibujan con pies y patas desgastadas, un círculo torpe y corto hasta caer sobre la tierra, con los ojos mirando al cielo.

A unos cuantos pasos del mar, en la playa fulgurante y desierta, pibe y perro chapotean sobre la arena mojada, se encuentran y alejan en pasos de bailes desconocidos, alentados por las olas rompientes, el viento en suave remolino y un coro de gaviotas que viene y va por la orilla espumada. Entonces, pegan saltos y corren hasta mojarse; gritan y ladran conmovidos por la fuerza del agua que los persigue hasta retraerse y volver a la boca del mar.

Desde el último lote, el más amplio y destacado del barrio privado, pibe y perro, fuera de todo orden, juegan con tierra, amasan el barro; lo huelen y vuelven a empezar. Olvidan que han sido bañados, peinados, listos para la próxima tertulia, inmersos en agua y jabón, como moños sobre regalos que el tiempo y la codicia suelen olvidar. Antes del reto, después del goce, se miran entre la mugre que lentamente va ensuciando sus caras. Se reconocen fácilmente. Suspiran y se esconden; antes del reto, después del goce.

En una llanura sin fin, de tierra, pasto y árbol, de conjuros y silencios sin tiempo, pibe y perro madrugan al alba sin relojes; esquivan pronto los malos augurios de un cielo encapotado y vagan resueltos por el campo. Han de seguir sin rumbo por el monte tupido de arbustos y bichos, que les sirven de guías para no perderse. Recorrerán una a una las postas que inventaron ayer, en un juego del que sólo ellos conocen las reglas. Harán silencio al regreso; planearán al dormir algo que renueve su mañana.

Pibe y perro ahora van y vienen por el comedor, salen al balcón, fisgonean la ciudad, más inmensa de lo que lxs grandes imaginan, lejana como en las postales turísticas. Les resulta tan distante como impersonal, tanto que si pudiesen decirlo, no sabrían cómo. Entonces prefieren en una pausa cómplice, imaginar que bajo una de esas luces que se enciende a lo lejos, hay otra amistad como la suya –piensan sin decir, ríen a su modo de las subestimaciones nuestras.

Por Santiago Somonte / Imagen: La tinta

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