No es un río, lo que habita en lo profundo del alma 

No es un río, lo que habita en lo profundo del alma 
30 septiembre, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

No es un río es la nueva novela de la escritora Selva Almada, que al igual que sus dos anteriores (El viento que arrasa y Ladrilleros), está ambientada en el Litoral argentino; y completa la trilogía de varones realizada por la escritora. 

La revelación de un secreto, interpretado como una traición desde la perspectiva masculina, desata la tragedia. Enero y el Negro llevan de pesca a Tilo, hijo adolescente de Eusebio, el amigo muerto. Mientras beben y cocinan y hablan y bailan, lidian con los fantasmas del pasado y del presente, que se confunden en el ánimo alterado por el vino y el sopor.

En No es un río, los héroes trágicos de Selva Almada caminan como pueden, a los tumbos, y llevan hasta el final las consecuencias de sus actos.

“Salieron del pueblo al alba en la chata del Negro. Tilo al medio cebando mate. Enero con el brazo apoyado en la ventanilla abierta. El Negro manejando. Vieron cómo el sol se alzaba despacito sobre el asfalto. Sintieron cómo el calor empezaba a picar desde temprano. Escucharon la radio. Enero meó en la banquina. En una estación de servicio compraron facturas y cargaron más agua para el mate. Estaban contentos de estar los tres juntos. Venían armando viaje hacía rato. Por una cosa o por otra suspendieron varias veces. El Negro se había comprado un bote nuevo y quería estrenarlo. Mientras cruzaban la isla en el bote flamante se acordaron como siempre de la primera vez que lo trajeron a Tilo, chiquitito era, apenas caminaba el gurisito, los agarró una tormenta, les voló las carpas a la mierda, terminó el gurí chiquito así como era guarecido en el bote puesto de canto entre los árboles. La que se le armó a tu viejo cuando volvimos. Dijo Enero. Contaron otra vez el cuento que Tilo sabe de memoria. Eusebio se había traído al gurí de contrabando, sin avisarle nada a la Diana Maciel. Estaban separados desde que Tilo era apenas nacido. Todos los fines de semana Eusebio se lo llevaba con él. No va que ella se da cuenta de que se había olvidado de meter adentro del bolso, con las mudas de ropa, un remedio que estaba tomando Tilo.  La Diana se cae por la casa y no hay nadie. Un vecino le dice que se fueron a la isla. Para colmo la tormenta que azotó a toda la zona. También al pueblo. La Diana con el corazón en la boca. Todos ligamos. Dijo Enero. Diana Maciel los re puteó a los tres y no pudieron aparecerse por su casa ni verlo a Tilo por varias semanas.  Cuando llegan al campamento, bajan la raya y le pasan una soga por los agujeros de atrás de los ojos y la cuelgan de un árbol. Los tres hoyos que dejaron las balas se pierden en el lomo moteado.  Si no fuera por los bordes más claros, medio rosaditos, pasarían por un dibujo más del cuero. Lo menos que me merezco es un porrón. Dice Enero. Está sentado en el suelo, de espaldas al árbol y a la raya. La cabeza dejó de zumbarle, pero igual siente un nudo acá. Tilo va y abre la conservadora y saca una cerveza del agua helada, de los pocos hielos que flotan. La destapa con el encendedor y se la alcanza, para que sea él, Enero Rey, el que se la merece, quien le dé el primer beso. La cerveza cae en la boca, pura espuma que se le escapa por los labios, que le pinta un festón blanco a su bigote negrísimo. Es como hacer un buche con algodón. Recién con el segunda trago viene el líquido frío, amargo. El Negro y Tilo van a sentarse también, los tres en fila, el porrón pasa de mano en mano. Lástima no tener una máquina para sacarnos una foto. Dice el Negro. Los tres giran la cabeza para mirarla. Parece una frazada vieja tendida a la sombra”.

La novela de Selva Almada fluye como un cauce. Es una larga conversación entre seres que se quieren: madres, hijos, hermanos, amantes, ahijados.

La trama de la narración alterna el pasado y el presente, y conforma una red ambigua, donde lo real y lo onírico se confunden. Humana, pero a la vez animal y vegetal, No es un río atrapa por su ritmo y su extraordinaria sensibilidad para lograr que los personajes expresen en lo cotidiano lo que habita en lo profundo de sus almas, en lo lejos de sus propias vidas.  

“El Negro no se acuerda la segunda vez que Enero soñó con el Ahogado. No estaba cuando contó, las hermanas justo lo habían ido a buscar para cortarse el pelo. Ellos estaban tomando tereré en el patio, debajo de la enramada. Lo llamaban desde la cuneta, dos de las cinco hermanas, todas iguales, los pelos largos, altas y flacas como garzas. Las voces iguales, ni él era capaz de distinguirlas. Negrito. Negrito. Negrito. Chillaron hasta que salió la Delia a poner orden. Andá vos, te llaman, no dejan mirar la novela en paz. A Delia le hacía caso.  Esa mujer y sus hermanas eran lo más parecido a una madre que conoció. La suya muerta en la sala de partos. El padre, domador de caballos, siempre de gira por ahí. Él solo con las hermanas que lo tenían de muñeco.  Entonces cuando él se fue y Delia terminó el pucho y lo tiró de un tincazo entre las plantas y entró en la casa de nuevo, Enero le dijo a Eusebio que el Ahogado se le había aparecido otra vez. Enero nadaba en un arroyo y de repente sintió que algo lo tiraba para abajo. Braceó y trató de salir a flote pero eso que le subía por las piernas como una madreselva era más fuerte. Abrió los ojos en el agua viciada y lo vio, agarrándose a él, tirándolo de las patas, llevándolo al fondo. Luchó por desprenderse. El Ahogado siguió envolviéndolo con su cuero flojo, recubriéndolo como un capullo. Enero se despertó de nuevo todo mojado, como si en la realidad acabara de salir del arroyo de la pesadilla. Esa vez no llamó a la madre ni meó la cama. Se quedó quieto respirando bocanadas cortitas un rato y después se acostó hecho un bollo, mirando a la pared. Eusebio se sirvió el último tereré, los hielos sonaron adentro del termo. Debe ser un mensaje. Dijo. Un mensaje cómo. Dijo Enero. Eusebio lo miró y pensó un momento. Tenemos que ir a ver a mi padrino. Él sabe de estas cosas. Dijo”.

La nueva novela de Selva Almada es un encuentro de historias con distintos personajes de pueblo que bordean la certeza entre sueño y realidad. Está narrada con reveses al pasado y al presente, y es un libro que habla del amor, pero también de la disputa entre los locales (los que reconocen el monte con ojos cerrados) y los que lo visitan, no muy lejanos de esa geografía. Aunque nada en la novela es lineal, los isleros pueden ser muy violentos con los forasteros, pero también tienen una nobleza y una entrega hacia la naturaleza, el río y el monte. 

El título No es un río da cuenta de cierto extrañamiento de la novela, que está presente desde las primeras páginas. Esa atmósfera de irrealidad está flotando sobre la historia y el nombre nos habla de esa ambigüedad, entre lo que es y lo que parece ser. 

“La pieza tiene los postigos entornados. Mariela se echa en la cama y se abanica con una revista. Lucy se acuesta en la cama de al lado, una pierna estirada sobre las sábanas limpias, la otra colgando. Por las rendijas del postigo entra un poco de humo, pero si cierran se mueren de calor. Probá el ventilador a ver si arranca. Dice Mariela. Lucy se levanta de mala gana y lo prende. El aparato hace ruido ronco, pero las paletas no se mueven. Tomá, dale con esto. Dice Mariela y le tira una regla. Lucy mueve la hélice y parece que sí pero no. Pruebas varias veces. Al final se rinde, apaga, y vuelve a su cama. Mariela tira la revista al piso y se pone de costado, un brazo debajo de la cara, la otra mano apoyada en la almohada. Lucy mira el techo, descubre un agujero pequeño en la chapa por donde entra un poquito de la luz de afuera. Cuando llueva por ahí entrará agua. ¿Vos decís que van a ir al baile? Dice Mariela toda ilusionada. Lucy no contesta.  Desde chicas tienen la costumbre de encerrarse en la pieza y echarse en las camas para hablar. A la mami le da rabia: si es de día porque es de vagas estar echadas en vez de hacer cosas en la casa, trabajar o hacer los deberes de la escuela. Si es de noche porque el murmullo y las risitas no la dejan dormir tranquila. Dice que quedarse despiertas hasta la madrugada es cosa de putas.  Me da lástima la mami. Dice Lucy. Mariela se incorpora sobre un codo, apoya la mejilla en la palma abierta. ¿Por? Dice. No sé, una sensación que me dio recién cuando llegamos. Está enojada, ya se le va a pasar. ¿También vamos a ser así cuando tengamos hijas? Mariela se ríe y se acuesta boca arriba. Mirá lo que decís. Mejor procura no preñarte vos porque ahí sí la mami te pega una patada en el ojete. Yo, por las dudas, todos los días riego el perejil bien regado. Lucy también se ríe. Sos tarada. Dice”.  

No es un río de Selva Almada es una novela que indaga en el universo masculino a través de los pactos y alianzas entre varones, y los conflictos entre locales y foráneos. Es una historia con un tono medido, económico, donde no se termina nunca de contar todo. La narrativa acompaña la corriente de un río, la cosa sinuosa del agua, y nos lleva hacia lo profundo que habita en nuestras almas. 

Sobre la autora

Selva Almada (Entre Ríos, 1973). Es autora de Los inocentes (2019), El mono en el remolino. Notas del rodaje de Zama de Lucrecia Martel (2017), El desapego es una manera de querernos (2015), Chicas muertas (2014) y El viento que arrasa (2012), entre otros libros. Su obra está traducida al inglés, francés, alemán, holandés, portugués, turco y sueco. En 2019, recibió el First Book Award del Festival Internacional del Libro de Edimburgo por la traducción al inglés de su novela El viento que arrasa (The Wind That Lays Waste).

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Novelas para leer, Selva Almada

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