Moria: símbolo de la indecencia

Moria: símbolo de la indecencia
15 septiembre, 2020 por Tercer Mundo

La Unión Europea carece, como en tantos asuntos, de una estrategia común sobre migración y, cuando la hay, dominan las razones policiales y de seguridad sobre las humanitarias.

Por Ramón Lobo para El Periódico

Con el campamento incendiado de Moria, en la isla griega de Lesbos, desaparece todo, menos nuestra responsabilidad. Quedaron en pie unas pocas tiendas como anclaje de memoria, para que nadie diga “no sé de qué me está hablando”. Moria era un vertedero humano, un lugar en el que se amontonaban esperanzas, sueños y harturas de miles de migrantes que huían de las guerras y las injusticias. Aunque debió ser un centro de paso mientras se tramitaban los asilos, se transformó en una frontera cerrada, un muro. A un lado, la Europa rica y prepotente; al otro, sus fantasmas.

En Moria, malvivían más de 13.000 personas, cuatro veces más de la capacidad oficial. El 70 por ciento procede de Afganistán, un país destruido por décadas de conflictos armados. Se discute por el origen del fuego, si se trató de un ataque racista exterior o fue provocado, queriendo o sin querer, por los que se negaban al confinamiento ordenado por las autoridades griegas. A las desgracias propias del campamento, se sumaron las infecciones de la COVID-19. ¿Dónde se aíslan los pobres hacinados? ¿Cómo se organiza una cuarentena entre los olvidados?

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Moria era una bomba de relojería a punto de explotar. La frase pertenece a Marcos Sandrone, coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Lesbos. El mismo muro que les impedía desplazarse ayudaba a las autoridades y a la sociedad europea a ignorar su existencia. Sucede en el Mediterráneo, transformado en un cementerio submarino: 1.283 muertos en 2019.

No es un asunto del gobierno de Atenas, como sostienen algunos en Bruselas, sino europeo. Grecia, Italia y España son la frontera sur común. La obligación política y ética es indivisible.

Celdas para migrantes

La Unión Europea (UE) carece, como en tantos asuntos, de una estrategia común sobre migración. Y cuando la hay, dominan las razones policiales y de seguridad sobre las humanitarias. No somos mucho mejores que Donald Trump. ¿En qué se diferencian las celdas para migrantes y la separación forzada de las familias en Estados Unidos con lo que existía en Moria?

Los 1.100 niños que habitaban en el campamento griego han estado expuestos durante años a una violencia inusitada, además de sometidos a una pobreza sin salida. ¿Qué imágenes de nuestra Europa traerían en su viaje a nuestras costas? ¿Qué sueños? ¿Cómo recuperarlos psicológicamente de la visión diaria de la muerte en sus países de origen? ¿Cómo se cambia el código de las infancias robadas en Yemen, Somalia o Libia?


El debate no está entre el buenismo y la amenaza terrorista sin grises. Existen los tratados y las convenciones internacionales sobre el refugio y medios para diferenciar las víctimas de los victimarios. Es cierto que, junto a mujeres y niños que escapan de los abusos, viajan a menudo los abusadores. Moria representa nuestro fracaso como sociedad que no sabe diferenciar entre quién necesita ayuda y quién merece la expulsión o la cárcel.


Es falaz decir que entre los migrantes se infiltran los combatientes extranjeros que retornan de la guerra civil de Siria. Se esgrimen los atentados de París y Bruselas como un argumento que criminaliza a todos, incluidas a las víctimas. Es una idea que alienta el miedo y el racismo. Los terroristas que buscamos no cruzan el mar en patera ni se esconden en Moria. Entran por los aeropuertos de la UE, con un pasaporte como el nuestro porque son europeos, viven en nuestras ciudades, son como nosotros.

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Tropas de combate

En Afganistán e Irak, países en los que hemos tenido miles de tropas de combate dedicadas a misiones de paz, lo que es una contradicción, los civiles viven bajo el terror de sus gobiernos. No formamos a sus ejércitos para la paz, el diálogo, los derechos humanos y el compromiso, más allá de cuatro cursillos de propaganda. Les colocamos las urnas para que voten delante de nuestras televisiones para exclamar que ya son una democracia. No existe un plan a largo plazo, como la educación. Solo cuenta la última encuesta.

La violencia en los países zarandeados por la guerra penetra en las casas, multiplicándose en una violencia contra mujeres y niños. En aparcaderos humanos como Moria, no se aprende a quebrar ese ciclo. La ley del más fuerte domina la vida cotidiana: el acceso al agua potable, a las medicinas y a la comida. En Moria, y en otros lugares similares, abundan los suicidios, también entre niños. Es la desesperanza ante una Europa fortaleza, necesitada de mano de obra extranjera. ¿No existe otra manera de ser humanos, de ejercer la decencia y aplicar los valores de los que tanto presumimos? La hay, pero no gana elecciones.

*Por Ramón Lobo para El Periódico / Foto de portada: Lousia Gouliamaki – AFP 

Palabras claves: Grecia, refugiados, Unión Europea

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