Estás muy callada hoy, las mutaciones invisibles 

Estás muy callada hoy, las mutaciones invisibles 
23 septiembre, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Estás muy callada hoy es la primera novela de Ana Navajas, publicada en el año 2019. La narradora-protagonista, hace un tiempo que no encuentra su propio eje. Pese a todo, se anima a desobedecer el deseo de una muerta, que acaba de partir y quería que la cremaran. Esa muerta es su madre. Atrapada en la mitad de la vida, busca en la escritura la respuesta a los interrogantes que se le presentan: ¿Quién es ella? ¿qué es lo que quiere? En ese quedarse callada, paradójicamente, nos dice que necesita sentir las cosas a su manera y a su propia velocidad.

Con contratapa de Pedro Mairal, la primera novela de Ana Navajas logra sumergirnos en una aparente quietud, en donde el duelo, el silencio y las palabras forman parte de una soledad construida, y revelan las mutaciones invisibles que solemos transitar.   

Ana-Navajas-1“Mamá, pobre, solo había pedido que la cremaran. Murió en Buenos Aires después de tres años de un cáncer atroz, un viernes 25 de mayo, al mediodía de un fin de semana largo que se anticipaba larguísimo. Cuando llamamos a la funeraria nos informaron que, por el feriado, la cremación iba a retrasarse tres días, y por ende también el entierro. Un horror, mamá ahí muerta esperando ¿y nosotros qué hacemos mientras tanto? Estábamos mi papá y los cinco hermanos en ronda en el pasillo.  Yo dije, usando una de las frases terminantes típicas de mamá: de ninguna manera. No la cremamos nada.  Mañana mismo salimos para allá en auto. Y pasado es el entierro. El mundo es de los vivos. Nos miramos aliviados. Mi hermana menor dijo: ¿les parece bien no cumplir su última voluntad? Me recontra parece, le contesté. De inmediato empezamos a coordinar la logística del traslado. Una caravana fúnebre al litoral: después de todo somos especialistas en encadenarnos uno atrás de otro, como esos esclavos con grilletes arrastrándose en fila. Fue el fin de la cuestión. Esa noche papá durmió en su cama y al lado de mamá, muerta. Fue su última noche en casa. Yo me arrepiento de haberle dado un beso en la frente, estaba helada. A mamá no le gustaba la música, pero la noche anterior al entierro papá estuvo horas frente a la computadora, con los auriculares puestos, hasta que encontró la pieza perfecta: “Be my love”, de Keith Jarret. Un solo de piano. Al día siguiente, papá acercó el auto al pozo que habían cavado para el féretro, puso la música y abrió las cuatro puertas. Cuando estaba viva, mamá siempre le pedía que bajara el volumen. Sin embargo creo que esta última declaración de amor le hubiera gustado. El monto tupido y el colchón de nubes grises que cubría el cielo atemperaron el sonido, una acústica a su medida. Lloviznaba”.

En Estás muy callada hoy, la narradora de este diario ficticio es, a la vez, hija, esposa, hermana, madre de tres y huérfana. Es la desertora, la que se aleja para fumar porque siente que “fumar es como suspender el tiempo mientras la vida cotidiana sigue su curso”. Y desde ese lugar, observa los tics de clase, los remolinos familiares y las mutaciones invisibles.

“Francisca no es mala, sufrió mucho, me decía mamá para convencerme de que Francisca no era mala. Recién cuando tuve una hija me di cuente de que, en el fondo, era buena. Es lo que les pasa a muchas mujeres. Cuando paren a sus hijos es cuando entienden a sus madres. Yo, cuando parí a mi hija, entendí a Francisca, mi niñera. Cuando parí a mi primera hija de todas maneras le puse Rosa, el nombre de mi otra niñera, la buena, aunque tengo que decir que Francisca, el de la mala, también fue un nombre que consideramos. Francisca llegó un día a casa desde lejos, sola y a pie. Era huérfana. Se había ido de la estancia en donde trabajaba, cansada de que abusaran de ella. Su patrón la había violado y la había dejado embarazada. Después le sacó el bebé y lo crió como a un patroncito. A mí me encantaba escabullirme al cuarto de Francisca y espiar la foto del niño vestido de chaleco y pantalón marrón haciendo juego, camisa celeste y un bonete de cumpleaños que se parecía a los de mis libros de cuentos. Estaba parado en una silla, solo, frente a una torta con una vela que decía <<2>>. Yo siempre le preguntaba a Francisca ¿quién es? A veces ella no contestaba, a veces decía <<nadie>> y a veces decía <<mi hijo>>. Mamá no necesitaba otra empleada pero estaba en el final de su quinto embarazo, el último, así que la contrató.  Además mi mamá siempre fue defensora de las madres solteras, de las mujeres golpeadas, de los ex combatientes, de los que no podían estudiar y de los que no tenían padres. Francisca reunía varias de esas condiciones.  Era huérfana de padres, huérfana de hijo y quería hacer la primaria. Mientras trabajó en casa fue a la escuela nocturna. También a catequesis. Tomó la primera comunión el mismo día que yo, al fondo de la fila. Según me cuentan, yo tenía cuatro años cuando llegó y apenas la vi me fui corriendo. Por eso no te quiere, decían mis hermanos grandes cuando venían de visita de Buenos Aires. No te quiere porque vos tampoco la querés. A mí me gustaba estar con Rosa. Rosa me acompañaba, me hablaba con dulzura, me dejaba hacerle peinados y ayudar en la cocina. Me daba una tablita, un cuchillo y me dejaba picar carne, pelar papas y zanahorias. Francisca en cambio, me retaba siempre. No me dejaba pisar cuando pasaba el trapo y si por casualidad me veía caminando por el pasillo, me corría con el escurridor. Mamá no nos dejaba estar adentro de la casa durante el día. No podía quedarme sentada leyendo cuando afuera había sol; le parecía inútil. Y Francisca lo aplicaba a rajatabla. A mi hermana menor, en cambio, le decía mi bebé porque la había visto nacer, la dejaba hacer cualquier cosa. Ella no tuvo la oportunidad de salir corriendo. Era la única que la hacía reír”.

La trama avanza mientras la narradora elabora el duelo por la muerte de su madre, intenta acompañar a su padre en su soledad y se vincula con sus hijos, marido, hermanos y amigas dando lugar a silencios y espacios en los que encuentra una voz propia. En ese recorrido, la protagonista atraviesa momentos de humor mechados con la curiosidad infinita ante el misterio de los hijos y recuerdos de una infancia en el calor del Litoral. 

“Antes de renunciar a mi trabajo, en los formularios que preguntan profesión ponía REDACTORA. Es lo que hice durante dieciocho años en la oficina o en mi casa cuando me traía trabajo freelance: redactar textos de publicidad o de comunicación institucional. Pienso que escribir es inútil. Hace un tiempo empecé a poner ama de casa. El otro día, cuando rellené la admisión en la Biblioteca Nacional para consultar manuales de economía doméstica, puse en imprenta iracunda: AMA DE CASA. Mi compañera de tesis me miró, se rió y me dijo dejá de castigarte. Yo le dije: no, soy mi propio objeto de estudio. Tengo marcado a fuego todo lo que dicen esos manuales.  Aunque se supone que mi mamá era socióloga y feminista, me entrenó para eso. Porque mi abuela, que era combativa y maestra de francés, la entrenó para eso. Simones de Beauvoir en batón de entrecasa.  Mis amigas me preguntan ¿cómo saco esta mancha? ¿Cuánto dura un alcaucil cocinado en la heladera? ¿Si tiene 37 puede ir al jardín? ¿Puedo meter este vestido en el lavarropas? Dame tu receta de cous cous. A mi mamá le salían bien muchas cosas. De todas, no sé cuál disfrutaba. Sabía ayudar al prójimo, dar consejos sabios y manipular: tenía una intuición demoledora. Era una madre implacable; para ella, la exigencia era amor. Era experta en dirigir y dar órdenes; aunque no lo quisiera, se reino era la domesticidad. Sabía limpiar, desinfectar, esterilizar. Ventilar, sacudir, ordenar. Cuando daba una receta, decía: un chorro de esto, un poco de aquello, algo de eso. Tenía poca paciencia. Muy pocos se daban cuenta de su mal carácter, su sonrisa era encantadora. De entre todas las cosas que me enseñó, no logró contagiarme su visión y misión de esposa devota. Ese era su mayor talento. Siempre me decía, refiriéndose a mi marido: no dejes al hombre solo. No me rompas las bolas mamá, que haga lo que quiera, le contestaba con desprecio”.

Estás muy callada hoy de Ana Navajas es una novela en la cual la protagonista construye su soledad y camina hacia ella luego de un momento de vacío: la muerte de su madre y haberse quedado sin trabajo. En ese vacío, aparece como condición necesaria la escritura.

Ana-Navajas-2

Sobre la autora

Ana Navajas nació en Buenos Aires en 1974. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA. Habla poco, prefiere escribir. Esta es su primera novela. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Ana Navajas, literatura, Novelas para leer

Compartir: