De acá no nos saca nadie

De acá no nos saca nadie
8 septiembre, 2020 por Redacción La tinta

Con la temática en la agenda de los grandes medios de comunicación, La tinta recibió un relato donde -en primera persona- se narra una toma de tierras que ocurrió hace 5 años en la ciudad de Córdoba. Los nombres son ficticios porque todavía lxs vecinxs se encuentran imputadxs por el delito de usurpación, aunque, hoy, esa toma se convirtió “en un barrio hermoso, con terrenos amplios y casas grandes, en donde viven muchas familias que encontraron su lugar en este mundo tan injusto”.

Esa mañana, nos despertamos con gritos de terror: nos estaban rodeando. Las dos grandes manzanas que comprendían la toma estaban completamente cercadas por la Policía e Infantería, que armaron un cordón humano agarradxs de las manos para que no haya ninguna escapatoria. Yo dormía en la carpa, me había tocado la guardia de las 3 a.m. hasta las 6 a.m., en donde varixs nos quedábamos despiertxs por si algo sucedía. El frío era siempre apabullante y el fueguito que armábamos nos mantenía apenas calientes como para llegar hasta las 6. A esa hora, la gente empezaba a despertar y todo se comenzaba a mover de nuevo. Y también a esa hora llegaba doña María, la abuelita de todxs, con termos de café caliente y criollos. No vivía en la toma, pero nos conocía a todxs. Desde la primera noche, hacía lo mismo todas las mañanas a las 6 en punto. Cruzaba la calle y nos traía ese amor que se sentía muy fuerte.

Si algo nos dio la toma es un aire de esperanzas renovado en lxs otrxs. La solidaridad que se activó en todo el barrio fue increíble. Un barrio mermado por la pobreza, la desigualdad y el desamparo, y en donde no quedaba ya ningún lazo de amistad entre las familias que lo integraban, ahora, se unía para defender ese pequeño gran pedazo de tierra, que significaba viviendas dignas para sus hijxs y nietxs.


Luego del café, me dispuse a dormir en mi carpa, pero poco duró ese sueño porque los gritos y llantos de desesperación enseguida se hicieron sentir. Salí de mi carpa todavía dormidx y vi ese gran cordón humano que nos rodeaba. Me fregué los ojos, sentí que estaba soñando. No podía creer cómo se activaba un operativo tan grande por un basural abandonado que ahora estaba limpio y listo para ser habitado por gente que no tenía dónde vivir. De golpe, existimos, de golpe, importamos. Tanto, que nos mandaron un operativo como nunca vi en mi vida.


Entonces, nos pusimos en marcha. Mujeres y niñxs adelante, al revés de cualquier otra situación. Sabíamos por otras experiencias de tomas que siempre enganchan a los varones y a lxs pibes más jóvenes, que, para colmo, siempre tienen algún antecedente penal, ya que, en ese momento, todavía existía el Código de Faltas que liberaba a la Policía para realizar detenciones arbitrarias. Si caían en cana, no los sacábamos más. Tres hombres se empezaban a acercar atravesando el alambrado con un papel: estábamos siendo imputadxs por el delito de usurpación. Tomaron nuestros nombres, uno por uno, incluso cuando les explicamos que varixs no vivíamos ahí, que estábamos en apoyo, y ficharon también a doña María. Ella, orgullosa, le dio su nombre y se permitió aleccionar al ayudante fiscal que le tomó los datos: “Ojalá haga algo mejor de su vida, joven, y no ande persiguiendo a la gente humilde que no tiene casa”.

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Luego de tomar nuestros nombres, se fueron, pero nos dejaron una posta policial y de infantería que se convertiría casi en nuestra cárcel durante varios meses. Siempre vigilando, siempre sacándonos fotos, impidiendo que entremos materiales para poder armar algún espacio mejor que nos permitiese mejorar las condiciones de habitabilidad. Porque muchas familias estaban, antes de la toma, en la calle, o casi. Y vieron en esa toma un lugar para crear su futuro. Lo apostaron todo, porque, en realidad, no tenían nada. Y necesitábamos que entre material para que ellas tengan, de manera urgente, viviendas dignas.


Nunca nos imaginamos que aquel pedazo de tierra, abandonado durante décadas y convertido en basural, ahora importaba tanto. Porque no importaba cuando lxs vecinxs reclamaban que estaba muy sucio y que era peligroso para lxs niñxs. Menos cuando lxs vecinxs denunciaban a las camionetas 4×4 que venían a tirar basura, restos de poda y hasta restos de construcción, o animales muertos. Sólo empezó a importar cuando lxs pobres lo hicieron visible, lo limpiaron y lo hicieron habitable. Ahora, luego de ese arduo trabajo, se veía la potencialidad económica para los grupos inmobiliarios de la zona. Un terreno cuyo dueño no existe, o mejor dicho, que tiene muchos dueñxs que nunca pagaron ni un peso en impuestos ni se hicieron cargo de sostenerlo. Pero la “propiedad privada”, incluso de un fantasma deudor, es siempre más importante que la calidad de vida de decenas de familias.


Estas 60 familias eran las hijas y nietas de aquellas que fueron relocalizadas en el barrio ciudad aledaño entrados los años 2000. Familias que ya tenían sus propias tierras, sus huertas y animales, que vivían con poco, pero que eran autosuficientes. A quienes, de golpe, les dijeron que habitaban en una zona de riesgo inundable y que fueron movidas a un barrio “construido para mejorar su vida”. Los famosos “barrios-ciudad” del ex gobernador José Manuel De La Sota, pagados con un programa del BID llamado “Mi casa, mi vida”.

Lo irónico es que, cuando el barrio estuvo listo, no sólo no alcanzaban las casas, sino que, además, los terrenos y las viviendas eran minúsculos en comparación a lo que ellxs ya tenían. Y por si fuese poco, el área común del barrio, que en estos modelos de Barrio Ciudad se encuentra en el centro y albergan una iglesia, una plaza, una escuela y una comisaría (como si fuera lo necesario para que lxs pobres no tengan que habitar la ciudad), en este caso, estaba adelante, para separar a los barrios “bien” que se quejaban por la instalación de estxs “villerxs”.

Hoy, cuando las tomas de tierras han vuelto al centro de la escena mediática, me surge rememorar este hecho que no fue hace tanto, para mostrar que el tema en la agenda no debería ser las tomas de tierras, sino la pobreza y la falta de viviendas dignas. La policía no cuida a lxs pobres ni se acerca al barrio cuando hay una necesidad, sólo aparece cuando hay que proteger una propiedad que ni siquiera tiene un dueño visible. El tema tiene que ser esta desigualdad estructural que nos somete a condiciones de vida indignas, mientras miles y miles de hectáreas están ociosas. En ese momento, decíamos en Córdoba que “ocupar no es delito”, y seguiremos insistiendo.

La primera noche de la toma, mientras compartíamos un guiso y empezaba a llegar un montón de gente de muchas partes de la ciudad para apoyar con donaciones, frazadas, carpas y maderas, una vecina ya entrada en años rompe en llanto y nos cuenta su historia. Nos dice que este terreno tan grande y verde, lleno de árboles que emergieron desde la basura, le recordaba a aquel lugar detrás del muro en donde ella vivió tantos años y crió a sus hijxs. “Allá, en ‘el bajo’, tenía un terreno grande, mis chanchos, mi huertita, no necesitaba nada de nadie. Pero, un día, vinieron y nos dijeron que estábamos en riesgo de inundación, que nos teníamos que ir urgente. Yo no entendía, ni mi abuela ni mi mamá habían sufrido jamás una inundación, sólo algunos desbordes del canal maestro. Lo chistoso es que, apenas nos instalamos en este barrio nuevo, hicieron un muro bloqueando las calles y nos impidieron volver a mirar a aquella tierra en donde nací. Luego de varios años, me animé a asomarme y, de golpe, vi un nuevo barrio, todo verde y reluciente, con casas de lujo y complejos de edificios, y entendí que nos habían engañado. No estábamos en riesgo, estábamos en un lugar valioso para algunxs y nos querían fuera. Ahora, siento que va a pasar lo mismo, pero ¿saben qué? Ahora me siento lista para luchar y no me siento sola. De acá, no nos saca nadie”.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

* Por Anónimx para La tinta / Imagen de tapa: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: Posesión, tierra y vivienda

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