Juguetes Perdidos: “Ante mayor precariedad hay mayor engorramiento”

Juguetes Perdidos: “Ante mayor precariedad hay mayor engorramiento”
23 septiembre, 2020 por Redacción La tinta

El colectivo Juguetes Perdidos es un espacio de investigación que trabaja desde 2009 en diferentes barrios del conurbano bonaerense. En su último trabajo, La sociedad ajustada (Tinta Limón, 2019), recorren las heridas dejadas por los años macristas, esa porción de la sociedad implosionada por los ajustes económicos y la derechización afectiva que complicó la vida en los barrios.

Por Marvel Aguilera para Revista Ruda 

Las crisis vividas desde la precariedad son una bomba de tiempo. La conflictividad social arde entre los resquicios de supervivencia de los barrios populares del conurbano. Economías emergentes avasalladas y vidas desorganizadas; el “terror anímico” en aumento, tratando de sobrevivir entre tarifas descontroladas; hogares sobreendeudados y una fatiga constante en los cuerpos, la de llevar una carga pesada en la cotidianidad ante un destino incierto. Los años del macrismo se vivieron como una implosión: un estallido mediante el cual los odios se revitalizaron y en donde el “engorramiento” social fue en aumento a medida que los laburantes atravesaban problemas de consumo, desocupación, malestares físicos, rupturas familiares, manipulaciones mediáticas y violencias barriales potenciadas.

La pandemia puso en evidencia lo que, para muchos, es invisible. Las precariedades pasan a ser noticia. Los líderes de la hoy oposición remarcan las situaciones urgentes, como fuera el caso de Villa Azul, como si esas precariedades no hubieran sido alimentadas por el endeudamiento frenético y el engorramiento generado por los discursos de odio constantes, pregonados durante cuatro años. Pero hay algo más allá de la resistencia sufriente. Un “aguante todo” que cohesiona a miles de militantes silvestres, pibitxs inquietos, hombres y mujeres de la economía popular; que transforman ese escenario de odio en organización y agite contra el engorramiento que circula entre sus barrios; fuerzas de diversos tonos, de voces distintas que se acoplan en una lucha concreta. Un combate que excede al macrismo, que tiene raigambre histórico, que nos divide en dicotomías, en polarizaciones cargadas de bronca. Una militancia de “excesiva vitalidad” que es preciso sea tenida en cuenta para poder incorporarla a la política diaria, a las agendas de gobierno que busquen acabar, sinceramente, con esa precariedad totalitaria.

El colectivo Juguetes Perdidos es un espacio de investigación conformado por Leandro Barttolotta, Gonzalo Sarrais Alier e Ignacio Gago; que en conjunto vienen trabajando desde 2009 en diferentes barrios del conurbano bonaerense, realizando intervenciones socio-culturales y jornadas de trabajo en escuelas, penales y sedes juveniles, que han sido volcadas en libros como Por atrevidos. Politizaciones en la precariedad (2011), ¿Quién lleva la gorra? Violencias, nuevos barrios, pibes silvestres (2014), y La gorra coronada. Diario del macrismo (2017). En su último trabajo, La sociedad ajustada (Tinta Limón, 2019), recorren las heridas dejadas por los años macristas, esa porción de la sociedad implosionada por los ajustes económicos y la derechización afectiva que complicó la vida en los barrios. Para rescatar a su vez el inconsciente militante, el silvestre, el que pulula en diferentes identidades que no pueden ser registradas desde lo ideológico sino en un diálogo concreto, en un ida y vuelta con esos barrios.

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(Imagen: Colectivo Juguetes Perdidos)

—Quisiera partir de esa Sociedad Ajustada y las dificultades que trajo a los barrios ese modelo político-económico y cultural. Particularmente de una frase usada en la síntesis, “a la máquina de la gorra la mueve el terror anímico”. En líneas generales, ¿qué significa esta máquina de gorra y por qué se potenció durante los últimos años?

—En relación a la “máquina de gorra”, lo primero, como para arrancar, es registrarlo como un concepto complejo. No por lo difícil sino por lo múltiple; se le puede entrar por varios lados. Pensar el concepto de abajo para arriba y no al revés. Desde mapear las fuerzas sociales que entran en diálogo con los gobiernos y no como un dispositivo que es el resultado de un gobierno de derecha, por decirlo así. La mejor forma de entrarle al concepto de máquina de gorra es pensando en la relación entre engorramiento y precariedad, que es algo que venimos registrando desde hace mucho tiempo. Engorramiento no como un gesto suelto de un vecino ortiba, de un anti o de un buchón; no pensarlo como alejado de lo social sino como una respuesta práctica ante los desbordes de la precariedad. Ni como algo suelto ni tampoco solo desde lo ideológico. No como, de repente, una multitud de vecinos de derecha que circulan los barrios, que votan al macrismo y que linchan a un pibe; sino que pensar el engorramiento metido en ese mapa de precariedad totalitaria que vienen sufriendo los barrios desde hace muchos años. Desde lo que citás, también se puede pensar otra línea secuencial, que ante las medidas del gobierno macrista de ajuste y endeudamiento, se profundiza la precariedad totalitaria que toma todas las redes que te sostienen en la cotidianidad y que aumentan el terror anímico. Y eso genera mayores respuestas gorrudas. Ante mayor precariedad hay mayor engorramiento. Esa es una manera de encarar el tema de la máquina de gorra. Por otro lado, hay que pensar la relación entre el engorramiento y el macrismo para poder analizar a la máquina de gorra. De cómo el macrismo desde que asume el gobierno lee un aliado en toda esa fuerza gorruda. La lee desde sacar una política antipopular, la que sea, como tarifas o algo contra la educación pública, sabiendo que eso tiene una resonancia en ese gorrudismo sensible que está todo el día en relación con la precariedad. Mucho más al aumentar esa precariedad y al aumentar esa fuerza gorruda, y que secuencialmente le servía al macrismo por todos lados. Lo más importante para pensarlo, más allá del macrismo, y en el contexto de pandemia que estamos viviendo, es pensar cómo esa máquina de gorra o la relación entre el engorramiento y la gestión de gobierno, permitió un aprendizaje de cómo organizar ese engorramiento en un laburo, en un barrio, dentro de un rejunte, en una casa. Lo que más quedó o la herencia que dejó el macrismo son esos hábitos o afectos gorrudos que ya hoy en día no nos pueden sorprender. Ya no nos sorprende una avanzada de fuerzas gorrudas ante una política que se piensa con un destino popular. Sabemos que esa máquina de gorra queda disponible y que se puede activar ante cualquier situación.

—Hice mención a lo cultural porque cuestiones como la autogestión resuenan también en esa precariedad, por ejemplo en el tema de la seguridad. ¿Cuál es la diferencia más importante entre esa impronta hoy asociada a lo neoliberal y el uso que se le da en los barrios?

—Si, no sé si cultural. Tal vez sí nos referimos desde lo cultural a formas de vida. Por eso, primero, nuestra puesta implica insistir y reponer esa genealogía de la precariedad que venimos realizando hace muchos años, que es el eje de nuestra investigación política también. Y bueno, cada vez que hablamos de ese tipo de precariedad también hacemos hincapié en decir que hay diferentes cortes verticales para hacer sobre esa precariedad, que es totalitaria, y que toma las vidas. Por eso, no es lo mismo un barrio popular que uno opulento, los adultos que los jóvenes; no es lo mismo los pibes que las pibas. Ahí a nosotros nos parece clave reponer esa precariedad de fondo, porque -como decíamos antes- desde ahí se puede llegar a entender el engorramiento y se puede entender esa máquina de gorra. Incluso en este tema de la seguridad. Nosotros no entendemos autogestión de acuerdo a ciertas imágenes que por ahí el lenguaje militante o cierta ideología puede linkear, hablamos más que nada de la gestión concreta y la manera concreta por la cual se resuelve una vida que está expuesta en diferentes umbrales y a diferentes niveles, una precariedad que es completamente lascerante. Y ahí el engorramiento, incluso, cuando se hace de a uno, cuando es un gesto individual, tiene la resonancia de algo que sucede en términos más colectivos. Y que incluso puede llegar a ser una salida comunitaria. Es decir, el engorramiento también hace comunidad o hace rejunte, como decimos nosotros. Eso es algo que suele suceder. Incluso si está encarnado en una vida; habla de algo que es mayor y que está detrás. Por eso, si se toma la palabra autogestión tiene que ser pensando fuera de cualquier tipo de referencia o resonancia que puede tener en un campo militante. Nosotros preferimos hablar de encadenamientos, de microgestiones de acciones bien concretas en situaciones concretas para resolver un montón de conflictos, implosiones o secuencias que son picantes, en las que te ves inserto. Por eso (y esto es clave), si ese gesto es “individual” no es privado, porque detrás hay un rejunte familiar, un rejunte barrial, un montón de fuerzas que lo sostienen. Y lo que hay de fondo en esta noción que manejamos de las gestiones que se encadenan y que no se las puede pensar aisladas, porque son las mismas que hace el laburante, que implican la vida en el barrio pero también el transporte hacia la ciudad o enfrentar una vida sobreendeudada; son cuestiones que se piensan aisladas. Y lo que es también clave es esto de decir, bueno, ahí se juega la defensa de un modo de vida y de una vida concreta que está amenazada. Por lo que no es algo que se pueda leer desde un cierto matiz ideológico, sino que lo que hay de fondo es un modo que, de manera reactiva, se enfrenta a los desbordes a los que te expone la precariedad, y que atentan y fragilizan esas vidas.

—Los medios, en este contexto de cuarentena, parecen usar a los barrios populares como un puente para pegarle al gobierno actual, como el caso de Villa Azul. ¿Cómo se contrarresta esa comunicación partiendo de que hay preocupación pero uno no quiere caer en esos usos políticos?

—Sí, lo que sucedió en el tratamiento mediático de Villa Azul pervirtiendo ciertos enunciados políticos, sociales, y dando aire a un cinismo que hablaba del “guetto de Villa Azul” y que de manera cotidiana trabaja a nivel sensible para que la sociedad tolere e incluso exija fronteras urbanas cada vez más rígidas y un aislamiento social que es permanente; lo que mostró esa maquinaria mediática y esa máquina gorruda, que funciona con tanta fuerza en nuestra sociedad, es algo que suele suceder: esta cuestión de cómo hacer para que estén atentos a las sensibilidades sociales, a los climas a los cuales puede caer una intervención. Por un lado, el gran desafío es cómo hacer para no lorearla, alimentar esa obviedad mediática y pública. Y por otro lado, cómo hacer para que la intervención tenga un filo y no sea pervertida y utilizada desde un croniquismo barrial o para alimentar un securitismo y un gorrudismo ambiente. La verdad que son desafíos que tenemos de manera permanente, y siempre con esa precaución al momento de pensar ciertas secuencias, de intervenir. Incluso fue un poco una pregunta pendiente que pensamos durante el macrismo. Nosotros sacamos un libro que es “La gorra coronada”, que fue una especie de diario del macrismo, con todas nuestras intervenciones más coyunturales en los primeros dos años del macrismo. Y a su vez podríamos haber hecho un “Quién lleva la gorra 2” porque teníamos un montón de imágenes dando vuelta y nuestra cartografía nunca se interrumpió, pero nos parecía que no era el contexto para sacar algo así. Que se podían pervertir muchas de las secuencias sociales a las que ahí se hacían referencia. Entonces, es eso, siempre tratamos de estar pillos, atentos respecto a las sensibilidades sociales mayoritarias a las que caen los textos y los laburos que hacemos, y que son los terrenos en los que uno milita. Hay que estar muy atentos a eso y a su vez correrse de cierta compulsión a intervenir, que está siempre muy presente en cierto jetonismo rápido. Suele suceder esta necesidad inmediata de intervenir y en la que muchas veces se expone que no hay mapas realizados, no hay laburos sostenidos en el tiempo. Es medio raro lo que sucede cuando hay un laburo más de fondo, una cartografía y una militancia en los mismos territorios durante mucho tiempo, es más difícil que te suceda esto de querer rápidamente salir a decir algo. Y en esas intervenciones rápidas queda muy expuesta esta falta de mapas. Son cuestiones a las que solemos darle importancia, y nos parece que hay que tener cierta lucidez, es muy necesario eso.

—En relación a las medidas de la pandemia, ¿hay una subestimación a los cuidados y protecciones en los barrios, que hace que cada decisión siempre sea acompañada por un control casi militarizado?

—Lo que hay que resaltar es que a la cuarentena se la bancó mucho popularmente, como se pudo, obviamente, pero tuvo mucho apoyo. Y fue respetada en todos los barrios. También activó una serie de medidas de cuidados, un banque barrial muy sostenido. A tono con un montón de movidas y solidaridades que nosotros siempre registramos, que en crónicas y textos las mencionamos como “saltar por el barrio”. Y es interesante para nosotros señalar que tanto el banque a la cuarentena como esta movida de los barrios saltando por sí mismos, bancando el aislamiento y que haya menos laburo, menos posibilidades de moverse con la crisis económica en las economías barriales que conlleva la cuarentena. Todos esos gestos se dan por vidas que se saben dignas de ser vividas. No por una cuestión de obediencia a una máquina estatal o no solamente por eso, ni por obedecer a un discurso de control o por temor, sino porque hay una pulsión de vida ahí. Eso por un lado. También porque hay una experiencia de la precariedad y porque se conocen esas situaciones, y porque hay experiencias barriales de lo que es el desborde del sistema sanitario. En los barrios se sabe lo que es una salita o un hospital que no dan abasto; que no haya recursos, que no haya posibilidad de acceder a la salud. Entonces, esa precariedad del sistema de salud, que es estructural, va generando formas y redes de cuidados también. Tengamos en cuenta que venimos arrastrando una situación de emergencia en varios planos, después de lo que fueron cuatro años de macrismo. A la emergencia sanitaria del coronavirus, hay que sumarle la emergencia alimentaria y muchos otros planos más. También una picantez en los barrios que, ante cada profundización de la crisis, se acentúa más. Nos parece que toda esta materialidad es la que hay que tener en cuenta a la hora de señalar y analizar cómo cayó, en qué barrio, y cómo se la fue bancando a pesar de todas estas complicaciones.

—Por otro lado, ¿la condescendencia de ciertos sectores progresistas a los barrios dificulta poder discutir desde lo macro y en profundidad las problemáticas que se atraviesan allí?

—Más que condescendencia, lo que hay más que nada es una lejanía sensible, y una distancia muchas veces abismal desde el lugar donde se intenta pensar lo que sucede. En nuestro último texto hablamos algo de eso. De que hay toda una gramática política que muchas veces está muy inflamada por expectativas ideológicas, y también hay algo de sobrefabulación militante que lo que hace es alejarse de lo real. Y eso queda expuesto, lo decía en una respuesta anterior. Cuando se dan esas intervenciones desde cierta lejanía o distancia muy marcada, queda expuesto, salta la ficha de esa lejanía con hábitos y afectos populares cotidianos, y las implosiones y conflictos que suceden a nivel barrial y a nivel urbano. Como que hay mucho desconocimiento de las vidas populares. Algo de eso también sucedió estos meses de pandemia, donde muchos descubrieron la situación de los barrios, de los laburantes informales; descubrieron a una población sobreendeudada. Y eso suele ser algo bastante cotidiano, este tipo de asombro. Si es que hay condescendencia, parte de esa lejanía, y lo complejo es eso. En que hay toda una serie de lecturas, reflexiones e intervenciones que se hacen desde una exterioridad que a nosotros no nos parece perceptiva. Y no tiene que ser necesariamente física, pero sí a nivel perceptivo respecto a lo que son las sensibilidades y las fuerzas concretas que atraviesan a gran parte de la ciudad y que marcan un poco el pulso de la vida barrial, popular, de los laburantes. Esto también se conecta con lo anterior: falta una investigación sostenida, y otro tipo de militancia que realmente esté atenta a esos planos en los cuales se modifican las vidas populares, y que se salga un poco de ciertos guetos militantes, de la militancia de clones. Nos parece que es bastante clave eso, sobre todo en un contexto como el actual. Se arman microclimas que son muy porteños, y demasiado alejados de la aspereza de lo que pasa hoy en día en muchos territorios.

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(Imagen: Colectivo Juguetes Perdidos)

—Quisiera hilar con el ámbito de los detenidos, ¿cuán latente es la proximidad de los pibes y las pibas de esa sociedad ajustada con lo carcelario?

—La realidad es que nuestro laburo ahí es el que apareció en la Sociedad Ajustada, en esos talleres que dimos por invitación, y que la verdad fue muy interesante lo que sucede ahí. No sé si estamos en condiciones de responder sobre ese “realismo”. Es lo que hace a la presencia o a la proximidad de los pibes y las pibas, que por supuesto que está, y demasiado presente. Porque muchos de ellos pueden tener una trayectoria carcelaria o porque la cárcel está en ese continuo de instituciones y espacios que intentamos cartografiar en la Sociedad Ajustada. Incluso mucho más cercanas a sus vidas que la imagen del penal, lo que sucede en las comisarias, lo que sucede con todo un tipo de dinámica de lo policial que surfea permanentemente esas vidas, sin duda.

—¿Es posible que esos vínculos que se tejen en los barrios, esas sensibilidades, puedan ser el puente que nos conecte con otras formas de relación social, que nos permitan corrernos del neoliberalismo pos macrista que aun está impregnado en muchas de nuestras prácticas?

—La verdad es que nunca las interrogamos desde la noción de neoliberalismo o de la discusión con él. Me parece que más que antineoliberalismo o cuánto de una forma de vida posneoliberal, habría que preguntar al revés: cuánto de materialidad hay en lo que se llama posneoliberalismo. En vez de si tal practica comunitaria va más allá del neoliberalismo, como sensibilidad, como forma de vida, o como logística u organización concreta, incluso, hay que ver cuánto de materialidad y de realismo hay en lo que comunmente se cita o señala como posneoliberal, si no se corre el riesgo de volver medio abstractas las discusiones o dicotomizar mucho las percepciones políticas, o incluso moralizarlas.

Y no hacernos esa pregunta en nuestra militancia cotidiana o no hacer ese corte no significa que no pensemos el Estado o no pensemos las consecuencias de esas políticas neoliberales, todo lo contrario. Pensar los efectos de esas políticas es pensar la precariedad. Y pensarse por fuera de esa precariedad es una abstracción imposible. Todos estamos atravesados en diferentes niveles y en diferentes grados, y expuestos a esa precariedad. La disputa política clave es pensar cómo expandir y ampliar esas redes que te sostienen, redes que son estatales, no estatales, materiales, simbólicas; redes que en los últimos cuatro años de macrismo se fueron diluyendo y dejaron consecuencias jodidas en los cuerpos, y consecuencias de endeudamiento, empoderamiento del gorrudismo y que ahora con la pandemia se intensifican mucho más: las situaciones sociales, los vueltos barriales, se picantean más los barrios. Pensar la disputa siempre es pensar cómo generar alianzas, cómo rescatar vidas que muchas veces no son consideradas políticas, para disputar y cada vez ampliar más esas redes en nuestros barrios.

—¿Ese peronismo silvestre sin banderías es el que mantiene hoy a los barrios a través de comedores, ollas y una red de cuidados propios?

—La cuestión del peronismo silvestre se puede agarrar de diferentes planos. Por un lado, es indudable que hay algo del peronismo silvestre como un injerto, una fuerza subjetiva, una memoria; y que está presente en ese “saltar por el barrio”, que aparece un poco en esa enumeración que hacés. Y de la cual hablamos bastante. Después hay otro aspecto que nos parece central, que es el peronismo silvestre como fuerza política, que se puede meter en la disputa por el conurbano, sobre todo entendido siempre como un territorio ingobernable, indócil y demás. Ahí la fuerza de ese peronismo silvestre impide cualquier tipo de cierre y de clausura, alimenta esa ingobernabildiad, y la traduce permanentemente en una potencia social, que nos parece que es bastante central. Y después hay algo que hablamos en los textos de coyuntura del año pasado, cuando decíamos que el “Aguante todo” tenía mucho de peronismo silvestre, fue entre otras cosas lo que se expresó en esa avalancha de votos que sacaron al macrismo del Palacio el año pasado. Nos parece que hay ahí también un músculo político, de expresión electoral, pero no solo, que hay que cuidar, alimentar, y tratar de que las agendas políticas que se armen también se alimenten de ahí. Hay una agenda política propia de ese peronismo silvestre, que tiene que hacer que se intensifiquen, crezcan y tengan más lugar dentro del gobierno.

Y algo más que vimos -sobre todo en nuestros años de trabajo con los pibes y las pibas- que es la cuestión de que esa agenda política que se arme con este peronismo silvestre tiene que surfear algo de las economías libidinales de la ciudad, los afectos, los deseos, la mística; todo eso también hace a una vida política, todo eso tracciona un cuerpo. No se trata solo de fundamentales, necesarias, urgentes; de demandas bien concretas, sino también todos esos soplos que mueven a una vida, que la agitan y se meten mucho en los estados de ánimo. Y están muy presentes, en un barrio o en los territorios populares. Por eso nos parece que ahí también puede jugar algo de este peronismo silvestre, teniendo en cuenta que esas agendas políticas que se armen estén muy pegadas, surfeando esos ánimos populares. Porque si no hay algo que muchas veces aparece de fondo, que es el empobrecimiento: de los lenguajes políticos, de los lenguajes de la demanda, que tienen que ser filosos y tratar de movilizar mucho la dimensión afectiva.

*Por Marvel Aguilera para Revista Ruda / Imagen de portada: Colectivo Jueguetes Perdidos.

Palabras claves: barrios, Colectivo Juguetes Perdidos, pandemia

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