Un giro de 180 grados

Un giro de 180 grados
31 julio, 2020 por Redacción La tinta

Stefanía Sanmartino jugó al tenis, al básquet, al hándbol y al fútbol desde pequeña. Como ella, muchas deportistas con varios años de experiencia comenzaron a repensar el rol que durante años ocuparon en el deporte gracias al contacto con nuevas generaciones. Aquí, una nueva entrega de los relatos del libro «Miralas gambetear».

Por Stefanía Sanmartino

Desde chiquita, practico deportes individuales y grupales, y podría decir que jugué a casi todos, ya sea en el club, el colegio o en el barrio. A los 5 años, empecé jugando al tenis, compitiendo profesionalmente desde los 8 hasta los 13 años, de ahí, pasé al básquet hasta los 17, hice dos años de hándbol y, cuando empecé la universidad, volví al básquet desde los 18 hasta los 26.

Siempre jugué y entrené con mucha pasión, imaginándome que tenía que enfrentar a grandes jugadores como Steffi Graff en su momento. Todo era pensar en el partido: preparar el bolso, concentrar la noche anterior, alimentarme y descansar bien, estudiar al rival cuando era posible. Era increíble sentir esa adrenalina en el cuerpo, ese cosquilleo en la panza, que me quitaba el sueño y que me motivaba a hacer lo que tuviese que hacer para estar en la cancha. Esa pasión por la pelota siempre fue más fuerte que cualquier prejuicio o que cualquier obstáculo que tuviese que enfrentar para jugar.

Por cuestiones de la vida, a finales del 2011, me alejé 5 años del deporte, de eso que tanto amaba y, cuando a los 31 años volví nuevamente al básquet, me encontré con un nuevo grupo formado por todas aquellas jugadoras que habían crecido jugando conmigo y a quienes recordaba como niñas. Pero lo que había cambiado no era solo su estatura ni su edad, era algo más profundo.


Ese gran cambio en mis jóvenes compañeras estaba en la forma de defender y luchar por lo que les correspondía. Ya no eran sumisas como lo habíamos sido nosotras. Ellas estaban ahí, firmes y decididas a pedir lo que les correspondía.


En principio, me chocaba verlas exigir tanto y, cuando les preguntaba por qué se ponían así o por qué no cedían o aflojaban, la respuesta era “porque si cedemos, retrocedemos lo que logramos con tantos años de luchar y reclamar, perdemos el espacio que nos ganamos después de remarla y remarla para que se nos dé lo que merecemos. Siempre es todo para los varones, nosotras nos cansamos de ganar y no se nos reconoce nada».

Más allá de sus válidos motivos, a mí me seguía costando entenderlas y, dentro mío, algo me frenaba a apoyarlas en su lucha. Yo seguía con mi viejo chip de aceptar lo que me tocaba por ser mujer.

Mi punto de vista con el que argumentaba la existencia de estas diferencias se resumía con la frase común de que “las mujeres no venden, por lo tanto, no existen sponsors que quieran patrocinarlas o la gente no las viene a ver porque el nivel es malo”. Y siempre me lo creí así, y acaté las órdenes y me quedé con lo que me daban, y hasta muchas veces me enojé con mis compañeras porque las veía como rebeldes sin causa.

Pero esa visión sesgada que tenía desde que había incursionado en el deporte allá por el año 91 dio un giro de 180 grados cuando conocí a una persona “feminista revolucionaria”, apasionada por el deporte y, sobre todo, por el fútbol. Una luchadora como pocas, que, en alguna de esas largas y entretenidas charlas, me rompió todos los esquemas mentales que tenía para con las mujeres deportistas con los que me había autoboicoteado tantos años.

(Imagen: AFA)

El básquet

Por mi parte, había jugado desde siempre sin darme cuenta de las diferencias que vivíamos en comparación con los varones por el solo hecho de ser mujeres.

En mis tiempos, era impensado reclamar por tener una cancha o un horario razonable para entrenar, por tener pelotas o un juego de camisetas para mujeres, entre otras cosas. Estábamos ahí siempre relegadas, a la espera de lo “que el club” nos podía brindar y eso que nos podía dar era lo que quedaba después de organizar a los varones.
Y está situación no solo se vivía en el club, sino que también a nivel asociativo, donde las categorías femeninas quedaban al margen de las masculinas, sin tener apoyo económico ni de ningún tipo.

Sin ir más lejos, en los últimos años, los seleccionados de básquet femenino de Río Cuarto, categoría Sub 13 y Primera, salieron campeonas de torneos Provinciales de Selecciones por iniciativa de dos clubes, en donde sus profesores consideraron que sus jugadoras no podían perderse esta competición y decidieron hacerse cargo a pulmón de los gastos de transporte, alojamiento, comida e inscripción.

Las jugadoras participaron con indumentaria masculina de dos o tres categorías más grandes porque la asociación no contaba con ropa para mujeres. Lo interesante de este viaje fue que el DT de la selección, un jugador retirado que no solo había jugado en Primera, sino que también había participado en selecciones, no dejó ni un minuto de asombrarse de las diferencias abruptas entre lo vivido por él con los equipos masculinos y lo que tenía que vivir ahora como DT del femenino.

De todos los años que participé de la Primera División, recién el anteaño pasado como categoría de Primera, se logró que no nos cobren la cuota de básquet, aunque sí la de socio del club, y esto fue mérito de quien en ese momento era nuestra entrenadora –que alguna vez fue jugadora-, la que, de una forma u otra, buscó que se nos reconozca el esfuerzo que hacíamos por entrenar y por darle tantos títulos al club siempre representándolos de la mejor forma.

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(Ilustración: Gonzalo Sosa / Miralas Gambetear)

El fútbol

Este año, me encuentro jugando al fútbol en FUSIÓN FÚTBOL CLUB que no escapa de todo lo vivido anteriormente, un nuevo deporte, una nueva lucha por hacer lo que nos gusta: desde ver cómo juntar fondos o encontrar sponsors para poder pagarle a los profes, la liga, la indumentaria y los viajes; hasta entrenar el 85% de las veces en una placita (sí, leíste bien, una placita donde se nos cruza algún que otro perro o algún hombre jugando a las bochas), son algunas de las cuestiones a resolver como equipo de mujeres.

Si bien la seguimos remando todas juntas con un objetivo en común y con el motor de la pasión por la pelota, siento que esta vez estamos acompañadas, por ejemplo, por un cuerpo técnico que tiene el deseo de que solo tengamos que preocuparnos por entrenar y jugar los domingos.

Esta lucha por la igualdad de género en el deporte y hacer visible el espacio de las mujeres llegó para quedarse, para seguir avanzando y en la que no debemos dar el brazo a torcer. Hoy, podemos ver que muchas conquistas logradas son resultado del trabajo constante de dirigentes mujeres, de DT mujeres y de jugadoras, y aunque el apoyo del Estado o de las instituciones todavía está muy lejos, de a poco también se están sumando algunos hombres que se contagian de nuestra pasión logrando romper ese esquema mental que a todos nos han impuesto.

De a poco todo está cambiando, la mujer deportista es mucho más respetada, empezamos a ser referentes, en un espacio antes casi exclusivo de los hombres y, si bien se están abriendo puertas, no debemos dejar de manifestarnos, promovernos, apoyarnos y hacer ruido para ser oídas.

Si miramos para atrás, podemos decir que poco a poco fuimos derribando grandes muros y, aunque aún quede mucho por hacer para alcanzar aumentar la participación femenina en el deporte, no sólo como jugadoras, sino que también como técnicos, árbitros y dirigentes claves en la toma de decisiones, podemos decir que vamos por el buen camino. Ya no vemos con los mismos ojos y es así que la “C” para nosotras dejó de ser de COCINERAS, para convertirse en “C” de CAMPEONAS.

*Por Stefanía Sanmartino del libro “Miralas Gambetear”.

** “Miralas Gambetear” es producción de la Cooperativa de Trabajo Al Toque Ltda. y editado por UniRío Editora, de la Universidad Nacional de Río Cuarto.

Palabras claves: Fútbol Femenino, literatura

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