Palabras necesarias para Bam Bam

Palabras necesarias para Bam Bam
28 julio, 2020 por Redacción La tinta

Por Gregorio Tatián para La tinta

Soy un jinete en un relámpago
que escapó a la carrera
estoy aquí de paso, soy un alma extranjera
¿dilapidé mi vida? No sé
solo sé que tal vez fui un gran suicida
que empleé mis cuarenta años
en quitarme la vida.

Si uno busca “La Mona Jimenez” en YouTube y ordena los videos resultantes por cantidad de vistas, el sexto más visto es una versión en vivo de “Muchacho de barrio” que arranca con una toma de una tribuna llena y las luces que se apagan mientras unos parches empiezan a sonar. Jiménez, ataviado con una especie de envoltorio de Ferrero Rocher hecho a medida, mete un trotecito corto por el escenario del Luna Park y va con el tanque en reserva a caderear los últimos años de su vigor bailarín al lado de su percusionista. Miguel Antonio Miranda mira a la nada y después le mira los pies a la Mona, que pone a vibrar su chasis –y el de ese público que quedó a oscuras-, mientras levanta las manos y el envoltorio de Ferrero Rocher gigante ceñido al cuerpo deja ver el transpirado chocolate de su panza.

Hay un ritmo de alta combustión y alta complicidad.

Jiménez saca la lengua y le da dos golpes a una de las congas al unísono con Miranda, que se asienta sobre el parche, terminada la faena. La Mona se aleja dos pasos, frena y señala al que todos conocemos como Bam Bam. Le reconoce un rango, digamos. ¿Te gusta el cuarteto, Bam Bam? “No, me gusta la Mona”, dijo alguna vez.

Ahora sí: que venga todo el resto.

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(Imagen: A/D)

En algo se parecen, Bam Bam y la Mona. Sus apodos remiten a lo primitivo. A lo primate. Barbarie y barbarie. “Yo te lo juro por ésta que yo nunca cambiaré”, canta Jiménez, y pone en juego lo más preciado de su genitalidad. “Sigo teniendo la misma negligencia”, contestaba Miranda cuando le preguntaban qué quedaba del chico que salió de Miraflores, su barrio natal en Perú.

Bam Bam llegó a la Argentina apenas unos años después del amanecer democrático de la mano de Alejandro Lerner (!). Antes de eso, curtió en su tierra la música afroperuana y recorrió la avenida de Michael Jackson pero a la inversa: de blanco pasó a negro. No como definición cromática o pigmentaria de su piel sino como definición musical, un cambio tanto o más difícil que aquel.

¿Cómo podían caber dos continentes en sus dos manos? América y África, uno en cada palma. Parche y madera. Conga y cajón. Mestizaje sintetizado en un personaje que por sus relatos pareció estar siempre -perdonen la estupidez de la paradoja- a contratiempo. Hasta que la Mona.

Entonces, parafraseemos:

A veces, hay un hombre… yo no diría un héroe. Porque, ¿qué es un héroe? Pero a veces hay un hombre, y hablo del Bam Bam aquí, a veces hay un hombre para su tiempo y lugar, que encaja justo ahí. Ese es el Bam Bam en la Córdoba monera de principios de los ‘90. A veces, hay un hombre. A veces… hay un hombre. (gracias, Joel, gracias, Ethan).

Fue Miranda el que inoculó las formas musicales de la negritud africana esclavizada entre la música de la negrada autóctona, también esclavizada, en cierto modo. En el arcón de sus –floridas- historias, hay una frase que resalta no por la chispa de la anécdota sino por la brillantez que tienen las definiciones que mixturan lo sencillo y lo contundente. “La música con swing no rueda como una pelota. Rueda como un huevo”, decía Bam Bam, y sus manos pasaban una sobre otra sincopadas al ritmo del óvalo rodante y no de la perfecta redondez. Golazo.

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Coherente con esa forma de sentir la música, mejoró la que tocó. Desde Amador Ballumbrosio –su maestro y una leyenda del cajón afroperuano- o Machito Gil –un padre de la música afrocubana con quien ganó un Grammy- hasta Pity Álvarez, que le parecía “un poeta posmoderno” y alguien con la costumbre de “desprestigiarse ridículamente” a sí mismo, pasando por Lito Vitale, Willy Crook o Divididos. Compuso música para cumbres presidenciales y fabricó sus propios instrumentos porque a pesar de traer 110 kilos de instrumentos como exceso de equipaje cuando llegó al país no consiguió acá los que había dejado en Perú. Era un personaje rockero, un trabajador del cuarteto y un exquisito de los ritmos latinos. Estuvo preso.


Con tanta suela gastada, ¿qué lo dejó en Córdoba? La historia –relatada por él mismo- contará que sólo entendió el fenómeno de la Mona cuando fue a un baile y vio el oleaje del único mar de la ciudad sin puerto: el del Sargento Cabral los viernes a la noche. Como ya dijimos, no lo maravilló el cuarteto. Este que escribe se anima a aventurar que rechazaba la parte más italiana del cuarteto, el ritmo cuadrado de la tarantela, la monotonía del tunga tunga sin nada que lo matice. Pero algo pasó cuando pisó el baile.


“El cuarteto es la única comparsa de interiores del mundo (la definición es genial). La gente baila avanzando como si estuviera en una comparsa callejera. Si subís al cuarteto a un camión, los negros se van de aquí a Colonia Lola caminando”, soltó con tonada cordobesa.

Con la Mona, todas las semanas eran de febrero, y todas las noches carnaval. Pero Bam Bam era el último en unirse a la comparsa en la mayoría de los bailes, y el ritmo era frenético. En una de las grabaciones del disco de Guarango –su banda de jazz latino- editado después de su muerte, se lo escucha quejarse: “Hoy dobleteo, como tantas otras noches. Ahora por lo menos hacemos cuatro bailes por semana. En una época hacíamos lunes a lunes; y sábados y domingos hacíamos matiné, vermú y noche. Nos confundíamos el nombre de nuestra señora con el del tecladista”.

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(Imagen: Día a Día)

¿Será cierto que, como decía Bam Bam, la música es el único arte imprescindible? La frase es discutible, pero podríamos rearmarla –o remarla- a su favor: hay algunos músicos imprescindibles. Él era uno de esos. Desde que aquel jueves 28 de julio se desvaneció sobre su tambor en el escenario del Teatro del Libertador, nadie volvió a sentarse en su silla. La leyenda cuenta que participó en la grabación de más de 500 discos, pero dejó siempre rengo el que más esperábamos los que lo admiramos. El disco de Guarango, su proyecto, salió como un hermoso puñado de grabaciones en vivo de forma póstuma y con poco impulso de distribución (¡Bendito sea el que subió el disco a YouTube y a Spotify!).

Un crisol de ritmos afroperuanos, guajiras y boleros que Bam Bam sostiene con apenas un hilo de voz, valiéndose de una condición interpretativa notable. Kilómetros recorridos, que le dicen. Pongan al más afinado a cantar “Desde la cárcel te escribo”; si nunca le pintaron los dedos, les anticipo antes de escucharlo que yo me quedo con la voz cavernosa de Bam Bam y con ese refinamiento musical que contrastaba con lo tosco de su personaje y que mereció el concurso de mejores esfuerzos en un estudio de grabación. Lo que tuvo Pappo con el polémico Corcho Rodríguez en su postrero “Buscando un amor”.

Ya no canto como antes que mi pecho era un jilguero
a mí me hizo mucho daño la vida de bandolero
el pecho se me ha cerrado de haber comido membrillo
por eso canto bajito y un poco desafinado
cualquiera puede cantar cuando se copia de otro
el cantar original lo ejecutamos muy pocos
por eso estoy orgulloso cuando me pongo a versar
no es que quiera criticar ni que sea alabancioso
se lo digo, caballero, ronquito pero sabroso

Esos versos que introduce a una versión de “El ratón”, la guajira de Tite Curet Alonso, funcionan a modo de pequeña autobiografía de su garganta.

Recuerdo haber ido como un peregrino a cada actuación de Guarango desde la primera vez que los escuché. Aquella noche de julio de 2011, en el aniversario de la Independencia de Perú, fue el primer faltazo de mi presencia sarmientina en los shows del proyecto propio de Bam Bam. Perdonen la autorreferencialidad, pero permítaseme que sirvan estas líneas como alivio de luto nueve años después. “Me río de mi propia tragedia y trato de no reírme de las ajenas, cuando son irreversibles”, juraba Bam Bam. Ojalá lo irreversible de su muerte no impida recordarlo con una sonrisa.

* Por Gregorio Tatián para La tinta

Palabras claves: Bam Bam Miranda, La Mona Jiménez

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