Los tiempos en cuarentena

Los tiempos en cuarentena
6 julio, 2020 por Redacción La tinta

Por Agustín Sigal para La tinta

¿Qué pasó con nuestros tiempos en cuarentena? En la Teoría de Relatividad de Einstein, no hay un tiempo, hay tiempos. Son tiempos propios, desiguales para distintos observadores. En Relatividad Especial, el tiempo se dilata por velocidad: el reloj de Ana irá más lento si viaja a velocidad constante respecto a Diana, que está quieta. Desde el sistema de referencia inercial de Ana, el tiempo de Diana será más lento. Existe entre sus tiempos una reciprocidad. En Relatividad General, en cambio, el tiempo se dilata por gravedad: para Clara, que está en la superficie de la Tierra, el tiempo pasa más lento que para Beto, que está en la estratósfera, más alejado del centro en el campo gravitatorio terrestre. En este caso, no hay reciprocidad.

¿Pero qué tiene que ver esto con nuestros tiempos en cuarentena? ¿Qué nos enseña este lenguaje de la física? No sé, simplemente no sé. Sigo buscando una metáfora, una correspondencia, una pista, algo que explique estas brújulas de agujas enloquecidas, este campo magnético perturbado del planeta, estas pérdidas de gusto y olfato, estas pérdidas del sentido de la vida. ¿Por qué esta necesidad de velocidad? ¿Por qué esta aceleración? ¿Qué nos llevó a la gravedad de esta situación? Ya no es un hecho, son muchos: son demasiados eventos, como asteroides, los que sirven como señales, indicadores de gravedad de la coyuntura que nos toca atravesar. ¿Está la humanidad en terapia intensiva?

Hace cincuenta años, se estudian, se advierten los efectos complejos, por causas complejas, de este problema complejo que es el cambio climático. La realidad es compleja, sí. Hubo muchas otras pandemias en la historia, sí. ¿Pero qué diferencia a la actual de las anteriores? Más allá (y más acá) de Internet y la Cuarta Revolución Industrial, ¿qué hace a esta pandemia tan especial? O, al menos, particular. ¿Por qué tanta manía de generalizar?

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Quizá un poco de historia reciente arroje luz sobre los tiempos que nos tocan vivir. Al fin y al cabo, en la historia, los eventos son particulares. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015, se aprobó el Acuerdo de París, un pacto universal histórico que establecía un marco para mitigar el calentamiento global y hacer frente a sus impactos en todos los países del mundo. Desde la ONU, se dijo que “somos la primera generación que siente los efectos del cambio climático y la última que puede hacer algo para solucionarlo”. Hasta Obama hizo eco de esa frase. Dos años después, en 2017, el entrante presidente de EE.UU., Donald Trump, retiró a su país de aquel Acuerdo, el cual sería aplicado a partir de 2020. Sí, 2020, el año corriente, año de la COVID-19.

Pero también debe decirse que, desde hace más de una década, China supera ampliamente al resto de los países en emisiones totales de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Lo sigue EE.UU. La Unión Europea está en tercer lugar. Continúan India, Rusia, Japón. La lista sigue con otros países de ese hermoso “primer mundo” que nos viene alejando hace siglos del primer mundo: la tierra. No hay primer o tercer mundo, hay uno solo; y hoy parece ser el último, aunque, hay que también decirlo: el mundo sigue girando sin nuestra especie. No somos el mundo, somos solo una especie más. Muy particular, sí. ¿Inteligente? No sé, realmente no lo estaríamos demostrando. ¿Destructiva? Sí, realmente lo estaríamos demostrando.

Y, otra vez, ¿qué tiene que ver esto con el tiempo dilatado en Relatividad? ¿Qué nos enseñan estos signos de la realidad? No sé. Sigo buscando preguntas, otro por qué, una señal, algo que explique los motivos de esta carrera enloquecida, esta constante aceleración, este deseo de acumulación infinita, el consumo por el consumo que nos está consumiendo, este piso de cemento que tocó techo. ¿Por qué hay colas en los shoppings? ¿Realmente no se entiende la gravedad de esta situación?

Quizás debamos buscar al costado. A diferencia del resto del mundo, el pueblo aymara percibe el pasado adelante y el futuro detrás. Un aforismo condensa su cosmovisión del tiempo: Quipnayra uñtasis sarnaqapxañani, “mirar de frente el pasado cargando el futuro en los hombros”. Como en Relatividad: el ojo de un observador siempre apunta hacia el pasado; un evento siempre apunta hacia el futuro. No solamente observamos la estrella que fue en el pasado. También la luz de un farol, una mancha en la silla, el brillo de la pantalla son eventos que provienen del pasado. De uno mucho más cercano, claro está.

Hay tiempos propios en cuarentena. El tiempo se dilata en cuarentena. Se dilata porque, quietos o en movimiento, boquiabiertos o con la boca tapada, vemos pasar nuestra forma de vida en el mundo. Distantes, observamos desde la superficie cómo se alejan los exploradores del espacio. Aislados, contemplamos la gravedad de los impactos de nuestro modo de ser con la Tierra. Se desnudó la brecha, la pobreza, la muerte. Se acrecentó la violencia, el cinismo, la indiferencia. Y seguimos acelerados. El mundo pareció haberse frenado, pero nunca se detuvo: desplazó el tráfico en las calles al tráfico de los datos. “Paren el mundo que me quiero bajar”, sigue diciendo Mafalda. Nuestra bella humanidad nunca frenó. Solo perdió territorio. Lo ocuparon otras especies.
Sigo buscando una pausa, un respiro. Más que una pausa, un silencio. Más que un respiro, una respiración. La pausa al respirar, el silencio de los tiempos, la distancia de los cuerpos no solo salvan vidas de nuestros viejos: salvan generaciones futuras. Paremos el mundo que nuestras hijas, nuestros hijos no se pueden bajar. Como dice el Triunfo agrario de Armando Tejada Gómez y César Isella, cantado por Alfredo Zitarrosa: “Hay que dar vuelta el tiempo como la taba, el que no cambia todo, no cambia nada”.

* Por Agustín Sigal para La tinta. Docente de FaMAF y la FCQ – Universidad Nacional de Córdoba. Investigador Asistente del Instituto de Física Enrique Gaviola – CONICET.

Palabras claves: cuarentena

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