Crónica de un contagio anunciado

Crónica de un contagio anunciado
13 julio, 2020 por Gonzalo Fiore Viani

Aunque el presidente de Brasil tiene coronavirus, continúa negando la pandemia que asola al mundo. ¿El futuro del gigante americano dependerá de un hombre con facultades profundamente cuestionadas?

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

En lo que podría titularse como “crónica de un contagio anunciado”, el presidente brasileño Jair Bolsonaro, finalmente, dio positivo de COVID-19. Esto sucedió tras varias idas y vueltas, e, incluso, un test negativo que se vio obligado a mostrar a los medios de comunicación hace poco más de un mes, por pedido del Tribunal Superior brasileño.

Actualmente, Brasil cuenta con una cifra superior a los 1.840.000 casos y más de 70.000 muertes. Con más de 20.000 contagios y miles de muertos diarios, el país se acerca peligrosamente a los 2.000.000 de infectados. A su vez, el mandatario brasileño se suma a otros dirigentes latinoamericanos que dieron positivo de coronavirus en los últimos días: la presidenta de facto boliviana, Jeanine Añez, y Diosdado Cabello, número dos del gobierno venezolano. Estas cifras no harán más que subir, por lo menos, en los siguientes tres meses, según alertan la mayoría de los especialistas. Mientras tanto, Bolsonaro no da el brazo a torcer y, aunque se muestra con tapabocas más seguido, continúa haciendo reuniones y actos masivos. Incluso, el martes pasado, cuando se confirmó su diagnóstico, el gobierno anunció el regreso del fútbol para agosto.

El presidente aseguraba casi diariamente que “quizás ya había tenido coronavirus, en algún momento”, por lo que no era necesario que utilice tapabocas ni respete la distancia social. Nunca dejó de calificar a la pandemia como simplemente una “gripecinha”, al mismo tiempo que aseguraba que no permitiría que la economía se paralice. A diferencia del manejo de la situación que hicieron sus vecinos, como Argentina o Chile, el país permaneció abierto desde que comenzó la pandemia, mientras el presidente aconsejaba a la gente a romper las cuarentenas impuestas por los gobernadores. Desde marzo, el gobierno tuvo tres ministros de salud diferentes. Los dos anteriores decidieron renunciar al verse constantemente desautorizados por los dichos de Bolsonaro, que llegó a decretar, contra el consejo de sus propios expertos, que se reabrieran los gimnasios, los bares y los restaurantes, declarándolos como “servicio esencial”.

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El presidente brasileño afirma que tiene síntomas leves y que no dejará el Ejecutivo de manera temporal. Tampoco cree que sea necesaria la internación, a pesar que se encuentra en un grupo etario riesgoso, ya que tiene 65 años. A su vez, cuenta con algunas secuelas luego del episodio donde fue apuñalado durante la campaña presidencial y tuvo que ser sometido a varias operaciones. Bolsonaro asegura que está tomando hidroxicloroquina, un medicamento que, según él, es “mágico” y que aconsejó en numerosas ocasiones desde el inicio de la pandemia. Esto a pesar de que la mayoría de los estudios médicos coinciden en que no hay ninguna prueba de que el fármaco sirva contra el virus en casos avanzados e, incluso, puede llegar a ser contraproducente en algunos pacientes.


Bolsonaro es el segundo mandatario del mundo que dio positivo de coronavirus, después del primer ministro británico Boris Johnson. A diferencia de este, el brasileño decidió mostrarse inmediatamente en público, sacándose el tapabocas para charlar con periodistas afuera del Palacio del Planalto.


Por lo pronto, los números económicos de Brasil no se muestran mucho mejor que los sanitarios. Su Producto Bruto Interno (PBI) caerá más de 10 puntos para final de año, mientras que el real se encuentra en su mínimo histórico respecto del dólar. Según la mayoría de las encuestas, el presidente ostenta un índice de rechazo de alrededor del 70 por ciento, aunque todavía mantiene un núcleo duro, aproximado en un 20 o 25 por ciento.

Políticamente, el panorama no pinta mucho más alentador para Bolsonaro. Si bien, en los últimos días, comenzó a moderar relativamente su discurso contra el Poder Judicial, el Congreso y los medios de comunicación, parece encontrarse cada día más aislado. Despejados algunos fantasmas de golpe de Estado que sobrevolaron hace algunos meses, a la oposición le queda la esperanza de impulsar el juicio político en el Congreso, aunque, por ahora, esa posibilidad parece lejana. A pesar de las amenazas de impeachment, la dirigencia política contraria al gobierno no logra ponerse de acuerdo al respecto. Aunque esta iniciativa la impulsa el Partido de los Trabajadores (PT), el PSDB -del ex presidente Fernando Henrique Cardoso- no acompaña esta posición.

La situación sanitaria en el gigante sudamericano no sólo preocupa por sus consecuencias internas, sino también regionales. Todos los países de América del Sur se muestran atentos a lo que suceda allí, debido al constante flujo de bienes, servicios y seres humanos que se producen desde Brasil a sus respectivos países y viceversa. El escenario brasileño parece depender de la recuperación de Bolsonaro. Si lo hace de manera rápida y con pocas complicaciones, como parece que efectivamente está sucediendo, reforzará su postura sobre la “gripecinha” e intentará acelerar la apertura del país. Como ya ha quedado demostrado, unos pocos infectados pueden ocasionar un brote de consecuencias impredecibles y extremadamente complejo de controlar. Tan impredecible como el futuro del país, que se enfrenta a su peor crisis en décadas, mientras el gobierno no reacciona.

El contagio de Bolsonaro estaba tan anunciado como lo que sucederá si no cambia radicalmente su política sanitaria. Todo indica que tanto la brutal caída de la economía brasileña como la debacle social que conllevará su manejo sanitario de la pandemia también es parte de esa crónica ya anunciada.

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*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: Eraldo Peres – AP

Palabras claves: Brasil, coronavirus, Jair Bolsonaro

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