“Ahora vamos a ver si seremos como el Che”

“Ahora vamos a ver si seremos como el Che”
13 julio, 2020 por Tercer Mundo

Esta es la historia de Marcelo Feito, un pibe de 22 años, obrero metalúrgico del conurbano bonaerense, que se tomó en serio la frase que titula esta nota y le puso el cuerpo al compromiso.

Por Pablo Solana para La tinta

Cuando, en El Salvador, Miguelito Mármol¹ se emocionó al contarme que había combatido junto a Marcelo Feito, que era una leyenda internacionalista y que hoy una escuela lleva su nombre, mi primera reacción fue de sorpresa: hasta entonces, había creído que la historia de Marcelo no era conocida fuera de los círculos del Partido Comunista de la Argentina (PCA), donde él había militado. Sin embargo, en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la historia del teniente Rodolfo -nombre de guerra con el que lo recuerdan- despierta la justa admiración que su figura aún no encuentra en su tierra natal.

Cuanto más escuchaba los relatos sobre la participación de ese joven veinteañero del conurbano bonaerense en la guerrilla salvadoreña, la forma en que había llegado a ser teniente y cómo había caído en combate, con más claridad me surgía la pregunta: ¿por qué no se conoce más de él?

Es cierto que fue un militante fuertemente compenetrado con su partido, y que cayó combatiendo en el marco de una tarea internacionalista clandestina, enviado por ese mismo PCA que retribuía la lealtad confiando en él para esa difícil misión (“cuna de mi adolescencia / tierra fértil de mis sueños / progenitor, vástago, cónyuge, amigo y compañero de los asesinados / para ti mis lágrimas / que provienen de mi insuficiente dolor / mi risa, siempre suelta en la felicidad / de poderte entregar lo que te debo: / mi vida”, escribió a sus 19 años en un poema que tituló Para mi partido). Su férreo encuadramiento orgánico explica, en parte, esa reivindicación endógena. Sin embargo, militancias tan emblemáticas como la de Marcelo, cargadas de mística y sentido del compromiso revolucionario, merecen ser asumidas como legado del conjunto de los pueblos, más allá de las pertenencias partidarias.

Con la motivación de ampliar el reconocimiento que su recuerdo merece, me dediqué a reunir los datos y relatos que se vuelcan en esta nota.

Un pibe del conurbano

Marcelo Daniel Feito nació el 30 de mayo de 1965 en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Se crio y vivió en la zona norte del gran Buenos Aires, en Villa Ballester, partido de San Martín. Hincha de Independiente (los diablos rojos), de familia comunista, militó desde edad temprana en la Regional Norte de la Fede, la Federación Juvenil Comunista (FJC).

Al terminar el colegio, trabajó como tornero en la empresa metalúrgica Tensa (Talleres Electrometalúrgicos Norte S. A.), en Munro, no muy lejos de donde vivía. Se trataba de una fábrica con historia combativa: al igual que todo el cordón industrial noroeste del conurbano bonaerense, en Tesla se había desarrollado un activismo antidictatorial y antiburocrático en la década de 1970. Al menos 20 obreros y delegados sindicales de esa fábrica fueron desaparecidos por el accionar criminal de la dictadura. En su mismo lugar de trabajo, en 1976, había sido delegado de base otro destacado comunista: Floreal Avellaneda, a quien los militares intentaron secuestrar apenas consumado el golpe de Estado; no lo encontraron en su domicilio, entonces se llevaron a su esposa y su hijo, el Negrito, de 15 años, también militante juvenil, cuyo cuerpo apareció sin vida en el Río de La Plata. Marcelo mantendrá una identificación y un compromiso con la figura del Negrito Avellaneda, al punto de recordarlo en sus diarios de brigadista. Durante su período como operario, participó de las disputas sindicales antiburocráticas: su carnet de afiliación a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) lleva el número 1.507.633. Le tocó lidiar con la misma rancia dirigencia sindical de la derecha peronista que había sido cómplice de la dictadura, ahora encarnada en la figura de Gregorio Minguito, a cargo de la seccional Vicente López de la UOM.

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Tenía 20 años cuando fue incorporado a las listas de militantes de la Fede que participarían de la segunda Brigada del Café, en Nicaragua, a principios de 1986.

Nicaragua: “un camino sin retorno”

La primera brigada, un año antes, había generado mucho revuelo: el envío de 120 jóvenes comunistas argentinos a colaborar con la Revolución Sandinista -quienes, además, venían haciendo actos públicos y masivos de solidaridad con Nicaragua en Buenos Aires- despertó el rechazo de la prensa hegemónica, la preocupación del gobierno argentino y el seguimiento de la Embajada de los Estados Unidos. En Nicaragua eran tiempos de combates con la Contra, fuerza promovida por la Casa Blanca para derrocar al gobierno revolucionario.

En esta Bitácora Internacionalista, Diana Carolina Alfonso relata la experiencia del Movimiento de Brigadistas Libertador General San Martín (MBLGSM), en el marco del cual se dieron al menos tres brigadas del café a Nicaragua, y de donde surgieron también iniciativas clandestinas, como la participación de militantes de la Fede en la guerrilla de El Salvador. Como explica la autora en ese artículo, el desafío para los y las jóvenes comunistas era importante, porque implicaba torcer la política sinuosa del PC argentino ante la pasada dictadura militar, e imprimirle un giro al balance histórico, tanto en lo que respecta a la valoración de la lucha armada en el continente como la reivindicación de la Revolución Cubana y del ejemplo del Che, que el Partido había resistido hasta entonces. En ese mismo año 1986, se realizó el XVI Congreso del PCA, que cristalizaría tanto la vocación de cambio de la juventud como la resistencia de los viejos dirigentes.


Quienes integraban las Brigadas del Café no debían participar de la lucha armada. Sin embargo, durante su estadía en Nicaragua, Marcelo fue dejando constancia de su involucramiento creciente con la revolución. Extractos de su diario fueron recuperados por la Fede en 1988, un año después de su muerte; se publicaron en un folleto de poca circulación, que no se volvió a editar, titulado Marcelo. Un hijo del XVI Congreso. Allí, el joven brigadista interpreta con precisión el objetivo estratégico del movimiento brigadista: “Voy entendiendo mejor cuál es el principal motivo del viaje a la cosecha del café. Convivir con el hombre nuevo, para saber cómo es, y para saber imitarlo, para transmitir y contarle a los nuestros: bueno, al hombre nuevo no le importa el sacrificio, simplemente lo entrega y listo, todito para la revolución, entrega su vida para la felicidad de todos, con orgullo, contento, con alegría, y si muere, sigue viviendo en el corazón de su pueblo, de sus seres queridos”. (11 de enero de 1986, una semana después de su llegada a Nicaragua).


No necesitó mucho más que esos primeros días de convivencia con los sandinistas para radicalizar su compromiso: “Ayer nos enteramos que una fragata yanqui atacó posiciones del FMLN. Significa agravar la situación de nuestra región (nuestra, dije). Ahora más que nunca estoy dispuesto a dar la vida, a combatir, para que no pasen los yanquis. De vez en cuando se oye algún disparo, o algún obús perdido. Cuando oigo eso envidio a los nicas que están combatiendo (…) Estoy mamando lo que significa el SACRIFICIO (mayúsculas en el original) para la revolución, el de todos los días, con el fusil al hombro, cantando, cosechando, amando la patria…” (11 de enero de 1986).

Con el correr de los días su pasión impregna su escritura. Logra pasajes muy emotivos, que poco tienen que envidiarle a los escritos más encendidos del Che, o a la prosa pletórica de amor y mística revolucionaria del comandante sandinista Omar Cabezas, cuyo libro La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, Marcelo menciona haber leído. Cuando se acerca el momento del regreso a Buenos Aires, escribe: “Es en el marco de la revolución que se desarrolla todo esto. Entonces ves a una piba, que por ahí es linda, vos la ves hermosa, con su fusil vestida toda de verde olivo. Su solo aspecto resume a esa juventud nueva, a esa juventud de nuevo tipo, que se entrega con lo mejor que tiene, con su vida, para que la revolución siga, para que la intervención termine. Entonces la querés besar, acariciar, decirle que la amás, porque ella es la mejor y más hermosa expresión de lo que vos querés ser, de lo que vos aspirás a ser: un revolucionario. Cómo te va a costar después despedirte de ella, la llegás a querer tanto y ella a vos, llórás junto con ella, abrazados, y te dice que en unos días va a combatir a la montaña por que se anotó voluntaria y que lo hace por su patria, por el NO PASARÁN, pero también lo hace por vos, por tu patria, por los suyos y también por vos, personalmente por vos.

”Entonces el último beso de despedida. Te hacés el bocho de que puede morir en combate, lo que es probable. Entonces esa sensación de vacío, ese nudo en la garganta, ese no poder, ese no saber cómo irte. Ese vacío, que lo entrás a llenar de a poco cuando decís, cuando pensás, a ésta yo le pago con la misma moneda. Yo también voy a tomar el poder en mi patria, también venceremos en la patria del CHE, en nuestra Argentina. Y te decís íntimamente, que lo vas a hacer por los tuyos, por tu Patria, pero también por Nicaragua, también por ellos, y también personalizás tu compromiso en alguno de ellos, los que más querés. Ellos te despiden gritando: ¡PATRIA LIBRE O MORIR! Y vos te metés hasta la médula de los huesos, hasta el caracú, sin gritarlo porque ese ‘hasta la victoria siempre’ te hace mierda, te deja sin voz, por la emoción, te digo que te metés bien adentro el ‘Patria o muerte venceremos’. Entonces empezás a cobrar conciencia, cuando el avión despega y ya tal vez no los veas nunca más, de que entraste en un camino sin retorno, en un camino que inevitablemente te lleva a vencer o morir. Llegamos a Nicaragua para fortalecer ese grado de entrega que traíamos. Pero en la mochila te volvés con la más absoluta seguridad de que ese compromiso de vencer o morir ya es completamente indestructible”. (Fechado en febrero de 1986, sin especificar el día; la brigada retornaría a Buenos Aires a finales de ese mes).

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Imagen: Marcelo en Nicaragua con Fernando Cardenal. Identificación del Movimiento de Brigadistas / Libro Brigadistas.

En la Fede toman nota de ese compromiso “completamente indestructible” que manifiesta Marcelo, y lo eligen para ser parte de la siguiente apuesta: la guerrilla salvadoreña.

El contexto: geopolítica de la revolución continental

“En la conformación del Movimiento Brigadista está la influencia de los cubanos de la Sección América Latina, y su mirada sobre los procesos en Nicaragua y El Salvador”. La afirmación pertenece a Jorge Garra, jefe de la primera Brigada del Café. El testimonio es parte del libro Brigadistas, de Claudia Cesaroni, también partícipe de aquella primera brigada. Allí, otro integrante del grupo, Cacho, quien al igual que Marcelo estuvo en Nicaragua y después en El Salvador, cuenta lo que le oyó decir al dirigente comunista salvadoreño Shafik Hándal: que el Movimiento Brigadista Libertador General San Martín había sido creado a partir de la decisión de sumar al PC argentino a la mesa de la izquierda latinoamericana, que por entonces coordinaba sus políticas con la Sección para América Latina del PC cubano.

Por entonces, la Revolución Sandinista, la primera triunfante después de la cubana, estaba siendo fuertemente asediada por la Contra. Al mismo tiempo, en El Salvador parecía darse una correlación de fuerzas favorable a un próximo triunfo de los revolucionarios. Por lo tanto, la situación en Centroamérica era nodal para toda la izquierda latinoamericana: un triunfo de los salvadoreños podría dar aire a los sandinistas y, a la vez, potenciar el efecto contagio (en aquel mismo año 1987, en Colombia, se conforma la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB), que reúne por primera vez en una articulación común a las más importantes fuerzas revolucionarias del país). Por el contrario, una derrota, ya sea en El Salvador o en Nicaragua, haría retroceder las posibilidades de revolución aquí y allá, y fortalecería una contraofensiva reaccionaria en todo el continente (como finalmente sucedió).


Por eso, “la presencia de los partidos comunistas latinoamericanos era esencial para Fidel Castro”, menciona Claudia Cesaroni, citando el testimonio del brigadista Cacho; y agrega: “En el caso de un partido señalado por su pasado reformista como el de la Argentina, según Hándal, el líder cubano habría planteado que se debían de cumplir algunos objetivos: 1. Entrar a América Central, en especial a Nicaragua y a El Salvador. 2. Garantizar la unidad de la izquierda en la Argentina, lo que requería de un encuentro entre Patricio y Enrique Gorriarán Merlo². 3. Crear un diario de la izquierda en la Argentina”.


La autora de Brigadistas interpreta que los puntos 2 y 3 “se habrían cumplido a partir de la reunión entre Patricio Echegaray y Gorriarán Merlo, y la posterior creación del diario Página/12 en 1986”. En cumplimiento del punto 1 planteado por Fidel se desarrollaron aquellas brigadas, lo que incluyó el aporte de militantes de la juventud comunista argentina a la guerrilla centroamericana.

El Salvador vencerá

A diferencia de las promocionadas Brigadas del Café a Nicaragua, la experiencia salvadoreña de la Fede sería clandestina, por razones obvias. “Solamente el secretario local y el compañero correspondiente del secretariado nacional conocían de esta nueva tarea”, afirma Carlos Enrique, también brigadista en El Salvador, en un texto titulado Crónica Internacionalista, publicado en 2010.

El envío de militantes argentinos a combatir a El Salvador estaba decidido desde antes de la primera brigada del café. Cuenta Claudia Cesaroni que “el 3 de enero (de 1985), un día antes de viajar a Nicaragua, hubo una reunión en la sede nacional de la Fede. Marcelo Arbit, entonces dirigente de la organización, le preguntó (a Cacho) qué proyecto tenía para su vida, porque le querían ofrecer una importante misión en Centroamérica. Cacho preguntó si era en Nicaragua, la respuesta fue ‘tal vez’.  –¿Te tengo que contestar ahora? –Por supuesto, le respondió Arbit. Entonces dijo que sí, y Arbit le comunicó: –Vos no volvés, mañana en el aeropuerto Patricio te va a hablar”.

Patricio era Echegaray, por entonces todavía secretario general de la Juventud del PCA. El jefe de aquella primera brigada del café, Jorge Garra, le avisó a Cacho que “no podía aparecer en fotos ni hacer reportajes, y que debía pasar lo más desapercibido posible”. Lo que sabría el resto de los brigadistas era que él se quedaría en Nicaragua, pero ya estaba acordado con Schafick Hándal su viaje a El Salvador.

Cacho preparó el terreno para quienes viajarían después. Cuenta Cesaroni que en el aeropuerto se encontró con otra compañera, médica al igual que él, con quien compartiría el viaje a El Salvador. El dato no pasa desapercibido si se tiene en cuenta el bajo porcentaje de mujeres participantes en toda esta historia: entre los 120 del café, solo 18 eran mujeres, como pudo reconstruir la autora del libro Brigadistas; en la etapa más jugada de El Salvador, entre las distintas menciones que se hace a participantes argentinos en aquella misión, la de esta joven médica es la única referencia no masculina.

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Imagen: Internacionalistas en Nicaragüa

Frondosos pasajes del relato de Cacho pueden leerse en el capítulo “De Nicaragua a El Salvador” del libro de Cesaroni. Su testimonio, descriptivo y elocuente, refleja en detalle lo que era el fragor del enfrentamiento armado en aquellos años, y las vicisitudes de un argentino poco acostumbrado a las montañas y al combate. No abundamos citándolo aquí porque, por cortesía de la autora, el libro completo puede consultarse en versión digital.

Pasó un tiempo entre ese primer viaje de un enviado de la Fede a El Salvador y la llegada de Marcelo.


En junio de 1986, a Cacho le indican que debía volver a Buenos Aires, y al mismo tiempo le proponen viajar a otro integrante de la primera brigada del café, El Correntino. “La Fede de la Capital Federal le comunicó que estaban interesados en que hiciera una experiencia militar en el Ejército Sandinista -cuenta Cesaroni-. Lo habla con Aniuska, su compañera. Al día siguiente responde que sí, y ahí le aclaran que no es en Nicaragua, sino en El Salvador: ‘No es lo mismo tener los helicópteros a favor que en contra’, le advierten”.


El Correntino viaja con otro compañero desde Buenos Aires, el 8 de octubre de 1986, vía México. Tras dos semanas en el DF toman un vuelo a Guatemala, y de allí siguen en colectivo a El Salvador. Pero esa vez no llegó nadie a contactarlos. Según estaba previsto, si eso sucedía deberían regresar a Argentina. Eso hacen.

En enero de 1987, El Correntino y El Cope, otro brigadista del café, lo vuelven a intentar. Ahora sí los recoge el FMLN. “Esta es la última cerveza que se van a tomar. Esto es una estructura militar, yo soy su jefe”, recuerdan que les dijo la persona que los contactó.

¿Recibieron entrenamiento en Argentina antes de viajar? En el libro Brigadistas, El Cope cuenta que sí. Que los entrenó Luis, El Ciego, un compañero del Partido que había vivido quince años en Cuba. “Viajaron a San Luis, teóricamente a cazar vizcachas. Era una formación al estilo de la colimba: caminar, caminar, y caminar, de día y de noche”. El relato no menciona el uso de armas en aquel primer entrenamiento en suelo patrio, pero al menos algunas escopetas deberían portar si pretendían simular andar de caza.

A las dos semanas de haber sido recibidos por el FMLN, llegaron dos argentinos más. Uno de ellos era Marcelo Feito.

El FMLN había montado una escuela para sus distintas estructuras. Marcelo y los demás argentinos se integran a las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), que era el brazo político-militar del PC salvadoreño. “Allí hicieron el primer entrenamiento militar los que recién llegaban. Había mujeres salvadoreñas y una brigadista vasca que se ocupaba de los primeros auxilios”, relata El Cope.

Durante aquel año, 1987, las cinco organizaciones político-militares salvadoreñas estaban en proceso de unidad: las FAL; las Fuerzas Populares de Liberación (FPL, escisión del PC); Resistencia Nacional (RN); el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP); y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC). “Un solo ejército, un solo partido”, era la consigna de cohesión.

Después de un mes de entrenamiento y adaptación a las condiciones de la guerrilla, Marcelo y los demás son incorporados a los pelotones de combate. Durante el entrenamiento, les explican que la forma en que respondan al primer ataque los marcará. Cuenta El Correntino: “Te dicen que mires los aviones, te cagás de miedo, y te dicen que mires para no asustarte de más: si le ves la panza a la bomba, va a pasar arriba tuyo y cae atrás. Si le ves el lomo, cae adelante, antes de que llegue a vos. Si le vez la punta, corré, y si podés, metete en una trinchera”.

Marcelo se entrenó con los demás y combatió en la guerrilla salvadoreña durante nueve meses, hasta el día de su caída en combate.

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Promediando el tiempo de estadía allá, tuvo la oportunidad de hacer llegar una carta a su madre. El tono de su escritura es más cauto que el que muestra su diario de Nicaragua: la clandestinidad lo obliga a no contar: “Mamacita: ¿Cómo estás? Espero que muy bien, al igual que yo. Espero que no te preocupes tanto por mí porque yo acá estoy muy bien, tranquilo y seguro en el laburo y siempre adelante. Lo que sí es que los extraño mucho, pero no puedo estar siempre con eso porque acá lo primero es el laburo y después lo demás. Extraño mucho el mate con bizcochitos, el asado y tus pollitos con papas” (Carta fechada el 27 de abril de 1987).

Claudia Korol, compañera de Marcelo en la Fede, recuerda que “tenía una hermosa mirada y una sonrisa contagiosa. También podía volverse serio y desafiante si creía advertir incoherencias entre nuestras palabras y acciones. Quería empujar los cambios, de la manera en que entendíamos en ese momento que era lo más revolucionario, apoyar la iniciativa de la revolución salvadoreña que proclamaba que ‘si Nicaragua venció, El Salvador vencerá’”.

Teniente Rodolfo

Pregunto al querido compañero Miguelito Mármol, camarada en armas de Marcelo durante aquel tiempo, cómo es que habiendo estado tan poco tiempo allá, y aun con poca experiencia de combate, le fue asignada la jerarquía de teniente. Me explica que los argentinos que estaban en ese momento en las filas de las FAL eran ocho, y que de ellos no todos lograron destacarse. “Marcelo sí se destacó, él escaló a ser jefe, al igual que otros dos del grupo de los argentinos. Los demás estuvieron en otras tareas, logística, propaganda, administración… Pero guerrilleros, fueron Marcelo y otros dos”.

Al llegar, o mejor dicho, ya antes de partir hacia El Salvador, Marcelo había dejado de ser Marcelo: como todos quienes deben moverse en la clandestinidad, debió optar por un nombre de guerra. En la guerrilla esa otra identidad se adopta en homenaje a un compañero a quien se valora, que se quiere tener presente en la lucha. ¿Por qué, entonces, “Rodolfo”?

En su trabajo sobre la historia de la Fede, Isidro Gilbert, periodista y miembro histórico del PC, menciona que Marcelo eligió ese nombre por Rodolfo Ghioldi, dirigente del Partido que, aun siendo de la camada de los “viejos”, había apoyado el viraje que proponía la juventud. Sin embargo, la autora del libro Brigadistas menciona a otro Rodolfo como destinatario del homenaje: Walsh. Consulto a Claudia Korol, compañera de Marcelo en la Fede de aquellos años. Me confirma que la versión de Walsh proviene de primera mano: eso cuenta “un compañero que estuvo con él en El Salvador”. ¿Acaso Marcelo admiraba al periodista y creador de la Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA) por algún tipo de inclinación periodística o vocación por la contrainformación? Korol explica que la reivindicación que por entonces tenían de la figura de Walsh era más bien política. El viraje que se proponía la creación del Movimiento Brigadista y que se intentó consolidar en el XVI Congreso del PC, revalorizaba no solo la figura del Che sino también la experiencia de las organizaciones revolucionarias argentinas, como el ERP y Montoneros, donde había militado Walsh. “En esos momentos había una valorización de su figura como parte de la recuperación de la historia revolucionaria… Marcelo optó por eso, no por una referencia periodística; Walsh era una de las figuras que estaban altamente valoradas”, aclara Claudia.

Marcelo, un muchacho profundamente identificado con su partido, a la hora de elegir un nombre que lo identifique, opta por una figura de probado compromiso revolucionario, sí, pero de otra tradición política, de la izquierda peronista, como lo fue Rodolfo Walsh (quien, incluso, en sus “papeles” internos de Montoneros no se privaba de volcar consideraciones fuertemente cuestionadoras del Partido Comunista)³. La generosidad de esa elección tal vez evidencie cuán sincero era, para la generación de Marcelo, el viraje que se proponían realizar respecto al pasado “reformista” de su propio Partido. La lealtad no tenía por qué obviar la capacidad autocrítica y la amplitud de miras, ambas cualidades expresadas en la elección del nombre de Walsh.

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Imagen: Dos publicaciones de la Fede, ambas de 1988.

El recuerdo, la memoria

Marcelo cumplió sus 22 años en la guerrilla. Pocos meses después, cayó bajo fuego enemigo en una emboscada. Cuenta Miguel Mármol que su pelotón “estaba en un campamento, y debían hacer exploraciones defensivas hasta un lugar que se llama La Montañita, una zona de control de ese campamento. Ese día, 16 de septiembre, no había movimiento del enemigo, pero estaba llena de minas toda la zona. Entonces le dicen a la unidad en la que él estaba que vaya a hacer un patrullaje. Se dividen de a dos, y a él le toca con el compañero Erik, que era muy pequeño. Marcelo, en cambio, sobresalía, era blanco, enorme, de pelo rubio… y le dispararon a él”. Cayó muerto de un tiro de M16 en la frente, a las diez de la mañana. “Marcelo… Es que Marcelo era la ternura…”, dice una vez más Miguel, y al escuchar la grabación con sus palabras revivo la emoción con que me contó cada recuerdo, cada anécdota, cada detalle.

Ramiro Vázquez era el jefe del comando de guerrilla que integró Marcelo, y también lo recuerda con palabras de valoración y orgullo: “El Teniente Rodolfo tenía muy claras sus ideas y nosotros aprovechamos su capacidad para fortalecer y animar la lucha de los otros combatientes. Él llegó en uno de los momentos más difíciles de la guerra y aportó su energía, su juventud y su fuerza para combatir en la zona más peligrosa. Allí murió. Allí se transformó en uno de los héroes que hermanó con sangre la relación del Partido Comunista argentino y el salvadoreño. Recuerdo que citaba continuamente al Che Guevara, que extrañaba los bifes de chorizo y que era muy solidario con sus compañeros. En varias oportunidades, puso en riesgo su cuerpo para sacar heridos y muertos. Jamás permitió que alguien se quede en medio de las fuerzas enemigas”.

En 2010, algunos de los sobrevivientes argentinos de aquella incursión guerrillera volvieron a El Salvador. Junto a otros ex combatientes del FMLN fueron hasta el cantón Las Minas, en Chalatenango, donde una sencilla cruz en el cementerio local lleva el nombre de Marcelo. “Fuimos hasta allá, reímos, lloramos… En la escuela que lleva su nombre hay una foto de él muy bonita”, cuenta Miguel, con la emoción de siempre. Se refiere a la escuelita del caserío Los Alas, que lleva por nombre “Teniente Rodolfo”. Allí, una placa colocada en 1997 lo recuerda y le agradece la entrega: “En el X aniversario de tu caída en combate, como homenaje a vos y a todos lo que dieron su vida por nosotros, que aún soñamos con la felicidad del pueblo. Nunca te olvidaremos. Sin memoria no hay futuro”.

Ser como el Che

La frase que titula esta nota es la que más se recuerda de Marcelo Feito, seguramente la que mejor lo pinta: “Ahora vamos a ver si seremos como el Che”. Algunos dicen que así se despidió de su madre, también militante comunista, al partir a El Salvador; otros recuerdan que solía expresarse así con frecuencia por aquellos últimos meses en su país natal. La consigna “Seremos como el Che”, militada por toda la izquierda guevarista del continente, cobraba un valor especial para aquella juventud comunista argentina que se proponía revertir la distancia que separaba a su partido del compromiso revolucionario. Marcelo hacía algo más que simplemente repetirla, la ponía en condicional: “vamos a ver si…”. Como buen guevarista, puso el cuerpo para verificar esa condición.

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Imagen: La Montañita, en Chalatenango, al norte de El Salvador. Allí cayó Marcelo Feito. Una cruz en el cementerio local lo recuerda.

Claudia Korol explica que para aquella generación rebelde “ser como el Che quería decir poner el cuerpo en los sueños, el corazón en las ideas, reivindicar la rebeldía en donde reina el conformismo, desplegar la creatividad para conjurar el reformismo, desafiar a la vida y a la muerte, para que la historia continúe”.

La reivindicación de Marcelo desde las filas del Partido fue clara al principio, pero fugaz: se desgranó, con el tiempo, en algunas pocas efemérides cada aniversario, siempre por parte de quienes reivindican aquel momento de disputa que la juventud comunista supo dar ante quienes resistían el viraje partidario. Pero esa apuesta no prosperó, y gran parte de la militancia que se involucró en aquel intento terminó alejándose del PC, que buscó cerrar aquel capítulo de tensiones internas sin lugar para la reivindicación de quienes expresaron la voluntad de cambio con mayor entrega. Seguramente eso explique por qué Marcelo se volvió un “muerto incómodo” para su partido, y por qué su figura sigue siendo prácticamente desconocida para el grueso de la militancia popular en su propio país.

Recordar a Marcelo Feito hoy, más allá de aniversarios y ceremonias de almanaque, bien puede entenderse como una reactualización de aquellos desafíos al conformismo, el reformismo y la muerte. Una invitación a repensar las militancias actuales, por qué no. Si en aquel momento de revoluciones latentes “ser como el Che” podía entenderse como irse a la guerrilla, vale preguntarse cómo se traduce esa voluntad de vencer hoy, en las condiciones actuales y ante los desafíos concretos -y complejos- que atraviesan los pueblos en sus ansias de liberación.

Las opciones, las formas de lucha, seguramente sean otras. Pero si hablamos de principios, de compromiso revolucionario, bien cabe preguntarse cómo sería hoy eso de “ser como el Che”, o como Marcelo Feito, ese pibe obrero metalúrgico del conurbano que se tomó en serio el desafío.

El Salvador escuela rural Marcelo Feito la-tinta


¹Miguelito Mármol comparte el nombre y el compromiso revolucionario con su padre, Miguel Mármol, fundador del PC salvadoreño junto a Farabundo Martí, quien fuera inmortalizado por Roque Dalton en el libro que lleva por título Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador. Miguel (hijo) actualmente es un destacado dirigente del FMLN. Nos recibió con toda amabilidad en el Instituto de Ciencias Políticas del FMLN en San Salvador, en 2018, donde nos contó los recuerdos de Marcelo que reanimaron el interés por elaborar esta nota.

²Enrique Gorriarán Merlo fue un guerrillero argentino, fundador del PRT-ERP. A finales de 1976, varios meses después del golpe militar, se exilió junto a un sector del partido en Nicaragua, donde se sumó a las filas sandinistas; allí promovió el Departamento de Seguridad del Estado revolucionario. En 1980 comandó una célula que ajustició en Paraguay al exdictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle, lo que le granjeó la admiración de diversas organizaciones revolucionarias del continente. En 1986 fundó en Argentina el Movimiento Todos por la Patria (MTP), que reunió a viejos cuadros de la izquierda revolucionaria con sectores del cristianismo de base, y desarrolló una hábil política de relaciones con otras organizaciones del campo popular. Según el relato citado, es por esos años, previos al desenlace trágico del intento de copamiento del Cuartel de La Tablada, que Fidel Castro orienta al Partido Comunista de Argentina a establecer relaciones con el sector que encabezaba Gorriarán.

³El escritor y periodista Rodolfo Walsh llegó a ser Oficial 2° en la organización político-militar Montoneros, donde creó el Departamento de Informaciones e impulsó potentes herramientas contrainformativas en tiempos de la más cruenta represión, como la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) y Cadena Informativa (CI). Hacia fines de 1976 redactó documentos internos con críticas a la conducción de su organización, que se conocieron años después como “los papeles de Walsh”. En uno de ellos cuestiona la caracterización que hacía Montoneros respecto a que la dictadura estaba aislada, y para ejemplificar su planteo, menciona la colaboración del Partido Comunista con el régimen en estos términos: «No es cierto que haya fracasado el aperturismo [del Proceso]. Ejemplos: el PC no participa en los conflictos, mientras negocia con el gobierno a través del Partido Intransigente y le paga viajes a Lázara y García Costa para que viajen al Congreso de la Internacional Socialista a defender a Videla”. En 1988 la Juventud del PC edita el Cuaderno de Militancia N°4 dedicado íntegramente a reivindicar la figura de Walsh.

*Por Pablo Solana para La tinta

Palabras claves: guerrilla, internacionalismo, Nicaragua

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