Yo nena, yo princesa, una historia de libertad 

Yo nena, yo princesa, una historia de libertad 
24 junio, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre es un libro que relata la historia de una nena trans, contada por su mamá Gabriela Mansilla

El libro es un testimonio extraordinario de una batalla por el reconocimiento de la diferencia y el derecho a la identidad. Nació varón, pero, apenas supo hablar, se identificó con lo femenino y, a los cuatro años, decidió llamarse Luana. Su mamá, Gabriela Mansilla, comenzó a anotar todo lo que iba sucediendo en un cuaderno a partir del año 2011.  Primero, como ejercicio para poder recordar cada palabra que decía su nene Manuel, en el proceso para ser Luana. Y luego, como refugio y compañía. Así fue que, a modo de diario íntimo y sin planificarlo, en el año 2014, nació el libro: Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre. Un manifiesto de amor, de lucha y de libertad. 

yo-nena-yo-princesa-de-gabriela-mansilla-1.jpg“Mi angustia iba creciendo, no había explicación médica para nada de lo que te estaba pasando físicamente. Tenía mucha impotencia, nada podía hacer para mejorar tu vida, para darte tranquilidad. Tenías ya veinte meses y comenzaste a hablar, entonces me pudiste decir: – Yo nena, yo princesa. Ya no era un juego ni con lo que jugabas, era lo que decías ser. Ahí empezó tu larga lucha para tu tan cortita vida. Ya no podía verte tan mal, tan angustiado, la vida se nos hacía insoportable, y no tenía una solución. Lo único que te calmaba era que te dejara jugar con mi remera puesta. Repetías todo el tiempo y a quien quisiera escucharte: -Yo nena. Contrariarte era peor. Lógicamente te respondíamos:       -No sos una nena, sos un nene. Y tu reacción tan violenta, autodestructiva, nos dejaba desconcertados a todos. ¿Qué podía pasar por tu cabecita, mi cielo, que llegabas a lastimarte si te decíamos que no lo eras? Te dejé entonces ponerte mi remera, por lo menos unas horas te la pasabas tranquilo. Pero a la noche era de sobresaltos.  Llorábamos juntos, mi desesperación me hacía pensar que podías estar enfermo. Nadie me daba una solución ni podían explicar tu conducta, cada estudio que se te hizo salía bien.  El pediatra sostenía que lo que te pasaba era porque papá no estaba más tiempo con vos. –Le falta la figura paterna, llévenlo a jugar a la pelota y a practicar juegos más rudos. Pasa mucho tiempo con la madre. Decían. Y yo pensaba: -¿Y tú hermanito? Él pasa el mismo tiempo que vos y papá está para los dos por igual y, sin embargo, no me dice que es nena. Llegó a recetarme un antialérgico que produce somnolencia en los niños para que pudieras dormir un poco, y nada. Lo que más me desconcertaba era que estaba criando a dos niños al mismo tiempo y de igual manera y uno estaba conforme consigo y el otro no. Si fallaba con uno, tendría que fallar con los dos”. 

Este libro es, sin lugar a dudas, una historia de reflexión profunda sobre los prejuicios y los saberes instituidos, tan cercanos muchas veces a la ignorancia. Yo nena, yo princesa es una declaración en la que el desafío, la perseverancia y una fuerte lucha por la identidad se enfrentan a los problemas de lo cotidiano, de los vínculos sociales y de nuestra relación con las instituciones.

“Esa noche papá trabajaba, fue el 31 de julio del 2011, no me olvido más, estaba cocinando y te apareciste delante de mí con una remera mía puesta, tenías otra carita, te miré y te dije: -Otra vez lo mismo, sacate esa remera, Manuel. –No. –A ver, mírame, sos un nene, sacate esa remera. –No, soy una nena. –No, sos un nene y te llamas Manuel. –No, soy una nena y me llamo Luana. -¿Qué? –Me llamo Luana y si no me decís así, no te voy hacer caso. Me sorprendí, no tuve palabras, no aguanté el llanto y te pedí que te fueras a tu habitación. Llame a tu papá al trabajo y le dije: -Ya está, no hay vuelta atrás, se eligió un nombre, un nombre de mujer. La sensación de no saber qué hacer frente a semejante postura, tenías solo cuatro añitos recién cumplidos y te elegiste un nombre, andá a saber cuánto hacía que lo estabas elaborando o cuánto tiempo hacía que lo habías elegido y estaba en tu cabecita sin animarte a decírmelo. Aparte, ¿de dónde lo habías sacado?, no conocíamos a ninguna Luana, era obvio que lo escuchaste en el jardín. Te recuerdo diferente, con ojitos con miedo, pero totalmente decidido; por eso fuiste a ponerte una remera mía y te apareciste así. Qué valor, qué decisión, qué claro  tenías todo. Con qué seguridad te paraste frente a mí. Al día siguiente te dejé en el jardín. A la salida me preguntaste por tu muñeca rosa. No la había comprado, comenzaste a llorar tanto diciéndome: -Vos me prometiste, quiero mi muñeca rosa –gritabas delante de todas las mamás y los nenes que no entendían qué le pasaba a Manuel que a gritos pedía una muñeca rosa. Te levanté como pude y nos fuimos a casa. Hablé con papá y le dije: -No sabés cómo se puso en el jardín, gritaba que quería una muñeca rosa, todos se pararon a mirarlo, ¿qué vamos a hacer? Papá me dijo que iba a hablarte. Te llamó a vos solito y te preguntó por qué habías llorado tanto, qué había pasado. –Nada –le dijiste. –No me mientas, mamá me contó que lloraste a gritos. ¿Qué pasó, qué querías? Te diste vuelta y me miraste como reclamando porque le había contado, dudaste, no querías responderle. Tenías miedo. -¿Qué pasó, qué querías? Te diste vuelta y me miraste como reclamando porque le había contado, dudaste, no querías responderle. Tenías miedo. -¿Qué pasó, Manuel? –repitió papá-. ¿Qué querías?, decime a mí. –Un auto, rojo. –No me mientas, no querías un auto, ¿qué querías? Retorcías de nervios tus manitos tan chiquititas, estabas por largarte a llorar, se te quebraba la voz. –Dale, no te voy a pegar, solo quiero saber por qué lloraste mucho. –Porque quiero una muñeca rosa.  -¿Por qué querés una muñeca? –Porque soy una nena y me llamo Luana. Papá no supo qué decirte y te mandó a tu habitación. Se fue un rato solo al fondo de la casa; cuando volvió a entrar, me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: -Me lo contó, se eligió un nombre, eligió el nombre más lindo del mundo”.  

Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre es un relato de una epopeya: la de un hijo y su lucha para que se acepte su identidad, dejar de ser Manuel para ser Luana y la de una madre, Gabriela Mansilla, dispuesta a todo para que la sociedad y las instituciones reconozcan la batalla de esa niña trans y se cumpla la ley otorgándole un nuevo documento de identidad. En su inicio, el caso fue conocido públicamente como “Lulú”. 

“¡Y llegó el primer día de clases! Era tu primer día de nena delante de todos, estaba muy nerviosa, no sabía con qué nos íbamos a encontrar ni qué podían llegar a decirte. Vos estabas radiante con tu pollerita nueva, tu cuadernito con tu nombre y con hebillitas en el pelo; te saqué muchas fotos en casa con tu hermanito. Estaban hermosos los dos. Papá decía que era el comienzo de clases, pero ni siquiera apareció; ni un mensaje para desearles suerte ni una palabra. Estábamos los tres solitos para enfrentar a todo un jardín. Teníamos nueve cuadras para caminar. Fueron las más largas de mi vida, no llegábamos más. Tenía mucho miedo por vos, estabas tan contenta que no quería que nadie te dijera nada que te hiriera. Imaginate, si tu primer día te iba mal, no ibas a querer volver si alguien te avergonzaba. También pensé en la posibilidad de que llegaras a la puerta y no quisieras entrar; no sé, mil cosas pasaron por mi cabeza en nueve cuadras. Llegamos, te paraste delante de todos y los saludaste, tus compañeritos se quedaron mirándote, no faltó quien dijera: -¿Y Manuel? Pero vos inmutable, feliz. Los agarré fuerte de la manito a los dos y entramos; el colegio entero nos miraba y entraste divina, con ganas, contenta, te llevaste por delante la ignorancia y el prejuicio que tenían todos y echaste de lado el miedo que incluso tenía mamá.  Era tu primer día de nena en el jardín y demostraste que así querías estar.  Fue increíble, asombroso, verte decirles a los nenes que te conocían: -Soy Luana, no soy Manuel. Obvio que los nenes de la otra salita se acercaron para verte. Unos con curiosidad por ver a esa nena que se parecía a Manuel, incluso una mamá dijo: -¿Gaby tenía una nena? ¿Eran mellizos? Otros padres ni nos miraron, dieron vuelta la cara y hubo nenes que gritaban: -¿Por qué Manuel está disfrazado de nena? Ahí sí pensé que te derrumbarías, pero no. Mostraste una entereza brillante. Admirable. Estabas tan contenta con tu pollerita que nada llegó ese día. Una mamá de la salita turquesa me comentó: -Se la ve feliz, ya no tiene los ojitos tristes, te felicito. Ese era el tema, eras un varón tan triste que todos se daban cuenta y viéndote de nena y tan feliz, la mitad comprendió que necesitabas ser nena para estar bien y se te notaba. A mamá se le caían las lágrimas; fue la primera batalla que ganamos, que ganaste, la lucha valió la pena. Estabas feliz y te integrabas normalmente. Ese día no quedaba de Manuel más que el nombre en un documento y en el legajo del colegio”.

Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre es un libro escrito por Gabriela Mansilla, madre de Luana, prologado por su terapeuta y con epílogo del director del Centro que se hizo cargo de tratamiento de madre e hija. Pero, sobre todo, es el testimonio de amor incondicional de una madre y la lucha por la libertad de una persona. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Gabriela Mansilla, literatura, Novelas para leer, Yo nena, yo princesa

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