Un campamento de líneas rojas

Un campamento de líneas rojas
1 junio, 2020 por Tercer Mundo

Desde hace un tiempo, la vida se endureció en El Besós, un barrio de la periferia de Barcelona históricamente obrero y que se convirtió en una zona peligrosa debido a la desatención gubernamental.

Por Javier Sánchez Pedrera, desde España, para La tinta

La droga vuelve a dominar el barrio de una manera silenciosa. Los diferentes clanes se lo reparten en medio de un mar de disputas por mantener el control del mercado. Con ellos, un reguero de toxicómanos campa a sus anchas por las calles. Bancos, parques, portales y callejones terminan siendo destino frecuente de aquellos que gastan sus escasos ahorros en un chute, quien sabe si el último. Raro son también los días en que no se producen robos a cielo abierto o aparecen contenedores en llamas, obra de algún pirómano que aprovecha la protección de la noche para saciar su apetito destructivo.

Todos estos vicios recalan en una pequeña carpa a rayas –verdiblanca- instalada sobre un pequeño espacio cubierto de césped, a los pies del edificio de Telefónica, situado en la zona del Fórum, justo a orillas del mar. Grandes bloques y hoteles de nueva construcción se alzan sobre el humilde entoldado, haciéndolo aún más chiquito e insignificante. No más de seis metros de largo y dos de ancho donde se apilan varias mesas, bolsas con comida, megáfonos, silbatos, carteles, y algún que otro juego de cartas que ayuda a matar el tiempo. Alrededor del cobertizo, pancartas hechas de tela raída, algunas incluso rotas y medio deshilachadas, empapelan el lugar. Gran parte de ellas reclaman un barrio digno. Todas, menos una.

“Conseller, llévatelos delante de tu casa”, se lee.

Se refiere a los aproximadamente ochenta niños procedentes de los países del Sahel y el norte de África -los llamados Menores Extranjeros No Acompañados (MENA)- que el Ayuntamiento quiere reubicar en el solar anexo al puesto de vigilancia que han construido los vecinos. El campamento funciona 24 horas, siete días a la semana y está formado en su mayoría por mujeres.

España barcelona campamento la-tinta
Imagen: Javier Sánchez Pedrera

Algunas son jóvenes y tienen que compaginar su lucha con el trabajo y la vida familiar. El grueso, sin embargo, lo constituyen personas mayores: amas de casa y jubiladas que destinan gran parte del día a permanecer en sus sillas de plástico. Vigilan cualquier posible entrada al terreno para dar la voz de alarma y detenerlo rápidamente. Por el momento, solo ha sido una vez, dicen. Vinieron un par de camiones a limpiar la zona, nada más. El terreno ahora está vacío, solo unas marcas en el suelo delimitan dónde deberían situarse los barracones que servirán de habitaciones para los chicos durante las 48 horas siguientes a su llegada. Después les buscarán refugio en otro centro.


Mercedes Rus forma parte del primer grupo. Es madre, trabaja como técnica de anatomía patológica en el Hospital Clínic de Barcelona, y se ha convertido en líder del movimiento vecinal. Me dirá que cuando no está en el laboratorio trabajando, se pasa las horas -ya no sabe cuántas- en la caseta, haciendo guardia o manifestándose con sus compañeros por Rambla de Prim. Ella, como tantas otras, se cansó de caminar insegura, de comprar insegura, de jugar con sus hijos y no saber si se clavarán alguna jeringuilla. Por aquí abundan, no es difícil que ocurra algún accidente. La vida en el Besós se ha convertido en un estado permanente de alarma. Un día se hartaron de todo eso y se organizaron. Al principio, eran solo ocho madres. Hoy duplican el número las que hacen guardia en el campamento, y muchas más las que se manifiestan cada viernes.


“Comenzamos todo esto por la inseguridad del barrio. Soy madre y como muchas aquí estamos preocupadas por nuestros hijos”, dice mientras aúpa a uno de ellos en sus brazos.

La convicción con la que empieza cada frase se mezcla con un cierto hartazgo por una situación que lleva enquistada durante años, y que en vez de recibir apoyo de la administración, ve como esta los ignora. El 5 de septiembre de 2019, ocuparon varias páginas en los periódicos de tirada nacional. 3300 personas -según la guardia urbana- se manifestaron en uno de los actos más multitudinarios de las últimas décadas relacionados con la inseguridad. La marcha sirvió para ganar notoriedad, pero también para que les tildaran de racistas y xenófobos por parte de ciertos sectores, que veían en sus peticiones una tapadera para llevar a cabo su verdadero objetivo: paralizar el Centro de Atención Inmediata (CAI) para MENAS que el Ayuntamiento tiene previsto construir. Al recordarlo, a Mercedes se le frunce el ceño, se indigna.

“No somos racistas –exclama-. Llevamos años conviviendo con gente de todo tipo en el barrio: gitanos, marroquíes, senegaleses, pakistaníes, rumanos, georgianos y no nos importa. El problema no es la inmigración, es la delincuencia. Muchos de estos chicos son problemáticos, lo vemos en las noticias, se les acusa de delitos graves como violaciones y no podemos asumir más violencia, venga de donde venga. Nosotras mismas nos hemos tenido que defender de ellos, más de una vez nos han intentado robar en el metro”.

España El Besos BArcelona policia la-tinta

Menas

En 2018, casi 7.000 chicos llegaron a España. El 70 por ciento se quedó en Andalucía, Ceuta, Melilla, Euskadi y Cataluña. Según estadísticas de los Mossos d’Esquadra, el 18 por ciento de estos muchachos no acompañados delinquen. La mayoría son pequeños hurtos o algún que otro destrozo. Otros, en cambio, se enfrentan a delitos más graves como robos armados, o incluso violaciones. Se estiman 3,9 delitos por niño. El 82 por ciento restante no roba, no pelea, no viola. Sin embargo, se pierden en el baile de números, quedan relegados al estigma de los rebeldes. El odio siempre vende más. Algún día, los medios de comunicación reflexionaremos sobre nuestra responsabilidad sobre estos niños, y nos daremos cuenta que olvidamos que no eran más que eso: niños, solos, sin padres.

El viaje es un constante poner en riesgo su vida. Empezarán por dejar atrás a familiares y amigos, luego comprarán un billete de autobús, pasarán días o semanas hasta llegar al norte de África. Allí pagarán, a precio de oro, viajes en patera o embarcaciones que no resisten el peso de tantos jóvenes. Algunos puede que no lleguen al otro lado. Si el objetivo es Ceuta o Melilla, muchos terminarán escondiéndose en dobles fondos, dentro de los camiones que aceptan pasarlos por la aduana. Todos ellos embarcaron un día para dejar atrás una vida de pobreza, donde las oportunidades escasean. Sus familias los envían a Europa con la esperanza de labrarse una vida mejor, estudiar, trabajar, formar una familia y, con un poco de suerte, enviar dinero de retorno.


“A cien metros del centro hay una sala de venopunción donde los yonquis vienen diariamente a pincharse. Las calles están llenas de jeringuillas, la droga se vive a cada metro -dice una de las vecinas que hace guardia en el campamento-. No creemos que un lugar como este sea el más apropiado para ellos, como tampoco lo es para nuestros hijos. Lo primero que verán será un lugar donde el narcotráfico y la violencia están a la orden del día. Exponemos a estos niños a que terminen naturalizando este ambiente”.


Después de un escrache frente a la conselleria de trabajo, asuntos sociales y familia, el conseller Chakir el Homrani invitó a Mercedes y Jennifer a subir a su despacho.

“La reunión no duró más de cinco minutos. Nos dijo que ellos no decidían la ubicación y que el centro tenía que estar construido obligatoriamente antes que terminara el año. Así lo tienen firmado con la directora de la Direcció General d’Atenció a la Infància i l’Adolescència (DGAIA), Georgina Oliva”.

Es marzo de 2020 y el solar sigue vacío. No hay indicios de que aquí se vaya a construir nada. Hasta esa reunión, no se había comunicado a nadie en el barrio la intención de instalar el centro. Se enteraron, dicen, como tantas otras noticias por filtraciones y cotilleos. Más tarde descubrirán también, por esa misma vía, que el proyecto está presupuestado en 1,5 millones de euros, y que el plan es rehabilitar contenedores del puerto de Barcelona y convertirlos en habitaciones para estos chicos. Son solo rumores, el Ayuntamiento no quiere hablar sobre ello.

“No entendemos el secretismo del Ayuntamiento. Si no lo hubiéramos descubierto, un día hubiera aparecido construido, así sin más”, comenta Mercedes.

En Sant Cugat del Vallés, una localidad cercana a Barcelona, eso ya ocurrió. El 25 de julio de 2019 se estrenó un macrocentro con capacidad para atender a 600 niños al mes. Nadie avisó a los vecinos.

España Barcelona barrios pobres la-tinta
Imagen: Javier Sánchez Pedrera

Aluminosis

Salimos del campamento, Mercedes quiere enseñarme a lo que se exponen diariamente. Dejamos atrás la avenida Eduard Maristany, y con ella los lujosos pisos de nueva construcción: altos, luminosos, encarados al mar. La fotografía contrasta con los edificios de esta parte del barrio. La mayoría de los bloques se construyeron durante las décadas de 1950 y 1960. Son construcciones semi-idénticas, pensadas para dar cabida a los obreros que llegaron tras el boom de la industrialización.

“Estos bloques se están vendiendo por más de 500.000 euros. Una burrada”, dice Mercedes, señalando los bloques que están frente al campamento.

“Su plan es revalorizar el barrio y que nos vayamos”, le contesta una vecina.

“Es surrealista, pero al final llegas a pensar que la droga, la insalubridad y la violencia no son más que elementos para crear presión y que nos vayamos”, acota Mercedes.

En 2015, Giuseppe Aricó -doctor en antropología social y etnografía- publicó una tesis doctoral sobre el urbanismo en la parte derecha del Besós, es decir, el distrito de Sant Martí que aúna varios barrios como La Mina o el Besós. Las vecinas tienen razones para desconfiar. La investigación de Aricó apunta: “El objetivo habría sido desencadenar, mediante la actuación urbanística, toda una serie de profundas transformaciones urbanas (…) A través de una actuación directa o indirecta sobre el espacio físico se pretendía intervenir sobre la dimensión social del mismo modificándola”.


Seguimos caminando hacia la parte más antigua, y Mercedes me comenta que uno de los problemas más graves -después de la droga- es la aluminosis. Que tienen otros quebraderos como las plagas de insectos en verano, o la contaminación provocada por la planta de tratamiento de residuos que hay justo al lado del barrio, pero que la aluminosis amenaza con el derrumbe de aproximadamente cincuenta bloques.


La fiebre del hormigón, o aluminosis, se produce al emplear un tipo de cemento que al entrar en contacto con la humedad y el CO2 del aire reacciona y poco a poco corroe la estructura, terminando por colapsarla y más tarde derrumbarla. El cemento aluminoso se utilizó en la construcción de viviendas públicas entre los años 1950 y 1980, porque eran muy resistentes a corto plazo. Sin embargo, este tipo de material está creado para construir carreteras, redes de alcantarillado o depuradoras, entre otros usos.

España El Besos edificios aluminosis la-tinta

Se estiman que al menos cincuenta bloques de pisos del Besós sufren de aluminosis. Hace una semana, un centenar de vecinos tuvo que salir -en pleno confinamiento- a la calle, porque sus pisos se venían literalmente abajo. Hace pocos días se derrumbó también parte de un techo. Los bomberos apuntalan cada casa y los vecinos lidian una batalla -otra más- con el Ayuntamiento.

El antiguo patronato -hoy llamado Institut Municipal d’Habitatge- ofreció una opción de compra antes de que la aluminosis comenzara a hacer acto de presencia. La jugada se saldó con la mayoría de pisos vendidos, ahora de titularidad privada y la ausencia de responsabilidad sobre aquellos edificios por parte de la administración pública. En definitiva, los encargados de salvar la estructura carcomida son los vecinos.

Cuarenta años después, los pisos siguen sin ser restaurados y el deterioro de las vigas aumenta con cada minuto que pasa. El miedo habita en casa. Uno anda por aquí con sigilo para que no cruja el suelo, con el temor a que vuelva a ocurrir una desgracia como en el Turó de la Peira. El 11 de noviembre de 1991 falleció Ana Rubio al caer por el agujero que se había abierto en su comedor. La aluminosis se cobró una vida. Después de aquello, se inició el proceso de rehabilitación de todos los edificios afectados.

“El patronato nos ofreció una subvención, pero es imposible acceder a ella. En vez de dirigirse a los edificios como unidades únicas, están orientadas a cada piso de cada bloque. Una de las condiciones para poder recibirla es ser propietario de la vivienda, pero en este barrio hay un gran número de pisos ocupados y alquilados”, comenta Tereixa Pardo, miembro de la comisión de Vivienda de la asociación de vecinos del Maresme y del grupo de afectados por la aluminosis en el Besós.

Pagar los casi 30.000 euros de la rehabilitación tampoco es una opción. El Besós es uno de los barrios más pobres de Barcelona. Según datos oficiales, el 16 por ciento de la población supera los 65 años de edad y concentra una de las rentas más bajas de la ciudad. Reaccionar demasiado tarde puede suponer un coste fatal, pero solo el tiempo y la política lo dirá.

Volvemos al campamento. Durante este tiempo se ha producido el cambio de turno y las nuevas caras me miran extrañadas. Vuelvo a presentarme y al momento -al igual que los anteriores- comienzan a contarme historias sobre el barrio. Me explicarán que cada día les cuesta más conciliar el sueño por la presión y el estrés al que están sometidos. Me dirán también que a alguno de ellos le intentaron robar el otro día, y contarán -entre sonrisas irónicas- que hace unos días murió un hombre en un parque. Una sobredosis lo mató, pero nadie se dio cuenta hasta el cabo de unas horas. Pensaban que estaba durmiendo.

En cualquier otro barrio de Barcelona nadie podría haber dudado. La escena no dejaba lugar a dudas: aquel hombre había fallecido. En el Besós, la vida y la muerte bailan despacio, fluyen sin que nadie se dé cuenta, forma parte del día a día. Pienso entonces que se han cruzado demasiadas líneas rojas. Si hubiera tantos campamentos como frentes tienen abiertos, no existiría suficiente barrio donde construirlos.

España Barcelona barrio El Besos la-tinta

*Por Javier Sánchez Pedrera, desde España, para La tinta

Palabras claves: Barcelona, España, Pobreza

Compartir: