La tierra quema adentro (Soufsi daffa tanngueu si biir)

La tierra quema adentro (Soufsi daffa tanngueu si biir)
22 junio, 2020 por Redacción La tinta

Por SADO Colectivo Fotográfico para La tinta

«Ahora, durante la pandemia, no usamos barbijo, nada. Nosotros somos negros, somos fuertes y podemos resistir a lo que sea -Cheikh se ríe-. Mentira, estoy jodiendo. En verdad, nos cuidamos, usamos barbijos y tomamos las medidas como todo el mundo para cuidarnos».

Cheikh Gueye es un muchacho de origen senegalés, tiene 40 años y hace 6 que reside en la ciudad de La Plata. Como a muchísimas personas cuyo trabajo se ve interrumpido por la cuarentena, conseguir el dinero se le hace difícil, sumado a que su trabajo es la venta ambulante sobre calle 12, una actividad que depende de la posibilidad de consumo de la gente y que, además, es considerada ilegal. Desde que el Gobierno de Alberto Fernández tomó las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio, los senegaleses han visto su actividad parada por completo. Algunas personas y organizaciones sociales como La Ciega -colectivo de abogadxs populares-, el FOL -Frente de Organizaciones en Lucha- y la Coordinadora Migrante han compartido una ayuda solidaria de alimentos y dinero. Con eso, Cheikh y sus compañeros compran lo necesario y lo reparten.

«Cada uno decide a nivel personal si sale o no sale a trabajar. Yo soy el primero que salió y, como soy portavoz de la comunidad, alguien podía verme y pensar que eso era legal. Para no confundir, el primer día que salí, hablé con el abogado, Damián, y, luego, escribí al grupo de la comunidad para que supieran las condiciones, porque cada uno debía asumir los riesgos por lo que decida. Aquel que tiene el coraje de salir y correr el riesgo, sale. Y el que tiene miedo puede quedarse en su casa hasta que todo pase. Tres cuartos de los chicos no están saliendo, tienen temor. Es cierto que algunos se quedaron sin plata, pero, en una casa, hay cuatro o cinco chicos que tienen ahorros y comparten. Así nos ayudamos entre nosotros».

En la mayoría de los grupos de migrantes, las dinámicas para agruparse suelen ser dos: la primera se da por una comunidad identitaria por lazos de parentesco, región de origen, religión, etnia; la segunda tiene alguna forma proveniente de la sociedad que los recibe, dependiendo así de una estructura algo más preestablecida para organizarse. Ambas formas de agrupación casi siempre se dan de forma articulada. En Argentina, la población senegalesa cuenta con las dahiras, las tontinas y las asociaciones civiles organizadas por criterio de nacionalidad.

«Para nosotros, la comunidad no es como una asociación que tiene sus reglas. A la comunidad la definimos como un grupo de senegaleses que estamos acá, nos conocemos y estamos en contacto, pero cada uno busca su manera de sobrevivir. Somos algo más de 220 personas en La Plata. No sé qué decir, porque no compartimos muchas cosas. Lo que más compartimos es la religión. Los domingos, nos reunimos para practicarla. Y también, mientras que estamos acá, compartimos la solidaridad. Pero no compartimos el trabajo, cada uno busca su manera de ganarse la vida».

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(Imagen: Colectivo SADO)

Todxs lxs senegalesxs son musulmanes, la mayoría con pertenencia a la cofradía islámica mouride. Para quienes son musulmanes, el Ramadán -en el noveno día del calendario lunar árabe- es la celebración del acontecimiento más especial. Se festeja el descenso del cielo a la tierra de la palabra de Dios: el Corán. Para recibir las bendiciones del Ramadán, las mujeres y los hombres que estén en buen estado físico deben ayunar a lo largo del mes. Como lo prescribe el Corán, el ayuno diario empieza antes del amanecer y termina con la puesta del sol. Para Cheikh, este ayuno es más que abstenerse de comer o tomar algo durante el día. Es un momento de contemplación y devoción.

«Prefiero dormir de noche y rezar de día, pedirle perdón a Dios, meditar. Hace unos días, empecé a salir de nuevo. Hoy, salí y volví hace un rato porque, a las seis, toca rezo de Ramadán, ahora estamos haciendo ayuno. La mayoría de los chicos sí se quedan jugando de noche y duermen de día. Cuando salgo, voy a calle 12 a vender. Ya no es como antes, llevo poca mercadería, unas cajas de medias nada más. Porque si viene Control Urbano y me saca, no pierdo tanto. Es un riesgo, porque, si te agarran, te ponen una contravención por vender en la calle y por violar la cuarentena. Otros compañeros ahora están saliendo. Algunos que están en calle 7 y calle 8 dijeron que ayer fue Control Urbano y les dijo que pueden estar, manteniendo la distancia y sin juntarse a charlar. La policía no está molestando por ahora».

«Yo pienso que, a veces, pasa eso de que la gente te ve negro y piensa que te estás muriendo de hambre, pasa en todo el mundo y, por eso, te tienen lástima y te dejan. Hay mucha gente que cree eso».

La migración senegalesa en Argentina respecto de otras migraciones es hipervisibilizada: ser negrxs en un país que, a través de sus instituciones, su historia y su idiosincrasia, se piensa blanco, otorga a la negritud la condición posible, a raíz de años de invisibilización, de ser sobredimensionada y resultar extraña y exótica. La condición perfecta para esto es la situación laboral en la vía pública y su exposición permanente: el 96% de lxs senegalesxs trabajó o trabaja en la venta ambulante. El 4% restante pudo trabajar en la construcción de obras a través de un vínculo con la UOCRA filial-La Plata. El sindicato empleó tanto a senegaleses con residencia permanente como con residencia precaria, tal como la ley nº 25.871 de migraciones permite. En la calle o en las ferias, con puestos o ambulando, los senegaleses venden a sol y sombra bijouterie, relojes, billeteras y artículos para celulares. Otros venden carteras, medias y sandalias. También gorras y anteojos de sol en verano, o guantes y bufandas en invierno.


«Y eso es un problema, porque también hay mucha gente que piensa que hay una persona que está por detrás, que nos paga y nos manda a trabajar. Y eso no es así. Yo, cuando llegué a Argentina, me encontré con mi tío y él, para ayudarme a trabajar, me entregó lo que hacía, me compró carteras y todo lo que estaba vendiendo, y me dijo: “Esto es lo que estamos haciendo, vos fijate, si te gusta, seguí. Si no te gusta, cambialo”. Y yo también, cuando llegó mi hermano, hice lo mismo… No es obligatorio vender sí o sí lo que venden todos, pero es lo que tenemos a mano.


A mediados del 2018, los operativos de Control Urbano y de la policía se incrementaron y se volvieron más sistemáticos. A más de la mitad de los senegaleses les retuvieron y les robaron la mercadería a la venta, y ya nunca pudieron recuperarla. Sólo a unos pocos les entregaron un acta contravencional. Como respuesta a la violencia policial e institucional, la Coordinadora Migrante, la Consejería para Migrantes (un espacio de trabajo con migrantes en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de La Plata), organizaciones de DD.HH. y vecinxs, se organizaron para establecer medidas colectivas para frenar un poco la violencia desplegada.

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(Imagen: Colectivo SADO)

Casi la mitad de los senegaleses que residen en la ciudad de La Plata entraron al país a través de Ecuador, porque, hasta el año 2015, la visa no era solicitada en aquel país. El resto ingresó por Brasil a través de una visa obtenida en la embajada brasileña en Dakar; o por pasos fronterizos cercanos a través de Chile o Bolivia. En cualquiera de los casos, el ingreso a Argentina fue de manera irregular, ya que es condición de ingreso poseer el visado para todxs lxs ciudadanxs senegaleses. Cheikh llegó a La Plata en junio de 2014, después de un largo periplo de 6 años entre España e Italia, que culminó con su deportación a Senegal. La primera vez que dejó su casa fue en 2006, el destino: la ciudad de Barcelona. El Estado español, al expulsarlo, le impidió volver a pisar ese país por el término de 5 años. Así fue como, estando un año en Senegal con su familia y sin trabajo, le surgió la posibilidad de venir a Argentina e intentar mejor suerte.

«No es que llegué acá porque un día me levanté y dije “me voy a Argentina”. Yo vine porque acá estaba mi tío. En ese momento, había un convenio, si tenías el pasaporte de Senegal, podías entrar en Ecuador sin el visado y, entonces, podías entrar en micro a Argentina desde ahí. Me dije “voy a probar, si me anda bien, me quedo, si no, me vuelvo a Senegal y voy a ver cómo volver a España o Italia”. Y, por suerte, no me va mal acá. Estoy haciendo cosas que allá no podía hacer. Porque me estoy haciendo mi casa, me queda poco para terminarla y muchas cosas más… no me puedo quejar. Pero sí, ser migrante, para mí, es un sacrificio muy grande, es algo muy duro. No cualquier persona migra, la gente que tiene una necesidad que no puede satisfacer en su país y tiene que irse… no es fácil dejar tu familia, estar un tiempo sin verlos. Cuando me fui de Senegal, mi segundo hijo tenía un año y todavía no sabía caminar. Ahora, camina y ya va al colegio. Y yo no puedo aprovechar este período. Pero bueno, uno se acostumbra… es algo duro».

La cuestión de la legalidad suele hacer las cosas más difíciles. Ser clandestinx es uno de los estigmas con el que carga la mayoría de la población migrante del planeta. Sin embargo, no en todos los países es igual. Argentina se ha caracterizado históricamente -genocidio por medio de los pueblos originarios- por poblar y ocupar el territorio a través de grandes políticas de inmigración. La multiculturalidad y el multiorigen son rasgos de la conformación identitaria pensada en la modernidad e incrustada hoy en la maquinaria totalizadora del capitalismo internacional. Por eso, la mayoría de lxs migrantes huye: del hambre, de la violencia política, de la destrucción total de sus hogares y tierras, de la guerra, de la falta de trabajo, de la humillación que les impide vivir con algo de dignidad. La desigualdad de lxs migrantes respecto de la población local es de una condición racista, clasista y sexista.

«Nosotros no estamos ilegales, el tema es que la actividad que hacemos es irregular. Acá no es tan grave como en Europa, allá, por no tener documento, te pueden deportar a tu país. Esto en Argentina aún no nos ha pasado y no creo que nos vaya a pasar, porque el gobierno no va a poder, no tiene vínculo con Senegal, no tiene embajada, no tiene ninguna institución para poder tramitar una deportación, no tienen convenio… ni allá en Senegal hay embajada de Argentina. La policía igual puede estar molestando todo el tiempo, pidiendo papeles, maltratando, revisando la documentación. Yo tardé como 3 años en tener la nacionalidad, en tener el documento y nunca me preguntaron en este tiempo. Una vez que llegás y te enterás que no hay convenio como con el resto de los países del Mercosur, aprendés que tenés que pedir refugio. No te lo dan en el momento, pero te van a dar un documento que te va a durar 3 meses y lo vas a renovar, hasta que se resuelva tu situación de refugio. Por eso, es muy difícil ver a un senegalés que esté irregular, porque todos tenemos ese documento para estar en el país. Lo que pasa es que, dentro de esta situación, hay unos que tienen la nacionalidad, otros que sólo tienen el DNI argentino y otros que todavía están esperando…».

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(Imagen: Colectivo SADO)

En Senegal, al momento de contar esta historia, hay 5090 personas contagiadas de COVID-19, según informa la Organización Mundial de la Salud. 2512 pacientes recuperadxs y 60 muertxs. Para frenar el avance de la pandemia, el gobierno liderado por Macky Sall cerró las fronteras, restringe viajes entre ciudades e impone un severo toque de queda nocturno desde las 8 de la noche hasta las 6 de la mañana. En Beude Forage, ciudad donde vive la familia de Cheikh, aún no hay casos registrados, porque no están en una ciudad tan grande como Dakar, la capital. Su familia, como miles de familias alrededor del mundo, atraviesa este extraordinario momento con miedo y con muchísimas limitaciones para realizar las actividades que antes hacían diariamente. Se suspendieron los transportes públicos, para viajar sólo hay unas pocas excepciones, se cerraron los mercados, las mezquitas y las iglesias: los rezos son puertas adentro.


«Hospitales públicos hay, pero no es un país rico donde el gobierno pueda ayudar a la gente para que no le falte nada. No es que no tienen agua ni nada, pero siempre hay algunos lugares que sufren mucho más que otros. A mi familia le afecta, porque, mientras yo trabajo y gano plata, les puedo mandar para algo que ellos quieren, para sus bolsillos. Ahora que no puedo trabajar, lo único que puedo garantizarles es la comida, para que no se queden con hambre, eso sí que lo voy a conseguir. Estoy intentando que, todos los meses, les llegue la comida. Se hace difícil… Nosotros, en mi familia, somos cinco hombres que estamos fuera, acá estoy con un hermano y, en Italia, tengo tres más. Entre todos, juntamos la plata de la familia y, aparte, yo le tengo que enviar dinero a mi madre, mi mujer y mis hijos, para comprar zapatillas, ropa, lo que sea».


El deseo de Cheikh es hacer su casa. Antes de migrar, vivía junto a su esposa e hijxs en la casa que le dejó su papá. No tienen casa propia: son 10 personas viviendo en el mismo espacio. En la convivencia, se suman sus tres hermanas y su mamá. Una vez que termine de construirla, piensa juntar dinero para poner una panadería, oficio que aprendió cuando era joven de la mano de otro tío.

«Este es mi deseo. No es para todos igual. Por ejemplo, hay chicos que están casados con argentinas acá. Para mí, se van a quedar acá toda su vida. Yo quiero que nos vaya bien en este país, que cada uno pueda cumplir su sueño, que todos puedan conseguir su documento para volver a ver a su familia en Senegal y que puedan regresar, hasta que llegue el momento en que se decida no volver más».

*Por SADO Colectivo Fotográfico para La tinta 


*A fines del 2019, a partir de las denuncias públicas que parte de la comunidad senegalesa hizo contra la persecución sistemática de la policía y Control Urbano, nos pusimos en contacto para solidarizarnos con ella. Así es como conocimos a Cheikh, Mike, Mboup, entre tantxs otrxs. Con el tiempo, la inmediatez se fue transformando en necesidad de conocernos un poco más y comprender por qué tantxs eligen Argentina y La Plata como lugar donde trabajar y vivir, tan lejos de su gente, de su tierra.

Cheikh Gueye, por su experiencia como migrante -lleva más de 14 años fuera de su país-, por su facilidad para comprender y comunicarse en español, y por el vínculo estrecho establecido con el colectivo @la.ciega, se volvió un referente en nuestra ciudad. Nuestro vínculo se fue estrechando, varias veces, nos juntamos a cenar metiendo los dedos en la fuente, participamos de sus actividades colectivas, fuimos espectadorxs de un torneo de fútbol organizado por la comunidad de todo el conurbano y, hasta un día, armamos un partido mixto donde jugamos todxs.

Estas imágenes son parte de un trabajo en proceso, son el puntapié de un camino de acompañar, compartir y conocer más lento, pero de crecimiento mutuo.

Los datos referidos en la nota fueron recogidos del artículo “Agencia y Asociacionismo en contextos de violencia institucional: el accionar de migrantes senegaleses en la Ciudad de La Plata (Argentina)”, por Sonia Raquel Voscoboinik y Bernarda Zubrzycki, en REMHU, Rev. Interdiscip. Mobil. Hum., Brasília, v. 27, n. 56, ago. 2019, p. 99-115. DOI: http://dx.doi.org/10.1590/1980-85852503880005606

Palabras claves: migrantes, pandemia, Senegaleses

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