#SomosPlurinacionales: Ecuador

#SomosPlurinacionales: Ecuador
10 junio, 2020 por Redacción La tinta

Por Redacción La tinta

Somos plurinacionales y nos reconocemos hermanes en el Abya Yala. Creemos que todas las voces nos construyen en los feminismos que somos. En medio de una pandemia que nos quiere individuales, dispersas y aislades, nos tejemos evadiendo las fronteras patriarcales y ponemos a circular relatos de organización y resistencia. En esta entrega, algunos trazos de lo que está pasando en Ecuador.

Conversamos con Diana Almeida Noboa, comunicadora social y periodista militante feminista de la Revista Crisis. Narra críticamente la realidad de su país: «Es necesario visibilizar lo que pasa en Ecuador, que hoy tiene una tasa de mortalidad más alta que Brasil. El neoliberalismo se traduce en muerte para el pueblo, ha convertido a América Latina, en este caso, a Ecuador, en el foco de la COVID-19, pero no del contagio del virus en sí, sino de toda la precariedad para la vida que trae una pandemia como esta”.

El pueblo ecuatoriano transita tiempos complejos. El 2019 fue un año de masivas rebeliones que, durante más de diez días, se opusieron a políticas neoliberales que profundizaron las desigualdades. El gobierno, en plena pandemia con consecuencias terribles para el pueblo, avanzó con fuertes ajustes y agudizando la represión, con el eufemismo de «políticas de austeridad».

Ecuador mujeres indigenas la-tinta
(Imagen: Revista Crisis)

—¿Cómo afecta en los cuerpos del pueblo ecuatoriano el contexto actual?

—Ha sido muy duro para el pueblo, porque ya teníamos una tasa altísima de trabajo informal y, con la COVID-19, lo primero que se hizo fue una cuarentena generalizada y un estado de excepción que aún continúa, y ha significado muchísima violencia sobre los cuerpos que tienen que seguir trabajando para subsistir. Como pasó en todo el mundo, la cuarentena fue sostenida y sostenible sólo desde cuerpos que tienen una base monetaria para poder estar dos meses sin trabajar, que tenían ahorros. Para quienes tienen que trabajar a diario para vivir del pan de cada día, eso significó romper la cuarentena, se ejerció mucha violencia por parte de la policía, que va en aumento desde que se declaró el estado de excepción.

La mayoría de las empresas redujo el horario laboral a los varones, pero a las mujeres, directamente, se les hizo firmar renuncias de mutuo acuerdo, situación en la cual no tenían ningún tipo de capacidad de negociación. Esto aconteció en todo el país.

—Hace un tiempo, hablabas de la existencia de una “limpieza social de coronavirus”, ¿cómo dialoga eso con el contexto actual?

—El coronavirus no vino a traer nuevas desigualdades, sino que exacerbó las que ya existían, un país con una tasa alta de desempleo, una salud social que fue desestabilizándose por el mismo gobierno con reducciones de presupuesto y personal de salud. Lo que vemos es que hay tanto ejército de reserva, tanta gente que puede trabajar, y, ahora, tantos nuevos pobres frente a ninguna voluntad de cuidado por parte del Estado, porque, para ellos, son cuerpos que se desechan. Se han triplicado las tasas de suicidio, sobre todo, en las clases bajas y medias bajas, y esos son cuerpos que también se lleva el Estado. A esto me refiero cuando digo que existe una limpieza social con la justificación del coronavirus.

—¿Cómo es la situación de las mujeres e identidades disidentes en este marco, y cómo dialoga la violencia de género con la emergencia sanitaria?

—En primer lugar, la mayor cantidad de trabajadoras informales es la población feminizada, que, además, son cabezas de hogar, ellas sostienen sus casas. Lo que pasa con estas trabajadoras es que se elimina la posibilidad de que estén en el espacio público que es donde trabajaban y se maneja con el aparato represivo del Estado. No sólo se redujo el horario y la cantidad de gente que podés encontrar en la calle trabajando, sino que se enfrentan a la violencia policial y militar con una represión altísima.

En segundo lugar, las mujeres que están encerradas no pueden acceder al mundo exterior o estar comunicadas, entonces, se dio una reducción significativa de denuncias de violencia y de delitos sexuales. Por ejemplo, según datos de la fiscalía del departamento de Violencia de género, de 600 denuncias que se realizaban antes de la COVID, la semana pasada, se registraron solo 80 denuncias de violencia y delitos sexuales. Esto no significa que se haya reducido la violencia sexual e intrafamiliar y de género, sino que no hay condiciones para acceder a realizar denuncias, y esto nos pone en una situación de vulnerabilidad mucho más grave, significa estar en cautiverio con tu agresor.

Un estudio que hizo SURKUNA, que es una organización de derechos humanos y de asesoría legal feminista, que lucha por los derechos de las mujeres aquí en Ecuador, estudió el acceso para realizar denuncias y demuestra que se ha reducido el acceso a teléfonos y no hay acceso a las líneas. Estamos en una situación muy grave, tampoco tenemos datos desagregados sobre cuántas mujeres han sido afectadas por el virus, cuál es la tasa de mortalidad, así como tampoco tenemos datos sobre las poblaciones racializadas y los impactos sobre ellas. Esa es la lógica del gobierno neoliberal, al que no le interesa la vida en absoluto y pone el mercado sobre la vida una y otra vez. Justamente, el director del Instituto de Seguridad Social está hablando sobre la posibilidad de privatizar los hospitales y los centros de salud.

Imagen: Kevin Alexander / Desde el margen

—¿Cómo se articula el movimiento feminista ecuatoriano y cómo se tejen las redes feministas y de cuidado en este contexto?

—El movimiento feminista aquí es un poco más complejo, está más diversificado y no actúa como un solo brazo. Está la red “Mujeres de frente”, quienes trabajan con mujeres en trabajo informales, microtraficantes y trabajadoras sexuales, que empezaron a hacer canastas para sostener la vida y, luego, empezaron a darle dinero para que ellas tengan autonomía de decidir sobre cómo cubrir sus propias necesidades. También trabajan con mujeres que están encarceladas y lo primero que hicieron apenas comenzó la pandemia fue solicitar al Estado que se liberen mujeres que hayan sido condenadas por delitos no violentos y que son madres con niñxs dentro y fuera de la cárcel, algo que no sucedió.

Las redes de cuidado también se expresan en los manifiestos de las mujeres sindicalizadas trabajadoras de la calle, brindando espacios donde puedes buscar refugio o alimentos. Por otro lado, hay líneas abiertas de asistencia legal y auxilio, que son las que se han encargado de los casos de feminicidios que sucedieron. Las “Mujeres de asfalto” son una asociación de cimarronas y afrodescendientes, que están pidiendo que se haga una discriminación de datos para conocer el impacto de la COVID-19 en la población afro y negra.

Las trabajadoras barriales se han movido muchísimo en cada barrio popular, sobre todo, aquí en el sur de Quito, en los guasmos en Guayaquil, para poder sostener la vida de la gente, sobre todo, de quienes están solas y son cuidadores de familias.

—¿Qué demandas atraviesan a todas esas organizaciones y movimientos?

—La demanda más importante es la renuncia, lo que hizo el gobierno de Lenin Moreno fue reducir la Secretaría de Violencia de Género y redujo el presupuesto en un 80%, esto implicó un freno a todas las políticas públicas que existían y que se iban construyendo de a poco, porque Ecuador siempre ha estado atrás en eso. Por ejemplo, las casas de protección, auxilio y acogida para niños, niñas y mujeres que sufren violencia tuvieron que cerrar, inclusive, al principio de esta cuarentena. Las denuncias principales van por ahí, por la falta de presupuesto y de cuidado desde el Estado.

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—Como compañera militante periodista, ¿qué significa hacer periodismo feminista hoy en Ecuador?

—Primero, salir a las calles a reportar, eso ha sido súper importante y una de las cosas que me ha pasado al salir es sentirme absolutamente vulnerable en una ciudad en la que hay poca gente y los ojos están sobre nosotras como mujeres.

Por otro lado, lo que significa hacer periodismo militante en estas épocas es demostrar o tratar de visibilizar que esto no es un problema de una pandemia, sino que es una cuestión estructural ligada con las políticas públicas que se están ejerciendo desde el modelo neoliberal. Hacer esa denuncia es muy importante, porque, por ejemplo, aquí, lo que pasa es que la mayoría de la clase media tiene poca conciencia de clase, con una postura individualista y neoliberal que culpabiliza a la gente pobre como si fueran ellos quienes están esparciendo el virus, sin ver la fragilidad de la vida de estas personas, que, si no salen a trabajar, no comen, o muchas de las personas en situación de calle que no han tenido ningún cuidado desde el gobierno.

Para mí, es importante contar eso y cómo se alimentan entre sí el capitalismo y el patriarcado, por ejemplo, mientras que a los varones se les reduce la jornada laboral y el sueldo, a las mujeres, directamente, se las despide. Son vistas como una posible carga como madres, por considerar que son menos productivas, nos volvemos cuerpos que no importan, desechables.

—Como comunicadora en este contexo, ¿dónde creés que está la esperanza hoy?

—Somos suficientes mujeres organizadas como para demandar desde todos los espacios, no digo que se deba dejar de pelear por políticas públicas, pero es importante trabajar en los barrios, salir del medio digital y trabajar directamente donde habita y preguntar qué es lo que necesitan, porque, muchas veces, vamos con una idea pre concebida elitista y no nos detenemos a pensar que saben cómo sobrevivir, lo han hecho todo este tiempo, y cómo facilitan esa supervivencia y construir desde abajo. Lo que ha demostrado la crisis sanitaria, económica, social es que las ciudades están en una situación que es insostenible, hay que volver al campo, a la soberanía alimentaria, al auto cultivo, a los huertos urbanos y reconstruir esa relación con la tierra.

Hay que organizarse en pequeñas bases barriales porque lo que se viene es más violento y represivo. Hace unas semanas, aprobaron un acuerdo ministerial N° 179 que permite al Ejército utilizar fuerza letal en conflictos internos, es una licencia para matar. No estamos en capacidad ni siquiera numérica para levantarnos contra un gobierno así, la gente tiene miedo y tiene razón, porque tienen permiso para matarnos. Entonces, más bien, yo creo que tenemos que hacer un trabajo de hormiga nuevamente y construirnos desde abajo. Quizá sea el momento de repensar pelear el Estado.

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Imagen: Revista Crisis

*Por Redacción La tinta / Collage de portada: Angela Camacho – @thebonitachola.

Palabras claves: Ecuador, feminismo, SomosPlurinacional

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